Juana FERRER
Nosotras producíamos los alimentos y la base más importante eran las semillas, porque yo recuerdo que mi abuela lo único que compraba era la carne de vaca y la compraba al señor que mataba la vaca. Ella sabía que era carne sana. La tendía al sol para que se secara y se conservaba por un largo tiempo. El arroz era machacado en pilón, era un arroz integral. Además, las berenjenas, pepino, maíz, molondrones, plátanos, rulos, guineos, se consumían verdes y también se dejaban madurar en la mata. Todo eso lo producía mi abuela en un pedacito de tierra. Lo que más me queda es la visión de una agricultura campesina, ancestral. Sabíamos lo que estábamos comiendo, porque el arroz que ahora se vende en el supermercado, la gente no sabe de dónde sale. El imaginario de la gente es que todo lo que se consume es traído desde otras zonas.
Ahora la tierra ha pasado a manos de empresas grandes que antes le compraban los productos a campesinos y campesinas pero ahora tienen su propia producción, con transgénicos y en cantidad. Nos hemos quedado sin apoyo para producir, estas empresas acaparan la tierra y la contaminan con agrotóxicos, porque esas semillas necesitan eso para rendir. En este país se consumen muchos transgénicos no solamente los que se producen de manera local sino que también los importan las cadenas transnacionales, que en muchos casos son de un mismo grupo económico. Ya estos supermercados están en cada pueblo.
Antes se gestionaban las semillas en el Departamento de Agricultura y las distribuían a las comunidades que debían devolverlas luego para pasarlas a otras campesinas. Ahora, Agricultura no puede hacer eso porque no tiene las semillas que puedan hacer esa rotación. No funciona igual. Entonces la gente tiene que comprar las semillas en tiendas grandes que venden dos o tres marcas comerciales y los insumos indispensables para su producción. Estas semillas tienen un alto costo que lleva a hipotecar la tierra. Hay muchos que han tenido que vender la tierra y se compran un motoconcho para ganarse la vida (una moto que hace de taxi).
Y así vamos: con la pérdida de las semillas vamos perdiendo todas.
Mi abuela tenía una enramada donde se almacenaban las semillas con cenizas. No era verdad que para sembrar la gente tenía que ir a comprar semillas, porque las tenían guardadas. Había intercambio de plantas, ahora una tiene que comprar hasta la planta de yuca. Lo cierto es que todo cambió en la producción campesina pero fundamentalmente la forma de consumir, lo que comemos.
Con la pérdida de las semillas vamos perdiendo todas.
A todo esto, la más preocupada, a quien le ha caído la responsabilidad de alimentar a la familia, es la mujer. Antes la recolección de los productos era una actividad de conjunto, todas las mujeres íbamos a recolectar guandules, una dinámica que nos permitía dedicarse al contacto con la naturaleza, socializar. Las mujeres se subían en el burro para ir a vender los productos al mercado. Yo recuerdo que cuando abrió el mercado en la capital salían las mujeres con unos carritos llenos de productos y se pasaban el día entero vendiéndolo.
Si la población no hace algo, estamos dejando la tierra en manos de las transnacionales que producen transgénicos. Nosotras nos quedamos sin recursos para producir alimentos sanos. La tierra está siendo tomada por empresas que compran la conciencia de la gente, que acaparan, que no les importa la humanidad. Contra tanto vandalismo defendemos la Soberanía Alimentaria y nuestras semillas, las de las abuelas.
Definitivamente, tenemos que fortalecer la unidad de los pueblos para luchar en contra de esta manera impuesta de alimentarnos, de producir. A través de las transnacionales se profundiza la dependencia, la política neoliberal del modelo capitalista. Los transgénicos son un instrumento de eso.