Proyecto BOND (2017-2020)
Revista SABC
Dispoñible en galego | Disponible en català
Dora Cabaleiro es productora en la pequeña localidad de Negueira de Muñiz (Lugo). Allí trabaja la tierra y hace pan y conservas que la cooperativa agroecológica en la que participa vende en mercados y grupos de consumo de Galiza y Asturies. En su día a día, hace un gran esfuerzo para poder compatibilizar esta actividad productiva con la crianza y con la participación en el Sindicato Labrego Galego (SLG), desde donde trabaja para romper lo que parece un círculo vicioso: «Para transformar el sector agrario hacen falta políticas que, entre otras cosas, apoyen a la gente que emprenda en el campo, el acceso a la tierra y a la vivienda en el rural… Sin embargo, ¿cómo conseguimos presionar desde las organizaciones campesinas cuando convivimos con la precariedad económica y personal y con poco tiempo para la acción política?». Dora conoce de primera mano la importancia del aporte de las mujeres a estas luchas por eso denuncia que esta falta de tiempo es más grave en el caso de las campesinas, a quienes se les suman los trabajos de cuidados, más aún en una situación de pandemia.
Mireia González es secretaria general de la Coordinadora Campesina del País Valencià (CCPV-COAG). Además de producir y elaborar conservas artesanas, regenta un puesto ecológico en el mercado del barrio de Algirós, en València, y coincide con los planteamientos de Dora. «Para que el sector sea fuerte y se le tenga más en cuenta hace falta más gente participando y más presupuesto». Añade la dificultad de trabajar conjuntamente con el personal técnico, ya que este tiene un horario laboral y las productoras, no. «Esto genera falta de coordinación y de capacidad de trabajo conjunto».
Las organizaciones de Mireia y de Dora son parte de La Vía Campesina, el movimiento internacional que trabaja por la soberanía alimentaria, formado por cientos de organizaciones campesinas, pescadoras, indígenas y rurales de todo el mundo. Los esfuerzos de cada una de ellas, en su día a día, confluyen así en una lucha global por situar de nuevo en el centro a quienes producen alimentos para cuidar y reproducir la vida, no para enriquecerse o especular con ella.
¿Cómo conseguimos presionar desde las organizaciones campesinas cuando convivimos con la precariedad económica y personal y con poco tiempo para la acción política?
Revoluciones lideradas por el campesinado
«La mayoría de las revoluciones e iniciativas de resistencia ante los procesos de capitalización y modernización de la sociedad vinieron históricamente de movimientos liderados por campesinas y campesinos, porque identificaban con mucha claridad las injusticias y los procesos de depredación de los bienes naturales contra los que se oponían, y se oponen, activamente», afirma Mamen Cuéllar. Mamen es investigadora del Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (ISEC) de la Universidad de Córdoba y para ella hay tres claves para entender la crisis de las sociedades campesinas: la revolución industrial, la emergencia del capitalismo y la legitimación de la ciencia occidental. «Estas tres patas se encargaron de construir una imagen de lo campesino como atrasado, obsoleto, reaccionario… Sus lógicas y modos de vida fueron denostados, pues con ellos los procesos de modernización y capitalización del campo no eran posibles», añade.
En Galiza, la población rural vivía casi fundamentalmente de la ganadería, del cuidado y aprovechamiento de los montes y del cultivo de la tierra, con diversas prácticas y saberes que mantenían su fertilidad a lo largo del tiempo y aprovechaban al máximo los recursos locales sin dejar de cuidarlos. De esta forma se cubrían las necesidades básicas de autoabastecimiento comunitario. Estos saberes están documentados, por ejemplo, en el libro Árbores que non arden. As mulleres na prevención de incendios forestais (Vigo: Catro Ventos Editora, 2019), que resalta un rasgo campesino universal, el de no dominar ni controlar el entorno, sino incluirse en él. Juan Clemente, técnico de la organización de Mireia, resume esa visión del bien común frente al modelo de producción industrial actual, de carácter individualista: «lo campesino no era de nadie y, por eso, era de todas».
A Conchi Mogo, técnica de la organización de Dora, le duele comprobar cómo el sector agrario se convierte en marginal en el medio rural gallego. «Los datos lo demuestran: en los años cincuenta había 827.000 personas con actividad agraria y en 2012, poco más de 59.000. Esto comporta una progresiva desaparición de la dimensión comunitaria; y en este proceso las vecinas y los vecinos del rural pierden cada vez más peso como sujeto activo».
Sufrir en primera persona esta situación y tener tan clara la importancia de un sector activo, coordinado, fuerte y alegre para cambiarla fue lo que hizo que los sindicatos de Dora y Mireia y otras organizaciones de La Vía Campesina de Hungría, Rumanía, Portugal y Reino Unido, junto a cooperativas emblemáticas de Noruega, Italia y Francia, y universidades de referencia en la agroecología, como la de Córdoba, Coventry y Wageningen, pusieran en marcha en 2017 el proyecto BOND, con fondos europeos y el apoyo de la FAO.
Esa red en pro de la agroecología a nivel europeo ahora es palpable, soy capaz de poner nombres y caras y sé que puedo llamar a esas puertas.
Futuros deseables y posibles
¿Por dónde empezar? ¿Cómo puede afrontarse un reto tan grande con un proyecto de tres años? Conscientes del alcance, las contradicciones y los obstáculos, el equipo consideró que la clave era fortalecer los vínculos entre las organizaciones, mejorar en lo posible su funcionamiento y ampliar su capacidad de incidencia política. Por eso, la primera parte se planificó alrededor de una serie de viajes de estudio a diferentes países europeos y de la sistematización de experiencias de éxito, inspiradoras y útiles, que ayudasen a imaginar futuros deseables y posibles.
«Esas visitas fueron una oportunidad para ver con claridad desde el terreno, porque si no lo conoces directamente, es difícil hacerte una idea; para mí fueron muy enriquecedoras», dice Dora, emocionada al recordar su visita a Gales, con la organización Landworkers Alliance como anfitriona. Mireia también estuvo allí y resalta la importancia de haber compaginado las visitas con momentos más distendidos. «Hubo dos momentazos en Gales, uno la noche de fiesta, cuando todas acabamos bailando vals, y otro en el que pudimos hablar de manera más íntima y contarnos de dónde veníamos». En total, participaron unas sesenta personas en estos viajes, todas ellas campesinas, técnicas de organizaciones o aliadas de diferentes tipos. Dora destaca la importancia de las dinámicas empleadas para conocerse y extraer contenido y emoción desde el trabajo profundo, porque es eso lo que te hace reconocer de verdad al otro. «Esa red en pro de la agroecología a nivel europeo ahora es palpable, soy capaz de poner nombres y caras y sé que puedo llamar a esas puertas. Me ayuda saber que estamos todas a una porque vienen tiempos duros».
El segundo bloque de actividades del proyecto BOND fue más de diagnóstico. Se utilizaron herramientas de análisis, metodologías participativas, jornadas de formación, mecánicas de juego (gamificación) y diversos talleres en los diferentes territorios para definir sus prioridades y acciones.
Uno de los temas sobre los que se decidió trabajar fue la transformación de la normativa higiénico-sanitaria. «Estamos viendo que el marco institucional y normativo se aleja cada vez más de la esencia campesina», explica Conchi, del SLG. «Se ha abandonado por completo la idea de una actividad agraria diversificada y la función tradicional de transformar alimentos para conservarlos, venderlos o saborearlos de nuevas maneras, y también se ha alejado este proceso de las granjas o fincas. Por eso es necesario que promovamos una normativa higiénico-sanitaria para producciones campesinas», afirma. Transformar los alimentos supone un valor añadido en el producto final y las administraciones a veces bloquean proyectos productivos campesinos por desconocimiento de las medidas de flexibilización previstas en la normativa en vigor. El SLG y el propio proyecto BOND consideran muy importante, entre otras cosas, la formación en estas medidas, tanto de la autoridad sanitaria competente, como del personal técnico asesor. «Con todo, consideramos que también sería muy interesante para la sostenibilidad económica campesina poder contar con más obradores compartidos o con un registro único por explotación o granja, con alta en varios productos diferentes a la vez, que fomentara la diversificación de cultivos y la actividad en nuestro entorno rural», añade.
Pasar a la acción
Y algo de todo esto consiguió el proyecto BOND en su tercera fase, la de pasar a la acción. Se firmaron acuerdos entre partes para definir y asegurar el trabajo conjunto. «Nosotras establecimos un acuerdo entre las cuatro entidades españolas y organizamos un taller de normativa higiénico-sanitaria con un enorme éxito de participación que ha dado pie a la creación de una red para conseguir cambios reales», explica Juan. Además, se convocaron cuatro talleres regionales europeos en los que se alcanzaron posicionamientos conjuntos sobre políticas agrarias, acceso a mercados, agricultura sostenible y apoyo a la acción colectiva. Otra acción muy importante fue el Foro de Jóvenes que consiguió reunir a 34 jóvenes campesinos y campesinas de 34 países de Europa en torno a una serie de debates que culminó con un llamamiento común por un futuro agrario que les incluya como actores principales. Juan está seguro de que estas acciones harán que otras redes existentes se fortalezcan; por ejemplo, la propia Coordinadora Europea de La Vía Campesina (ECVC) o el movimiento de jóvenes europeos. «Lo principal es que la gente se ha conocido. Si se encuentran de nuevo en espacios como estos se reconocerán y habrá una complicidad y unos afectos que ayudan mucho a trabajar», explica.
Para Mireia y Mamen, uno de los momentos más intensos y bonitos del proyecto fue el foro interregional de Córdoba, en el que las 60 participantes en los viajes de estudio se encontraron con personas de las 17 organizaciones socias del proyecto. «Las presentaciones de experiencias se hicieron de manera que, sin compartir idioma, pudiéramos escenificar pensamientos e impresiones comunes», recuerda Mireia. «Se diseñaron momentos para hablar desde otros lenguajes, por ejemplo la representación teatral de los aprendizajes de las visitas de campo o el intercambio desde lo emocional en el foro abierto», explica Mamen. «Creo que estos momentos permitieron generar un ambiente de empatía, de inclusión, de diversión y de apertura, que facilitó una conexión entre las personas asistentes y culminó en la fiesta de cierre del foro, con un ambiente precioso de complicidades y risas», añade.
¿Qué queda para quienes no participamos directamente? Todos los aprendizajes y herramientas elaborados y practicados en estos años, que se aplican en organizaciones y redes, permanecen en la web del proyecto. Queda El Granero o repositorio de historias de acción colectiva. Queda la biblioteca virtual, creada por la FAO y las organizaciones socias del proyecto, organizada según las áreas que se priorizaron: agroecología, diálogo constructivo, gestión financiera, acceso al mercado, desarrollo organizacional y cuestiones transversales. Queda también allí la metodología participativa que desarrolló la Universidad de Córdoba, que permite a las organizaciones realizar un autoanálisis de actitudes, limitaciones y debilidades para poder responder mejor a sus necesidades y aspiraciones y los recursos de gamificación, herramientas experimentales y participativas para facilitar jugando un entorno propicio, empático, colaborativo y creativo para generar visiones estratégicas y soluciones.
Mamen, Conchi, Dora, Mireia y Juan se sienten muy satisfechas con esta experiencia. Conchi y Juan, la parte técnica del equipo, esperan poder darle seguimiento. «Este proyecto ha servido para conocernos más entre los colectivos, para generar confianza, y seguramente saldrán más posibilidades de trabajo conjunto, y continuaremos luchando, en definitiva, por la soberanía alimentaria, que hoy más que nunca consideramos urgente y necesaria», dice Conchi.
«Para una organización campesina como la nuestra, este proyecto ha supuesto una especie de subidón de autoestima», dice Juan, de CCPV-COAG. Para él también se ha generado una red muy rica de relaciones. «Hemos conocido el trabajo de macrocooperativas holandesas y noruegas, pero también hemos visitado las Cooperativas de Utilización de Maquinaria Agrícola (CUMA) francesas, que se han organizado en pequeños grupos para tener tiendas conjuntas o suministrar alimentos a comedores escolares. Recientemente estas cooperativas me han pedido contactos de Navarra y Euskadi». Juan sabe de primera mano que se han establecido vínculos directos entre personas que se han conocido en el proyecto y ahora, en la distancia establecen canales de apoyo mutuo. «Sin ir más lejos, hace un mes, en un intercambio de semillas en Castielfabib, encontré expuesto en una mesa un pepino blanco bosnio que el año anterior había enviado Vojin en una carta postal, justo al regresar a su casa tras visitar València con el proyecto. Esto no termina ahora, esto sigue de miles de formas».
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