Josep Espluga Trenc
En el Estado español la presencia de cultivos transgénicos está reducida prácticamente a los cultivos de maíz Bt en Aragón y Catalunya. Es decir, son muchos más los profesionales de la agricultura que no utilizan estas semillas que los que sí las utilizan. En este artículo, la Revista ha solicitado al sociólogo rural Josep Espluga que caracterice, a su entender, cuáles son los factores que llevan a algunas y algunos agricultores a decidirse por el uso de los cultivos OMG. Y en todo caso, ¿se han tomado estas decisiones desde la libertad?
La agricultura moderna se caracteriza por una búsqueda incesante del aumento de la productividad y de los rendimientos, lo que supone una necesidad cada vez mayor de inversiones de capital y una disminución drástica de la población activa agraria. Esta es la orientación que adquirió la agricultura hace al menos medio siglo, impulsada por una serie de fuerzas que podríamos englobar bajo el nombre de ‘sistema agroindustrial’, constituido por empresas fabricantes de inputs (abonos, pesticidas, semillas), maquinaria y otros factores productivos, y también por entidades de investigación científica y técnica. Se podría decir que este proceso lleva a que las y los agricultores se conviertan prácticamente en un apéndice subordinado a la agroindustria. No en vano, por ejemplo, buena parte de las subvenciones agrarias constituyen una forma encubierta de trasladar fondos económicos a dicho sistema agroindustrial, con las y los agricultores como meros intermediarios.
En este contexto, una parte de la población agraria delegó su capacidad para decidir qué cultivar y cómo hacerlo en una serie de entidades técnicas dependientes de corporaciones comerciales y de agencias estatales. Son estas entidades las que elaboran y definen las denominadas ‘buenas prácticas’ que posteriormente serán adoptadas en el campo por las y los agricultores. Dado que las principales innovaciones tecnológicas suelen provenir de dichas grandes corporaciones (multinacionales agroquímicas, etc.) y que los organismos estatales de promoción agraria mantienen una cierta relación de dependencia respecto a aquellas, las y los agricultores se encuentran con que sus prácticas vienen determinadas principalmente por los intereses de aquellas corporaciones.
Hay que advertir que, en general, no suele haber una imposición coercitiva que fuerce a las y los agricultores a seguir las orientaciones de los representantes del sistema agroindustrial, aunque en muchas ocasiones la percepción de subvenciones o ayudas públicas están condicionadas a la adopción de aquellas ‘buenas prácticas’. Sin embargo, su poder de influencia resulta evidente y las capacidades de las y los agricultores para resistirse suelen ser muy limitadas.
¿QUIÉN PUEDE OFRECER ‘SEGURIDAD’ A LAS Y LOS AGRICULTORES?
Es preciso ser consciente de en qué contexto se encuentra una persona agricultora a la hora de tomar sus decisiones. Si su objetivo es obtener el máximo rendimiento de su tierra –si solo piensa en productividad-, se encuentra con varios factores muy difíciles de controlar y/o prever, que le instalan en una incertidumbre a veces insoportable. Por un lado, cuando siembra su cosecha nunca sabe qué resultado obtendrá, debido a factores climatológicos imprevisibles o a la mayor o menor presencia de plagas. Por otro, hay una serie de factores económicos o de mercado, que también suponen una incertidumbre imposible de despejar. Si además existen deudas o créditos bancarios pendientes de devolver, cosa muy común en las fincas agrarias contemporáneas, los riesgos se perciben como una auténtica amenaza. Por todo ello, cualquier agricultor o agricultora inmersa en el modelo agroindustrial lo que persigue incesablemente es ‘seguridad’, algo que en realidad nadie puede ofrecerle.
Cuando las grandes corporaciones agroquímicas empezaron a ofertar semillas de maíz GM que protegían del ‘taladro’ y permitían un control más sistemático de las ‘malas hierbas’, se percibió como un ofrecimiento de esa deseada ‘seguridad’. ―A ver si por no gastar un poco más en las semillas, luego voy a perder la cosecha ―se decían tras oír los consejos y propuestas de los representantes de semillas OGM. Como desde las agencias estatales encargadas del asesoramiento y promoción de la agricultura se apostaba también por este tipo de semillas GM, la entrada en el sector de estos nuevos productos fue relativamente sencilla. El camino estaba ya trazado de antemano.
¿CÓMO INFLUYEN LOS FACTORES PSICOSOCIALES Y CULTURALES EN LA ADOPCIÓN DE CULTIVOS GM?
Los estudios sobre cómo se difunden las innovaciones agrícolas han sido abordados desde numerosas disciplinas académicas, y uno de los resultados más contrastados es que ante la ausencia de otro tipo de conocimiento más objetivo, las y los agricultores tienden a imitar a sus vecinos, y las innovaciones y cambios suelen requerir de momentos excepcionales o de largos periodos de tiempo.
Desde el punto de vista psicosocial, hay un aspecto vinculado a la ‘identidad profesional agraria’ que también resulta relevante en la adopción de los cultivos OGM. La agricultura, desde mediados del siglo XX, se desarrolla en un contexto social de intenso éxodo del campo a la ciudad, donde el trabajo industrial y los servicios ofrecieron nuevos tipos de empleos y, a la larga, facilitaron la integración de todas estas personas en una sociedad de consumo plena. Quienes se quedaron trabajando la tierra tuvieron que redefinir su identidad profesional y, empujados y asesorados por las corporaciones agroindustriales y las agencias estatales del ramo, se labraron una imagen de ‘profesionales’ capaces de producir alimentos de manera eficaz y con una innovación tecnológica constante, construyendo una imagen ‘moderna’, acorde con los tiempos. Era su forma de no quedarse atrás. A partir de entonces ya no hubo lugar para los cultivos y procedimientos del abuelo. Fue una refundación en toda regla que las y los agricultores ‘modernos’ aceptaron de buen grado pues les dotó de un nuevo estatus social. Evidentemente, los cultivos OGM encajan como un guante en el tipo de ‘identidad profesional’ de las y los agricultores inmersos en un modelo de agricultura industrial muy pujante en el campo español.
¿LOS OGM COMO POLÍTICA DE ‘TIERRA QUEMADA’?
Todas estas razones y factores pueden haber convencido a muchas y muchos agricultores de la conveniencia de usar maíz transgénico. Pero ello no debería impedir que aquellas y aquellos que pretendan seguir optando por las semillas de maíz convencional puedan hacerlo y, sin embargo, cada vez resulta más complicado
Una de las características del maíz transgénico es que se trata de una tecnología que actúa con un punto de irreversibilidad algo preocupante; está demostrado que el maíz OMG acaba contaminando cultivos próximos. Aunque la legislación prevé que quien cultivó OMG debe reparar los daños a quien fue contaminado, en la práctica ello es muy complicado. La posibilidad de que se produzca una denuncia por contaminación OGM es remota, y si se produce comportará un deterioro de la vida social del denunciante muy difícil de reparar y de conllevar. Ante esta disyuntiva, si un agricultor o agricultora observa que sus vecinos siembran maíz OGM, hay muchas posibilidades de que al final también ellos los siembren, aunque sea simplemente para evitar problemas en las relaciones sociales.
Otra situación similar se produce a causa de las infraestructuras de comercialización del maíz. La legislación obliga a separar los circuitos de recogida y comercialización del maíz transgénico y del maíz convencional (para evitar que se mezclen), ello implica que las cooperativas o empresas que lo compran y/o comercializan deberían disponer de una infraestructura separada para cada tipo de maíz, cosa prácticamente imposible para muchas de estas entidades. Por ello, sucede a menudo que quien sembró maíz convencional, ante la imposibilidad de separarlo, acaba vendiéndolo todo como transgénico. Ante esta situación, muchos acaban optando por cultivar directamente transgénico, pues al final saben que acabará etiquetado como tal aunque no lo sea.
¿OTRO MODELO AGRARIO ES POSIBLE?
La intensificación de la agricultura, que los cultivos OGM están acentuando aún más, tiene como consecuencia inevitable la disminución de la población activa agraria y, también la desaparición de la figura del ‘agricultor’ en sentido clásico, es decir las personas que trabajan su propia tierra y viven profesionalmente de ello. Si se cumplen los pronósticos ‘oficiales’ a la larga lo único que existirá en el campo será una serie de empresas que buscarán el máximo rendimiento al mínimo coste, perdiéndose toda dimensión cultural y psicosocial de la agricultura. Y aquí, como hemos dicho antes, los cultivos OGM encajarán como un guante.
Pero es posible un cambio de rumbo porque las alternativas en cuanto al modelo agrario (que ya son una realidad a pequeña escala) y la presencia de movimientos integrados en La Vía Campesina, coinciden con la creciente inquietud de muchas personas que han decidido priorizar el consumo de alimentos de calidad, enraizados al territorio geográfica y culturalmente, con menor carga de residuos químicos de síntesis, provenientes de circuitos cortos o kilómetro cero, etc. Producción alternativa y consumo responsable son dos esferas conectadas por la defensa de la Soberanía Alimentaria.