Una experiencia de lucha compartida
Laia DE AHUMADA
―Tú tienes muchas cosas, ¿verdad? ―le pregunta Catalina a su abuela.
―Ah, ¿sí? —le responde Doris—. ¿Qué tengo?
―Pues todas las verduras del huerto y además eres feliz…
Doris es una abuela chilena bregada en la lucha contra la dictadura de Pinochet, a quien, como a tantas otras mujeres del país, ejecutaron a familiares a los que nunca más se hizo justicia. Desilusionada por el rumbo que tomó la democracia después de la dictadura —en que nada pareció cambiar, a pesar de que aparentemente todo había cambiado—, hizo las maletas y marchó en busca de nuevos horizontes.
Doris vive ahora con Dora y con Antonio, todas ellas forman parte de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) de Girona-Salt y participaron en la ocupación del bloque de pisos, propiedad de la Sareb, el banco malo, en Salt. Este bloque fue ocupado en marzo de 2013 por quince familias y desalojado en febrero de 2014; y recientemente, el pasado mes de mayo, ha vuelto a ser ocupado.
Las conocí en el II Aplec d'Agricultura Urbana de Barcelona, donde se habló de la transformación social de los huertos urbanos. Ellas vinieron a explicar su experiencia en el huerto que ocuparon, junto con el bloque de pisos, en Salt, y cómo el contacto con la tierra las había transformado, hasta tal punto que ahora viven en una casita de campo en Vilobí d’Onyar, donde cultivan sus hortalizas y las comparten con todas aquellas personas de la PAH que las necesitan. Su casa siempre está llena de gente. Quieren mostrar que se puede vivir de otra manera, mucho más digna, solidaria y autosuficiente. En el comedor, un arco iris pintado en la pared preside las vidas de estas personas que, a pesar de todo el dolor vivido, afirman haber vuelto a descubrir su sentido.
El huerto se convirtió en un lugar de reunión, hasta que nos desalojaron.
¿Cómo has llegado hasta aquí, Doris?
Doris: En marzo de 2013, después de deambular por las administraciones y de no encontrar solución al drama de la hipoteca, pensamos que había que luchar con más fuerza, subir el tono, que se enterara la gente de lo que estábamos viviendo, y decidimos ocupar el bloque de Salt. Ninguna de las tres vivíamos en Salt, sino en Girona y en Cassà de la Selva, pero buscábamos un bloque con características especiales, porque no se trataba de ocupar un piso, de cerrar las puertas y olvidarse, sino de buscar un sitio donde pudiéramos hacer cosas, organizarnos de forma diferente, hacer visible nuestra lucha. Vimos un bloque de pisos y al lado un terreno baldío, donde no había nada. Entramos 15 familias. Era el 13 de marzo, y al día siguiente ya teníamos el huerto en marcha: limpiamos el terreno, trabajamos la tierra y plantamos algunas cosas para darle vida. Vino mucha gente a ayudarnos. Aquel día había unas 300 personas.
Fue precioso. Vimos que todas juntas lo podíamos conseguir.
¿Cómo os organizabais?
Doris: En el huerto nos organizábamos para hacer todas las tareas, para ver qué se plantaba. El trabajo de cuidarlo nos sirvió para integrarnos todas las familias que habíamos ocupado el bloque. Las africanas plantan otro tipo de alimentos, y aprendimos con ellas para qué servían, cómo lo hacían. Duramos nueve meses y comimos muchas hortalizas, inclusive a los vecinos se les regalaban productos y nos traían semillas para plantar. Se convirtió en un lugar de reunión, hasta que nos desalojaron.
Antonio: Pero no solo eso, teníamos gallinas y los niños alucinaban: «Pero ¿de dónde salen esos huevos?», nos preguntaban. Los niños también se comprometieron con el huerto. Pero lo mejor de todo es que no había ninguna vivienda cerrada. El vecino que quería algo iba a otra casa y lo cogía: «Me llevo un poco de sal» o «un poco de azúcar». ¡Éramos libres!
Doris: Surgió de forma espontánea. Era como una vivienda única con muchas habitaciones. Teníamos una lavadora y un congelador comunitario, y aprendimos una forma de vida más sana donde compartías, donde sabías quién era el que vivía al lado. Los niños hacían los deberes juntos y bajaban al huerto a jugar, siempre acompañados por una persona adulta. La mayoría de pisos estaban ocupados por africanas afectadas como nosotras, pero con ellas no habíamos convivido nunca; aprendimos sus costumbres, qué era el ramadán, por qué lo hacían. Fue un tiempo muy bonito.
Huerto ocupado en Salt. PAH
¿Cómo os sentíais viviendo en un piso ocupado?
Doris: Cuando llegamos estábamos todas destrozadas. Yo allí me di cuenta de que hacía tiempo que no dormía por la preocupación de quedarme en la calle. Cuando fuimos al bloque, fue una tranquilidad, una terapia; sin acudir a expertos, entre nosotras, hicimos un trabajo psicológico ¡tan bueno! Te encontrabas con tu vecina y te contaba cómo estaba, y tú hacías lo mismo. Las africanas bailaban y cantaban mucho. Y con la convivencia deshicimos muchos tabús de las musulmanas, por ejemplo, sobre la sexualidad. Descubrimos que son mujeres muy abiertas.
Antonio: Son tan majas estas mujeres, tienen un corazón tan lindo. Simplemente hay que conocerlas.
Doris: La característica del bloque es que éramos todas mujeres, mujeres con hijos. La mayoría africanas. Solo había dos hombres.
¿El hecho de que la mayoría fuerais mujeres facilitó este tipo de organización espontánea?
Doris: Sí. Yo creo que todo lo que pasó fue porque la mayoría éramos mujeres. Las africanas se sintieron integradas y empezaron a confiar y cuando se abren, son maravillosas, cooperadoras. Vino mucha prensa, universidades, nos encerramos en la Generalitat, participaron en todo, no se achican ante nada, lo viven con armonía, cantando. Se sintieron protagonistas de algo que no se habían imaginado.
Hasta que llegó el desalojo…
Doris: Llegó un ejército a desalojarnos, porque no negociamos: nos daban poca solución porque los pisos que nos ofrecían no eran pisos sociales y tampoco se podían pagar. El día antes del desalojo, montamos una tienda de campaña en el huerto. A la mañana siguiente, cuando salía del bloque, lo vi todo acordonado, y me dije que yo no me iba a ir. Entré en el huerto y me instalé en la tienda de campaña y dije que de allá a mí no me sacaban porque era un espacio que habíamos ganado entre todas. Y nos quedamos allí seis meses, Antonio, Dora y yo.
Antonio: Todos los días venía gente al huerto, traían la comida, la calentaban en el fuego y pasaban el día. Durante los meses de invierno, siempre había una hoguera y comíamos allá.
Dora: Celebramos la Navidad, fue precioso. Hasta que el Ayuntamiento empezó a ver que el huerto era un problema y pusieron denuncias, quisieron cortarnos el agua… pero hicimos una lucha por el agua y la ganamos.
Antonio: Mujeres solas, hay que decirlo. Se ponían en lo alto de la alcantarilla para que no pudieran cortar el agua.
Doris: Entonces el alcalde cedió este terreno para construir un colegio y, claro, ante un equipamiento no se puede pelear, a pesar de que, anteriormente, ya se había cedido otro terreno con este fin, pero esta era la manera de que desapareciésemos. Y así acabaron con el huerto. El huerto fue lo mejor. Las mismas vecinas del entorno se iban a sentar ahí porque había una parte circular con plantas medicinales, y charlaban.
Antonio: Después se construyó una cúpula que fue la atracción de Salt, con palés, maderas… era enorme, muy bonita. El huerto nos enseñó que se puede vivir de la tierra y muchas personas que pasaron por allí ahora tienen su huertecillo.
Doris: Sí, la tierra te alimenta, pero no solo eso, te nutre, te da energía, porque a pesar de las dificultades que tuvimos, aprendimos a vivir de forma más sana. Te da una salud mental que no me esperaba, porque desaparecieron muchos dolores físicos que teníamos, producidos por el estrés.
Antonio: Yo antes de ir al bloque tomaba un montón de pastillas, ahora llevo más de dos años sin tomarme nada.
Doris: Te sientes útil. Yo ahora me levanto, me voy a ver las plantas, y me siento agraciada. Ver cómo salen las verduras es una belleza, una alegría.
¿Venir a vivir aquí os ha supuesto abandonar vuestra lucha en la PAH?
Doris: No, ¡qué va! Ahora que empezamos a tener productos, no queremos hacer negocio, sino compartir: hacemos bolsas para repartir y queremos que la gente se anime a hacer como nosotras, queremos demostrar con nuestra experiencia que se puede vivir de otra manera. Estamos abiertas a que aquí se venga a vivir quien quiera. Seguimos muy ligadas a la PAH. El problema existe y, mientras no haya un cambio, tenemos que continuar porque cada día están llegando personas que están perdiendo su vivienda y si nosotras tuvimos la gracia de salir adelante, tenemos que ser ejemplo para quienes vienen; que vean que otra vida es posible, que la tormenta pasa, siempre y cuando estemos bien preparadas para soportarla. Yo no puedo desligarme de la Plataforma ni de ningún movimiento social, porque creo que todo lo que suceda aquí nos repercute de alguna manera y tenemos que ser partícipes, tanto para denunciar como para demostrar que hay cambios posibles y colaborar para que lo sean. No podemos encerrarnos y olvidarnos de todo, sino que debemos despertar conciencias en el ámbito político, social, con la naturaleza, en la relación con la tierra, porque esta sociedad nos hace vivir tan rápido, abocados al consumo, porque no apreciamos lo que tenemos. Es importante despertar esa inquietud. Tenemos que humanizarnos y ver que no se requiere tanto dinero para vivir.
Antonio: Estamos trabajando para llegar a ser autosuficientes: leña para el fuego, placas solares. Los propietarios nos cedieron esta casa a cambio de que la arregláramos. Ahora cuando vienen no la reconocen de lo bien que nos está quedando. Yo era un esclavo del trabajo y todo para mantener una casa que luego me quitaron y que había construido yo. No me ha servido de nada. Yo no vivía, solo trabajaba. Mi ilusión empezó cuando conocí a estas mujeres. Me han cambiado la forma de vida y yo mismo estoy cambiando. Hay que ir cambiando a mejor.
En la PAH Girona-Salt ¿habéis tenido noticia de algún desahucio de masías?
Dora: Por aquí no tenemos noticia de ningún caso, pero los catalanes callan mucho, la gente autóctona no quiere hablar del problema, les da vergüenza, y lo están pasando fatal, pero no quieren hablar. A lo mejor vienen un día, pero luego ya no vuelven. Viene sobre todo mucha gente inmigrada. En el bloque de Salt, de catalanes, solo estaba yo y otro piso. No quieren que nadie lo sepa.
Doris: Sufren mucho y solos. Aquí hemos aprendido que es mejor pasar las cosas juntos, es más simple, es más sano. Fíjate, hasta participamos en una obra de teatro de Álex Rigola, Migraland. Yo nunca lo hubiera imaginado, y me animé para poder denunciar lo que estaba pasando. Descubrí que hay distintos medios para comunicar. Es pasar de estar aterrada, con una dificultad enorme, a decir: «No, no quiero que esto le suceda a más gente» —porque hay muchos suicidios de personas desahuciadas, pero lo callan—. Para mí, ha sido un despertar.