Joaquim Muntané y Paula Llaurador
La propuesta de los supermercados cooperativos ha emergido con fuerza y parece que ha llegado para quedarse. En Barcelona, el colectivo Food Coop BCN trabaja para la implantación de supermercados impulsados y gobernados por las consumidoras. En el resto de Catalunya, se desarrollan varias iniciativas similares con ritmos y características propias. La situación es parecida en todo el Estado español, donde los procesos de creación van sumándose a una lista ya creciente de iniciativas en fase de arranque o consolidación.
El fenómeno food coop ha sido recibido de forma mayoritariamente positiva por su carácter innovador y por las oportunidades que abre, pero no es una propuesta libre de contradicciones y dificultades. ¿Son los supermercados cooperativos una herramienta útil para la construcción de soberanía alimentaria en nuestros pueblos y ciudades?
Estas experiencias surgen con una visión combativa, con la voluntad de transformar el modelo de producción y consumo agroalimentarios. Pero más allá de las intenciones, ¿qué efectos provocará su existencia en el día a día de nuestros sistemas alimentarios? Creemos que es esencial fijar la atención en dos grandes retos para las food coops: mantener la identidad y la práctica políticas en el contexto de un cambio de escala y poner la voz del campesinado en el centro de unas iniciativas donde, por definición, las productoras se encuentran mayoritariamente ausentes.
EL CONTEXTO: TIEMPO DE CAMBIOS PARA EL COOPERATIVISMO AGROALIMENTARIO
Desprendido de décadas de discursos y prácticas alternativas, el movimiento agroecológico ha conseguido generar una preocupación creciente por la calidad y los impactos de los alimentos que consumimos. Pero esta victoria en el ámbito cultural viene acompañada de una nueva amenaza: a medida que sectores cada vez más amplios de la sociedad buscan productos saludables, ecológicos o locales, las empresas de la gran distribución alimentaria se apresuran a cubrir este nuevo nicho de mercado sin moverse lo más mínimo de su lógica capitalista y depredadora.
En este contexto, el modelo de los pequeños grupos de consumo resulta claramente insuficiente para absorber la creciente demanda de productos ecológicos y locales. Esto ha provocado, por un lado, una diversificación de las vías de acceso a la alimentación en clave de soberanía alimentaria (como indica la consolidación de los mercados de pagès o de la compra directa a productoras) y, por otro, la aparición de experiencias innovadoras de consumo comunitario que se caracterizan por plantearse desde una escala notablemente superior y por profesionalizar una parte de sus tareas.
Los supermercados cooperativos se enmarcan en estas experiencias “de cambio de escala”. Parten de la idea de que para llegar a nuevas capas de la sociedad las propuestas de consumo alternativo deben ser más cómodas y atractivas: aumentar la diversidad de productos, hacerlos más accesibles, ampliar los horarios de apertura y disminuir el compromiso requerido a la clientela. La idea es clara: ya no hablamos de decenas de personas organizadas, sino de la potencialidad de llegar a centenares o incluso miles de consumidoras y consumidores. Con esta idea general, a lo largo del 2018 han surgido una multitud de nuevos proyectos, tanto en Catalunya como en todo el Estado español, que se añaden a una notable lista de experiencias con cierta trayectoria, de funcionamientos y características diversas. En conjunto, conforman una red de iniciativas de cooperativismo alimentario bastante amplia y que parece que no para de crecer.
EL RETO DEL CAMBIO DE ESCALA: MANTENER LA IDENTIDAD POLÍTICA TRANSFORMADORA
Las nuevas propuestas de cooperativismo alimentario se enmarcan en un cambio de filosofía que es común al conjunto de la economía social y solidaria: pasar del “pequeño es mejor” al “cambiemos la economía”, de los laboratorios de experiencias contraculturales a la extensión y normalización de las alternativas. El reto que se deriva es evidente: ¿es posible integrar algunos de los principios del modelo capitalista (competitividad, profesionalización, especialización...) manteniendo los propios de intercooperación y solidaridad? ¿Podemos hablar sin complejos de crecimiento y economías de escala sin diluir la voluntad de transformación social, sin perder la identidad feminista, ecologista o anticapitalista?
En el caso de las food coops, este reto es quizás todavía más relevante. Reconvertir el supermercado, buque insignia del consumo capitalista, en un espacio gobernado por lógicas comunitarias no es un proyecto fácil, pero sí que es alentadora la idea de apoderarse de ellas. Si bien la mayoría de iniciativas que han surgido en nuestro contexto se definen desde una visión transformadora (y, de forma más o menos explícita, bajo el paradigma de la soberanía alimentaria), la práctica y el día a día serán los que marquen cómo se supera este reto. De puertas adentro, se podrán establecer sistemas de gestión y gobernanza participativos, eliminar el ánimo de lucro e, incluso, crear dinámicas comunitarias entre miembros, pero es tanto o más relevante el papel que se desempeñe de puertas afuera, ante el mercado. Si, para ser viables económicamente, estos proyectos acaban adoptando las mismas estrategias que las empresas capitalistas (en el trato con los proveedores, en el tipo de producto que adquieran, en el sistema de negociación de los precios...), no solo habrán perdido su carácter transformador, sino que podrían tener un efecto aún peor: blanquear el concepto de supermercado y, por extensión, el propio modelo agroindustrial.
En este sentido, la clave está en que, aparte del modelo de organización interno de estos proyectos, hay que focalizar la atención y los esfuerzos en pensar qué tipo de relaciones se establecen con su entorno. Y esto nos lleva al segundo gran reto de los supermercados cooperativos.
EL RETO DE LA SOBERANÍA ALIMENTARIA: PONER A LAS PRODUCTORAS EN EL CENTRO
La propuesta de los supermercados cooperativos nace de la idea de que las personas consumidoras, si se organizan, pueden recuperar el control de lo que comen, mejorar su alimentación y hacerla más asequible. El modelo de Park Slope Food Coop, en Brooklyn, o de La Louve, en París (popularizados por el documental Food Coop, que ha inspirado muchas de las iniciativas surgidas en territorio español durante el último año), priorizan también la inclusividad social y la creación de vínculos comunitarios en los contextos urbanos donde se implantan. Es una propuesta que nace, por lo tanto, de las personas consumidoras, y que como tal prioriza el eslabón del consumo. La mayoría de los artículos publicados sobre el tema, de hecho, hablan de los supermercados cooperativos desde la perspectiva del consumo responsable.
Ahora bien, el paradigma de la soberanía alimentaria reconoce al campesinado como agente central en la construcción de relatos y de prácticas que conduzcan a sistemas alimentarios más justos y sostenibles. Las food coops, por lo tanto, tienen el reto de conseguir recoger y poner en valor la voz de las productoras de su entorno. Solo así podrán estar seguras de lograr un impacto positivo más allá de su colectivo.
No es una tarea sencilla. Por definición, las productoras serán siempre minoría en un proyecto de consumo organizado. Y a la dificultad de implicar el campesinado en una iniciativa de este tipo, se añaden las contradicciones que se derivan de los criterios de compra. Cuestiones como el precio, la certificación de los productos, la inclusión o no de alimentos no ecológicos, los límites de proximidad de los productos o la utilización de intermediarios no tienen, demasiado a menudo, una única respuesta. La priorización de unos criterios (por ejemplo, reducir el precio al máximo para favorecer que el mayor número de personas puedan ser socias del supermercado cooperativo) u otros (como pagar sueldos dignos a las productoras, aunque existan alternativas a menor precio) generará contradicciones que se tienen que resolver intentando satisfacer tanto las necesidades de las consumidoras como las de las productoras.
ALGUNAS PROPUESTAS PARA HACER CAMINO: LOGÍSTICA, REFERENTES Y VISIÓN PROPIA
El pasado mes de noviembre, en la sede de Unió de Pagesos, tuvo lugar la jornada ‘Campesinado y supermercados cooperativos en Barcelona’, donde se abordó de manera central el reto de la relación entre food coops y productoras. Se constató el interés y predisposición de una parte del campesinado para trabajar con esta nueva propuesta, pero también surgieron elementos de debate que quizás no se consideraban centrales desde la perspectiva de las consumidoras. Las principales problemáticas de las productoras agroecológicas del entorno metropolitano y catalán no son de comercialización, sino logísticas. Por tanto, cuando las personas impulsoras de supermercados cooperativos se planteen su relación con el campesinado, deben ir más allá de ‘a quién compramos’ y ‘cuánto le pagamos’: deben plantearse también qué función pueden tener en relación con las rutas de distribución de productos, en los modelos de gestión de pedidos, en la articulación entre productoras, o incluso en la posible planificación de cultivos y el establecimiento de acuerdos de corresponsabilidad.
Es solo un ejemplo de la importancia de dialogar con el campesinado desde el primer momento en el proceso de creación de un supermercado cooperativo. Se trata de una propuesta que necesita adaptarse al contexto concreto donde se implanta, que tiene que territorializarse. En este sentido, y también en el de la relación con el campesinado, partimos de un contexto muy rico de experiencias previas. Los modelos de Brooklyn o París, por muy inspiradores que sean, probablemente no son de los que más podemos aprender. Al contrario, los grupos de consumo locales más politizados, tanto en su formato habitual como también las experiencias que se han consolidado en una cierta dimensión, pueden ser un referente mucho más adecuado para construir food coops en sintonía con la realidad territorial y la lucha para la construcción de soberanía alimentaria. Conviene aprovechar los contactos y las redes ya existentes para acercar la propuesta del supermercado cooperativo a las productoras y a los barrios.
En último lugar, consideramos importante que los proyectos de supermercado cooperativo definan una visión propia ya de entrada. Las declaraciones de principios son importantes, pero es todavía más capital trabajar y resolver las contradicciones que aparezcan entre estos principios. ¿Cuál es el objetivo principal? ¿Qué criterios se priorizarán, en caso de conflicto? ¿Qué tipo de campesinado se quiere apoyar?
Si lo llevamos al extremo: ¿los supermercados cooperativos, en esencia, son proyectos de construcción comunitaria a partir de la alimentación o bien de transformación del sistema alimentario a través del consumo? Está claro que no es cuestión de elegir entre un objetivo u otro, pero sí que sería interesante tener claro, desde un principio, cuáles son las motivaciones principales de las personas participantes.
Joaquim Muntané y Paula Llaurador