Sólo daño hacen
Diego JIMÉNEZ MIRAYO
Sólo daño hacen
Diego JIMÉNEZ MIRAYO
Ya es de noche en la aldea, y el silencio que sólo se escucha en el campo ejerce su reinado precario, bajo la amenaza permanente del cacareo de las gallinas y del aire, que sube cálido desde el valle, haciendo susurrar al maíz. El cielo, un huipil de estrellas brillantes.
Cata y don Chepe mantienen una larga conversación en su lengua, que es como la dulce canción que cantarían los árboles si pudiesen hacerlo. Yo apenas entiendo, pero escucho extasiado esas palabras hechas de chasquido de ramas, del sonido gutural que hace el agua cuando toma un recodo del río, del siseo del viento y del suave repiqueteo de un pájaro rompiendo la corteza de un liquidámbar.
Las delgadas paredes de madera que delimitan la estancia están iluminadas por el fuego que arde en el suelo, entre tres grandes piedras, y un intenso olor a ocote y a resina se mezcla con el del café que ya comienza a hervir en una vieja jarra de latón. Un batallón de centellas revoltosas sale disparado desordenadamente hacia arriba, con la intención no confesada de colarse por alguna de las rendijas del techo, y permitir que al menos alguna de ellas, se convierta en lucero.
Cata espera paciente a que don Chepe acabe una larga frase, y éste lo hace a la manera de su pueblo, cerrando el círculo con la misma palabra con que lo comenzó: puaj [dinero].
Yo despierto del letargo en que me han sumido olores y sonidos, y acerco mi taza a Cata para que me sirva un poco de café. No deja de admirarme su capacidad para sostener el asa metálica recién salida del fuego, sin quemarse. ¡Son de puro cuero esas manos pequeñas!
"Don Chepe está preocupado" –ella se dirige a mí, ahora en castellano–. Dice que está volviendo la violencia. Que han visto de nuevo soldados en la comunidad de allá abajito, la que está a la vera del río. Y que los finqueros volvieron a dar armas a sus mozos".
"Dice que hay tres familias que han tenido que dejar sus casas, porque ya la milpa1 no les crece. Y que no saben si es que la tierra está envenenada... o que tal vez está muerta".
"Dice que doña Julia ha vendido su parcela porque ya eran muchas amenazas, y no aguantaba. Y que Jacinto también, para pagarle el doctor a su hija, la renquita2".
"Dice que han entrado dos camiones cargados con ingenieros de uniforme, que han vallado los tres nacimientos del cerro, y que ahora no se puede ir a traer agua, porque hay seguridad privada. Y se mantienen todo el tiempo riendo bien alto y chupando. A veces, pegan a las mujeres que se acercan... y ya a la Manuela la intentaron ofender el jueves pasado".
"Dice que han botado muchos árboles al otro lado de la montaña, en la tierra caliente, donde está el bosque comunitario, y que han visto sacar las camionadas de madera para la capital. Ni permiso pidieron. Y que ahora están sembrando muchas plantitas, y que las ponen todas juntas, en filas tan largas que ni se mira dónde acaban. Palma africana, se llama. Y ahora ya no hay árboles de donde agarrar la leña".
"Dice que tiene miedo, porque ya esto no se soporta y porque, aunque la gente todavía recuerda dónde están los fusiles enterrados, sabe que ni los tiros ni los machetazos pueden nada contra ese arma tan poderosa que es el dinero".
"Pero dice también que tiene esperanza, porque la semana pasada se juntaron en asamblea con las otras aldeas, como cuando la guerra, y decidieron que ya no. Que la tierra es nuestra y que no vamos a dejar que nos la quiten, porque pendejos no somos y porque la hemos regado con nuestra sangre. Y que mucho menos se la vamos a entregar a los que no la saben cuidar y sólo daño hacen".
Acerco mi café a la boca, pruebo un sorbo –ya casi está frío– y salgo a la noche, con las palabras de Cata, que son también las de don Chepe y las de la comunidad, resonando como aldabones en mi cabeza. La luna llena permite ver nítidamente la mancha que la plantación de palma ha dejado en el valle y al pie de la montaña, como una inmensa herida que se hubiese infringido a la mismísima Madre Tierra. Rodeándola, grupos de árboles centenarios que han quedado descabalados, como fuera de lugar. Perdidos.
Cata ha salido a la puerta y me está mirando fijamente con esas dos avellanas negras que tiene tras los párpados. Está seria.
"Y también pregunta don Chepe que qué piensa hacer usted".
__________________
1.- Plantación de maíz.
2.- Persona que cojea o que tiene dificultades para caminar.