La Truja Negra
El Puig dels Eixuts es una masia del territorio del Lluçanès, en Catalunya, que ha dejado de ser un activo para la especulación bancaria. La Truja Negra es el grupo de jóvenes que la ha ocupado para poner en marcha un proyecto colectivizado de vida rural que reivindican en este texto.
El proceso de industrialización que sufre la tierra y quienes la habitan actúa como agente intrusivo y desvinculador de toda práctica y manera de vivir la ruralidad de forma consciente y consecuente. Así pues, el campesinado y quienes lo rodean se ven inmersos en una constante pérdida y decadencia de los conocimientos que lo forman.
Las nuevas generaciones crecemos en un modelo educativo que ningunea todo conocimiento práctico y nos condena o bien a una vida ejemplar y elitista o bien a las miserias de un nuevo trabajo asalariado cada vez más precario. Con todo, ya hace años que se cuece una moralidad halagada desde las grandes ciudades y la pequeña burguesía: "ganarse una buena vida", que ha desvalorizado y ridiculizado el mundo rural hasta el punto de convertirlo en motivo de burla. En consecuencia, sufrimos un éxodo rural y hay una necesidad y voluntad entre la juventud de ir a buscar en las ciudades todo aquello que, supuestamente, no encontraríamos en los pueblos.
Todo ocurre muy deprisa y las personas nos vemos sometidas, sin darnos cuenta, a un nuevo modelo económico que hace añicos la "libertad" y la autonomía que se vivía en nuestras tierras. A golpe de hipotecas, subvenciones y todo tipo de apuestas burocráticas, se condenaba el ruralismo a una brutal dependencia de la industria; simultáneamente, la clase obrera se veía forzada a entrar a formar parte de ello para adaptarse a unos ritmos de vida consumista que ni siquiera se habían podido plantear.
En los últimos años, además, se promueve desde las instituciones y la clase media-alta de todas las zonas rurales, una marca paradisíaca de entornos naturales y buena gastronomía para imponer el turismo; así lo sufre el Berguedà, la Cerdanya, el Montseny, el Lluçanès y todas y cada una de las tierras no urbanizadas. Como si no tuviéramos bastante con la industrialización de la agricultura y la ganadería, se hacen de nuestros bosques, campos y masías, parques temáticos para pijos y domingueros. Las zonas de río se masifican al mismo ritmo que las masías se llenan de jacuzzis. No hay golpe más fuerte para la cultura y la tradición y para los vínculos que la gente debería establecer con la tierra, que la saturación de espacios y ambientes por estos intrusos. Así, se inicia un proceso de gentrificación que imposibilita o dificulta la supervivencia y, todavía más, la creación de proyectos rurales.
En tan solo treinta años, se ha derrocado una forma de vivir tan llena y sencilla que nos permitía ser capaces de alimentarnos con nuestras propias manos.
En conjunto, se produce una caída constante de los saberes, las tradiciones y la cultura que se practicaban en una vida preindustrial y preglobalizada. Ahora, vivimos en una sociedad con individuos automatizados que desconocen su pasado en pro de una nueva sociedad moderna que tiende al absurdo. En tan solo treinta años, se ha derrocado una forma de vivir tan llena y sencilla que nos permitía ser capaces de alimentarnos con nuestras propias manos. Tener 10 gallinas, 4 conejos, un par de cerdos y un huerto era suficiente para alimentar una familia entera. Esta autosuficiencia no se limitaba a los ámbitos alimentarios, sino que se extrapolaba a todos los niveles de la vida. Cada pueblo tenía su propio tejar y con unas cuantas manos se levantaban masías que eran auténticas obras de arquitectura. Una manera de vivir que gestionaba y cuidaba sus bosques para calentarse durante todo el invierno, en lugar de hacerlo con petróleo extraído a golpes de guerra y genocidios de Oriente Medio. Una manera de vivir que tejía jerséis de la lana de los corderos que la alimentaban, que hacía cestos del mimbre y podía beber agua de sus fuentes.
En estos 30 años desaparece la escuela rural, una escuela de ámbito familiar. Desde la matanza del cerdo hasta la reparación de un tejado, todo se aprendía en familia. No hacía falta ninguna institución ni élite que enseñara todo lo necesario y suficiente para vivir. Cae una generación entera de masías, masoveros, pastores, cesteros... y demás oficios que se enseñaban de tú a tú. Sin envidias ni grandes pretensiones; eran saberes esenciales para vivir y en ningún caso materia con la que enriquecerse. Así pues, se presenta una nueva generación desposeída de lo que fue el mundo rural, una generación que no sabe ni cómo hervir el grano, ni matar un pollo y, todavía menos, cuidar un huerto.
Contra todos nosotros, la industria y la ciencia absorben todo conocimiento y lo degradan hasta homogeneizarlo en un mercado extenso y nada sostenible basado en el control. Mueren lenguas, culturas, fiestas, remedios y toda tradición en manos de un talante globalizado.
Ser responsables de nuestras propias vidas
El retorno a una vida preindustrial es una estaca contra el desastre. Todas las zonas rurales están llenas de leyendas, fiestas, tradiciones y personas sabias que nos pueden acercar a ella. Conocer de donde venimos y generar vínculos con nuestro pasado son herramientas clave para crecer con conciencia real y respeto por nuestro entorno más próximo. Sin embargo, dentro de todo lo que se engloba en la cultura y tradición rural, también se esconde una parte oscura. Los centenares de años de sumisión, invisibilización y desvalorización de las mujeres evidencian la necesidad de repensar lo rural desde una clara y contundente perspectiva de género y antipatriarcal.
La autosuficiencia y la soberanía se hacen necesarias y, a la vez, son una forma de empoderamiento y de liberación individual y colectiva hacia la creación de unos nuevos cimientos. Es indispensable pensar y construir espacios de aprendizaje y de empoderamiento para ser responsables de nuestras propias vidas. Hay que crear espacios de organización comunal donde se ponga en el centro aquello que armoniza la vida y donde, también, se señale al enemigo.
Con la muerte de la "escuela rural" nos vemos obligadas a reinventarla y generar nosotras mismas el lugar donde se haga posible un traspaso de conocimientos. Desde el Puig dels Eixuts, un proyecto con vistas a la autosuficiencia, hemos puesto en marcha la Escuela de Oficios, que es justamente un espacio de aprendizaje colectivo y de autoconocimiento a partir de los saberes de la gente del territorio que vive o vivió la ruralidad.
Conocer de donde venimos y generar vínculos con nuestro pasado son herramientas clave para crecer con conciencia real y respeto por nuestro entorno más próximo.
Al mismo tiempo, es imprescindible tejer redes de apoyo mutuo y de consumo responsable que sean capaces de crear un nuevo tejido y una nueva economía del y por el territorio. Con implicación, dedicación y la confianza de las personas que lo habitan, es completamente posible y viable la estructuración de una economía de proximidad e independiente de las estructuras de mercado y de Estado. En el Lluçanès, por ejemplo, ya hará casi un año que nació la XELLA (Red de Economía del Lluçanès Autogestionada) que apuesta por responder a las necesidades de la vecindad y valorar a las productoras y artesanas de la zona. Este proyecto se puso en marcha con un mercado mensual y rotatorio en cada pueblo del Lluçanès, creando así un punto de encuentro para visibilizar el pequeño campesinado y la artesanía. Con la llegada de la Covid-19, se suspendieron los mercados y se optó por la elaboración de una cesta semanal que ofrece productos del territorio únicamente para la gente del mismo territorio. Así pues, se da valor y se pone en contacto productoras y consumidoras. Es una herramienta realmente potente para remover conciencias contra la monopolización alimentaria de las grandes superficies que engaña a consumidoras y revienta a productoras.
Primeras Jornadas por la Resistencia Rural. Septiembre de 2019 | Foto: La Truja Negra
El campo como trinchera
Estos nuevos tejidos a la vez son claves para analizar y materializar las carencias productivas en nuestras tierras. Al mismo tiempo que aprendemos juntas, nos vemos alentadas y forzadas a pensar nuevos proyectos que solucionen estas carencias. El Lluçanès es una tierra llena de explotaciones ganaderas, de las cuales la inmensa mayoría son de formato intensivo y propiedad de grandes multinacionales. Con respecto al cerdo, no hay ni una sola explotación en extensivo y todo el que hay depende de la industria. Por otro lado, el Lluçanès estaba lleno de huertas de autoconsumo que, poco a poco, van desapareciendo. Para responder a tales carencias recae sobre nosotros la obligación de pensar y organizar nuevas iniciativas, como podrían ser bancos de trabajo y proyectos de huertas colectivas y autogestionadas que acerquen, otra vez, la gente a la tierra.
La precarización de nuestras vidas de la mano de la gentrificación que sufrimos por parte del turismo y la burguesía en nuestras tierras implica forzosamente una tensión de poderes.
Para combatir la industria, hacen falta muchas manos y ganas de trabajar la tierra y, también, repensar y construir una manera sana de relacionarnos las unas con las otras. Desgraciadamente, la situación que se nos presenta no es un camino de rosas. La precarización de nuestras vidas de la mano de la gentrificación que sufrimos por parte del turismo y la burguesía en nuestras tierras implica forzosamente una tensión de poderes. Cada vez es más complicada una mediación con la propiedad o las instituciones. Las masías desaparecen y cada vez se hace más evidente el trabajo en el campo como una trinchera, no una trinchera folclórica de cuatro afortunados que tengan las tierras, el dinero y las herramientas para hacerlo, sino más bien un campo de batalla para la recuperación de conocimientos, tierras y todas las herramientas necesarias para lograr un cambio de mentalidad en todos los ámbitos, económica, política y socialmente. La generación perdida y huérfana de sabiduría, para defenderse, tiene que combatir al Estado, al Capital y a la Propiedad. Reapropiarse del mundo rural es expropiación y colectivización en favor de un nuevo modelo ecologista, feminista y radical.
La Truja Negra
Este número cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo