Una experiencia desde L’Hospitalet
LaFundició
L’Hospitalet de Llobregat es la ciudad con más densidad poblacional de Europa y se encuentra a pocos kilómetros de Barcelona. Estas particularidades netamente urbanas chocan con la proximidad del Parque Agrario del Llobregat y con una población conformada por personas migrantes de origen rural. Estas características han sido clave para la creación de la red de apoyo vecinal.
La historia de Europa es, en parte, una historia de lo que podríamos llamar «colonización interna». Un proceso que se extiende al menos desde el siglo xiv con la formación de los primeros Estados modernos y el desarrollo de la economía capitalista hasta hoy: los cercamientos y la destrucción de la propiedad comunal se han acompañado del aniquilamiento de la cultura campesina y, en definitiva, de todos aquellos mundos de vida en los que la actividad de los seres humanos aún está vinculada a unos territorios específicos y a sus ritmos naturales, mediante un complejo sistema que justifica la depredación sin límite de los recursos, el extractivismo y la acumulación en manos de unos pocos.
En este proceso, el proyecto ilustrado europeo y el desarrollo del capitalismo no han dejado de trabajar para producir la no existencia de esos otros mundos de vida de los que hablamos, ya sea directamente con la aniquilación material de quienes los sustentan o indirectamente colocando sus saberes, formas de vida y cosmovisiones fuera de lo que puede ser pensado, o bien integrando cualquier diferencia en la ilusión de una sociedad liberal formada por una «clase media universal» (masculina, blanca, burguesa y con capacidades, género y sexualidad normativas) hecha de individuos que se piensan autónomos, cuyo éxito o fracaso depende exclusivamente de su esfuerzo individual, reunidos tan solo por las instituciones del Estado y por el acto de consumir.
Taller de cestería con la artesana Mònica Guilera. Las cestas son un prototipo para sustituir las cajas de plástico en las que se distribuyen las llamadas “cestas” de la cooperativa de consumo Keras Buti. Foto: La Fundició
Construcción de un váter seco en la finca Les Cabasses (Parc Agrari del Baix Llobregat) de LaFundició. En la foto, Neus Juvillà, vecina del barrio de la Florida de l’Hospitalet. Foto: La Fundició
La estigmatización de las periferias y de sus habitantes
Este proceso ha ido acompañado también de grandes movimientos de población, del campo a la ciudad, en los que masas de campesinos y campesinas se han visto obligadas a abandonar las tierras para vender su fuerza de trabajo en las ciudades industrializadas, cuyas periferias y márgenes han terminado por habitar. En Catalunya y el estado español, estos desplazamientos se han dado con características específicas, resultado de su propia evolución histórica: desde la incorporación tardía de España a la industrialización hasta el proyecto desarrollista del franquismo. De hecho, serían las políticas agrarias del franquismo, dirigidas a la industrialización del campo, las que acelerarían la despoblación del medio rural en el estado español, al mismo tiempo que el régimen ensalzaba la figura del campesinado como custodio de las esencias nacionales. A este respecto, es importante destacar que fue el propio régimen franquista quién impulsó la folclorización y museificación de la cultura popular, desacoplando así sus manifestaciones y sus prácticas de los mundos de vida y de los socieocosistemas rurales que les daban sentido y en los que, a su vez, cumplían una función social.
Según se vaciaban los pueblos se atestaban las ciudades, lo que dio como resultado el crecimiento desmesurado e incontrolado de sus periferias. L’Hospitalet es, en buena parte, resultado del trasvase de población de zonas rurales, primero desde el resto del Estado español en los años 60 y 70 y desde América Latina, África y Asia a partir de los 90. Estas poblaciones comparten el hecho de haber sido objeto de dos procesos interrelacionados: la precarización y la estigmatización. Así, la infravivienda, el hacinamiento o la explotación laboral, muestras palpables de esta precarización, se traducen a su vez en la estigmatización de las periferias y de sus habitantes, representados como un peligro social y un foco de degeneración cívica. Frente a esta estigmatización se dan multitud de reacciones: por un lado, la aculturación, es decir, la negación del propio origen social y cultural y la asimilación a los valores de una clase media urbanita idealizada; por el otro, las formas de oposición y disidencia que han imaginado, organizado y puesto en práctica quienes, de entrada, estaban destinados a ocupar un lugar subalterno en la historia.
El cooperativismo, por ejemplo, históricamente ha formado parte del repertorio de herramientas que las clases subalternas han utilizado para resistir a la explotación y producir formas de autonomía.
Herramientas para producir autonomía
Las epistemologías y las economías campesinas o las prácticas obreras de apoyo mutuo y cooperación son precedentes históricos que consideramos necesario contemporaneizar. Iniciativas como la cooperativa de consumo y la asociación Keras Buti o la Xarxa de suport veïnal de l’Hospitalet se inscriben en ese ámbito. El cooperativismo, por ejemplo, históricamente ha formado parte del repertorio de herramientas que las clases subalternas han utilizado para resistir a la explotación y producir formas de autonomía. Algunos barrios de l’Hospitalet, como la Torrassa, a principios del siglo xx fueron un foco de iniciativas cooperativistas que desarrollaban un papel fundamental como espacios de socialización, culturales y de autoeducación. La cooperativa de consumo agroecológico Keras Buti, creada en 2018, tuvo el impulso inicial de LaFundició y la asociación gitana de l’Hospitalet Lacho Baji Cali, con el objetivo de promover prácticas culturales y a la vez económicas ligadas a la ruralidad desde las periferias de la ciudad. Partíamos de la asunción de que el pueblo gitano tiene también una vinculación histórica con lo rural que aún pervive en algunas de sus formas de ser y estar en el mundo, y que también pueden servirnos para imaginar y poner en práctica una economía fundamentada en los principios de la economía feminista, poniendo en el centro los cuidados y la producción de satisfactores para una vida buena, que sea a su vez compatible con la vida en el planeta.
Keras Buti nace para poner encima de la mesa el derecho a la alimentación sostenible para las clases populares. Cuenta con cuatro nodos de distribución (tres en l’Hospitalet y uno en Barcelona) y coopera con un productor agroecológico del Parc Agrari del Baix Llobregat, la zona agrícola más próxima a Barcelona y su área metropolitana, y un productor de naranjas que cultiva dos hectáreas en Tortosa, propiedad de su familia, antigua propietaria de la desaparecida masia Cal Bielet del Garro en L’Hospitalet.
Precisamente debido a su proximidad, el Parc Agrari siempre se ha visto amenazado por la construcción de grandes infraestructuras logísticas, por el afán urbanizador y, en definitiva, por la especulación. La supervivencia de este agroecosistema, que incluye el delta del río Llobregat como un enclave de especial biodiversidad, depende en parte de la sensibilización ciudadana, como así demostró la paralización del macroproyecto Eurovegas. L’Hospitalet ha vivido de espaldas a este conflicto territorial, aunque, dada la proximidad del Parc Agrari, no le sea ajeno; de hecho, el pasado año, también la movilización ciudadana organizada en la plataforma No més blocs y Depana, entre otras, presionó para que la justicia anulase la aplicación del Plan Director Urbanístico de la Gran Vía, que prevé la urbanización de una parte significativa de Cal Trabal, la última zona agrícola de la ciudad. En este tira y afloja, durante la crisis de la COVID-19, la cooperativa de trabajo LaFundició ha adquirido una finca de dos hectáreas en el Parc Agrari para proveer de productos agroecológicos a la cooperativa de consumo Keras Buti, ayudar a los campesinos y campesinas —incentivando también la incorporación de jóvenes, sobre todo gitanos, con el apoyo del Pla Integral del Poble Gitano— y evitar la especulación con la tierra. Uno de los objetivos de la iniciativa Keras Buti es, precisamente, conformarse como una herramienta para activar la toma de consciencia de todos estos vínculos entre la ciudad, el sistema alimentario y el campo, y un espacio donde producir nuevos imaginarios rururbanos y ecosociales.
Visita a Cal Trabal organizada por LaFundició en 2017, en el marco de la investigación-acción «¿De qué comerán las ciudades del futuro?». Foto: La Fundició
Encuentro en Les Cabasses con distintas iniciativas relacionadas con la práctica de la apicultura, la cocina política y la bioconstrucción. Foto: La Fundició
Conciencia de la interdependencia rural-urbana
Al hilo de lo anterior, podemos entender que Barcelona, su área metropolitana y el Parc Agrari del Baix Llobregat constituyen un único ecosistema social cuyo metabolismo es actualmente insostenible. Entendemos que las esferas social, económica y biológica son interdependientes y que, por tanto, es necesario crear imaginarios y poner en práctica modos de vida y economías que resulten deseables, pero requieran un menor flujo de recursos y generen menos residuos. Resultan paradójicos y una muestra de las enormes desigualdades sociales de este territorio, los altos índices de injusticia energética, las dificultades para el acceso a rentas (ya sean rentas del trabajo, subsidios o recursos públicos como forma de salario indirecto), a la vivienda o una alimentación saludable. En l’Hospitalet estas diferencias se han visto exacerbadas durante la crisis sanitaria y social de la COVID, máxime si tenemos en cuenta que un porcentaje muy significativo de la población de la ciudad se encuentra en una situación administrativa irregular. No tener papeles empuja a esta población a la economía sumergida y dificulta su acceso a los servicios públicos, lo que supone más riesgo de contagio.
Por otro lado, los servicios sociales, que deberían servir para compensar estas desigualdades, han devenido una herramienta de contención y control del descontento de los grupos sociales más vulnerabilizados, al tiempo que han generado dependencias y, de forma indirecta, también los han estigmatizado. En ciudades como l’Hospitalet, una buena parte de estos servicios se ha externalizado a grandes empresas para las que la exclusión social se ha convertido en un negocio. Toda esta red, lejos de dinamizar a la sociedad para denunciar y atajar las causas estructurales de las desigualdades, ha contribuido a su cronificación.
Los propios vecinos y vecinas que recibían ayuda fueron uniéndose a la red de apoyo para participar en su organización. La red se convirtió en un espacio donde alimentar y experimentar dinámicas comunitarias en los distintos barrios de la ciudad desde una perspectiva emancipadora y generadora de autonomía y autocuidado.
La falta de acceso a alimentos es un problema silenciado que saltó a la opinión pública durante los meses de confinamiento estricto. En ese tiempo, un sector de la población cuya fuente de ingresos es el trabajo irregular, en muchos casos vinculado a los cuidados, no pudo obtener renta alguna y carecía de garantía social. Las entidades «benéficas» habituales en la gestión de los Bancos de Alimentos se vieron desbordadas y un grupo de vecinas, con el impulso de varias entidades de la ciudad, como las cooperativas Keras buti y LaFundició, bajo el paraguas de la Xarxa de Economia Social de l’Hospitalet (XESLH), se organizó en la red de apoyo vecinal a partir de distintos nodos ubicados en cinco barrios de la ciudad para dar respuesta a la necesidad básica de la alimentación y para ayudar a las trabajadoras del hogar y cuidadoras, ofreciendo también asesoramiento laboral y de extranjería, en cuestiones sanitarias y de vivienda, y en situaciones de violencia machista y racista. El acceso a los fondos de contingencia de la Xarxa d’Economia Social (XES), las aportaciones a través de la caja de resistencia de personas y colectivos, y las aportaciones en especie de comercios locales, productores del Parc Agrari del Llobregat o Ecocentral (distribuidora de productos agroecológicos a comedores escolares situada en el barrio del Gornal, en l’Hospitalet), hicieron posible una primera respuesta a las urgencias de tantísimas personas en la ciudad.
Posteriormente, los propios vecinos y vecinas que recibían ayuda fueron uniéndose a la red de apoyo para participar en su organización. La red se convirtió en un espacio donde alimentar y experimentar dinámicas comunitarias en los distintos barrios de la ciudad desde una perspectiva emancipadora y generadora de autonomía y autocuidado. Además, desde el inicio, se tuvo clara la importancia de vincular a los campesinos y campesinas agroecológicos de proximidad con el cuidado de las personas y colectivos más vulnerables. Se generó una conciencia de las relaciones de interdependencia entre las zonas rurales y las urbanas. El hecho de que gran parte de la red estuviera formada por mujeres migrantes y cuidadoras —muchas agrupadas en el colectivo Mujeres Unidas Entre Tierras— y la necesidad de priorizar el apoyo a las agricultoras agroecológicas del Parc Agrari del Baix Llobregat abrieron nuevas posibilidades de soporte mutuo e interdependencia. Sostener, en momentos de crisis global, las vidas de quienes cuidan las tierras mientras se sostienen las vidas en las ciudades. Con estas personas, a su vez, en gran medida, migrantes y dedicadas a los trabajos de cuidados con un fuerte vínculo con lo rural y con unos saberes muy ricos en formas de organización comunitaria, finalmente, se ha ido definiendo la red de apoyo mutuo como un espacio de transmisión y remezcla de conocimientos y memorias en torno a la comida y la cocina; pero también respecto a las formas de articulación y de organización colectiva para hacer frente a las múltiples violencias que atraviesan los barrios de nuestra ciudad y las personas que los habitan.
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Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo