Pino Delàs
El escenario bélico en el que nos encontramos no puede ocultar la crisis ecosocial que vivimos. La guerra pone de manifiesto los límites materiales del sistema y evidencia de nuevo que la globalización productiva y económica sirve de muy poco a la mayoría de las personas del mundo.
El campesinado, igual que otros colectivos profesionales, miramos con incertidumbre el futuro. En Catalunya, la población activa agraria representa menos del 2 % del total. Se deben comprender bien los peligros que comporta este hecho en términos de seguridad y soberanía alimentarias. Además, la media de edad en el sector es elevada, no hay relevo generacional a la vista. Los costes de los elementos básicos para trabajar y producir se han disparado: combustibles, fertilizantes, piensos, semillas, maquinaria y equipos… Pero, sobre todo, sufrimos por los precios percibidos por aquello que producimos y el trabajo que hacemos. Son del todo insuficientes y, con demasiada frecuencia, no cubren ni los costes de producción. El crecimiento exponencial en el consumo de combustibles fósiles vivido en las últimas décadas es responsable de las grandes emisiones de gases de efecto invernadero que han provocado el cambio climático. Esta circunstancia modificará sustancialmente las condiciones ambientales en las que son viables las producciones agrícolas y, por tanto, también la producción ganadera. Si no llegamos tarde, las personas que nos ganamos la vida produciendo alimentos nos adaptaremos.
El sector agroalimentario atraviesa una gran tormenta, pero el campesinado y las multinacionales alimentarias navegamos en barcos diferentes. La gente que vivimos del campo y del ganado no tenemos miedo al decrecimiento y, en cambio, sí nos provoca temor el abandono y el deterioro de los ecosistemas que posibilitan nuestra actividad. Por el contrario, las grandes empresas solo ven salida en la mejora de su tasa de beneficios a base de incrementar las desigualdades y dejar de asumir, si es necesario, los límites biofísicos del planeta.
En esta situación, la soberanía alimentaria se aparece como un horizonte ampliamente compartido al cual debemos aspirar, incluso se convierte en una necesidad para sobrevivir de forma justa en una tierra habitable. Sin embargo, no será fácil, no debemos confundir el deseo con la realidad. Para transformar el modelo de relaciones económicas actual, hace falta un sujeto social consciente de sí mismo, organizado, que anhele los cambios y que los protagonice. Es complicado, como siempre. Pero no es imposible, está demostrado.
El campesinado del presente nos encontramos en una posición estratégica en este conflicto. Defender el trabajo agrario frente al capital es crucial para imaginar y garantizar una alimentación segura y sana en nuestros pueblos y ciudades. Entre nosotros no existe el campesinado bueno y el malo. Existimos quienes trabajamos la tierra y quienes la creen dominar. Hay que atender a la realidad social del campo, gestionar las contradicciones, construir alternativas verosímiles y apoyar las luchas campesinas inequívocamente. El campesinado hemos empezado un periodo de movilizaciones largo y habrá oportunidades para la lucha compartida. Tejer una alianza del ecologismo y el movimiento por la soberanía alimentaria con el campesinado sería una semilla esperanzadora.
Pino Delàs
Campesino de La Unió de Pagesos