Entrevista a Xavi Luján, de Ecollaures

Patricia Dopazo Gallego

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Xavi abriendo surcos con el motocultor. Foto: Vorasenda

Las tierras de la familia estuvieron arrendadas a la gente del pueblo durante décadas, desde que el abuelo llaurador dejó de trabajarlas. Ahora Xavi las ha recuperado en su proyecto Vorasenda, una de las 25 iniciativas de las comarcas centrales del País Valenciano que forman parte del colectivo Ecollaures. El proyecto de Xavi está en Carpesa, a 10 km de Valencia, una ciudad cuya huerta parece resurgir en estos últimos años con un papel protagonista de personas jóvenes.

 

La idea de acercarnos a Xavi surgió en el encuentro sobre Sistemas Participativos de Garantía (SPG), en noviembre de 2015, en Valencia. Los SPG son los procesos que se ponen en marcha en un territorio, por parte de personas productoras y consumidoras, para construir una «certificación» ecológica alternativa, autogestionada y basada en la confianza. En un principio, el objetivo de la entrevista era conocer la vivencia individual de una persona productora con una significativa trayectoria de entrega a estos procesos, a los SPG, para recoger sus impresiones, preocupaciones y motivaciones más allá del sentir colectivo, que es lo que habitualmente se muestra en las charlas o mesas redondas en las que frecuentemente participa Ecollaures. Al sentarnos con Xavi, la conversación trascendió ese objetivo enseguida.

¿Siempre has querido ser agricultor?

¿Yo? ¡Qué va, qué va! (risas y trago de cerveza).

¿Cuál ha sido tu trayectoria?

Mi trayectoria... (piensa). Llegó un momento en el que tuve una crisis existencial muy gorda y cuando estaba acabando la carrera, ingeniería forestal, tuve un replanteamiento muy fuerte. No me interesaba lo que se me ofrecía como salida profesional y necesitaba que lo que hiciera tuviera sentido. Yo había estado viviendo en Gandía, en Alemania, en Argentina, y cuando volví me di cuenta de que no había estado en casa desde hacía ocho años. Me quedé encerrado en casa con una crisis brutal. Fue un año y medio de no hacer nada, salía con los amigos, pero volvía a casa y me pasaba el tiempo leyendo. No era una depresión, era un momento de confusión y reflexión... Estaba totalmente desorientado, tenía muchas ganas de hacer cosas pero no encontraba el formato ahí fuera.

¿Y cómo fue el clic?

El clic fue que unos amigos cogieron un terrenito del padre de uno de ellos y empezaron a dar palos en el campo. Y no sé, de repente vi que la agricultura es una especie de cuadro de mandos en el que tocaba todo lo que a mí me motivaba: no es solo trabajar la tierra y ser tu propio jefe y decidir los caminos por los que vas y las responsabilidades que asumes, sino que al mismo tiempo es un dinamizador brutal tanto de cultura como de sociedad. Me di cuenta de que podía darle una salida muy interesante al tema.

Y empezaste a trabajar la tierra...

Sí, empecé los primeros meses con un amigo del pueblo, un llaurador convencional que decidió probar con lo agroecológico y la venta directa, pero al poco tiempo asumió que no podía compaginarlo todo y decidió retirarse. Entonces me quedé yo solo durante unos tres años. Al principio, tuve que aguantar todo eso de que la agricultura ecológica es una mentira, de que no aguantaría... y eso que no hay que olvidar que yo soy «el Calillet», el nieto de Tonico «l’aiguardenter» y eso ya implica una cercanía, no soy alguien que viene de fuera, estoy trabajando mis tierras. Una cosa muy significativa de la que me he dado cuenta es que el respeto me lo he ido ganando porque trabajo muchísimo, no todos los llauradors de mi pueblo trabajan al mismo ritmo. Solo ahora es cuando tengo a dos trabajadores, Bert e Isidro.

 

   De repente vi que la agricultura es una especie de cuadro de mandos en el que tocaba todo lo que a mí me motivaba: no es solo trabajar la tierra y ser tu propio jefe, es un dinamizador brutal tanto de cultura como de sociedad.  
 

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Xavi en su huerta; su pueblo, Carpesa, al fondo.

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Concha y Amparo, madre y tía de Xavi, limpiando verdura para el reparto. Fotos: Vorasenda

 

¿Y has conseguido que la producción sea rentable?

Bueno, ha llegado un momento en que tengo que decir que ya no es mi proyecto, es un proyecto más bien familiar. Sin mi madre Concha —Conchín, «la Calilla»— en las sombras haciendo los manojos y limpiando las verduras yo no podría ser rentable. Ella hace un trabajo equivalente a media jornada y no cobra nada, solo tiene la verdura. Y tengo a mi tío, mi tía y la mujer de mi tío que me ayudan en el reparto de la verdura. Los únicos que hacen un trabajo asalariado son Bert e Isidro. Poco a poco mi familia ha ido viendo que, desde cero, sin saber plantar una lechuga, estoy con sesenta y pico cajas, en mercados, en tiendas. Mi madre y mi tía tienen mucho carisma y cuando viene la gente a por las verduras les sacan mistela y les dan a probar algún pastel o una coca. Me gusta mucho esta relación directa con el cliente, pienso que da integridad y sentido holístico a lo que hago. Mi pueblo es muy pequeñito, esto es un dinamizador muy grande de la propia gente del pueblo y creo que eso ha involucrado mucho tanto a mi madre como a mis tíos. Sin su ayuda, imposible. De ahí que este tipo de agricultura y rentabilidad sean conceptos difíciles de encuadrar. Por ejemplo, esta mañana hay mercado y va a ir Bert a por las verduras. Cuando llegue, mi madre ya ha preparado la caja de caudales, los manojos, la báscula, los carteles del SPG, las mesas... Yo sin eso...

¿Crees que ese compromiso de tu familia tiene que ver con el trabajo que haces?

Si hubiera montado un negocio de telefonía móvil, mi familia no me habría ayudado del mismo modo. La agricultura es una forma de vida y vender móviles es un negocio, hay que entender eso. Ellos han visto que algo empieza a cobrar sentido, que tiene contenido... que está removiendo cantidad de cosas que parecían desaparecidas, me refiero a estas desilusiones que el capitalismo ha causado en las sociedades. Me compran la verdura, pero hay muchas más cosas que se desencadenan con esa compra. Por un lado, ha sido eso y, por otro, el hecho de que todo esté ubicado en tu casa, en tus campos. Mis abuelos metieron mucha caña a mi madre y a mis tíos para que no fueran agricultores, por eso les vino un poco de improviso que yo decidiera dedicarme a esto. Aunque ellos sepan estar por encima de ese discurso arcaico, lo tienen interiorizado, por eso creo que la lectura que hacen empieza a ser más profunda. Por ejemplo, ellos ven que la tónica general actual empieza a ser que la gente va dando tumbos de trabajo en trabajo, que existe una prostitución laboral en la que «estás pero no estás»... y ven que yo me estoy enraizando en la tierra generando una forma de vida y moviendo a los vecinos... eso es lo que les atrae. Por eso, mis tíos vienen los jueves, aprovechan para ver a mi abuela pero se quedan con las cajas y las reparten.

¿Tienes vida fuera de la huerta?

Estoy en proceso de recuperarla, vida no tengo. Antes escalaba y me gustaba mucho la literatura, viajaba, empecé a estudiar Humanidades... todo eso se ha acabado. Ahora estoy empezando a revertirlo porque ya voy a hacer casi siete años en el proyecto y no puede ser que por leer me hiciera llaurador y por ser llaurador deje de leer. Trabajo de sol a sol y este año es el primero que he tenido vacaciones relativamente largas. Los tres primeros años literalmente no tuve. Y claro, no tienes vacaciones pero al mismo tiempo sabes que estás en tu propio viaje, algo que no todo el mundo puede contar, un viaje iniciático, un proceso de autorreconocimiento y de tocar tus propios límites. Y los he tocado, ha llegado un momento en el que sé que tengo que retomar mi vida, no puedo continuar con el ritmo que llevaba, porque se me está agotando la energía vital.

 

   No tienes vacaciones pero al mismo tiempo sabes que estás en tu propio viaje, algo que no todo el mundo puede contar, un viaje iniciático, un proceso de autorreconocimiento y de tocar tus propios límites.  
 

¿Cuándo empiezas a participar e impulsar los SPG?

Más o menos a los dos años de empezar en la huerta. Yo ya hacía tiempo que escuchaba mucho ruido alrededor de eso, muchas ideas que iban saliendo, muchos grupos de consumo... pero tenía tanto trabajo, que me interesaba solo la relación con el campo. A los cuatro meses de estar en esto, cuando perdía cultivos enteros, cuando no tenía claro si las cajas eran dignas o no, yo no podía prestar atención a lo que pasaba fuera, necesitaba centrarme, y una vez tuviera claro hasta donde podía llegar, ya llegaría el momento de interrelacionarme con todo ese mundo que estaba muy dinámico. Cuando me contaron que existía Ecollaures y los SPG, yo ya tenía mucha ideología metida y me di cuenta enseguida que el SPG encuadraba muy bien ese todo que supone la agroecología y la soberanía alimentaria.

¿Por qué? ¿Cuál es para ti la dimensión política del SPG?

Es un dinamizador y estimulador político y organizativo. Al menos, tal y como está planteado el de Ecollaures, favorece que la ciudadanía tome parte, y a partir de ahí lo que surja. Si hay un verdadero problema político es la pasividad y si hay pasividad hay un vacío y entonces el carroñero, o sea, el sistema, con sus intereses económicos y no humanos, ocupa ese nicho. En el momento en que estimulas a la gente para que se responsabilice de los asuntos que le atañen, todo lo que venga, bienvenido será, pues seguro que estará mucho más enfocado al bien común y al interés general. Yo entiendo que todos los SPG son un marco en el que la gente se reúne, existe un diálogo permanente y una toma de decisiones. El asamblearismo lo consideramos fundamental. Entonces creo que las dimensiones políticas van mucho por ahí, por el paso a paso y hay que saber que generamos un trabajo continuo y ciudadano.

¿Cómo evolucionarán los SPG?

Mientras lo que venga sea asambleario y participativo, me da igual. Yo llegué con 30 años al SPG y cuando empecé a hacer reuniones y asambleas me di cuenta del absoluto vacío educativo que he tenido siempre en lo que tiene que ver con la convivencia y organización con mis iguales ¡Tantas veces que he despejado la x en mi vida, y resulta que la x estaba en otro sitio! Lo que hay que saber es vivir organizativamente siempre, y no estar esperando una meta final que rentabilice tu militancia, porque esos resultados siempre van a ser ambiguos y se corre el riesgo de caer en la resignación y el abatimiento. Si esperas un resultado concreto, también implica que esperas una posible decepción. Y ¿qué es vivir? Vivir es ir haciendo... entonces ¿dónde va a llegar todo esto? Donde sea mientras haya creado tejido social, soberanía alimentaria y asamblearismo. Para mí la soberanía alimentaria es la soberanía popular en el ámbito de la agricultura. Y es importante entender que las soberanías son hechos que se consuman, no derechos que se nos otorgan como si fuera el hueso que el amo da al perro para entretenerlo.

Parece que actualmente la ciudad de Valencia vive un despertar de su huerta y de la conciencia ciudadana respecto al consumo local ¿Cuál es tu opinión? ¿De qué manera está influyendo en esto la incorporación de gente joven al campo?

Este momento hay que aprovecharlo y celebrarlo, claro está. Pero tenemos que analizar si el despertar es autónomo y nace desde la base o viene sujeto a modas. Hay que estar atentos a que esta revitalización no acabe desviándose a un consumo del capitalismo verde, que poco tiene que ver con soberanía alimentaria, economía local o territorio. El despertar de la huerta se debe implantar en nuestra conciencia colectiva, transformándose en deberes colectivos que a su vez se traduzcan en pequeñas acciones cotidianas. No encontraremos resultados diferentes haciendo las cosas igual. Sé que lo que digo puede parecer abrumador pero el panorama que se nos presenta globalmente no pide rebajas. Sobre la última pregunta, la agricultura es una actividad que tenemos grabada en nuestra condición humana. Ella originó las primeras civilizaciones. Por eso hay mucha gente que nace con vocación agrícola y por eso la agricultura siempre tendrá candidatos para atenderla. Ahora bien, si la agricultura se precariza, los candidatos no acudirán por vocación sino por necesidad. Imagínate una sociedad repleta de médicos sin vocación. Nadie iría al hospital. Por eso debemos preguntarnos: ¿sobre qué tipo de sociedad debe emerger una agricultura más sana y humana? ¿Qué clase de sociedad estamos contribuyendo a generar? ¿Por qué, por ejemplo, pagamos una mensualidad a nuestro gimnasio pero somos reticentes a pagar un sueldo fijo a nuestro agricultor? ¿Por qué compramos el mejor producto para limpiar la tapicería del coche y en cambio buscamos el aceite más barato para nuestra alimentación?

¿La agricultura es un buen escenario para organizarse y pensar en común?

El trabajo agrícola ubica y sitúa al ser humano en el territorio en el que está, porque en el momento en que te implicas en tu alimento y en la agricultura, estás implicándote en tu territorio. Esa es una mezcla muy brutal entre teoría y territorio y lo que más llena espiritualmente, desde mi punto de vista, no es la idea de la satisfacción teórica sino que cobre forma. Lo que importa es que lo que pensemos lo acabemos haciendo.

¿Volverías a trabajar individualmente, fuera de los procesos colectivos?

Yo creo que esa pregunta podría hacerse de otra manera: ¿serías quien no eres? Pues a lo mejor sí, pero no me gustaría.

Patricia Dopazo Gallego
Revista SABC

  PARA SABER MÁS

Sobre los Sistemas Participativos de Garantía pueden revisarse los artículos:

   «Menos burocracia, más confianza», de Eva Torremocha, en el n.º 8

  «¿Competimos o nos autocertificamos?», de Patricia Dopazo en el n.º 24

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