Elisa Oteros-Rozas

En un contexto de grandes retos para el mundo rural y el agro, toca discernir o, cuando menos, hacernos preguntas, buscar respuestas, generar alternativas y poner límites a las nuevas tecnologías.

 

Una nueva revolución agraria está en marcha, la de la «agricultura 4.0». Se trata de la revolución de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, la «agricultura inteligente», la digitalización, la agricultura de decisión o de precisión, la inteligencia artificial, la robótica, el 5G, los macrodatos (big data), la realidad aumentada…, pero también de internet, los teléfonos móviles, las redes sociales, los vallados eléctricos, el comercio electrónico, los drones, los sensores o la impresión 3D. A través de la digitalización, se generan y gestionan diferentes tipos de datos (sobre ubicación, clima, comportamiento, estado fitosanitario, consumo, uso de energía, precios e información económica, etc.) que se utilizan para interpretar el pasado y predecir el comportamiento futuro de los elementos del sistema con el fin de optimizar su funcionamiento.

 

 
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Encuentros de L'Atelier Paysan | Foto: L'Atelier Paysan

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Encuentros de L'Atelier Paysan | Foto: L'Atelier Paysan

 

El contexto institucional

En 2019, los Estados miembros de la UE firmaron una declaración de cooperación titulada «Un futuro digital inteligente y sostenible para la agricultura y las zonas rurales europeas», en la que se plantea que la digitalización rural «tiene el potencial de aumentar la eficiencia en granja, mejorar la producción y contribuir a hacer los sistemas agroalimentarios más sostenibles desde el punto de vista económico, social y ambiental», haciendo el trabajo agrario más atractivo a los jóvenes y facilitando así el relevo generacional. Recientemente la Comisión Europea manifestaba, además, en la presentación de la Estrategia Europea de Datos, que la digitalización es un factor clave en la lucha contra el cambio climático y en la consecución de la transición ecológica. Tales estrategias se enmarcan en el Pacto Verde Europeo y pretenden garantizar que «la Europa digital sea abierta, justa, diversa, democrática y con confianza en sí misma», a la vez que más sostenible ambientalmente, por ejemplo, contribuyendo a reducir el uso de insumos innecesarios.

Sin embargo, algunas revisiones recientes de estas tecnologías en sistemas agroalimentarios revelan grandes vacíos sobre sus posibles efectos. Asimismo, es importante incorporar aproximaciones sistémicas a la ecología de las innovaciones y aspectos de inclusión y participación social, gobernanza y soberanía.

Algunas sombras

Desde algunos ámbitos como los movimientos sociales ecologistas y por la soberanía alimentaria o los estudios agrarios críticos, se alzan voces que llaman al escepticismo, al principio de precaución, a la denuncia de los invisibles que subyacen a la digitalización del agro o al cuestionamiento de la necesidad de aumentar la productividad para alimentar a una población creciente.

La crítica más frecuente está relacionada con la gestión de las enormes cantidades de datos e información generados por las herramientas digitales (los macrodatos o big data). A menudo, estos datos, de manera directa o indirecta, pasan a manos de las grandes corporaciones cuyo interés es utilizarlos con fines comerciales, explotarlos o venderlos de forma privada y privativa.

En una línea parecida, se halla la preocupación por la pérdida de soberanía tecnológica: mientras que la agricultura, la ganadería campesinas y la pesca artesanal siempre han producido y compartido sus propias tecnologías, la mayoría de las nuevas se generan fuera del sistema en que se aplican. Esto implica que quienes las usan deben invertir parte de sus ingresos para costearlas. A menudo, además, el tipo de relaciones comerciales que se establece no es puntual, sino que ata a las productoras tras la inversión inicial, con costes continuos de compra de materiales, actualizaciones de software, servicios de mantenimiento, etc.

Por otro lado, el acceso a las nuevas tecnologías se hace a través del mercado globalizado, mediante dinero, lo cual implica que las economías campesinas tradicionales, menos sujetas a dinámicas y lógicas de mercados monetizados, aumenten su dependencia y abandonen prácticas de subsistencia orientadas a asegurar sus necesidades primarias, como la agricultura y la ganadería de subsistencia o los intercambios o trueques.

Asimismo, dado el reparto de roles por género en muchos hogares, la decisión de incorporar nuevas tecnologías en el sistema productivo no siempre se toma de mutuo acuerdo entre hombres y mujeres en las familias; ni los beneficios de esta incorporación ni las consecuencias sobre la disponibilidad final de recursos, costes y beneficios se reparten de forma equitativa.

Otra crítica gira en torno al impacto social y ambiental de todas estas nuevas tecnologías. Para su construcción, transporte y mantenimiento son necesarios procesos con un elevado consumo de energía y de materiales, generando fuertes impactos en determinados ecosistemas y debiendo sostenerse necesariamente en un planeta con claros límites biofísicos que ya hemos superado en varios casos. No está claro, por ejemplo, cómo podrá sostenerse este tipo de tecnologías en un contexto de necesaria descarbonización tras el pico del petróleo. Tampoco son baladíes los impactos en poblaciones que se ven desplazadas, por ejemplo, para la explotación de zonas de extracción de minerales hoy imprescindibles en la mayor parte de dispositivos electrónicos. Estos consumos e impactos, así como los relativos a la gestión de los residuos generados, deberían incorporarse en los análisis de sostenibilidad ecológica y rentabilidad económica y social de los alimentos generados antes de esgrimir algunos de los logros que se apuntaban más arriba.

 

Algunas luces

Pero del mismo modo que no es oro todo lo que reluce, tampoco toda la tecnología es enemiga de la soberanía alimentaria. Estudios recientes sugieren que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación pueden contribuir a mejorar la rentabilidad de las explotaciones agrarias, mejorar el bienestar animal, mitigar el cambio climático, fomentar y contribuir a transmitir, adquirir, almacenar, difundir y utilizar el conocimiento local e indígena (en muchos casos en manos de las mujeres), aumentar la conectividad y la transparencia del sistema agroalimentario o mejorar la autoestima y la autoconfianza del campesinado y la producción a pequeña escala.

En el Estado español, algunas de las innovaciones más interesantes en la transformación de los sistemas agroalimentarios se apoyan en herramientas relacionadas con las tecnologías de la información y la comunicación.

En primer lugar, la trazabilidad se reivindica con insistencia en las pequeñas producciones campesinas y agroecológicas, sobre todo ahora que se pueden encontrar productos eco y locales en grandes superficies. La posibilidad de que cada paso de un alimento en la cadena agroalimentaria deje una huella digital en él y ese camino sea absolutamente transparente a quien lo consume podría desenmascarar estas cooptaciones y eventualmente facilitar la elección de productos verdaderamente más cercanos.

En segundo lugar, desde hace unos años, las redes sociales digitales hacen posible o favorecen la creación de sistemas campesinos de apoyo mutuo, de articulación e incidencia política o de empoderamiento. Un ejemplo son las ganaderas extensivas organizadas localmente como Ramaderes.cat o Ganaderas en Red, que se comunican entre sí y con el público general a través de las redes sociales fundamentalmente desde sus dispositivos móviles y que han generado sus propios códigos de comunicación digital. Otro ejemplo es la campaña #SOSCampesinado durante el primer confinamiento por la COVID-19, que se articuló y se expandió mediante medios digitales o los cientos de grupos de consumo que se organizan de forma virtual.

En tercer lugar, se plantea la mejora de la sostenibilidad económica y social de las actividades agrarias y la vida rural por el ahorro de tiempo y la reducción de incertidumbres gracias a determinadas innovaciones tecnológicas. Es el caso de los collares con GPS que facilitan la localización del rebaño extensivo o el de los rediles eléctricos que permiten, desde determinadas formas de manejo holístico, tomarse tiempo libre a pastores y pastoras para cuestiones personales o de participación social y política. Estas tecnologías están contribuyendo ya a la conciliación de la vida laboral y familiar, algo tan difícil en la ganadería extensiva y que supone una de las grandes amenazas para el relevo generacional. En este sentido, otra reivindicación rural habitual es la del acceso a una buena conectividad móvil, dadas las implicaciones que supone actualmente para la igualdad de oportunidades; por ejemplo, también en educación.

En cuarto lugar, en un contexto en que, lamentablemente, desaparecen las últimas generaciones conocedoras del campo, la transmisión y la adquisición de saberes y prácticas agroecológicas son más rápidas que nunca gracias a las redes sociales y las formaciones virtuales, con internet como una de las fuentes principales de conocimiento para el nuevo campesinado emergente.

Por último, teniendo en cuenta el actual cambio ambiental global, la adaptación de las prácticas agroganaderas y la forma en que este cambio afecta a los sistemas productivos son cuestiones importantes y urgentes. En este sentido, puede ser interesante el uso de los sensores de humedad en el suelo o de drones para el seguimiento de la productividad primaria de pastos o de la disponibilidad de agua, en un trabajo conjunto entre productoras e investigadoras donde la información sea cogenerada y comanejada, y se garanticen la protección y la propiedad de los datos.

Algunas preguntas

Visto lo visto, es evidente la urgencia de un debate social sobre las nuevas tecnologías y la digitalización en el ámbito agroalimentario. Sería más fácil demonizarlas a todas por ser hijas del modelo capitalista que sostiene y justifica el sistema agroalimentario globalizado e industrializado, pero sería ineficaz y poco honesto.

Lo difícil es elegir combinando horizontes temporales (qué deseamos a corto, medio y largo plazo), espaciales (con quiénes hacemos o queremos hacer el viaje, sobre quiénes recaen beneficios e impactos) y dimensiones ambientales, sociales y económicas. Como siempre, la línea entre el bien y el mal es delgada. Algunas de las preguntas que pueden enriquecer ese debate: ¿qué necesitamos de las nuevas tecnologías para la soberanía alimentaria y para un mundo rural vivo?, ¿quién tiene el poder, en sus distintas formas (económico, de conocimiento, de los recursos materiales, etc.) detrás de cada herramienta?, ¿cómo podemos controlar ese poder desde la agroecología?, ¿quiénes ganan y quiénes pierden?

Elisa Oteros-Rozas

Cátedra de Agroecología y Sistemas Alimentarios de la  Universitat de Vic

 

'Big data' y los nuevos actores corporativos en el sistema alimentaria

Amigos de la Tierra Internacional

Uno de los temas centrales en el debate sobre la digitalización de la agricultura es el del control de la tecnología. De hecho, el poder desempeña un papel importante en la definición de las reglas del juego y de quiénes pueden aprovechar los beneficios de estas innovaciones. Todos los grandes mercados de la cadena europea de suministros de alimentos y agricultura están altamente concentrados, situación exacerbada por recientes megafusiones. El mercado de la maquinaria agrícola está dominado por cinco actores principales: CNH Industrial (Reino Unido y Países Bajos), Claas (Alemania), Deere & Co (EUA), AGCO (EUA) y Kubota (Japón). Como era de esperar, todos ellos son promotores activos de la agricultura digital en Europa y usan su posición de poder en el mercado para presionar a la UE, de hecho, todos son miembros de CEMA, la asociación que representa a la industria de la maquinaria agrícola a nivel europeo. Pero incluso esto minimiza la realidad del poder corporativo en juego: los acuerdos formales e informales entre empresas dentro de los sectores y a través de ellos y la práctica encubierta de participación accionaria horizontal crean un grupo de interés con un poder sin precedentes.

Empresas de gestión de activos, instituciones financieras, corredores de productos básicos, gigantes de las semillas y los agroquímicos, y nuevos interesados como Google y Microsoft esperan poder aprovechar lo que es, esencialmente, una nueva vía de ingresos. Por lo tanto, desempeñan un papel importante al adelantar la agenda de la agricultura digital basada en los macrodatos (big data) en Europa. También buscan impulsar una desregulación del sector, sosteniendo que los costes de regulación presentan una barrera significativa a la aparición de tecnologías más baratas.

El peligro radica en que con un poder en el mercado de estas dimensiones, las empresas pueden colaborar para establecer los parámetros de algoritmos y promover una dependencia de los insumos que ellas mismas ofrecen, lo que reduciría el poder de negociación y de autonomía en la toma de decisiones del sector agrario y productivo. Esto serviría para sostener aún más un modelo tecnocéntrico y desviar la atención de alternativas sostenibles viables.

Fuente: El futuro de la agricultura. Del control de los datos a la soberanía alimentaria. (Amigos de la Tierra, 2020)

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