Entrevista a Vanesa Freixa

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Revista SABC

«No soy pastora, ni ilustradora, ni activista, ni escritora, ni dinamizadora; pero sí tengo un poco de todo esto. Soy de montaña, pallaresa. Hija de un lugar pequeño, donde vive poca gente. Hija de Casa el Ros». Así se describe Vanesa en su libro, Ruralisme (Ara Llibres, 2023), donde reflexiona sobre la ruralidad desde una perspectiva crítica y política, pero también emotiva y vital, y con el respeto y la admiración por el campesinado en el centro.

 

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Vanesa, directora de la Escola de Pastores i Pastors de Catalunya entre 2009 y 2016, cuenta en su libro que nos encontramos en una situación límite. Que en pocas décadas hemos trastocado completamente nuestra manera de vivir y la hemos llevado al extremo de la barbarie, entendida como una actitud cruel, sin compasión por la vida ni por la dignidad de los demás. Es en este contexto en el que el concepto de «ruralismo» se erige como una inspiración y una herramienta para construir una nueva realidad.

  En el libro asocias al concepto de ruralismo dos términos: simplicidad y regeneración. ¿Para ti son dos consignas políticas?

Son palabras que, de hecho, podemos vincular; pero empiezo por la regeneración. Si pensamos en el campesinado, tendríamos claro que hablamos de regeneración de la tierra, de la regeneración del modelo agrario; pero, si lo aplicamos a la vida misma, también es una regeneración de los valores, de nuestra ética. Nos hemos perdido en todos estos años de crecimiento acelerado. Nos han consumido. Si pienso en la simplicidad, pienso desde la suerte y el privilegio de tener algo de tierra que te aporta alimento en todos los sentidos. Entonces es cuando ves clarísimamente que necesitas muy pocas cosas para vivir en aquel rincón, cuidarlo, cuidarte y cuidar de tu familia o de las personas que te quieres. Y esto hace, automáticamente, que no tengas necesidad de irte, que no tengas necesidad de ir fuera a buscar nada. Y esto supongo que nos lo aporta la tranquilidad, el bienestar de estar en la naturaleza, con lo que nosotros somos.

  Esto que dices que nos hemos perdido en este camino nos lleva a reencontrarnos y para ti queda claro que pasa por lo rural; pero, de alguna forma, también invoca una cierta nostalgia del pasado. ¿Cierto?

Cuando yo pienso en la vida en el entorno rural, pienso en un espacio que te facilita un nuevo ritmo porque no existen tantos estímulos artificiales. Lo que tenemos son muchos estímulos naturales, bellísimos e inspiradores. Ahora ocurre que estamos rodeados de muchísimas cosas que nos llaman la atención constantemente. Es terrorífico. Hay muchísimo ruido. No digo que cambiar esto tenga que ser el único camino, pero aquí en el pueblo las cosas se vuelven a asentar o sosegar y entonces puedes tener un poco la percepción mucho más tranquila y más aproximada del qué, del cómo estás, de lo que te pasa por la cabeza. En ese sentido tengo nostalgia del pasado.

  Parece que lo único importante en todas las expresiones de nuestra sociedad es la innovación, el progreso. Y ese pensamiento llegó al campo.

Claro. Se han dicho tantas cosas peyorativas hacia el mundo rural y hacia esta vida... Es verdad que en ciertos momentos hubo mucha precariedad y escasez y la gente quería huir de esto, naturalmente. ¿Por qué? Porque los primeros que se fueron les mostraron que había otra manera de vivir, con ciertas comodidades a las que nadie ahora, seguramente, querría renunciar. Pero lo que debemos entender es que cuando echamos la vista atrás, lo que buscamos son aquellas cosas que sí que tenían sentido y que para mí eran valores fundamentales, un bien común para las personas. También una voluntad real de preservar las cosas, que debían ser duraderas para garantizar tu vida. Esta dinámica que llevamos de usar y tirar hace que todo tenga ese valor híperefímero.

Por otro lado, mirar atrás es querer tener una vida más sobria. Lo que deberemos hacer como sociedad es garantizarnos lo básico: una buena alimentación, un buen entorno, un acceso a la vivienda digna, una buena educación, unos buenos servicios sanitarios y sociales... Eso para mí es lo necesario para la vida. Y hay que tener claro que todo lo demás es superfluo. No lo necesitamos para disfrutar una buena vida.

También deberíamos añadir siempre la parte cultural, que ha sido muy viva en los pueblos y hacía que la gente pudiera compartir tiempo y espacios, y, finalmente, tomar una identidad propia que ahora también hemos perdido. Es un tema que para mucha gente es incómodo. No hablo de nacionalismo, hablo de lo que te vincula a tu comunidad, tu ecosistema de vida. Esto también se ha desdibujado.

  Ante estas crisis y emergencias actuales, ¿qué conocimientos de la vida rural serán fundamentales?

Yo lo metería todo en un mismo paquete, que sería «ir ganando cuotas de autonomía» porque la vida en el pueblo, la vida de la gente que vivía en el campo se caracterizaba, principalmente, por tener mucha autonomía. Dependían muy poco de fuera y solo en cosas muy puntuales. Pero lo principal era la autonomía en todos los sentidos, autonomía alimentaria y, evidentemente, autonomía tecnológica. La gente tenía muchos oficios vinculados a muchas artesanías que les permitían ser capaces de hacerlo casi todo, algo que ahora no sabe casi nadie. No nos han hecho ese traspaso de conocimiento. No se ha enfocado la educación, en parte, a considerar fundamentales y necesarios estos conocimientos que nos aportaban autonomía y, en consecuencia, una libertad individual, colectiva y comunitaria. Esto se ha borrado.

Entonces, yo pienso que debemos volver a mirar hacia las soberanías; que la soberanía, al fin y al cabo, es una autonomía propia para poder funcionar con lo que tienes en el sitio en que vives. Debemos reaprender a planificarnos para intentar proveernos de una manera ordenada de lo que necesitaremos, pero nunca desde el abuso, nunca pasando por encima de otras comunidades, territorios, países o ecosistemas. Basta, eso debe acabar. Es otra forma de entender y sentir que realmente somos capaces de sobrevivir, en este caso, en comunidad. Porque tenemos que hacerlo en común, es evidente

  Y ahora que hablamos de comunidad y de estar arraigados. Quiero pedirte que desarrolles estas ideas. ¿Comunidad y territorio acaban siendo una única cosa? ¿Este vínculo estimula un vínculo afectivo?

Esto me hace pensar en el hecho de que debemos sentirnos, en el buen sentido, responsables de algo. Cuando tu realidad está muy próxima, por decirlo así, al entorno en el que vives, no solo el entorno físico, sino también el humano, tomas conciencia de que eres responsable de mantener ese espacio lo mejor posible y de aportarle lo necesario para mejorarlo. Cuando tú te haces responsable, cuando te sientes a cargo de algo, entonces ya pasas como a otro estadio, te implicas aún más. Debería ser así. Deberíamos tener una conciencia más cuidadora por defecto; pero, en general, no es así.

Esta oportunidad de responsabilizarse de lo que tenemos cerca, de hacerlo mejor, es la misma en el campo y en la ciudad. A mí lo que me sabe mal es que a veces pensamos que la única manera, por decirlo así, de salvarnos, es dejando la ciudad atrás. Y yo apostaría a que si me siento de ciudad y la quiero —aquí es donde interviene el amor—, me siento vinculada con ese lugar. Es parte de mi vida, de mi cultura, de mi identidad. Tengo que implicarme lo máximo posible para que sea un sitio mejor. Debemos generar este amor, pero la globalización no ha ayudado en este sentido, sino que nos ha obnubilado para que nos queramos sentir igual que países y personas que están en la otra punta del mundo. Esto no quiere decir que no podamos inspirarnos en lo de fuera, naturalmente que sí, pero sabiendo apreciar lo propio.

  También eres pastora, ¿qué aprendes cuando estás con el mundo de las pastoras?

Su persistencia en el trabajo. A pesar de lo que está pasando, hay algo que para estas personas está por encima de todo, que es seguir haciendo este trabajo lo mejor que pueden. Están muy centradas en el trabajo que hacen y esto está muy bien, justamente en el momento en que vivimos, en que no estamos centradas en las cosas que importan. Ellas saben lo que es importante. Es gente que tiene mucho conocimiento de todo. Son pastoras, pero son veterinarios y son gente que pueden abrir un animal y curarlo, cerrarlo y coserlo. Son muy polifacéticos en su trabajo, pero tampoco necesitan reconocimiento. De hecho, lo hacen porque han aprendido a hacerlo así y no le dan mayor importancia. Y eso, visto desde afuera, es algo extraordinario.

  Estos días que justamente se ha querido presentar una disputa entre el sentimiento de campesino y el ecologista, ¿cómo definirías lo que es ser ecologista?

El ecologismo está muy especializado, por decirlo de alguna forma, aunque está llegando un cambio, una nueva mirada, que yo creo que es más armónica. Nos hemos encontrado con discursos ecologistas que han puesto toda la ganadería, por ejemplo, dentro del mismo saco y, por tanto, se ha clasificado a todo el mundo como personas extractivas y destructoras del entorno, cuando la ganadería extensiva, precisamente, hace lo contrario. El ecologismo de hoy en día tiene mucha conciencia de los cambios climáticos, de las destrucciones de los ecosistemas, etc., pero no lo asocian con la vida cotidiana de las personas vinculadas al campo. Estos puentes están todavía por construir.

  ¿Dónde pondrías el acento en cómo transitar hacia una sociedad ruralizada?

Me gustaría que en este proceso hubiera una voluntad de revisión y de cambio del modelo alimentario, es una cuestión central. Subrayar la importancia de una fuerte distribución del pequeño campesinado por todo el territorio, que es el que está cerca de la gente, el que alimenta y el que cuida el entorno y debería poder gestionar la tierra. Es fundamental para garantizar nuestra soberanía. Esto es lo que me gustaría, y que este despertar viniera en forma masiva por parte de toda la población y de todo el sector agrario. Tengo clarísimo que no vendrá de la clase política, sino del pueblo. Esta revuelta ha de nacer de la gente y la deben construir y llevar a cabo las personas que finalmente vivirán en estos espacios.

  ¿Qué aporta, qué nos da, qué esconde, qué es necesario revalorizar de la actividad cultural y artística del ruralismo para nuestra forma de habitar el mundo?

Mira, en el libro hablo mucho de arraigar. Para mí la cultura tiene un papel fundamental en este hecho. Es necesaria no solo para mejorar nuestro bienestar, tejer vínculos, inspirarnos y reforzarnos la autoestima, sino también debe ir vinculada a cosas que van más allá. Enraizar ahora ya no es importante solo para construir una identidad, sino también para proteger un bien mucho más trascendente que nosotros mismos: nuestra casa, el paisaje, la tierra..., la vida, en definitiva. Debemos tomarnos el tiempo necesario para cultivar los sentimientos que nos vinculan con el lugar. Se trata de crear afectos que den sentido al hecho de formar parte de algo que está por encima de nuestra individualidad. La creatividad y el arte nos dan herramientas, desde el juego, para saber encararlo sin tanta gravedad.

 

«La sensibilitat no es un defecte.
De fet és una de les més grans fortaleses de les persones que volem construir societats més justes. Hem de perdre-li la por.
Ser sensibles és el que ens fa estar obertes a sentir el dolor del món i, per tant, a voler fer alguna cosa per resoldre-ho».

Mariana Matija, citada al comienzo del libro de Vanesa

 

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