El agua como razón de vida en el Rif
Amal El Mohammadiane Tarbift y AbdelMouhsine El Farissi
El río Nekor. Foto: Guillermo Booth
Uno de los pueblos más cercanos que tenemos (en muchos sentidos) es el pueblo rifeño, sumido en una lucha muy poco visible por su dignidad y su soberanía y que está íntimamente relacionada con su identidad rural y con su relación con el agua.
ɣari ṭamaṭ inu
lallas n timura
arbiε ns itccaεxicc
D waḍfar x idurar
azri ns wayadji
Mara ḍi danya
Waxa ṭakit ṭakmar
Zagmazwa ar unaga
Arabḥa n Buyafar
Ayadmam deggiri
Waṭufid aqrin nex
Ura ḍi ṭaziri
Ayadrar uḥadruf
ɣak reεwin ikessi
ɣak reεwin daraḥmaṭ
Isaxsay ṭimessi
Khalid Yachou (Izri)
Tengo mi tierra
la madre de todas
su hierba destella y brilla
cuando nieva sobre las montañas.
Su belleza no existe
en otros rincones del mundo.
El mar de Buyafa es un diamante en el cuello
se encontrará al gemelo cuando la luna esté llena.
El Monte Uhadruf aguarda la contención del viento
incluso este puede apagar el fuego.
«Si la gente encontrase agua, volvería al campo». Jachi Jadouch, campesina de 89 años, tras toda una vida dedicada a la agricultura, ha tenido que reducir su actividad a cuidar sus tres vacas para vender la leche en el mercado. Pasó de tener una veintena a verse obligada a venderlas. «No teníamos para alimentar a la familia debido a la escasez de agua en la zona». Esta limitación la ha llevado a la tristeza y al anhelo de aquellos momentos «de abundancia y dignidad». Y es que la memoria campesina del Rif y su cultura de gestión del territorio es, sin duda, una de las señas de identidad de esta región ocupada, marginada y abandonada históricamente por los gobernantes de Marruecos.
El territorio rifeño, al norte de Marruecos, se extiende por toda la costa mediterránea hasta la ciudad de Fez en el sur y abarca las provincias de Alhucemas, Nador, Driouch y las regiones de Yebala y Gomara. De los más de un millón de habitantes que residen en el Rif central, el 44 % viven en entornos rurales, según Haut Commissariat au Plan (HCP).
De cultura mayoritariamente amazigh, el pueblo rifeño se caracteriza por tener lengua e identidad propias. Desposeído de una estructura de poder centralizado, tenía una multitud de alianzas creadas a partir de estructuras tribales. En sus tradiciones políticas[1] es destacable la asamblea (agraw), cuya organización se basaba en las comunas, que establecían sus propias normas (izarfan) al margen de la figura del sultán, que solo tenía el poder religioso en la zona.
Memoria campesina e identidad rural en el Rif
Habiendo tenido su propia estructura política republicana a principios del siglo xx, el Rif pasó a ser una región reprimida por el sistema colonial español-francés y, posteriormente y hasta hoy, por el gobierno marroquí. En octubre de 2016, tras el asesinato del vendedor de pescado Mohsin Fikri, las protestas espontáneas, apoyadas por miles de personas, se transformaron en un importante movimiento social, Hirak, capaz de articular las demandas sociales de la región.
La dependencia de la agricultura para la subsistencia de la población es fundamental para entender las reivindicaciones sociales de este movimiento, una de cuyas demandas hace referencia al rescate de la memoria y la gestión de agua.
El proyecto «Estudio y mejora de los sistemas tradicionales de regadío», que llevan a cabo la Facultad de Ciencias Técnicas de Alhucemas y la Universidad de Granada, pone de manifiesto la importancia de la recuperación de la identidad agrícola ligada a la identidad cultural: «Lo que nos ha empujado a investigar es conocer la situación del riego tradicional y el problema que conlleva la escasez de recursos», recalca Mohamed Andalusí, presidente de la asociación ecologista AZIR de Alhucemas, que defiende los sistemas de regadío tradicionales frente a la modernización hídrica. Mediante la elaboración de una cartografía de la red de acequias, han puesto de manifiesto la complejidad y el alto conocimiento del terreno que tiene el campesinado rifeño. «Estas son herramientas de adaptación al cambio climático que han demostrado ser sostenibles y resilientes, al menos durante 1000 años», explica el investigador. Estos sistemas de uso del agua y de gestión de los suelos generan una importante biodiversidad que es clave en la recarga de acuíferos, por tanto, cumplen toda una serie de servicios ecosistémicos más allá de la producción agrícola. Además, «mover el agua de abajo hacia arriba, recogerla en las cuencas de los ríos y, mediante trabajos de inclinación, subirla a las terrazas que construye la gente a un lado y otro del río es una obra de ingeniería tradicional muy eficiente energéticamente», subraya Andalusí.
Una campesina descansa sobre una piedra observando el paisaje del Nekor. Foto: Mouhamed Elmoussaoui
Mujer trabajando la tierra en Rabae Taourirt. Foto: Mouhamed Elmoussaoui
Los cambios en los usos del agua
Jachi Jadouch recuerda cómo el agua recorría las acequias hasta regar los campos de manera abundante y sin «problema o miedo de que se acabara». La relación que tiene la gente con este recurso, añade, ha sido el motivo de riqueza y salud en la comuna montañosa de Ajdir, donde viven más de 5000 personas dispersas en fincas.
Los procesos de modernización, intensificación e industrialización, junto con el crecimiento de consumo de agua en terrenos urbanos, está cambiando los sistemas paisajísticos y la gestión tradicional del agua, con importantes consecuencias en la zona cercana al río Nekor, que recorre 100 km al este de Alhucemas, una zona ya gravemente afectada por la construcción de una presa en 1975 que desvió agua para uso urbano.
Las irregularidades del plan de urbanismo promovido por las oligarquías marroquíes han llevado a la construcción de viviendas en zonas donde antes se infiltraba el agua, lo que ha hecho que el campesinado haya tenido que buscar agua cada vez a más profundidad, aumentando el índice de salinidad y dificultando la práctica de la agricultura.
Andalusí incide en cómo el gobierno no valora el trabajo de los que aún practican ese tipo de agricultura: «No hay subvenciones ni ayudas y quienes pueden aguantar son personas que, digamos, tienen algunos recursos de más o que lo hacen por el amor a la tierra. Otros practican la agricultura de subsistencia, es decir, cultivan lo que ellos mismos necesitan para comer». La superioridad de la mirada dualista del mundo rural que se estableció temprano en la historia agraria del país, y que se ha perpetuado hasta hoy, siempre ha opuesto lo moderno a lo tradicional, lo grande a lo pequeño, el regadío al secano.
Escasez de agua y migración
Nos quieren limitar de acceso al agua para gestionar nuestros campos, y esto está llevando a miles de personas a huir a Europa por la falta de condiciones dignas.
Jamal El Khatabi es vecino de Ajdir y geólogo. Los recursos con los que vivieron sus abuelos, su manera de conectar con la tierra y la necesidad de relacionarse con ella le han llevado a reconocer e identificar los mecanismos de represión y expropiación de su identidad rural por parte del Estado marroquí. «Nos quieren limitar de acceso al agua para gestionar nuestros campos, y esto está llevando a miles de personas a huir a Europa por la falta de condiciones dignas», señala El Khatabi.
Ocurre lo mismo en otras comunas del Rif, como Chakran, donde vive la joven campesina Yousra Bouzalmad. Muchas personas están siendo obligadas a abandonar sus tierras, ya que «desde la infancia piensan en migrar y esto impide mirar el propio territorio como algo realmente productivo».
La migración rifeña, sobre todo proveniente de zonas rurales, ha crecido de manera considerable. Desde 2017 hasta hoy (octubre de 2021), han llegado a Andalucía 36 731 personas rifeñas, según APDHA (Asociación Proderechos Humanos de Andalucía) y Arrifdaily.com.[2] La represión, las detenciones de manifestantes en Alhucemas y la situación económico-social propiciaron no solo un aumento de las salidas en pateras de jóvenes rifeños hacia la península, sino también por primera vez, de familias enteras provenientes de zonas campesinas, según la organización Alarm Phone.[3]
A esto hay que añadir que el cierre de las fronteras con Melilla y Ceuta por el COVID-19 ha conllevado la asfixia económica y social de miles de familias que dependían de la venta transfronteriza de productos de primera necesidad a Marruecos, lo que ha hecho que aumente la migración a Europa de personas de las provincias de Nador y Tetuán. Más de 30 000 personas cruzaban este espacio fronterizo para ganarse un sueldo y, en su mayoría, eran mujeres que cargaban los bultos sobre sus espaldas y no en carretillas porque la legislación marroquí solo permitía que las personas entraran en su territorio con lo que llevaran en su cuerpo.
«Hay pocas manos que trabajan la tierra, porque algunos ya habían muerto, otros se los ha tragado el mar, y muchos se fueron a Europa a buscarse la vida ante la falta de agua y recursos básicos», dice Jadi Jadouch con tristeza. Jamal El Khatabi añade que el Estado marroquí no hace posible una vida digna con derechos ni reconoce la cultura amazigh: «Es como si no existiéramos para ellos, de ahí que vivamos en constante rebeldía».
A todo ello, hay que sumar la ausencia de infraestructuras y servicios básicos como la educación y la sanidad en las zonas rurales: «Para poder estudiar o ir al médico tienes que desplazarte a entornos urbanos lejanos, como Tetuán, y si no puedes o no tienes la solvencia económica, te mantienes lejos de todo», recalca la joven campesina y estudiante de Derecho Yousra Bouzalmad.
Arraigo e identidad rural
A pesar de este éxodo rural, siempre hay una intención de volver. Samir Afkir, natural de Rabae Taourirt, era campesino y presidente de la Unión de cooperativas de agricultores de Alhucemas y tuvo que abandonar su actividad agrícola e irse a Tánger junto con su familia para «trabajar de camarero y poder ahorrar dinero para volver al campo». En su testimonio menciona que la gente joven debe tomar conciencia de la importancia de estar ligada a la tierra; de lo contrario, «perderá su identidad porque, precisamente, es lo que busca el Gobierno marroquí, desligarnos de nuestras formas de gestionar el territorio».
Esa conciencia y resistencia existe. Muchas familias han decidido quedarse y luchar por su tierra. «En la cuenca del río Nekor, a la subida a Bouarma, hemos descubierto que la gente aún conserva parcelas muy pequeñas, muy diversificadas y con una gestión muy acertada y avanzada del agua. Y todos allí respetan las leyes no escritas de lo que aquí llamamos «nnubath», los turnos del uso del agua y la gestión comunitaria de los campos», afirma Andalusí.
Yousra compatibiliza su actividad agrícola con los estudios de derecho. Con tan solo 22 años ya es conocedora de la tierra que la vio crecer y cultiva alimentos con esmero y dedicación junto a su madre y su hermano pequeño. Concibe el campo como una forma de vida indispensable para «estar en paz, sosiego y calma con una misma y con el territorio». De alguna manera, añade, «cuando voy a Tetuán a pasar los exámenes, pienso en el campo, en cómo estarán la tierra y los cultivos, y en mi madre». Ríe cuando se le pregunta si prefiere estar ahí o en la ciudad, y confiesa que aunque la climatología de la zona montañosa donde vive es «dura y extrema», la prefiere: «Aunque pasemos mucho frío cuando nieva en invierno y calor en verano, merece la pena ver cómo cuidamos el terreno de mis antepasados. Mi madre y yo preferimos estar aquí a pesar de que mi padre nos envíe dinero desde España para que vivamos en la ciudad y estemos cerca de los servicios básicos (educación, hospital…)».
Resistencia campesina
La agricultura en el Rif contribuye a mantener la solidaridad comunitaria y a fortalecer el capital social.
Trabajar la agricultura n'Thamath (‘de la tierra’), como explica emocionada Jachi Jadouch, es la razón de ser de las rifeñas. «Nosotras hemos estado siempre ahí, conservando la memoria de nuestros antepasados, gestionando el agua de forma eficiente, cultivando y transformando los alimentos y cuidando de los animales y de nuestros mayores».
Ellas son las encargadas de la transmisión de la memoria oral a través de los izran,[4] que marcan «nuestra identidad», subraya la octogenaria campesina mientras canta un par de ellos durante la entrevista.
Que la agricultura propia consiga alimentar a la población se considera un ejercicio de la soberanía nacional en el Rif. Mujeres como Jachi Jadouch acumularon conocimiento y experiencia en áreas estratégicas para la promoción de la soberanía alimentaria. Aunque su conocimiento y su importancia como sujetos políticos son poco valorados y reconocidos, dos generaciones después, vemos que Yousra quiere seguir conservando los valores ligados al Rif, como el thwiza (dinámica del tornapeón), el modo de compartir el trabajo campesino. La agricultura en el Rif contribuye a mantener la solidaridad comunitaria y a fortalecer el capital social. «Adaptar las condiciones climatológicas y recuperar la memoria de los frutos que siempre se han dado, como el almendro, el olivo, la vid y la higuera, es lo que nos permite quedarnos aquí porque es lo que históricamente funcionó», concluye la joven.
La importancia de la conservación de la identidad rural, la defensa del territorio y la lengua es en lo que coinciden todas las personas entrevistadas, preocupadas por el futuro del Rif. «Si queremos conservar nuestra identidad, los rifeños tenemos que gestionar nuestro propio territorio, porque, de no ser así, no doy más de 50 años para que nuestra lengua se pierda. Por eso es importante organizarnos y fijar estrategias porque no podemos consentir la pérdida de terreno y la expropiación de nuestra cultura», concluye El Khatabi.
[1] Martín, M. (2002). El colonialismo español en Marruecos (1860-1956). Club de Amigos de la Unesco.
[2] Medio de comunicación independiente que trata temáticas relacionadas con la población rifeña.
[3] Red autoorganizada para los refugiados en peligro en el mar Mediterráneo.
[4] Versos cantados de tradición oral en El Rif. En su mayoría, las mujeres han sido las portadoras de esta tradición musical.
Amal El Mohammadiane Tarbift
Periodista e investigadora en comunicación social
AbdelMouhsine El Farissi
Sociólogo y periodista
Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo