Naiara FERRER FERNÁNDEZ
¿Qué está pasando con los saberes campesinos de nuestros pueblos? ¿Cómo desarrollar la memoria biocultural para intervenir en la construcción del individuo y de la sociedad autónoma, democrática, libre y responsable con las formas de apropiación social de la naturaleza? La respuesta es parte de la reflexión a la que invita este texto.
Germen de trigo. Jaquelín Tejada Murillas, 10 años.
Tradicionalmente, en España, los pueblos estuvieron integrados con su medio ambiente. Las personas se adaptaban a los ritmos que la tierra marcaba en un proceso de coevolución, enlazando el creer-saber-conocer y la praxis, que permitía su subsistencia, sin comprometer la conservación de la naturaleza ni a las generaciones que la habitarían en un futuro. A mediados del siglo XX, la sociedad española sufre un cambio drástico, multitud de ecosistemas se artificializan provocando la simplificación de sus estructuras y la alteración de procesos naturales de sucesión ecológica. Uno de los elementos centrales de esta gran transformación fueron los canales de transmisión cultural, que sufrieron un grave deterioro, por no decir desaparición. Los saberes campesinos quedan relegados por la industrialización, se deslegitima así la tradición e identidad de los pueblos, tachándolos de antiguos y atrasados.
Paulatinamente, los pueblos sufren un proceso de desagrarización y pérdida de identidad preocupante. Vivir del medio rural, se vuelve una opción arcaica, del pasado; la identidad y valores campesinos se considera algo de nuestros abuelos y abuelas. Este proceso se acentúa a partir de los años 60-70 de la mano de la revolución industrial, cuando las familias campesinas paulatinamente comienzan a emigrar del campo hacia las urbes para trabajar en las industrias y fábricas que empiezan a crecer y demandar mano de obra. Las nuevas generaciones nacen en las ciudades, con otros valores, preocupaciones y sueños. Convivir con la naturaleza, se vuelve algo remoto. Se vuelve cierto el refrán que dice: “Ve más un abuelo sentado, que su nieto de pie”. Quedan atrás las generaciones de abuelos y abuelas, que coevolucionaron con la naturaleza de su ecosistema, lo domesticaron, roturando sus campos, guardando y compartiendo las semillas criollas, enlazando creer-saber-conocer, una praxis singular, integrando prácticas culturales y conocimiento biológico. Una espiral de conocimiento tradicional, que de generación en generación se iba renovando y transmitiendo mediante la memoria oral. Este saber campesino, tan frágil y silencioso, comienza a evaporarse por segundos, quedando relegado por el saber científico convencional, el de la llamada “ciencia moderna”.
¿QUÉ ES LA MEMORIA BIOCULTURAL?
La memoria biocultural es un nuevo paradigma, una ciencia con conciencia, una ciencia que dialoga y que refuerza el poder social, la convivencia entre pueblos y ciudades y entre las diferentes instancias sociales.
El estudio de la memoria biocultural nos acerca a nuestras raíces y saberes ancestrales, vislumbrándose como uno de los lazos posibles que nos una, que establezca una red de acción y diálogo. ¿Quién no tiene raíces en algún pueblo de la península Ibérica? El enlace entre identidad y memoria, es una dimensión de análisis que lleva a pensarnos y preguntarnos de dónde venimos (nuestras raíces), porqué somos como somos (nuestro presente) y, más aún, qué queremos para el futuro (proyecto de vida). Nuestra memoria aviva recuerdos y, como explica Eduardo Galeano, recordar viene del latín re-cordis, es decir: volver a pasar por el corazón.
La memoria biocultural enlaza la biología (conocimiento sobre el estudio de la vida) y la cultura (conocimiento sobre el cuidado humano); analiza la evolución del paisaje e interpreta cómo y por qué cambia su configuración.
RECUPERAR NUESTRA MEMORIA COMO RETO
Dice la etimología que cultura es cultivar, y que cultivar es cuidar. Siguiendo con este juego de palabras, agri-cultura es cuidar la tierra, remarcándose la importancia de asumir la responsabilidad personal y generacional de nuestras acciones. Abrazamos y trabajamos la tierra de una forma amable y respetuosa, al reconocernos parte de ella. Esta filosofía de reflexión-acción, se vuelve un reto necesario porque la salud y la sustentabilidad de los territorios rurales está en riesgo.
Antaño, en los pueblos, ser labrador, ser labradora, era algo inamovible “había que comer”, no había otra opción. El dinero se usaba poco, porque casi no había; la práctica del trueque se daba de forma natural y espontánea. Las características de terreno y clima marcaban los usos del suelo y de los productos agroganaderos de la zona. La comercialización era más bien local, mediante circuitos cortos de proximidad. Era frecuente el trueque entre pueblos serranos y del valle, al disponer de características ecológicas diferentes.
Los usos del suelo seguían la lógica de la permacultura, es decir: en los pueblos, las casas disponían de pequeños huertos colindantes, de esta forma en los círculos cercanos se tenían los alimentos hortícolas que más se necesitaban e incluso algún frutal caprichoso que aportaría sombra donde cobijarse y descansar. Asimismo, como explica un fragmento de “La Memoria Biocultural del pueblo Nalda”, la vivienda también contaba con su pequeño corral donde criar los animales menores: un par de gallinas para abastecerse de huevos; una cabra popularmente conocida como la “vaca de los pobres”, para garantizar la leche para los niños, un cerdo o dos para hacer la matanza, conejos y pollos para los días de fies ta… Comer carne en muchos casos era algo excepcional, y si había una mujer embarazada o enferma se le daba prioridad para que pudiera comerla.
Actualmente, la problemática ambiental emerge como una crisis de civilización, de la modernidad, de la economía del mundo globalizado. La “humanización del territorio”, es decir, la apropiación social de la naturaleza donde nos sostenemos, se pone en entredicho. Las palabras de Enrique Leff, economista mexicano, invitan a la reflexión al respecto: No es una catástrofe ecológica ni un simple desequilibrio de la economía. Es el desquiciamiento del mundo al que conduce la cosificación del ser y la sobreexplotación de la naturaleza; es la pérdida del sentido de la existencia que genera el pensamiento racional en su negación de la otredad.
Estamos viviendo una acumulación por despojo que trastoca los recursos naturales, y esta huella que estamos imprimiendo en nuestros territorios, no cabe duda, está marcando el devenir del medio natural que, en muchos casos, se hace irreversible e irrecuperable. No es gratuito que las multinacionales y empresas de agronegocios se interesen hoy e inviertan en la privatización de los recursos naturales sin ninguna justicia socio-ambiental.
Con todo, encarar la crisis ecológica en la actualidad desde el rescate de las memorias bioculturales pujantes, es posible gracias a la red de movimientos sociales ubicados en los pueblos. Estructuras colaborativas, redes o asociaciones que se orientan hacia la inclusión y la participación, que contribuyen al diseño e implementación de soluciones más afectivas y arraigadas para el desarrollo local de los pueblos. Esta lucha por la soberanía alimentaria, se activa, se despierta, para reconstruir la dignidad, resignificando nuestro habitar en el territorio. Son nuevos modelos de convivencia. Hoy es preciso agudizar la reconstrucción colectiva de nuestra ruralidad, de nuestra identidad, donde lo pequeño se vuelve hermoso y primordial.
Los saberes campesinos quedan relegados por la industrialización, se deslegitima así la tradición e identidad de los pueblos.
EL TRABAJO REALIZADO EN NALDA
Nalda, un pueblo riojano, singular y reivindicativo, miembro de la Universidad Rural Paulo Freire, viene desarrollando una gran amalgama de procesos para el rescate y valorización de su memoria biocultural. Nace como un trabajo de investigación agroecológica en el año 2012, un estudio de la biodiversidad de saberes en torno al Valle del Iregua. Desde entonces, se vienen recogiendo un sinfín de entrevistas semiestructuradas que cobijan saberes íntimos e identitarios sobre las prácticas culturales y ecológicas de sus pobladores. Paulatinamente, este conocimiento vital se ha puesto a producir en las huertas del Valle, en las cocinas y otras áreas rurales que marcarán lazos de diálogo intergeneracionales para el desarrollo sustentable del pueblo.
La memoria biocultural en Nalda, es hoy una herramienta de trabajo que nos guía en nuestro caminar. Asimismo, somos partidarias de compartir esta experiencia con otros movimientos sociales. Por eso, brevemente, nos gustaría compartir nuestra metodología de trabajo, para la dinamización de procesos que incentiven la recuperación-reapropiación de la memoria biocultural. Para ello se requiere:
1. El uso sistemático de la información recogida y sistematizada. Una fuente de datos y conocimientos objetivos de los hechos resultantes de reuniones, socio-dramas, y distintas técnicas participativas;
2. Recuperación crítica de la historia. Incorporación de aquellos elementos del pasado que se pueden usar en las luchas presentes, así como recuperación de lo tradicional;
3. Valoración y aplicación de la cultura popular como elemento de fuerza y resistencia entre la gente;
4. Producción y difusión de nuevo conocimiento con las bases.
Un proceso educativo que transciende de las dicotomías sabio-ignorante, científico-popular y se orienta hacia la construcción de conocimiento alternativo y crítico, que trasforme la realidad social y ambiental del territorio y que sea capaz de aportar procesos e iniciativas concretas que el desarrollo rural sustentable requiere.
RESCATAR LO BUENO DE LO TRADICIONAL SIN IDEALIZARLO
Consejo editor
Cuando abordamos el camino hacia la soberanía alimentaria está claro que partimos de un pasado que ya no podemos cambiar. También está claro que hay muchas cosas del pasado que añoramos y que consideramos dignas de tener un lugar de honor en el mundo agrario que queremos construir. Igualmente, hay cosas del pasado que han pervivido y a las queremos dar nuestro cariño y cuidados para que sigan presentes en el futuro. La cercanía con la tierra y los conocimientos de los recursos que de ella emanan y la cercanía en el trato con las personas, son dos ejemplos que vienen a la mente. No obstante, tras una lectura del pasado también está muy claro que hay elementos de lo que solemos llamar lo “tradicional” que no son de recibo y que no queremos que perduren: la situación de violencia física, psicológica y socio-económica de muchas mujeres en el campo, la dureza física extrema de muchas labores y condiciones de vida o el reparto desigual del acceso a los recursos del campo en muchos lugares, por ejemplo. Lo tradicional no es sinónimo de soberanía alimentaria, sino un fondo de existencias, conocimientos y prácticas del que podemos aprender.