Entrevista a Cesca Badal, de La bioFranquesa
Sarai Fariñas y Patricia Dopazo
Recuperamos un extracto de una de las 39 entrevistas que han servido para elaborar el documento Dones rurals del País Valencià, veus que parlen de treball invisible, ecodependència i interdependència, de la Asociación Perifèries, un trabajo cuyo objetivo es visibilizar a las mujeres del medio rural y del sector agrario a través de sus historias de vida, sus saberes, su día a día, sus preocupaciones y sus sueños.
La única foto de Cesca relacionada con su proyecto es esta, en la que aparece desenfocada. Según ella: «Así cerramos el círculo de la invisibilidad». Foto: La bioFranquesa
En su trabajo de fin de carrera de Ciencias Ambientales, Cesca quiso investigar sobre cómo era el paisaje de la cuenca del río Millars antes de la transformación a regadío y de la plantación masiva de naranjos. Ella nació donde el río desemboca, en Almassora, pero para dedicarse a la agroecología tuvo que irse al interior, a Caudiel, en la comarca de l’Alt Palància. Allí tiene un proyecto de producción de hortalizas ecológicas con su pareja, Thomas, y su hija de 4 años. Hablamos con ella de la transformación de la agricultura en la zona de costa de Castellón, de compaginar huerta y crianza y de los trabajos invisibilizados.
¿Cómo tomaste la decisión de dedicarte a la agricultura?
Porque mis padres son agricultores profesionales en Almassora y siempre lo he vivido. Castellón se ha especializado mucho en naranjos, pero mis padres siempre siguieron apostando por la alcachofa y por la venta directa, a pesar de la crisis de la horticultura por la competencia de los productos de Almería. Yo de pequeña iba al mercado de Almassora y recuerdo que mi madre solo vendía alcachofas y vivíamos de eso, con eso era suficiente. En un pueblo de 10.000 habitantes —ahora tiene más del doble—, dos agricultores especializados en un único producto que vendían a gente local. Ahora en Almassora no hay ningún agricultor que funcione de esta manera, ahora hay que diversificar y aun así no da para vivir...
Entonces es como si te hubieras ido al interior buscando reproducir la forma de vida agraria que viviste de pequeña.
Aquí encontramos muy buena huerta. Tanto Thomas como yo somos ecologistas desde la perspectiva más bonita de la palabra, para nosotros es una forma de relacionarnos con lo que nos rodea. Hacer agricultura ecológica en La Plana es muy complicado por la mala calidad del agua y la contaminación de la tierra. Y también por el riego centralizado, exceptuando Nules y Borriana, los campos regados por el río Millars están transformados a goteo y totalmente orientados a la agricultura naranjera con sus abonos. La horticultura se hundió en Castellón. Aquí en Caudiel, a pesar de que estos pueblos tienen una tierra muy buena, prácticamente somos los únicos que hacemos policultivo con rotación. La única limitación de esta zona alta para hacer huerta son las temperaturas bajas que hay en enero y febrero, acompañadas de vientos muy fuertes. Y eso es bueno para las plagas, pero, claro, tienes inviernos largos y primaveras demasiado frescas.
¿Cómo fue al principio la organización y el reparto de tareas?
A pesar de que yo tengo una formación científica y vengo de familia de agricultores, no ha habido una herencia directa de la familia, ni la tierra, ni la maquinaria, ni los conocimientos... porque el conocimiento agroecológico mi padre lo ha perdido; aunque sea capaz de producir mucha verdura, no sabe distinguir un insecto plaga de uno que no lo es. Comenzamos de cero y salieron millones de cosas que atender: plagas, ciclos, variedades, la localidad, el clima, crear un calendario de producción coherente... Todo esto a Thomas le estresó mucho y su reacción de defensa fue la de centrarse en producir, mientras que yo era más de analizar. Y, claro, me fui cargando un poco de lo que el no quería, de manera natural. Yo hago todas las tareas que no te hacen agricultora a los ojos de los demás: transportar, buscar clientes, encontrar semillas nuevas, experimentar con la biodiversidad, etc.
Yo hago todas las tareas que no te hacen agricultora a los ojos de los demás.
¿En el pueblo no te reconocen como agricultora?
Bueno, espero que sí, porque no solo ato manojos de acelgas. Cuando estamos los dos en el huerto, muchas veces vienen los iaios y se ponen a hablar con él porque tienen mucha vergüenza de hablar con una mujer, pero rompes con eso y bueno... Realmente no sé si me reconocen como agricultora. También están los comentarios un poco machistas tipo «qué suerte que tienes con tu mujer», porque no ven normal que una mujer joven esté tanto en el huerto. Y cuando estaba embarazada era igual, iba siempre que podía porque él solo no llegaba a todo... y yo decía «bueno, si estoy aquí sentada cortando esto o aquello, pues algo he hecho, porque en casa no me gusta quedarme». Mi padre no quería que fuera nunca al huerto porque era una chica, solo iba a recoger alcachofas. Y yo le preguntaba cosas de los cultivos y me decía «cuando me muera te dejaré el huerto preparado para que entres con zapatos de tacón..., y cuando te cases se lo explicaré a tu marido». Puede que por eso los hombres se empoderen muy pronto con una azada, a nosotras nos cuesta más.
¿Cómo es la crianza en el medio rural?
Mira, nuestra hija nació el 4 de marzo y hay una fotografía del 5 de marzo cuando estábamos recolectando puerros, con un frío que hacía... la foto la hice yo, y Thomas la lleva en brazos. Nosotros desde el primer minuto la hemos llevado al huerto porque no había otra opción. ¿Dónde va a estar mejor que en mi huerto? Entiendo que si se trata de un espacio agrícola contaminado nadie quiere llevarse a sus hijos al huerto, porque si has fumigado, tu lugar de trabajo no es un lugar para compartir con tu familia. Pero el asunto es que aquí nosotros estamos solos y no tenemos una red. Si tuviera aquí a mis padres, podría compatibilizar el ser madre porque no tendríamos que pactar con mi pareja quién hace esto o aquello, quien se queda en casa... En el mundo rural el espacio es más seguro, pero el resto es complicadísimo si no tienes una familia que te apoye, de hecho, es que no hay guardería, no hay servicios.
¿Te sientes cómoda cuando te califican de «neorural»?
No entiendo la dicotomía entre mujer rural y neorural, y creo que es injusta porque yo nunca me he identificado como rural o urbana. ¿Para qué sirve esa dicotomía? ¡Para nada! Me molesta que una mujer que viva en Morella y en su vida haya ordeñado una vaca, pero sea descendiente de vaqueros, sea considerada rural y deba tener una cosmovisión diferente a la que tengo yo, que soy hija de agricultores y he plantado alcachofas en agosto desde que era adolescente, pero he venido de Almassora y mi cosmovisión es considerada urbanita. Eso no es real. Cuando entro en una cooperativa en Castellón conocen a mi padre, los agricultores saben quién soy. Voy por los campos y sé de quién es esa parcela. ¿Hay algo más rural que eso? He discutido mucho por este tema. ¿Dónde está el límite de la ruralidad en el País Valencià? Claro que hay muchos núcleos urbanos, pero Almassora tiene 25.000 habitantes y una huerta inmensa a su alrededor. Por otro lado, está el tema de cazadores y ecologistas, taurinos y antitaurinos..., y se trata de eso, no de ser rural o neorural, sino de quién quiere cambiar las cosas y quién no.
¿La agroecología en una zona de interior puede mantener a una familia?
Al principio era necesario que yo trabajara fuera para ir arreglando la casa y comprar las máquinas que hacían falta. Él siempre ha estado dado de alta y yo pensaba «él trabajando más de una jornada completa y yo 4 o 5 horas, y aun así no alcanza ni para pagar su seguridad social ni para mantener a una familia..., ¿qué hay que hacer para que yo pueda aparecer?». No quiero reproducir lo que ha pasado en mi familia; mi padre le dijo a mi madre: «no hace falta que cotices, cuando seamos mayores ya viviremos con los ahorros que tenemos». Y esto y otras cosas, claro, han generado una situación de dependencia vital de mi madre respecto a mi padre. Hoy por hoy, que una persona sola saque rendimiento económico de la tierra es imposible, por eso antes ponía el ejemplo de que mis padres podían sacar adelante a toda la familia con un solo producto. Ahora ya no. Tenemos que mover todos los tipos de consumo posibles, no decir que no a nada. Sin mi aporte, tanto de tiempo como de visión, es imposible. Muchos agricultores se plantean proyectos más cooperativos y es lógico. A nosotros, por el clima de Caudiel, nos pasaba que durante 5 meses casi no podíamos producir porque hace mucho frío, tuvimos que buscar la manera.
¿Y cómo lo habéis hecho?
Yo tuve la idea de cultivar una tierra en Segorbe que nos diera para producir y vender todo el año, y al principio él se negó. Yo le dije que esa actitud no era muy colaborativa, ¿qué solución había? Si falta dinero, soy yo la que tiene que irse fuera a trabajar, y eso no es justo, pero prefiero trabajar fuera a estar invisibilizada permanentemente. Al final, es él quien cultiva y, parece que no, pero se crea una dependencia, una jerarquía. Si tengo que encargarme de las plagas, tengo que entender cómo está cultivándose y si no lo comparte..., ¿en qué me baso para trabajar? El tema de la maquinaria agrícola también hay que hablarlo, es fácil y cómodo caer en esa división de trabajos en que la parte física la hace el hombre y la intelectual la mujer. Mi padre nunca ha querido enseñarme a llevar la maquinaria, eso influye en la seguridad que tienes en ti misma y crea en la pareja dependencia, reproches y discusiones. Bueno, así que le dije que hiciéramos un pacto de un año, que yo cogía la tierra de Segorbe. Sigo sin darme de alta, era un experimento para demostrar que se puede llegar a ofrecer una continuidad en los cultivos, pero me ha empoderado mucho tener tierras que llevo yo y que dependen de mí.
Al final las mujeres somos auxiliares imprescindibles, pero nunca llegamos a tomar decisiones al mismo nivel que los hombres.
¿Cómo te ves en el futuro?
Me apetecería hacer aceite. Le dije a Thomas: «Lo del aceite me gustaría hacerlo yo, ser la titular». Quiero ir yo en el tractor porque creo que hace falta que haya mujeres subidas a un tractor y que no se vea raro. Al final, esos cambios tienes que defenderlos tú porque si no, te vas quedando ahí en el estatus que te da la maternidad, la lactancia... que es importantísimo y maravilloso, pero es el papel que ya tuvo mi madre. Yo no quisiera quedarme donde se ha quedado ella. El problema que veo de hacer tareas periféricas eternamente es que al final las mujeres somos auxiliares imprescindibles, pero nunca llegamos a tomar decisiones al mismo nivel que los hombres. No estamos presentes en los momentos de diseño o planificación y eso nos hace parecer menos emprendedoras, menos agricultoras, menos visibles, más apéndices. ¿Hacia dónde hemos avanzado en ese equilibrio en la relación? ¿Cuántos hombres de los que hacen agricultura ecológica se llevan a sus hijos al trabajo? No hay. Mujeres sí, porque no hay nadie detrás de nosotras...; o quizá, si hay alguien, es otra mujer.
Sarai Fariñas Ausina. Socióloga y autora del estudio Dones rurals del País Valencià. Veus que parlen de treball invisible, ecodependència i interdependència.
Patricia Dopazo Gallego. Revista SABC
Donde habita la esperanza, la tierra la cuidan ellas
Elena Alcocer cría cuyes en La Esperanza (Ecuador). Foto: Perifèries
¿Cómo perciben sus roles las mujeres del medio rural? ¿Y el de los hombres? ¿Qué sienten que tienen de bueno y de malo estas diferencias? ¿A qué creen que se deben? ¿Las mujeres jóvenes están transgrediendo estas costumbres? Son algunas de las muchas preguntas que han dado pie a dos procesos de búsqueda de respuestas, uno en el País Valencià y otro en la Parroquia La Esperanza en la provincia de Pichincha, Ecuador. Procesos análogos cocinados a fuego lento, ya que el objetivo no es producir conocimiento sino recoger sus narrativas, situar sus verdades parciales, entendiendo que las mujeres rurales no son un conjunto homogéneo sino que son diversas y plurales. Poniendo a dialogar estas verdades parciales, se busca reconstruir la realidad de forma colectiva. Las mujeres entrevistadas en ambos contextos, tan aparentemente lejanos, se conectan hablando de las transformaciones que la agroindustria y el capitalismo han provocado en sus territorios, de los trabajos invisibilizados, del buen vivir y la idea de progreso, de la relación con la tierra o de los saberes que persisten.
Los resultados de estos procesos han dado lugar a dos documentos, ambos coordinados por la Associació Perifèries:
• Donde habita la esperanza, la tierra la cuidan ellas, por María Fernanda Vallejo y Susy Pinos.
• Dones rurals del País Valencià. Veus que parlen de treball invisible, ecodependència i interdependència, por Sarai Fariñas.
Perifèries