Gustavo Duch
Artículo originalmente publicado en La Directa (en català)
Ilustración de Maria Conill
Vale la pena leer La nuez moscada de Amitav Ghosh, publicado por Capitán Swing, para sumergirse en los orígenes de lo que podemos llamar colonialismo agrario y comprender el paralelismo entre las alteraciones ambientales que acabaron con el mundo de innumerables pueblos amerindios y australianos y la actual crisis planetaria. Despliega su tesis centrándose en el comercio de la nuez moscada por parte de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, la primera multinacional de la historia. Amitav, recoge y relata la cruzada de esta ‘empresa’ en el siglo xvi para monopolizar el comercio de esta preciada especia por su supuesto poder medicinal para combatir la peste que entonces asolaba Europa. «La nuez moscada era tan valiosa en Europa que con un puñado se podía comprar una casa o un navío», afirma en el libro, motivo que llevó a los holandeses a cruzar medio mundo hasta llegar al único lugar donde se podía encontrar el árbol de la nuez moscada, las islas de Banda, en Indonesia. Lo que no habían conseguido años antes británicos y portugueses, lo lograron los holandeses en diferentes enfrentamientos: reducir la población local de unas quince mil personas a apenas mil supervivientes. ¿Era necesaria toda esa violencia para asegurarse unos beneficios? Su oficial al mando, Jan Coen, lo tenía muy claro: «No puede haber comercio sin guerra», pero añadía «y no hay guerra sin comercio».
Este emprendimiento refleja muy bien el significado de la palabra colonización, que no tiene su origen etimológico en el apellido del navegante, sino en colonus, oficio de trabajar la tierra, en latín. Esto ya nos da pistas, pues hace referencia al sistema de conquista de un territorio ajeno, las islas de Banda, América o África, para vaciarlo, rehabitarlo y reconfigurarlo según la manera de vivir del ocupante. No solo son batallas donde matar guerreros, también hay que acabar con mujeres y niños, aunque no entren en combate. La contienda también debe liquidar sus lenguas, culturas y tradiciones. Y, finalmente, la colonización completa requiere transformar el paisaje asaltado. Terratransformar, dice Amitav.
¿Por qué es tan importante alterar el paisaje? Desde el pensamiento hegemónico actual, donde cuerpos y territorios están separados, quizás se nos escapan los motivos, pero podemos acudir al concepto de país para los aborígenes australianos, para interiorizarlo mejor: «una unidad espacial lo bastante grande para albergar a un grupo pequeño y lo bastante pequeña para conocerla de forma íntima hasta el último detalle, y patria de las cosas vivas cuyas existencias van y vienen en ese lugar», a decir de Deborah Bird Rose en El sueño del perro salvaje, editado por Errata Naturae. En un país, sus paisanos —es decir, aquella población que comparte un mismo paisaje— saben cuidarse de ellos mismos.
Las guerras de la colonización, entonces, llevan añadido un componente biológico. Sus tácticas son lentas, pero también violentas y están centradas en acabar con maneras de vivir, como deja muy claro en 1565 el conquistador italiano Girolamo Benzoni (citado por Silvia Federici en Calibán y la bruja), al describir lo que los pueblos indígenas decían de los invasores y cómo percibían estas tácticas: «Dicen que hemos venido a esta tierra para destruir el mundo. Dicen que devoramos todo, consumimos la tierra, cambiamos el curso de los ríos, nunca estamos tranquilos, nunca descansamos, siempre corremos de aquí para allá, buscando plata y oro, nunca satisfechos y luego especulamos con ellos, hacemos la guerra, nos matamos entre nosotros, robamos, insultamos, nunca decimos la verdad y, dicen, que les hemos despojado de sus medios de vida».
Guerras para el desarrollo
El ecocidio que representa destruir bosques y selvas, estableciendo monocultivos o extinguiendo los bisontes que alimentaban a los pueblos locales, tenía una justificación para los colonizadores. A diferencia de la población local, son ellos los que saben explotar unas riquezas que no estaban siendo aprovechadas por la población local. Es un choque cultural entre un pensamiento mecanicista, que considera toda la naturaleza como un recurso a explotar para su propio lucro, y otro fundamentado en una relación profunda y espiritual con la tierra y el resto de seres vivos. Aún más, la explotación de estos territorios sacrificados en favor del comercio, con sus monocultivos de caña de azúcar, especias o algodón, se llevó a cabo con población humana, local o traída de África, esclavizada, ya que desde la ‘superioridad blanca’ también era considerada como un recurso, como un objeto.
Todos estos procesos permitieron «desocultar» de la naturaleza todo tipo de bienes, con tal potencial en los mercados que se crearon las condiciones favorables para el surgimiento del capitalismo. El cuidado de la tierra, o agricultura local para la supervivencia, fue sustituido progresivamente por formas de agricultura industrial buscando la lógica propia del productivismo. No es de extrañar que los avances militares para las guerras contra los pueblos y los territorios se utilizaran a su vez como avances para las batallas que la agricultura industrial requería para exprimir a la naturaleza.
El pasado nunca pasó
En la campaña #NoÉsBo de la revista Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas hemos querido visibilizar que lucrarse con el comercio de mercancías agrarias sigue siendo uno de los motivos de las colonizaciones actuales. Aunque, sin la épica de los crueles navegantes del pasado, nuestra sociedad parece que ha asumido la misma motivación con normalidad.
En multitud de medios se ha informado sobre las enormes extensiones que se están arrebatando a las selvas de Borneo o de la República Democrática del Congo en favor de la palma aceitera, que nutre a la industria agroalimentaria. También de la llamada república sojera que, ocupando buena parte del cono sur de América Latina, ha desplazado a miles de campesinos de sus fincas o tambos y que alimenta las macrogranjas intensivas de cerdos. Pero hay muchos más ejemplos que desvelar.
Sin mandar expedicionarios, Catalunya juega un papel importante en el comercio del aguacate, tan solicitado para dietas saludables como la nuez moscada en su momento, pero con unos impactos significativos en cuanto a destrozo de montes y consumo de agua allá donde se instalan sus plantaciones. Somos una gran importadora de este fruto, tanto del que se cultiva en Andalucía como del procedente de América Latina. En el proceso de colonización que ejerce Marruecos sobre el territorio del Sáhara Occidental, también juega un papel importante el control de sus riquezas naturales, fundamentalmente la explotación de las minas de fosfatos y la pesca en sus aguas territoriales de productos como el pulpo. En estas condiciones, de todo el pulpo importado por Catalunya el año 2022, el 80 % llegó procedente de esta ilegítima ocupación. ¿Ejercemos de metrópolis?
El caso que más dramáticamente escenifica hoy el rol de la agricultura en la colonización lo tenemos en Palestina. En la nueva ofensiva del ejército de Israel, además de lanzar bombas y misiles contra la población palestina, se continúan derribando los fundamentos ecológicos de su forma de vida con tractores y excavadoras. Lo vemos, por ejemplo, en la eliminación de campos de olivos, algarrobos, almendros e higueras, base de la agricultura y de las formas de vida locales. Con esta progresiva pero violenta guerra silenciosa, palmo a palmo, Israel ha ido vaciando Palestina para apropiarse de su territorio, fundando nuevas «colonias de colonos» y comercializando su naturaleza, en este caso, los dátiles variedad medjoul. Catalunya, en los últimos diez años, ha aumentado por cuatro el valor de la importación de estos dátiles. «No puede haber comercio sin guerra y no hay guerra sin comercio», esta oscura frase sigue siendo verdad.
A mediados del siglo pasado, la campesina y poeta occitana, Marcela Delpastre, escribía: «He menjat el pa dels altres. No és bo, el pa dels altres. Només té gust de cendra i de sang». Los dátiles de Palestina, el pulpo del Sáhara, el aguacate de Perú o Colombia, ¿son los últimos estertores de la colonización agraria que alimenta el capitalismo? Las manos y cuerpos de esclavitud local o la importada desde África de entonces, ¿no son las mismas manos y cuerpos que hoy recogen fresas en los invernaderos de Huelva o melocotones en Lleida?
Gustavo Duch
LO PAN DE L'AUTRE
Poema de Marcela Delpastre
Ai minjat lo pan de l'autres. N'es pas bon, lo pan de l'autres. N'a mas gost de cendre e de sang.
Ai begut lo vin de l'autres. N'es pas bon lo vin de l'autres. Ne sent mas la suor e lo sang.
Mai l'aiga de l'autres, que pisse dins lor coada, o be que pisse dins lor font.
Ai semenat lo pan de l'autres. N'es pas bon lo pan de l'autres, que l'an prestit de cendre e de sang.
Ai vendenhat lo vin de l'autres. N'es pas bon lo vin de l'autres, qu'es batejat de suor e de sang.
Quand farai mas meissons, quand beurai l'aiga de ma font, laidonc que siaja maudich, lo pan de l'autres!
Quand vendenharai ma vinha, maudicha la vinha de l'autres! Escupirai dins lor vin. Que lo vin de l'autres n'es pas bon.
Te passa jos lo nas: ne'n sentes mas l'odor; e si te'n fan tastar, se vira dins ta gòrja en vinagrit, a lo gost de la cendre e dau sang.
L’aiga, si t’en balhan, per te molhar la poncha de la lenga, te bruslarà coma dau sang.
An prestit lor pan tots los jorns emb ta suor mai emb ton sang.
He menjat el pa dels altres. No és bo, el pa dels altres. Només té gust de cendra i de sang.
He begut el vi dels altres. No és bo, el vi dels altres. Només fa olor de suor i de sang.
I també, l'aigua dels altres, que raja dins llur cau, o bé dins llur font.
He sembrat el pa dels altres. No és bo, el pa dels altres: l'han pastat amb cendra i sang.
He veremat el vi dels altres. No és bo, el vi dels altres: és barrejat amb suor i sang.
Quan faré les meves segues, quan beuré l'aigua de la meva font, aleshores, maleït siga el pa dels altres!
Quan veremaré la meva vinya, maleïda la vinya dels altres! Escopiré dins llur vi: el vi dels altres no és bo.
Et passa per sota el nas i només en sents l'olor, però si te'n fan tastar se't torna, a la gorja, en vinagre, té el gust de la cendra i de la sang.
L'aigua, si te'n donen, per mullar-te la punta de la llengua, et cremarà com la sang.
Cada dia pasten llur pa amb la teva suor i la teva sang.