Aprendizajes de una campaña agroecológica y feminista
Mirene Begiristain, Patricia Dopazo, Jessica Milgroom, Isabel Álvarez, Elisa Oteros, Marta Rivera, Marina Di Masso
La crisis detonada por la COVID-19 ha provocado el refuerzo de los poderes y las formas de hacer tradicionales y hegemónicas, pero también han emergido una diversidad de procesos espontáneos de autoorganización, apoyo mutuo y articulación entre movimientos sociales y ciudadanía para dar respuesta a una realidad socioeconómica crítica. En el caso de los movimientos agroecológicos, una de esas respuestas ha sido la campaña #SOSCampesinado, de la que compartimos reflexiones y aprendizajes.
La pandemia ha destacado la urgencia de reivindicar la importancia de aquellas actividades que se han hecho más esenciales que nunca, a pesar de su invisibilidad habitual en una sociedad mercadocéntrica. La producción, distribución y comercialización de alimentos enseguida fue declarada actividad esencial, pero ¿la que responde a qué modelo? Mientras se cerraban todo el canal Horeca y los espacios de venta directa (grupos de consumo, mercados de productoras, máquinas expendedoras de leche, etc.) y cuando las pequeñas producciones buscaban fórmulas para sobrevivir, la cara visible del sector era un ministro diciendo que no había ningún problema de abastecimiento porque las grandes cadenas de distribución seguían funcionando. ¿Qué alternativas se ofrecieron para garantizar el funcionamiento de los circuitos cortos de comercialización y la supervivencia de la producción a pequeña escala? Ninguna. Esta es la realidad paradójica y dicotómica de un discurso y unas medidas que consideran la gran distribución —que expolia al campesinado— como la única vía de acceso a la alimentación.
Frente a este panorama, muchas nos rebelamos desde la necesidad de defender lo que realmente es esencial: las actividades que garantizan el sostenimiento de vidas más allá del negocio.
Una acción espontánea desde un espacio informal
La iniciativa #SOScampesinado parte de una red informal de mujeres de distintos territorios del Estado unidas desde hace unos años por la necesidad de abordar la agroecología y la soberanía alimentaria desde una mirada feminista. Entre nosotras hay ganaderas, sindicalistas, dinamizadoras agroecológicas, investigadoras o activistas ecologistas y, cuando llegó el confinamiento, compartimos cómo estábamos y cómo nos sosteníamos, y se activó en el grupo un sentimiento de urgencia. Desde la firme convicción de que la agroecología es esencial para garantizar el derecho a la alimentación y nutrición adecuadas, sentimos que las decisiones de las instituciones públicas no estaban orientadas a garantizar estos derechos. Creemos firmemente que en estas situaciones, los procesos de organización colectiva, resistencia, apoyo mutuo y reivindicación son centrales.
Partiendo de un ágil intercambio de experiencias y estrategias (a través de correos, llamadas y mensajes), decidimos organizarnos y comenzar una movilización a escala estatal alimentada desde las diversas iniciativas territoriales con las que estábamos conectadas. Nuestras reivindicaciones se hicieron públicas el 30 de marzo a través de una carta al Ministerio de Agricultura firmada por más de 100 entidades. En ella pedíamos, entre otras cosas, la reapertura de mercados locales y el levantamiento de la prohibición de acudir a las huertas de autoconsumo, así como medidas económicas y fiscales para mitigar el enorme impacto económico que esta crisis está generando en las economías rurales. También subrayábamos la necesidad de una coordinación interadministrativa (interministerial, interautonómica y local) que evitase perturbaciones, dispersiones e ineficiencias en la adopción de medidas. Solicitábamos, en definitiva, que las administraciones públicas apostaran y reconocieran la esencialidad de las producciones locales y de los espacios de autoabastecimiento como proveedores de alimentos para nuestras comunidades.
En pocos días, gracias a la prensa y a las redes sociales virtuales, interpersonales y entre entidades, la carta logró la adhesión de 600 organizaciones más y, lo más importante, consiguió visibilizar la realidad de la pequeña producción y transformación agroalimentaria y sus circuitos cortos de comercialización. Además, esta acción tuvo sus réplicas y alianzas con otras campañas en los territorios, reflejo del potencial y las sinergias de las luchas por los derechos campesinos y sociales.
¿Cómo es un proceso feminista?
Un aprendizaje que consideramos central en esta campaña radica en el propio proceso en sí. Con la urgencia de esta acción bien presente, hemos sabido amoldarla a nuestra disponibilidad, y no al revés. Esto lo hemos visto en el reparto y relevo de tareas y en los diversos ritmos que la campaña ha tenido en sus dos meses de duración, porque hubo momentos de entusiasmo y motivación; pero, claro, también de cansancio y dudas. Hemos incorporado diferentes lenguajes, equilibrado miradas y difuminado el liderazgo, compartiendo recursos, experiencias y relaciones en la construcción colectiva. Las adhesiones a la carta se produjeron desde la conciencia solidaria y el respeto a las diferencias territoriales, culturales e identitarias. Por todo esto, pensamos que ha sido un proceso radicalmente feminista: horizontal, diverso y dialogante, que reconoce los debates, el trabajo teórico y la práctica política que se ha ido amasando durante muchas décadas de la mano de campesinas y colectivos feministas y agroecológicos.
Si los territorios están bien conectados con alianzas y cooperación entre ellos, no es necesaria una organización estatal estructurada.
De hecho, quienes conformamos esta red llevamos años luchando por la agroecología en nuestros territorios, y tras esta experiencia constatamos nuevamente que es el trabajo de los territorios el que nutre el contenido de las iniciativas y la movilización estatal cuando ésta se hace necesaria y urgente. Nuestra articulación, basada en la confianza y el apoyo mutuo, ha sido un espacio de encuentro donde compartir y reforzar las movilizaciones locales sin necesidad de una estructura formal o un modelo organizativo clásico. Así, ante la eterna pregunta de si necesitamos estructuras organizativas más complejas o formales, nuestra experiencia ha demostrado claramente que si los territorios están bien conectados con alianzas y cooperación entre ellos, no es necesaria una organización estatal estructurada con dinámicas que a menudo acaban siendo poco operativas y desgastantes.
La lucha es en las calles
Otro aprendizaje que cabe destacar es el enorme impulso y visibilidad que pueden dar las redes sociales virtuales a las luchas materiales en los territorios. No somos expertas en estas herramientas, de hecho, hemos necesitado la ayuda de responsables de comunicación de organizaciones, técnicas de colectivos encargadas de soportes digitales y de creadoras de recursos visuales como infografías. Con todo, es evidente que la campaña llegó a organizaciones que ni sabíamos que existían y que la han nutrido tanto en diferentes redes (Facebook, Twitter, Telegram, WhatsApp, Instagram...) como más allá de lo virtual, con vídeos, menciones en artículos, entrevistas, campañas locales, etc.
Las redes sociales virtuales no pueden ni deben sustituir nuestras luchas, sino complementar las movilizaciones en los barrios y los pueblos, donde podemos vernos y tocarnos, abrazar la lucha y la esperanza. Sin embargo, en esta sociedad hipertecnologizada y en el contexto particular que estamos viviendo, con nuestra movilidad limitada, constituyen un espacio indiscutible de generación y defensa del discurso, de diseminación de prácticas y de articulación de la presión social. ¡Imaginemos una acción colectiva en la calle de todas las organizaciones que firmaron la carta-manifiesto!
Agroecología feminista en la práctica
Haber construido la campaña de forma colectiva, horizontal, con cuidado mutuo, sin logos ni membretes, para todas en plural y desde ninguna en particular ha facilitado esta apropiación.
De tener que aventurar una evaluación de todo este proceso, hoy diríamos que no ha tenido todos los resultados positivos que hubiéramos querido. En el ámbito institucional, conseguimos reunirnos con el Ministerio de Consumo, que escuchó nuestros mensajes y se comprometió a hacerlos llegar a otros ministerios, aunque con resultados muy escasos. Los mercados de productoras se abrieron en algunas regiones y también los huertos de autoconsumo, pero no hubo un cambio generalizado a nivel estatal hasta que comenzó oficialmente la fase de desescalada. Muchos permanecen cerrados y necesitan la presión vecinal para obligar a reestablecerlos y a cumplir la normativa de seguridad establecida. Sabemos que nuestro mensaje y nuestras reivindicaciones llegaron a las instituciones, pero también hemos podido constatar que la mayoría de ellas han priorizado otros intereses.
Esta campaña ha conseguido visibilizar y aunar en un mensaje colectivo muchas experiencias agroecológicas que hasta ese momento no habían encontrado espacios donde sentirse identificadas, reconocidas o acompañadas en sus reivindicaciones. Pensamos que haber construido la campaña de forma colectiva, horizontal, con cuidado mutuo, sin logos ni membretes, para todas en plural y desde ninguna en particular ha facilitado esta apropiación.
En definitiva, más allá de este momento de crisis, seguimos ahora el camino habiendo incorporado mucha conciencia y, sobre todo, práctica feminista para el avance de la agroecología a través de una campaña sin precedentes que nos refuerza en el convencimiento de que la agroecología será feminista o no será.
Mirene Begiristain, Patricia Dopazo, Jessica Milgroom, Isabel Álvarez, Elisa Oteros, Marta Rivera, Marina Di Masso
Las autoras participan en la red informal de feminismos y agroecología
#yocomodelahuerta
«Desde que se declaró el estado de alarma estamos asistiendo a un acorralamiento que no nos deja ir al campo para cubrir nuestras necesidades básicas (leña, agua, huerto…). No entendemos el peligro de acudir en solitario a un terreno al que nadie más va a ir, así que un grupo de vecinos y vecinas del entorno ya hemos escrito un artículo en El Salto, nos han hecho una entrevista en eldiario.es y hemos firmado como colectivo y en individual todas y cada una de las peticiones y las cartas dirigidas a diferentes ministerios. Sin embargo no queremos cesar en el empeño de hacer visible nuestra problemática. Vamos a montar un vídeo corto pidiendo el acceso a las huertas de autoconsumo. Nos gustaría moverlo por redes y que pudiera llegar a mucha gente. Queremos enlazar el vídeo con la campaña #SOScampesinado».
Este es el mensaje que nos llegó a la redacción de la revista y, unas semanas después, el domingo 26 de abril se lanzaba el vídeo coral #yocomodelahuerta, que alcanzaba en pocas horas las 10 000 visualizaciones y las triplicaba en un par de días. Para elaborarlo, el grupo promotor había lanzado un llamamiento por redes informales compartiendo la idea y pidiendo aportaciones audiovisuales. La sorpresa comenzó cuando recibieron más de 300 microvídeos en 4 días, procedentes de todos los rincones del Estado, en los que se reivindicaba el uso y cuidado de las huertas de autoconsumo, y continuó con el enorme impacto que tuvo esta campaña, integrada en #soscampesinado, de la que se hicieron eco muchos medios de comunicación. Una muestra de la capacidad que tiene el movimiento por la soberanía alimentaria cuando se organiza desde abajo.
Este número cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo