Proyectos transformadores en el mundo rural
Patricia DOPAZO
Durante este año, la revista Soberanía Alimentaria en colaboración con la organización Mundubat, hemos estado visitando proyectos por todo el Estado español. La consigna inicial era sistematizar y documentar en vídeo algunas experiencias de personas jóvenes volviendo al campo. Sin embargo nos hemos dado cuenta de lo ambiguo de las palabras “joven”, “volver” y “campo”. Y celebramos que la realidad que hemos conocido mejor transcienda estas etiquetas. Compartimos algunas reflexiones.
Seleccionar unos 20 proyectos parecía complicado. Sabemos que cada iniciativa interesante en el mundo rural nos conecta con otras tantas y así va tejiéndose la red. Partiendo de esta base y teniéndola siempre presente, cerramos un poco el zoom para centrar esta pequeña investigación en las personas que hay tras los proyectos, en sus trayectorias, inquietudes, puntos de vista y formas de hacer.
Un criterio claro era acercarnos a diferentes territorios, poder apreciar que el mundo rural del que hablamos está formado en realidad por muchos mundos, diversos y adaptados (o adaptándose) de forma dinámica a las particularidades de cada clima, de cada cultura, de cada lengua. También la diversidad sectorial la quisimos tener en cuenta, reflejando la riqueza del sector primario y de la producción de alimentos en concreto, englobando producción agrícola y ganadera, transformación y comercialización. Otro aspecto en el que nos fijamos fue en cuidar que no todas las personas fueran llegadas de ciudades, sino valorar también los diversos proyectos de quienes nunca se han marchado de los pueblos, heredados por vínculos familiares o comenzados desde cero.
El último de los criterios de partida era conocer por igual proyectos de vida de hombres y de mujeres. Este ha sido, sin duda, el criterio en el que hemos tenido que poner más atención, ya que el camino señalizado nos llevaba a experiencias donde predominaban los hombres. Lo que nos ha permitido acceder a las vivencias de mujeres ha sido salirnos del camino principal y seguir los otros. Desde el limitado alcance de este trabajo, queremos marcar y reivindicar estas nuevas rutas, pues si no las transitamos, pensamos que no podremos avanzar.
¿JOVEN?
Cuando hablamos de jóvenes puede que la primera idea que nos venga a la cabeza sea la de una persona físicamente joven. Está claro que no son las que más abundan en el medio rural y que limitarnos a esta idea de joven pueda parecer justificado para comenzar a invertir las medias de edad y frenar el envejecimiento en el sector.
Sin embargo, no podemos quedarnos en algo tan vano. No por ser joven en edad se tienen por qué compartir las ideas transformadoras de la soberanía alimentaria, ni queremos ‘rejuvenecer’ los campos a cualquier precio. Entendamos joven como nuevo y, en lo rural, como transformador del sistema agroalimentario. Y, como una de las reflexiones a introducir es superar la dicotomía campo-ciudad, entendamos joven como transformador de los valores culturales hegemónicos que sostienen ese sistema agrolimentario y otros derivados de la visión capitalista. A este perfil de joven nos hemos acercado con nuestro estudio.
Y nos encontramos con proyectos de vida que llevan implícita una crítica, un cuestionamiento que no tiene barreras entre lo personal y lo colectivo, pues sólo se entiende en un contexto de relación entre personas, por un lado, y entre iniciativas económicas (en sentido amplio), por otro, que enriquezcan –ambas– una nueva propuesta de sociedad. Proyectos de vida, personas, que se entienden en constante e inevitable interdependencia con su contexto, un contexto que les importa y del que se saben agentes de cambio.
La felicidad me viene de sentir que formo parte de una estrategia de transformación en mi entorno y que estoy siempre creativa para cambiar cosas.
Nuestro crecimiento no va asociado a la burbuja económica y por lo tanto creo que a la fuerza también hace que aquello que consolidamos sea más sólido.
Pienso en un proyecto multidireccional, que se nutre y apoya de diferentes fuentes, con una rentabilidad que permite una vida digna.
Ingredientes para migas de pastor. Laura Celemendíz, 9 años.
Hinojo. Mario Ramírez, 9 años.
¿CAMPO?
Los proyectos a los que nos hemos acercado ocurren desde el medio rural, pero beben y dan de beber a su vez a otros proyectos que no necesariamente se ubican en el campo o los pueblos. De esta manera la clásica barrera campo-ciudad se difumina en favor de la construcción de valores universales que, si bien tienen mucho de recuperación de ritmos naturales, de construcción de nuevas relaciones con la naturaleza, pueden no entenderse igual sin el contraste que la vida en las ciudades ofrece.
También hemos abierto los ojos a que un nuevo medio rural necesita actividades al margen del sector productivo. Algo tan evidente a menudo lo dejamos de lado al limitar la soberanía alimentaria a lo campesino, o más bien a un sentido ambiguo y confuso de lo campesino que requiere, pensamos, revisión. Está claro que los proyectos agrarios son fundamentales desde que la tierra debe producir alimentos, pero en la tierra hay pueblos y en los pueblos hay gente y, entonces, debe haber diversidad de actividades. No subestimemos la capacidad de los pueblos para producir vida, para crear.
Muchas de las personas que hemos conocido no han trasladado su vida al campo por sentirse atraídas por la actividad agraria, o no únicamente. Parece existir una necesidad de ruptura simbólica con un sistema que no se comparte y que está representado por lo urbano: el consumismo, el despilfarro, la abundancia o el individualismo. Fuera de las ciudades perviven, idealmente o no, algunas maneras de hacer previas al sistema capitalista, como la gestión de los bienes comunes o el aprovechamiento óptimo de los recursos, que estos proyectos recuperan y reinventan en una búsqueda de autonomía del que se sabe interdependiente.
Mi expectativa es ir tejiendo redes de proyectos y relaciones que permitan que seamos más autónomas, creativas y nos demos apoyo mutuo.
Me imagino viviendo procesos colectivos un poco más madurados y consolidados y con una componente social amplia y transformadora.
¿VOLVER?
A veces hablamos de esa “vuelta al campo” como un condicionante para lograr un mundo rural vivo, pero ¿qué es lo que vuelve? ¿Lo que estaba en la ciudad? ¿Hace falta que la ciudad vaya al campo para que éste se transforme? Una vez más, nunca nada es blanco o negro. En muchos casos, quienes protagonizan los proyectos visitados nunca se han ido del campo, del pueblo. Lo transformador no tiene naturaleza urbana ni rural.
Quizá es “el campo” lo que vuelve a la gente, en el sentido de que el tránsito está también en el interior, en cambiar conceptos.
Los proyectos que hemos conocido tienen en común el no distinguir entre trabajo y vida. Se trata de proyectos que responden a una trayectoria, a un aprendizaje, a la búsqueda de una coherencia y, por eso, se conciben en sentido amplio, introduciendo variables como la transformación social o el desarrollo personal, más allá de ser sólo una actividad que genera beneficio económico. La precariedad económica que atraviesan muchos de ellos en su fase inicial no es entonces un freno, ya que está compensada por otras vertientes del proyecto.
No puedo ser feliz si veo mi trabajo como una cosa aparte de mi vida.
La calidad de vida para mi es tener cubiertas mis necesidades y poder desenvolver mi vida de forma creativa, constructiva y colectiva.
Y nos encontramos, entonces, ante iniciativas cuyo principal mérito puede no ser consolidarse o durar en el tiempo. El concepto de sustentabilidad, como en un ecosistema vivo, es inseparable al de dinamismo. De la misma manera en la que no se valora sólo la parte económica, estos proyectos deben ser entendidos como medios y fines, desde un punto de vista de proceso en el que ya ofrecen resultados: impactan, influyen, inspiran. Esto va más allá de triunfar o fracasar.
Así, hemos podido construir una investigación nada objetiva, vivencial, abierta, inconclusa y viva, que arroja elementos para la reflexión y para realizar el saludable trabajo de revisar certezas.
¿HAY REALMENTE UNA “VUELTA AL CAMPO” QUE TRANSFORMA?
El flujo desde el campo a la ciudad sigue siendo elevado y las velocidades del relevo generacional y nueva incorporación no llegan a equipararse a la de quienes se jubilan o lo abandonan. En el último censo agrario (INE 2009) se constató el descenso de un 44,7% en las explotaciones agrarias en los últimos 10 años y también que son las fincas más pequeñas las que desaparecen. En 2010, según datos de la Comisión Europea, solamente el 5,3% de quienes trabajan en la agricultura eran menores de 35 años, mientras el 56,3% sobrepasaba los 55 años.
Por otra parte, un estudio de COAG de 2012 destaca un aumento del 79% de las solicitudes de incorporación de jóvenes al sector agrario respecto a la media del periodo 2007-2011. Sin embargo, estos datos que visibilizan un balance negativo, no nos permiten entender completamente la situación.
Por ejemplo, sabemos que hay muchos proyectos que se inician solamente a través de ahorros propios o colaboración de la red de familiares y amistades y son más difíciles de contabilizar. Los datos oficiales tampoco reflejan qué tipo de prácticas llevan a cabo estas “nuevas incorporaciones”. Es, entonces, difícil cuantificar de manera objetiva las proporciones de los proyectos verdaderamente transformadores que se están iniciando los últimos años en nuestro medio rural y, sin duda, la información de primera mano que se ha venido recogiendo en encuentros, foros, movilizaciones, es fundamental para complementar y desmentir las estadísticas. Especialmente los dos encuentros de “Jóvenes por un Mundo Rural Vivo” realizados en 2013 por la Plataforma Rural.
PARA SABER MÁS
Puede consultarse el blog "La revuelta al campo" donde irán publicándose los vídeos de las experiencias visitadas.