En este número abordamos un tema que consideramos de extrema importancia en la lucha por la soberanía alimentaria: la educación. La educación es un pilar fundamental en cualquier sociedad, un eje central del desarrollo humano en todas sus áreas; un eje integrador y vínculo de las personas a una sociedad y a su entorno natural. Y nos preguntamos, ¿qué aprende nuestra juventud en las instituciones de enseñanza superior? ¿Salen conociendo su entorno rural, los valores rurales, la realidad del campo o sus problemas? ¿Y conocen las alternativas que emergen de las personas que están construyendo soberanía alimentaria en nuestros territorios? La respuesta parece que es NO, si tenemos en cuenta el panorama educativo que nos hemos encontrado en las investigaciones para elaborar este número, los artículos que os presentamos y las Jornadas sobre Educación y Soberanía Alimentaria que co–organizamos el pasado mes de diciembre en Barcelona.
Ninguna universidad española relacionada con el ámbito agroalimentario en su vertiente más técnica lleva a sus grados análisis complejos de la realidad del campo. Son pocas incluso las que ofrecen asignaturas optativas en torno a la agricultura o la ganadería ecológicas, y ninguna, por supuesto, que hable de feminismo, ecología política, sociología rural o historia agraria.
Esto nos lleva a reflexionar sobre el papel de las universidades y centros de enseñanza superior financiadas con fondos públicos. ¿Qué queremos la sociedad que sean las universidades y qué son ahora?
La palabra Universidad procede del Latín Universitas, que significa “universalidad, totalidad, conjunto”, si a esto unimos que la Universidad es a nuestro entender un lugar en el que los alumnos y alumnas aprenden a pensar críticamente sobre la realidad que les rodea, es evidente que no está cumpliendo sus funciones y es nuestra obligación exigirle que lo haga.
La formación en Agroecología y en Soberanía Alimentaria resulta incompleta sin formación en feminismo, lo cual es otro reto más que tenemos que abordar.
La Universidad debería, como mínimo, mostrar al alumnado la totalidad de la realidad rural y que en la agricultura y en la alimentación existen dos modelos enfrentados, el de la agricultura industrial y el de la agricultura campesina. Enseñar la historia de cada uno, pensar críticamente sobre ambos modelos, ¿por qué surgen, qué defiende cada uno, hacia qué modelo de sociedad nos llevan? Pero no, la Universidad está ocultando una realidad, la de la soberanía alimentaria, la propuesta que el modelo campesino pone sobre la mesa, sus luchas y sus alternativas.
Lo que se oculta no es un modelo teórico, es una realidad que, tomada de manera global, es incluso mayoritaria en porcentaje frente a la realidad de la agricultura industrial. El problema es incluso más grave, no sólo se invisibiliza, sino que la Universidad ha sido y es un actor fundamental en la promoción del modelo industrial, tal y como nos muestran sus colaboraciones con actores clave de este modelo, como es la corporación Bayer.
Y lo hace sin reflexionar siquiera en las consecuencias de ese modelo, que las personas que apostamos por la soberanía alimentaria señalamos es un modelo machista, excluyente, generador de pobreza, de contaminación ambiental, de degradación y expoliación de recursos naturales. En definitiva, nuestra universidad es hoy una institución obsoleta, que no cumple su papel fundamental en la formación integral de las personas.
Por suerte, el panorama no es tan desolador. En la línea editorial de nuestra revista, nos queremos centrar en las alternativas. Primero, existen huecos en las instituciones de enseñanza formales. Existen profesores y profesoras que intentan mostrar esa realidad compleja desde sus áreas de experiencia. Y las personas protagonistas de la soberanía alimentaria en nuestro territorio, por otro lado, están generando sus propias experiencias educativas, basadas en sistemas de enseñanza no verticales, plurales, donde el campesino y la campesina son maestros/as y alumnos/as a la vez, trabajando desde la perspectiva en que todas las personas tenemos cosas para aprender y cosas para aportar en nuestra educación, en nuestra formación como personas, en nuestra aportación al medio rural.
En este número, os queremos mostrar estas experiencias tanto del ámbito educativo formal como del informal, profundizando además en la reflexión de que la formación en Agroecología y en Soberanía Alimentaria resulta incompleta sin formación en feminismo, lo cual es otro reto más que tenemos que abordar.