Una herramienta antigua con perspectivas modernas

Pol Dunyó-Ruhí

Article disponible en català

La tracción animal se basa en la utilización de la fuerza de animales, como caballos, mulas, burros o bueyes para el trabajo agrícola, forestal o  el transporte. Es una práctica milenaria que se ha ejercido como base de la evolución humana y, hoy en día, es todavía el sistema de tracción agrícola más utilizado en todo el mundo.

 

 

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Fotos: El Turó d'en Rompons

La tracción animal en la agroecología implica una relación estrecha con el animal, el entorno y el trabajo. Contar con un compañero de trabajo de naturaleza diferente a la nuestra, con instintos, necesidades y miedos distintos, y con capacidad de aportar una fuerza muy superior a la que puede ejercer el ser humano de forma natural, requiere ciertos conocimientos y experiencia, pero proporciona a las fincas agrícolas la posibilidad de trabajar el suelo y llevar a cabo las tareas de cultivo y transporte interno con eficacia, calidad y comodidad. En muy pocas décadas, se ha llevado al borde de la extinción todo el conjunto de prácticas y conocimientos del trabajo con animales con objetivos agrícolas, de desembosque y de transporte, así como todo el conocimiento que incluyen estas tradiciones.

Trabajar con animales exige perseverancia, conocimiento y responsabilidad. Esto tiene difícil cabida en una cultura de consumo desorbitado y hedonismo publicitario, por lo que no es de extrañar que los intereses de la industria agrícola y la competencia desleal en los mercados hayan llevado al campesinado a sustituir progresivamente los animales por tractores y otras máquinas, favoreciendo así una dependencia permanente de los combustibles fósiles y materias primarias de tipo mineral, y contribuyendo a la disminución de la fertilidad del suelo y la contaminación atmosférica.
Pero trabajar con animales también implica recompensa, implica ver cómo la tierra se mueve a tus pies y conocerla de cerca. Implica trabajar en equipo, aprender a respetar y exigir, a dejar estar y perseverar. Implica conocer tus límites y los de tus compañeros de trabajo, partiendo de las expresiones más sutiles o inesperadas. Implica creer y trabajar por una riqueza biológica y cultural que parte de cero y se extiende poco a poco a través de los productos que se cultivan y se consumen.

 

 
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Trabajo con tracción animal en la finca de Turó d’en Rompons, que produce hortalizas ecológicas entre Òrrius i Vilassar de Dalt (el Maresme, Catalunya). Fotos: El Turó d'en Rompons

El impacto ambiental

En un modelo social basado en la productividad, la rentabilidad económica, el progreso y la velocidad, donde quienes nos dedicamos a la producción de alimentos tenemos que competir con productos de importación a unos precios irrisorios, no creo que renunciar a la maquinaria motorizada sea sensato, pero sí que es imprescindible restringir su uso a lo estrictamente necesario, pues urge implantar un sistema de reducción de las emisiones contaminantes.

Es importante considerar la huella que deja en el medio ambiente el uso de la maquinaria agrícola en comparación con la intervención de los animales de trabajo. Se trata de  producir el menor impacto posible en el equilibrio de nuestro entorno más cercano (contaminación acústica, compactación del suelo...) y también en el ámbito global (contaminación de los acuíferos, destrucción de espacios naturales para la obtención de materias primas, emisión de CO2 o COV —compuestos orgánicos volátiles—, no solo durante el proceso de trabajo sino también en los pasos previos y posteriores al mismo como en la fabricación de materias primas y la gestión de residuos).

La fabricación de la maquinaria agrícola motorizada supone un impacto en el medio durante los procesos de obtención de materias primas que exigen un gran consumo de energía y de recursos, fomentan la invasión de espacios naturales y promueven la pérdida de la biodiversidad. Además, comporta la disponibilidad constante de estos recursos para la mejora o reparación de la maquinaria, así como el consumo continuado de combustibles fósiles y aceites minerales para su funcionamiento.

La utilización de animales de trabajo, en cambio, supone un residuo cero en cuanto a la emisión de elementos contaminantes, siempre que sus deyecciones sean tratadas de forma adecuada y reintroducidas en la tierra para mantener y mejorar la capacidad productiva, la biodiversidad y la retención de agua y carbono. La obtención de la materia prima necesaria para alimentar a los animales puede venir de la misma finca, aprovechando zonas de secano, espacios en período de saneamiento o descanso de la tierra, o zonas boscosas o con terrenos irregulares no aptos para el cultivo, pero también de productoras locales de forrajes, heno o cereales. Por otro lado, cabe resaltar que la tracción animal es más eficiente, ya que en proporción a la fuerza resultante, la cantidad de energía consumida es menor que en los procesos motorizados.

De igual modo, hay que tener presente que el peso reducido y distribuido de los animales de trabajo en comparación con la maquinaria agrícola implica una reducción considerable de la compactación del suelo, evitando así su erosión, el ahogamiento radicular, la momificación de nutrientes y microbiología del suelo, etc. También se evita la suela de labor que se crea con el trabajo repetido con fresadora o paso de rueda. El arado superficial permite mantener la estructura del suelo e impide la degradación.

 
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Trabajo con tracción animal en la finca de Turó d’en Rompons, que produce hortalizas ecológicas entre Òrrius i Vilassar de Dalt (el Maresme, Catalunya). Fotos: El Turó d'en Rompons
 

Abuso, explotación o maltrato animal

El ser humano tiene la capacidad más o menos cuestionable de supeditar una parte de sus cohabitantes a su propia voluntad (perros, animales de rebaño, abejas, caballos, aves...) y de condicionar y modificar los paisajes que habita (labrados, caminos, habitáculos...). No obstante, el inconveniente no radica en esta capacidad, sino en su mal uso o en la desmesura de su aplicación. Así, la extracción de madera de un bosque para la construcción de herramientas, viviendas o como combustible, o bien para construir límites para el ganado o instalar cultivos, forma parte de la misma actividad y equilibrio natural en la que intervienen todos los elementos. El problema aparece cuando, por exceso de población, presión externa, avidez económica, o tantos otros motivos, el bosque se tala de forma sistemática y se impide su regeneración, o bien cuando el rebaño se estabula en condiciones deplorables, o cuando los cultivos se intensifican abusando de productos nocivos o provocando la erosión del suelo vivo. Así, aceptando que los animales no se someten al trabajo y las necesidades humanas voluntariamente, es importante distinguir entre la explotación o el abuso de los animales en sus tareas y el trabajo que realizan de forma controlada y proporcional a sus capacidades.

Hay que ser conscientes de que la supervivencia del caballo está directamente ligada a la historia humana. El estudio de Ludovic Orlando, del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS), demostró que no existe ningún ejemplar de caballo en el mundo que no sea descendiente de razas domesticadas por el ser humano, lo que lleva a pensar que todas las razas que no vivían vinculadas a él se extinguieron por motivos asociados a su falta de adaptación, las inclemencias climáticas o la incapacidad de resistir los ataques de los depredadores, entre otros.

La agricultura ecológica, especialmente desde la aparición de los estudios de Rudolf Steiner sobre agricultura biodinámica, puede considerarse la precursora de un cambio de paradigma en la producción de alimentos más respetuosos con el entorno y ha supuesto un cambio en la calidad de los productos que se obtienen. Es así como la percepción del entorno ha mutado, en ciertos casos, de la visión de un espacio puramente productivo a lugares con capacidad regeneradora, donde se realizan trabajos que respetan a las personas implicadas y al medio al que afectan, abarcando todos los elementos con los que se interactúa. Esto incluye, por supuesto, el principio de respeto, también, de los derechos de los animales de rebaño o de trabajo que conviven en ese espacio.

Hoy en día, las prácticas de trabajo agrícola con animales abandonan la idea de los trabajos forzados, la actividad constante y sin descanso, o las condiciones climáticas adversas en que se veían obligados a trabajar, animales y personas, en determinadas épocas y contextos pasados. El actual paradigma de la tracción animal en países como los de la Europa occidental, EE. UU. y otras zonas del mundo implica la capacidad de combinar elementos de la tecnología más moderna para mejorar las tareas y evitar depender exclusivamente de los animales de trabajo, y poder emplearlos en las actividades para las que están absolutamente capacitados y durante el tiempo adecuado, tanto desde el punto de vista físico como psicológico, sin someterlos a estrés, dolor, ni miedo. Quienes emplean la tracción animal observan claras actitudes de recompensa y placer en los períodos de trabajo que desempeñan los animales que confían en sus compañeros humanos y que están acostumbrados a desarrollar las tareas pertinentes.

La tracción animal moderna es, por tanto, un recurso hábil y eficaz para el desarrollo de determinados sectores agrícolas y laborales; es ecológica y sostenible, capaz de proporcionar energía eficiente cien por cien renovable en las explotaciones agrícolas y con una enorme aportación cultural a su espalda. Todo ello, claro, pasa por el cuidado y el respeto incuestionable hacia un amigo del ser humano tan antiguo y perdurable.

Pol Dunyó-Ruhí 

El Turó d'en Rompons

Secretario de la Asociación Catalana de Tracción Animal (ACTA)

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