Jose María ARAUJO TENA y Marian GONZÁLEZ ACEVEDO
Arroyo de la Luz es el lugar donde vivimos desde hace ya dos años, un pueblo de 6.500 habitantes a 20 km de Cáceres. Antes de llegar aquí, vivíamos en Cáceres, una pequeña capital de provincia con muchas influencias rurales y un entorno suavemente urbanizado. Allí llevábamos una vida tranquila, cultivábamos nuestro propio huerto, usábamos la bici como medio de transporte y teníamos una moderada participación en el movimiento social local.
Nuestra vida ha cambiado, aunque no radicalmente, ahora trabajamos 4 huertas cedidas por vecinos y vecinas del pueblo que así lo han preferido antes de verlas abandonadas. En estas huertas desarrollamos nuestro proyecto, que hemos llamado La Mangurria Artesanía Natural. Producimos cosmética natural artesana y verduras agroecológicas que vendemos en cestas de temporada en círculos de proximidad. Aquí las huertas se dividen en pequeñas parcelas separadas unas de otras únicamente por una linde o camino, de ahí que nuestros primeros contactos fueran con quienes tienen las huertas próximas a las que trabajamos.
La reacción más típica a nuestra llegada, fue la de asombro y escepticismo, no podían entender que jóvenes de la ciudad vinieran a vivir a un pueblo y menos aún para trabajar en el campo, cuando lo normal en este pueblo ha sido una migración masiva del campo a las ciudades, para trabajar en la construcción. Paralelamente las huertas se han visto en los últimos años como un entretenimiento para personas jubiladas.
No acababan de entender nuestras intenciones y al seguir indagando y preguntando supieron además que teníamos estudios universitarios y comenzaron a culpar a la crisis de que nos hubiera puesto en esta situación. En cambio, llevábamos ya mucho tiempo con la idea de poner en marcha este proyecto y esta crisis en nuestro caso fue sólo el impulso.
Con la cotidianidad y el paso del tiempo, al vernos bajar a la huerta diariamente, azada al hombro, con las cestas los días de reparto y así repetidamente, fueron normalizando paulatinamente la situación y poco a poco se entendió cuál era nuestro propósito.
Iván Viguera, 11 años
Con el crecimiento continuo del paro local, la ribera de huertas se ha vuelto a poner en uso para el autoabastecimiento de los hogares, lo que ha multiplicado la vida social de la zona y nos ha brindado la oportunidad de coincidir con más personas y relacionarnos con ellas de manera cotidiana. La transmisión de saber rural ha sido enorme, con sus charlas, consejos, opiniones, experiencias y así vamos impregnándonos de esta cultura … nos costaba al principio comprender lo que nos decían, términos como culata, buzonera, hondón, tablas... palabras hortícolas y tradicionales que hemos ido interiorizando en el día a día.
Con el paso de los meses comenzamos a hacer más vida en el resto del pueblo: visitar los comercios, ir al cine, tomar algo en los bares (conversaciones de codo en barra), disfrutar de la Dehesa boyal, cortar leña, participar en los mercados artesanales y talleres populares, asistir a cursos, impartir cursos. Esto gusta en el pueblo y gracias a ello, junto con nuestro trabajo cotidiano en la huerta, podríamos decir que tenemos muy buenas relaciones vecinales y despertamos bastantes simpatías y aceptación, pero... ¿nos estamos adaptando o integrando? ¿Queremos integrarnos? ¿Participar de sus fiestas y costumbres?
Son preguntas que nos hacemos y suponemos que es y será un proceso lento y selectivo que pasa por una previa adaptación y comprensión de la realidad del pueblo, punto en el que se podría decir que nos encontramos ahora; por ejemplo, nos da la sensación que no llegamos a entender y “vivir” plenamente la exaltación de participar en las fiestas y tradiciones.
Entendemos la integración como un proceso rico pero complicado, al que hay que sumarle la dificultad de hacer un círculo definido de amistades, pues los grupos de gente de nuestra edad ya están establecidos. Además, el hecho de estar a 20 km de Cáceres hace que no sea tan alta la necesidad de crear mayores vínculos sociales; no es como si viviéramos en un pueblo aislado en la sierra, esto sería otra circunstancia.
En definitiva, nos gusta la vida en este pueblo aunque nos apetece seguir indagando y ampliando nuestra participación social y comunitaria, construir mayores lazos de confianza para poder ser más críticos y participativos con la realidad del pueblo; e intentar disminuir la influencia de la cercanía con Cáceres y la válvula de escape que ello supone, al tener nuestro grupo de amigos y amigas, nuestra familia y nuestra actividad social allí.