Abdelmouhsine El Farissi y Amal El Mohammadiane Tarbift

«La cultura es la semilla que germina en el terreno de nuestra herencia, alimentándonos con sus frutos de sabiduría y tradición, y forjando nuestros cimientos como mujeres rifeñas». Alia Ajdir, de 75 años, campesina y madre de 6 hijas y 2 hijos, quien ha vivido toda su vida en el campo, atesora esta verdad en su corazón y experiencia.

 

 

 
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La primavera en Aduz, Ibaquyen. Fotos: Mourad El Hankari

Rif 02

 

El Rif, tierra ancestralmente habitada por campesinado sedentario, se convierte en el epicentro de una de las culturas más ricas y complejas de África del Norte: la amazigh rifeña. Esta civilización milenaria, resistente como «las raíces profundas de un árbol», ha perdurado a través de siglos de invasiones y dominación extranjera, arraigándose en la identidad de su gente, en particular, en la esencia y la fuerza de las mujeres rifeñas, guardianas de la tradición y pilares de la comunidad, incluso en tiempos de escasez de recursos.

No obstante, es importante recordar que esta conexión no se limita a las fronteras geográficas del Rif,[1] ya que muchas personas migradas «procedentes de Marruecos» son rifeñas y llevan consigo esta herencia y establecen un diálogo intercultural que nos recuerda que nuestras bases y raíces comunes pueden encontrarse en muchas zonas de la península (gastronomía, arquitectura, poesía, música, etc.). La influencia de la cultura rifeña se ha extendido por diversas regiones, creando puentes de entendimiento y coexistencia hasta en lugares lejanos.

La forma de vida de los imazighen en el Rif está marcada por su fuerte identidad y resistencia histórica a la asimilación colonial. Una forma de emancipación basada en una cultura y lengua propia (el tarifit o rifeño), a pesar de haber estado siglos sin ser reconocida en el territorio. En la región, según la Alta Comisión de Planificación de Marruecos, las personas que hablan tarifit representan el 77,9 %, frente a las árabes procedentes de diferentes zonas de Marruecos y a las rifeñas arabizadas. Desde mediados de los cincuenta, con la entrega del territorio rifeño por parte de España a Marruecos en 1956, las estrategias de arabización en el Rif han sido constantes, lo que ha supuesto la pérdida paulatina del rifeño en varias provincias. Una de ellas ha sido la islamización e implantación de escuelas coránicas y su promoción en las mezquitas. El mantra predicado por los imanes en las jotbas, asegura que la mejor lengua posible con la que manifestarse es la árabe, «la lengua de dios». Desde la existencia del pueblo amazigh en el territorio (anterior al árabe) nunca se ha tenido la posibilidad de hablar la lengua en espacios oficiales, en los colegios, en los juzgados… Esta situación ha supuesto que nuevas generaciones de la diáspora europea insistan en conservar la lengua, único vehículo para sentirse ligado a una tierra madre que fue ninguneada, pero que siguió aferrada a sí misma a pesar de todo.

El legado animista, junto con la llegada del islam al Norte de África, ha dado lugar durante cientos de años a un sincretismo religioso distintivo, aunque en las últimas decadas ha habido un abandono de las prácticas espirituales y tradicionales, ya que el islam ha ganado terreno en el pueblo rifeño. El documental Ziara, más allá del umbral, dirigido por Sonia Gómez, refleja cómo los morabos han sido y siguen siendo espacios fundamentales de peregrinación espiritual donde convive la naturaleza con los santos, lugares en los que se comparten remedios medicinales naturales, se exponen experiencias y prácticas con las plantas para sanar el alma y el cuerpo.  «En algunas zonas del Rif, los morabitos[2] son símbolos vivientes de la armoniosa coexistencia entre la cultura amazigh y la fe islámica, entrelazando lo ancestral con lo espiritual», aclara Monaim Ouarghi, sociólogo y activista rifeño.

Poetizar el territorio

La música es un elemento esencial para adentrarnos en la compleja manifestación cultural de un Rif históricamente asediado y también es fundamental para comprender las prácticas tradicionales y la transmisión oral arraigadas en esta comunidad. En palabras de Mouhamed Soultana, un poeta y artista rifeño: «La música ha sido nuestro medio de expresión poderoso y silencioso durante tiempos de opresión y desafío. A través de sus melodías, dábamos voz a nuestras frustraciones y anhelos, resistiendo de manera sutil, pero decidida». Las letras de las canciones rifeñas, en su mayoría, se entrelazan profundamente con la tierra, fomentando una conexión íntima con la naturaleza y enfatizando la importancia de la sostenibilidad y el equilibrio. Estas composiciones se transmiten de boca en boca, de generación en generación, representando una forma de heredar la lengua, las historias y los valores culturales asociados.

Cabe destacar que para garantizar la perdurabilidad de la lengua dentro y fuera de las fronteras, no es suficiente una tradición oral sin la reivindicación del idioma en todas las esferas institucionales, educativas, culturales, políticas, etc. Mantener viva la identidad del pueblo rifeño es un desafío, no solo para potenciar la cultura amazigh. Es necesario reflejar y poner sobre la mesa las desigualdades que sufre este pueblo en un contexto político institucionalizado que busca estandarizar una lengua con el fin de seguir manteniendo un estatus de poder frente a un territorio oprimido históricamente.

 

 
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Agricultura de terrazas en Ayth Tuzin. Foto: Mourad El Hankari

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Formas de almacenamiento y conservación de la paja, cubierta con una red. Foto: Mourad El Hankari

Los sonidos emanados por instrumentos como el adjun, la tamja y la ighita, caracterizados por ritmos alegres y melodías melancólicas, son acompañados de voces colectivas (izran), poetizando una forma de ser y de habitar el territorio. Tanto es así que la única manera de mantener la cultura amazigh de más de 3 millones personas migradas es a través de la música, donde numerosas figuras artísticas (Suyth Izran, Khalid Izri, Syphax band, Imatlae, Thifridjas, Inumazigh, etc.) comparten con la diáspora rifeña en Europa, el canto a la vida a través del famoso «Lalla Buya», estribillo de poemas musicalizados transmitidos por las mujeres de generación en generación y que hace mención al nombre de la mítica reina amazigh.

La constante mención en la música de temas relacionados con las cosechas, la siembra, la tierra fértil, las montañas, el cielo, la lluvia no son casuales, sino fruto de la inspiración en las características orográficas y la forma de agricultura del Rif. A pesar del clima mediterráneo, con veranos secos e inviernos húmedos, la comunidad rifeña persiste en trabajar la tierra: «Los campesinos del Rif nos mantenemos firmes en nuestra labor de trabajar la tierra con esmero y paciencia. La tierra representa nuestra vida, nuestro sustento diario y el legado que queremos dejar a nuestros hijos, relata Aïssa Ouardani, campesino de 47 años perteneciente a la tribu deIbaquyen, Aduz (Alhucemas). Las diferentes personas entrevistadas coinciden en que la tierra es su fuente de vida, su sustento diario, su legado preciado. Más allá de las cosechas que no siempre colman sus necesidades, su «conexión con la tierra trasciende lo material». 

El respeto por la tierra y las prácticas tradicionales en el Rif, como la agricultura en terrazas, reflejan un modo de hacer y de estar con el territorio. «Modificamos ingeniosamente la tierra para prevenir la erosión y aprovechar terrenos que, de otra forma, serían difíciles de cultivar», apunta Aïssa Ouardani.

Con el fin de optimizar los nutrientes y mejorar la salud del suelo, Aïssa comparte junto a otros agricultores de la zona el respeto por la tierra, atendiendo a diferentes prácticas agrícolas heredadas de generación en generación: «La rotación de cultivos, el uso de abonos orgánicos y el control natural de plagas son sostenibles y respetuosas con nuestro entorno, además de conservar la salud del suelo y disminuir la necesidad de intervenciones químicas».

La naturaleza montañosa, inspiración y protección

La naturaleza montañosa del Rif ha dejado una huella en la forma en que el pueblo percibe el mundo que lo rodea. Las montañas, símbolos poderosos de resistencia y fortaleza, representan refugio, seguridad y protección para la comunidad. La tierra en estas montañas es sagrada y actúa como un vínculo con los ancestros y lo divino.

La observación de la naturaleza, sus estaciones, las lluvias y el crecimiento de las plantas ha influido en la percepción del tiempo y la vida en la cultura rifeña. La naturaleza enseña sobre la renovación, la regeneración y el ciclo eterno de la vida. Estos ciclos se reflejan en muchas de sus festividades y celebraciones. «Aprendemos de la naturaleza, nuestra maestra, sobre cómo todo está interconectado», asegura el campesino rifeño, Khalid Rais. «La vida no se trata de acumulación, sino de equilibrio», añade.

En la cultura del Rif, las plantas y los animales tienen un gran significado. Por ejemplo, el olivo representa paz, prosperidad y longevidad, mientras que el cedro simboliza fuerza y resistencia. Los rebaños y pastores representan la conexión con la tierra y la biodiversidad. «Estos símbolos nos enseñan que la verdadera fortaleza radica en vivir en armonía con el medio ambiente y entre nosotros», reflexiona Khalid.

En el Rif, el mar simboliza mucho más que agua; representa libertad, oportunidades y un vínculo con otras culturas. Según Monaim, «el mar nos enseña que nuestra libertad y crecimiento están conectados con el mundo».

La espiritualidad rifeña se arraiga en la naturaleza, donde creencias y rituales se entrelazan con elementos como árboles, rocas, agua y cuevas. «El entorno natural es nuestro espacio sagrado, un espejo que revela nuestra auténtica identidad en este mundo», afirma Monaim. El sol y la luna también tienen un significado especial: el sol aporta luz y vitalidad, mientras que la luna simboliza sabiduría y feminidad. Para Khalid, «cada amanecer y cada luna llena nos recuerdan nuestra conexión con la vida».

La alimentación como celebración de la naturaleza

En las montañas del Rif, la dieta rifeña canta las notas de la naturaleza. Este es un retrato de una alimentación en la que cada bocado es una conexión con la geografía y el clima únicos del Rif. La base de esta dieta es una sinfonía de cereales, como cebada y trigo, tejidos en forma de pan (aghrom, en rifeño). El aceite de oliva y las aceitunas son parte fundamental, y se incorporan diariamente en la primera comida, junto al ritual del té.

«A través de la tradición oral, nos han transmitido las recetas y técnicas culinarias de generación en generación», comparte Alia. La sopa de legumbres, por ejemplo, es un platillo que se aprecia en preparaciones casi rituales y es especialmente relevante durante el Ramadán y en los desayunos invernales de los campesinos.

Otro componente fundamental es el zembu, [3] una harina fina elaborada a partir de harina de cebada tierna, machacada y tamizada. La fracción más gruesa y sin tamizar se denomina dchicha y se prepara de forma similar al cuscús. Los cereales ocupan un lugar esencial en esta dieta; se consumen tras un ligero tostado, molidos y hervidos en agua, procedimiento denominado tazzamit, en rifeño, práctica aún vigente en la actualidad. Antaño, la cebada también se consumía de esta manera y de otras múltiples formas. «La cocina rifeña valora la sencillez y autenticidad, y ensalza el uso de ingredientes locales preparados de manera simple para resaltar su sabor natural y nutritivo» (León el Africano)[4]. Las frutas y verduras frescas de temporada son indispensables, al igual que las legumbres como garbanzos, lentejas y habas, fuentes notables de proteínas.

La cercanía al mar se refleja en la relevancia de los pescados y mariscos, consumidos frescos o integrados en platos tradicionales. La carne, especialmente cordero y pollo, se consume con moderación y se prepara en mamita o tajin. Los productos lácteos, como queso y leche, también tienen su espacio en esta dieta equilibrada.

Además de su carácter nutritivo, la comida juega un papel central en la cultura rifeña. La cocina implica un reconocimiento del tiempo como factor esencial de la vida humana. Además, ha sido y es un espacio fundamental para relatar historias, contar cuentos y hablar de los alimentos cultivados y de las cosechas. «Comer juntos es una celebración de nuestra comunidad y una forma de transmitir nuestros valores», comparte Alia. Define estos momentos alrededor de la mesa como una oportunidad para transmitir tradiciones y fortalecer vínculos afectivos, dando lugar a la hospitalidad que define al pueblo rifeño.

Sin embargo, esta armoniosa relación entre la alimentación y la naturaleza enfrenta desafíos contemporáneos. La urbanización y el cambio climático reducen la tierra cultivable y alteran los patrones de lluvia y la disponibilidad de agua. «Preservar nuestras prácticas agrícolas tradicionales es resistir frente a estas amenazas y abogar por un futuro más sostenible y en armonía con la tierra», concluye Aïssa, destacando la importancia de esta sabiduría campesina en la resistencia actual. Cada plato se convierte en un acto de resistencia y mantiene viva la conexión entre la alimentación y la naturaleza en un mundo en constante cambio.

Desafíos y modernidad

La cultura rifeña se enfrenta a una serie de desafíos profundos y complejos en la actualidad, que incluyen la arabización, la migración forzada, la urbanización, el cambio climático y la escasez de agua. Estos obstáculos tienen un impacto significativo en la identidad cultural y la relación de la población rifeña con su entorno natural. La urbanización y explotación de recursos dañan los ecosistemas locales y ponen en riesgo la biodiversidad y la calidad del aire y el agua en el Rif. Para asegurar un futuro sostenible, es crucial abordar estos desafíos y encontrar soluciones que promuevan la preservación de la cultura rifeña.

 
   Nos sentimos atrapados entre nuestro profundo amor por la tierra y la necesidad imperante de buscar oportunidades fuera del Rif.   
 

Además, las políticas migratorias promovidas por el gobierno marroquí están exacerbando la desconexión entre su cultura arraigada en la naturaleza y la población rifeña. Mounaim, entre otros, articula este dilema con gran sinceridad: «Nos sentimos atrapados entre nuestro profundo amor por la tierra y la necesidad imperante de buscar oportunidades fuera del Rif». Muchos rifeños se ven obligados a migrar hacia áreas urbanas o incluso a Europa, llevándose consigo un fragmento de su corazón y dejando atrás no solo tradiciones, sino también la conexión íntima que compartían con la tierra.

«Nuestro desafío radica en encontrar el equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo, para que no perdamos nuestra identidad en este proceso», plantea Khalid al referirse a lo que se enfrentan las futuras generaciones. Están en una encrucijada, debatiéndose entre preservar sus tradiciones y adaptarse a un estilo de vida donde el capitalismo y los ritmos frenéticos rompen esta forma de ver el mundo.

Las políticas demográficas del régimen marroquí, como la migración forzada, impactan significativamente al desplazar a la población local rifeña y sustituirla por personas marroquíes, a quienes encomienda ocupar los espacios de poder institucional y militar amenazando la identidad rifeña.

En este complejo escenario, las políticas gubernamentales, incluyendo la construcción de presas y la expropiación de tierras, exacerban la situación al privar a gran parte del campesinado del acceso vital al agua, esencial para su actividad y formas de vida. Este enfoque impuesto por el gobierno presenta desafíos fundamentales para la preservación de la cultura, el idioma y las tradiciones rifeñas, generando tensiones y preocupaciones sobre la coexistencia, la equidad y la diversidad en la región.

Es urgente abordar estos desafíos de manera integral, fomentando una economía equitativa y sostenible, al tiempo que se promueva la conciencia sobre la importancia de la naturaleza en la cultura rifeña. Las futuras generaciones, como explican las personas mayores entrevistadas, son las que deberán valorar y proteger tanto su herencia cultural como su entorno natural, buscando una armonía entre lo ancestral y lo contemporáneo.

Abdelmouhsine El Farissi y Amal El Mohammadiane Tarbift



[1] El territorio rifeño, al noroeste de África, se extiende por toda la costa mediterránea hasta la ciudad de Fez en el sur, la frontera con Argelia al este y abarca las provincias de Alhucemas, Nador, Driouch y las regiones de Yebala y Gomara.

[2] Los morabitos, también conocidos como «zawiyas» o «zaouias», son sepulcros en los que han sido enterradas personas consideradas santas. Además, suelen estar en lugares donde la vegetación es abundante y muchas de las plantas que cubren la sepultura o la rodean son medicinales. Por estos motivos, son lugares de culto para muchas personas.

[3] Caubet, D. y Aumeeruddy-Thomas, Y. (2017). Céréales, pains, levains et fours dans la région d'El Hoceima, Revue d’ethnoécologie. https://doi.org/10.4000/ethnoecologie.3070

[4] Citado en Rosenberger, B. (1980). Cultures complémentaires et nourritures de substitution au Maroc (XVe-XVIIIe siècle). En: Annales. Économies, Sociétés, Civilisations 35, 3-4. https://doi.org/10.3406/ahess.1980.282648

 

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