Àgueda VITÒRIA
Foto: Paco Gracia
En tierra las iniciativas agroturísticas que complementan el alojamiento en el rural con el acercamiento al proceso de producción de alimentos provenientes de la agricultura y la ganadería llevan décadas consolidadas. Por el contrario, el mar y el trabajo de la pesca extractiva han estado hasta ahora vetados a esa posibilidad. Regulada ya la presencia de turistas a bordo de buques de pesca, ¿qué supone realmente esta posibilidad para el sector?
Pocas veces un despertador antes de las cuatro de la mañana suena por gusto. Para unas, rutina diaria asumida de manera más o menos resignada, más o menos feliz: trabajo, sin más. Para otras, el comienzo de una larga jornada por la que han desembolsado una cantidad nada desdeñable (las experiencias de turismo pesquero en barcos de arrastre varían entre los 85 € y los más de 200 € según el lugar en el que se realicen) y ante la cual se muestran entre expectantes y atemorizados. Y no es para menos: el medio en el que se mueven ahora les es del todo ajeno. En tierra las actividades agrícolas y ganaderas son visibles y forman parte del paisaje cotidiano no solo en el campo, sino también en las afueras de las ciudades; en cambio, la actividad pesquera permanece alejada de la mirada de quien no se dedica a ella, la gran desconocida, mientras llenamos el carro de la compra con sus productos —cada vez menos, cada vez peor—, ignorantes ante un oficio del que lo desconocemos todo.
Hagamos la prueba: ¿eres capaz de citar más de diez especies comerciales de pescado? Más aún: ¿eres capaz de citar más de diez especies comerciales de pescado de proximidad? Sitúate frente al mostrador de una pescadería: ¿sabrías explicar cómo ha sido capturada cada una de las especies a la venta? ¿Mediante qué artes? ¿En qué zonas? Cada vez más desconectadas de los procesos de extracción y producción de los alimentos, urge para las personas consumidoras un acercamiento real a estos si lo que pretendemos es garantizar la supervivencia de un sector en constante estado de alerta desde hace décadas y para cuyo futuro existen pocas certezas en un escenario de cambio climático y consecuencias sobre las especies marinas, la sobreexplotación de los caladeros, el encarecimiento de los combustibles fósiles o la ausencia de relevo generacional.
¿Puede contribuir a revertir esta situación una actividad turística que se desarrolla principalmente en destinos de costa ya saturados? Es difícil responder, difícil cuantificar aún los resultados y, aunque la trayectoria ya consolidada del turismo pesquero en países como Italia pueda servir de ejemplo, aquí todavía navegamos en pañales, con un Real Decreto aprobado este 2019, unos antecedentes y una aplicación desigual en el territorio: en Catalunya, llevan años ofreciendo actividades de pescaturismo que no acaban de despegar; en Mallorca, el producto se ha establecido especialmente entre el turismo extranjero; en el País Valencià, está arrancando con fuerza en diversos puertos haciendo hincapié en el aspecto divulgativo. Andalucía, Canarias o Galicia avanzan también en la activación y la consolidación de diferentes iniciativas, en muchas ocasiones coordinadas a través de los Grupos de Acción Local de Pesca (GALP), quienes deberían cumplir un papel fundamental en la dinamización y la puesta en marcha de iniciativas de diversificación en el sector.
Por el momento, las embarcaciones de artes menores (trasmallo, palangre, cadufos...) son las que mayor interés despiertan, mientras que las de arrastre tienen una incidencia relativamente menor. La comercialización de la experiencia en las primeras parece, a priori, menos complicada: se faena cerca de la costa, la duración de la actividad raramente supera las cinco o seis horas, pueden participar niñas y niños desde los cinco años y el coste es inferior al de la experiencia en embarcaciones de arrastre. En estas últimas, la duración de la actividad no suele bajar de las diez horas, la costa queda fuera del alcance de la vista, el mareo es frecuente y aunque el precio está más que justificado, lleva a pensárselo dos veces. Si a los inconvenientes obvios, como las condiciones atmosféricas, añadimos que la actividad de pescaturismo solo puede realizarse en días laborables —o sea, de lunes a viernes—, es evidente la dificultad de comercialización de este tipo de experiencias.
El número de participantes está sujeto a las limitaciones de eslora de las embarcaciones y cualquier modalidad de pesca profesional puede adaptarse para la actividad de pescaturismo, pero la duración máxima es de 24 horas. Queda excluida, por tanto, la posibilidad del embarque en mareas de varios días, una opción que habría facilitado, por otro lado, la visibilización del trabajo en las pesquerías de altura; quizá como producto turístico algo difícil de encajar, pero la extensión del decreto habría permitido, por ejemplo, reducir los trámites para el embarque de periodistas o profesionales de divulgación. No perdamos de vista que la valoración de un producto alimenticio cambia, de manera positiva, desde el momento en el que ponemos cara a quien lo produce. Y no digamos ya cómo esa relación se transforma cuando conocemos todo el proceso de primera mano, incluso siendo partícipes de él.
Foto: Àgueda Vitòria
Foto: Àgueda Vitòria
Las experiencias
A las cuatro y media de la mañana todavía es de noche. Al silencio se le van añadiendo motores en marcha; transforman el espacio sonoro en el que supone el primer golpe para el grupo de turistas. No acabo de encontrarme cómoda llamándoles turistas o pescaturistas. Las connotaciones negativas que ha adquirido el término hacen que, incluso con el convencimiento de que el modelo que proponemos no es el convencional , siga siendo algo incómodo emplearlo; más aún, cuando partimos de lugares saturados. Y todavía más cuando creo, firmemente, que el público potencial de esta actividad debería ser, para empezar, la población local. Volveremos sobre esto, por el momento vamos a dejarlo en turistas. Al ruido ensordecedor se le suma el olor del combustible, segundo golpe. La tripulación reparte chalecos salvavidas y recomendaciones de seguridad. Nadie que nunca haya estado antes en él sabe muy bien cómo moverse sobre un barco de arrastre; faltan agarraderos y sobran maquinaria y movimientos. Habrán de pasar once horas hasta que volvamos y un primer café con algo sólido para acompañar es tan buena opción como echarse a dormir hasta el momento de calar. Hay quien anota mentalmente vocabulario y definiciones: ya no las olvidará nunca. Hay quien duerme y hay quien no quiere perderse nada, quien busca la foto de la salida del sol sobre el mar. Aunque ocurra todos los días.
Amadeu, Ignacio, Rafa, Juan Antonio, Batit, Vicent, José Luis, Adelino, Mircha, Salvi, Jesús, Iván, Pepe, Hamil… Es importante poner cara y nombre a las personas que hacen posible la llegada del pescado a tu mesa. Poder compartir con ellas cinco, seis, once horas de trabajo es mucho más que pagar por una experiencia que contar después, mucho más que cuatro fotos con gambas rojas que no caben en la palma de la mano. Doce años después de mi primer contacto con la pesca profesional, y desde el presente trabajando en proyectos de turismo pesquero, poner un pie en la cubierta de un barco sigue siendo sinónimo de aprender. Por parte del turista, es necesaria la predisposición a ello, esencial. Es la mejor manera de que la actividad sea realmente transformadora, de que nada sea igual la próxima vez que pise una pescadería. Y aunque probablemente ya lo haya dicho y con toda seguridad volveré a repetirlo a lo largo de este artículo, no sobra decirlo una vez más: no se trata de pasear a gente por el mar. El pescaturismo no surge como una actividad turística más: surge como complemento económico para los pescadores ante la necesidad de diversificación en el sector y ha de servir como herramienta de promoción que incentive el consumo de pescado de proximidad.
No se trata de pasear a gente por el mar. El pescaturismo no surge como una actividad turística más: surge como complemento económico para los pescadores ante la necesidad de diversificación en el sector y ha de servir como herramienta de promoción que incentive el consumo de pescado de proximidad.
A las siete de la mañana una alarma avisa a las durmientes. Empieza la maniobra de calado, que durará una media hora, y tras las puertas aún bajarán centenares de metros de cable. La gamba roja no está precisamente cerca; durante las siguientes horas, el bou barrerá el fondo en su búsqueda. La impopularidad del arrastre suscita preguntas frecuentes entre el grupo de turistas. Amadeu, patrón de Xàbia en una barca que practica el pescaturismo, utiliza con frecuencia una comparación ante las dudas: «Si tengo una excavadora y trabajo con ella sobre un yacimiento romano, ¿el problema es la excavadora?». El resultado final de la jornada acabará de esclarecer toda cuestión, pero aún es hora de otro café.
Las rutinas son diferentes en las barcas de artes menores. En ellas no existe el tedio de las horas vacías, todo transcurre con mayor rapidez. Algo vivo se mueve en cubierta casi todo el tiempo. La turista no solo embarca y mira; participa también de todo aquello que, con todas las garantías de seguridad, forma parte del día a día del trabajo en el mar. Toca, mata, clasifica, come. A veces hay suerte: el chorro de un cachalote, unos delfines listados saltando en la proa, calderones curiosos a un costado, un rorcual común, el salto de los peces espada, una tortuga que nada tiene de boba, o la compañía —más frecuente— de pardelas, alcatraces, gaviotas, paíños y charranes. Alguien, mientras tanto, limpia pescado para freír en el almuerzo: rayas picudas, brótolas, negritos. Hay unanimidad en el grupo de turistas: nunca habían comido nada de eso antes.
La cocina es uno de los pilares sobre los que debería sustentarse la mayor parte de las iniciativas destinadas a la diversificación pesquera. Desde la cocina parte todo y en ella podemos hallar solución a muchos problemas del sector. Pero esta es otra historia, también importante, pero otra. Ahora huele a arroz con gambas y pota, a cigala a la plancha, a guiso de rape. La cocina de barca merece su estrella y quienes ya la han probado aseguran que es una de las mejores cosas de la experiencia. Manos que conocen mejor que nadie el producto, frescura garantizada: la magia de la obtención de la materia prima, su transformación en la mejor versión de sí misma y la degustación en el lugar del que viene. Desde la cocina, podemos hablar de temporadas, de especies sobreexplotadas, del aprovechamiento del pescado de descarte o de escaso valor comercial. En pocas ocasiones se disfruta de esa proximidad, de esa ausencia de brecha entre el lugar en el que se produce y el lugar en el que se consume. En pocos lugares es posible, con tanta claridad y de manera tan directa, combinar ciencia, gastronomía, educación ambiental, patrimonio histórico y etnográfico, y, además, hacerlo de manera lúdica y participativa.
Foto: Paco Garcia
Foto: Iris Esteve
¿Qué es, qué queremos que sea el pescaturismo?
Tenemos todas las herramientas para ofrecer algo realmente diferenciador y pedagógico sobre la mar, la historia de las comunidades pesqueras, el patrimonio vivo inseparable de la profesión, el consumo de pescado o los problemas de los ecosistemas marinos. No podemos desaprovechar este altavoz cada vez que alguien sube por primera vez a un barco de pesca y aprende cómo se captura la gamba roja, cada vez que alguien asiste por primera vez a una subasta de pescado.
El enfoque de las administraciones y entidades que trabajan en la actividad ha incidido especialmente en el aspecto experiencial, como puro producto turístico; pero no debemos descuidar no ya el potencial, sino la necesidad de que el turismo pesquero se convierta en una herramienta divulgativa que se aleje del concepto de experiencia emocionante puntual. Sería un error concebir la actividad como una parte más del turismo activo para añadir a la larga lista de posibilidades que saturan nuestras costas, entre el alquiler de motos de agua y las excursiones en kayak. Tenemos todas las herramientas para ofrecer algo más, no solo a bordo de las embarcaciones de pesca, sino también en tierra; algo realmente diferenciador y pedagógico sobre la mar, la historia de las comunidades pesqueras, el patrimonio vivo inseparable de la profesión, el consumo de pescado o los problemas de los ecosistemas marinos. No podemos desaprovechar este altavoz cada vez que alguien sube por primera vez a un barco de pesca y aprende cómo se captura la gamba roja, cada vez que alguien asiste por primera vez a una subasta de pescado.
A pesar de la buena nueva de la regulación de la actividad, la mayor parte del camino sigue estando por recorrer. Con algunos aspectos en manos de las comunidades autónomas aún carentes de legislación (es el caso, por ejemplo, de la venta directa del producto) y otros que, en opinión del sector, requieren mejoras (especialmente en lo burocrático), en los próximos años podremos evaluar qué ha aportado en realidad esta posibilidad. Confiamos en que el turismo pesquero contribuya positivamente a la mejora del sector en un presente alarmante ante el descenso del consumo de pescado o las elevadísimas importaciones de productos del mar desde otros países sin que esto parezca importar demasiado a la población; en que ayude a la consecución de objetivos de sostenibilidad compensando la reducción del esfuerzo pesquero; que impulse la revalorización de una profesión necesitada de mano de obra joven, de la incorporación de nuevas sensibilidades en su gestión y de una mayor presencia de mujeres. Pero para eso, antes necesitamos saber qué queremos llegar a ser.
Àgueda Vitòria
Trabaja en proyectos de diversificación pesquera para la empresa social Trip&Feel.