Miradas históricas al cooperativismo, las colectivizaciones en Aragón
Marco POTYOMKIN
Las colectivizaciones agrarias, junto con las colectividades industriales que se crearon durante la Revolución y Guerra Civil Española, constituyen un precioso legado que nuestros abuelos y abuelas dejaron para el futuro. ¿Qué fueron, qué novedades aportaron, cómo surgieron?
VAMOS A ESCRIBIR AQUELLA HISTORIA
Si miramos al espejo de la historia y recogemos el reflejo de la experiencia colectivista en el Aragón leal a la República durante la guerra civil, quizás nos tengamos que pellizcar porque no lo podremos creer. Pero no hay duda, las colectividades -en su corta vida- resolvieron la ecuación a través del trabajo colectivo, aportando a cada persona además de su trabajo, vivienda, asistencia médica y educación, algo nunca antes visto en aquellos pueblos, adelantándose a la historia 40 años, como germen del primer estado de bienestar pero sin estado, implantado en los pueblos colectivizados del Aragón no fascistas. Si de algo no hay que dudar es de que la historia la escriben los vencedores. Y los que escribieron esta historia están muy lejos de querer que se conozca.
Al acabar la guerra civil, sólo había dos opciones para los hombres y mujeres perdedores que permanecieron en España, la cárcel o el paredón. Por eso muchos optaron por el exilio, porque no había esperanza en esa España negra que retrocedió socialmente a la Edad Media, que despreciaba y humillaba a los vencidos.
En el modelo historiográfico que comienza en el 39 y después en la transición, la experiencia colectivista es negada, o minimizada, como un ensayo impuesto de arriba abajo por la violencia de las armas, experimento muy minoritario en su impacto en los pueblos y como una experiencia que responde sólo a las ideas de cuatro locos anarquistas. Por esa razón, por la ausencia casi total de material audiovisual que hiciese justicia a esa época y a sus protagonistas, emprendemos en el 2009 junto a mi buen amigo Manuel Gómez, el trabajo documental “Sueños Colectivos” que rescata del olvido la memoria de sus protagonistas.
EN BUSCA DE HÉROES Y HEROÍNAS
Para escapar de esa visión de depresión interior, nos fuimos a buscar a nuestros héroes al exilio francés. Y ese es quizás nuestro gran acierto. Porque ante la depresión interior de la España mezquina de los años 40 y 50, la que apestaba a sotanas y confesionarios, a delación, a hambre y muerte, ese hedor de la culpa impuesta a sangre y fuego, del desprecio, degradación y burla constantes, nuestros colectivistas en el exilio francés, aunque habían sido doblemente represaliados durante la guerra por el bando fascista y por las tropas republicanas que deshicieron las colectividades por ser demasiado revolucionarias, y que habían pasado mil atrocidades en los campos de concentración franceses y fueron carne de cañón en la invasión nazi a Francia, pese a eso mantuvieron la cabeza alta, la mente lúcida, la mirada brillante rebosante de dignidad, la pasión de los que son conscientes de que crearon con sus manos un mundo nuevo.
Porque de eso trata “Sueños Colectivos”, de rescatar del olvido aquella época, en que mujeres y hombres sin formación, sin apenas estudios, tomaron conciencia de lo injusto de la situación de precariedad que vivían en el campo, a causa del desigual reparto de la tierra y de la nula mecanización. Y que, rotas las promesas de una reforma agraria que nunca se produjo en la práctica, en un momento de vacío de poder al inicio del golpe fascista en julio del 36, protagonizaron una revolución desde abajo, desde los pueblos en asamblea, decidiendo cuáles eran sus prioridades; y la primera de ellas era recoger las cosechas que desbordaban los campos. La decisión podía haber sido otra, pero fue la que fue. Podían haber recogido los frutos de sus tierras por su cuenta, pero como nos diría María Sesé “no hubiera estado bien”, fundamentalmente porque mucha gente no tenían tierras, porque a otras y otros les habían matado a parte de la familia, otros eran demasiado ancianos, otros estaban enfermos, otro era ciego, otros eran fascistas y habían escapado al otro lado del frente. En fin, ¿qué hacer?
La decisión hoy nos parece tan justa y razonable, que nos parece increíble que no se siga aplicando en la actualidad, pero también tenemos que entender que esa decisión fue un salto en el tiempo hacia la modernidad, que pronto se truncó violentamente con las armas. La razón de su disolución no fue que las colectividades no funcionaran -claro que funcionaban, allí están las estadísticas de las cosechas del 37 que lo demuestran- lo que pasa es que la experiencia colectivista, donde el propio campesinado toma las riendas de sus vidas libremente, sin injerencias, se organizan y, a través de la solidaridad y el apoyo mutuo, lo resuelven todo, y logran las mayores cotas de bienestar nunca antes conocidas –y eso, en tiempos de guerra- era demasiado peligrosa y había muchos intereses en juego.
La decisión asamblearia fue juntar todas las tierras, fueran propias o de los caciques y grandes propietarios que se escaparon a territorio fascista. Y recoger las cosechas trabajando de forma colectiva. Al juntar todas las tierras en beneficio de la colectividad, de alguna manera se suprimió la propiedad privada, o entendido de otra forma, todas y todos los colectivistas pasaban a ser propietarios, de forma colectiva a través de la asamblea, de los medios de producción. Y eliminando toda jerarquía, tomaron el control de sus puestos de trabajo, colectivizando también su fuerza de trabajo.
Así no sólo se colectivizó la tierra, los animales de labranza, la maquinaria, el ganado, sino además se colectivizó y reorganizó el trabajo de las personas en el campo, en la panadería, la harinera, la carnicería, los almacenes de comercio, la farmacia. Al igual que los distintos oficios: pastores, albañiles, herreros, carpinteros, carreteros, guarnicioneros, modistas, sastres. Por supuesto, contaron con médicos y se abrió de nuevo la escuela con obligación de que asistieran los niños y niñas hasta los 14 años, ya que hasta entonces la enseñanza no era obligatoria y muchos niños o niñas con 8 años ya entraban a servir en las casas de los grandes propietarios de tierras.
OTRA VIDA
De esta manera atendieron las primeras necesidades y pusieron de nuevo en funcionamiento la vida, pero no hay duda, era otra vida.
Para reforzar ese cambio estructural, se decidió en muchos pueblos en asamblea acabar con un factor de desequilibrio económico y de discordias. Se suprimió el dinero.
En palabras de Martín Arnal, “desde entonces ya no hubo ni pobres, ni ricos, allí acabó todo”. De esa manera se fomentó el intercambio de productos entre los pueblos. Si tú tenías almendras y en el pueblo de al lado tenían fruta, cambiabas almendras por fruta, y con otro pueblo cambiabas almendras por aceite o por vino, siempre dándole al producto un valor no económico, sino un valor de necesidad.
Esta nueva forma de organización hizo la vida más armoniosa pero sin olvidar el necesario rendimiento, lo que hizo incrementar las cosechas y permitió elevar la calidad de vida, ya que no sólo tenían alimentos para vivir bien, sino que podían destinar una parte de éstos para el frente y otra cantidad para intercambiar por otros productos. Todo se repartía equitativamente según las necesidades de cada quien, nadie era más que nadie. Así las colectividades pusieron en pie un sistema integral que abarcaba la producción, el consumo, la educación, la sanidad, la vida cultural sobre las bases de la solidaridad y el apoyo mutuo. Sin duda fueron los pioneros de lo que hoy se conoce como estado de bienestar. Se atendió a la infancia y a las personas mayores, huérfanas, viudas, inválidas, enfermas, cosa que antes si no tenías dinero eras prácticamente expulsado de la sociedad o dependías de la caridad más abyecta. Se evitó que los niños y niñas, las ancianas y los ancianos trabajasen como antes trabajaban en el campo, y como sucedió al día siguiente de acabar la guerra. Se crearon nuevos servicios sociales: escuelas, hospitales, centros de salud. Fueron pioneras y pioneros en la acogida de refugiados llegados del frente o de otros pueblos tomados por los fascistas. Y a los recién llegados se les trataba como iguales, integrándolos en el trabajo y dándoles casa, educación y sanidad gratuita.
Por supuesto que también habría cientos de errores, pero por el poco tiempo recorrido y su disolución violenta no nos parece justo resaltarlos. La experiencia colectivista comenzó en julio del 36 y duró 13 meses magníficos, hasta agosto del 37, en el que las tropas de la República, mandadas por Líster, disolvieron las colectividades con la fuerza de las armas. Sus dirigentes fueron encarcelados, muchos de ellos represaliados; acabaron con el órgano de gobierno aragonés, el Consejo Regional de Defensa de Aragón por su independencia del gobierno central, y pese a eso, las colectividades continuaron funcionando, en situación más precaria, con menos colectivistas, hasta marzo del 38 que es cuando las tropas fascistas rompieron el frente de Aragón.
Pero habían demostrado que la experiencia colectivista había calado en la gente y que había ofrecido grandes beneficios que ya nunca verían en décadas las gentes de aquellos pueblos. Porque acabó la guerra y llegó el invierno, una terrible glaciación que nos mantuvo inertes en plena Edad Media.
Las colectividades existieron y funcionaron, y cuando el pueblo se organiza y decide su futuro en libertad, el poder y la autoridad entra en pánico porque ve peligrar su injusta posición de dominio. La solidaridad y el apoyo mutuo tejieron una nueva sociedad, están presentes en las más interesantes propuestas actuales, y sin duda serán los valores de un nuevo futuro, o no habrá futuro.
El documental “Sueños Colectivos” se puede ver en potyomkinproducciones.wordpress.com
Mariano OJEDA
Creo que cada historia tiene su propia manera de contarla, bueno hay muchas maneras pero siempre hay una que es la mejor. Digo esto porque uno de los directores del documental me comentaba que Sueños Colectivos desde el punto de vista formal era un documental puro, sin alardes de ficción ni flash-back que dramatizaran la historia, y esa sencillez y pureza formal y conceptual hace que Sueños Colectivos sea un documental honesto con la historia que cuenta, algo tan simple como "vivir en libertad ayudando a los demás a ser libres" como dice uno de los entrevistados en un momento de la historia.
No veo mejor forma de contar una historia como esta que yendo directamente a las fuentes a los partícipes de esa sensata utopía que fue trabajar todos juntos por el bien común en un momento de guerra civil y confrontación de ideas. Lo que cuentan los entrevistados tiene el valor del que lo vivió y lo sintió en primera persona, tiene el valor de la naturalidad con la que se desarrollaron las colectividades en el Aragón Oriental, de la adaptación a las adversidades propias de la contienda, de la superación de los obstáculos, del paso al frente del colectivo ante el encarcelamiento de sus "líderes".
La historia que cuentan tiene el valor de mostrar un capítulo olvidado de nuestro pasado reciente, jóvenes y viejos, historiadores patrios y foráneos, todos coinciden en el valor de lo colectivo, del apoyo mutuo y de la revolución social que supuso en los pueblos colectivizados. Las historias de María, José, Martín y el resto de vecinos de estos pequeños pueblos del Aragón profundo tienen esa mirada al pasado sin rencor, positiva en el sentido de decir "esto fue los que hicimos" aunque luego vinieran otros a deshacerlo, pero hay brillo en los ojos de los que ahora son ancianos, ellos cuentan sin amargura que un día fueron partícipes de un cambio social profundo y que sin embargo lo vivieron con la ilusión del que sabe que tiene el apoyo de sus vecinos, el poder de cambiar la realidad de su pueblo, el ser definitivamente libres porque así lo habían decidido para ellos y para los demás.
Con un estilo didáctico necesario en esta época de memoria de pez, Marco y Manolo entrevistan y charlan con los que fueron en un día dueños de su destino, la lucidez de Martín Arnal, la socarronería de José Oto, la mirada de niña de María Sesé, la valentía de los hermanos Carrasquer. De esas charlas aflora un tiempo en un pequeño territorio donde los hombres y mujeres del campo demostraron a sus vecinos y a sí mismos que el trabajo, vivienda, educación y dignidad eran viables trabajando y luchando de manera colectiva.
Para uno que se considera aragonés de adopción es un placer recordar parte de estas historias contadas por mis amigos Antonio y Raquel entre vasos de café estudiantil y apuntes universitarios, es un placer descubrir cómo ha crecido el trabajo musical de Pedro Mari y es un placer ver el salto al frente de mis amigos a la hora de contar una verdad ocultada, gracias amigos y amigas del Altoaragón por mostrarle al mundo la dignidad de las personas y las ideas de libertad de las colectividades.
Mariano Ojeda es Coordinador de BIOSEGURA CINE, Muestra de Cine Medioambiental y Rural.
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