Foto: La Voz del Viento (Documental)
Arcadi Oliveres
De las muchas facetas de la crisis que, una vez más, afecta al capitalismo, es la alimentaria la que, sin lugar a dudas, debe ocupar el primer plano en nuestra preocupaciones. Nada como el hambre siega, sin ninguna razón, tantas vidas humanas en un mundo que, sin embargo, produce alimentos suficientes para ofrecer las calorías necesarias a todas las personas que habitan el planeta. Nos encontramos con desequilibrios productivos según las zonas y, al propio tiempo, con producciones inadecuadas derivadas de la industrialización agraria, de la mala distribución de la tierra, de las erróneas políticas de subvenciones y de los todavía persistentes efectos de los procesos coloniales que llevaron a muchos países a fomentar lo que, en una afortunada expresión, se ha venido llamando “la economía del postre”.
Cambiar este paradigma supone adentrarnos en un nuevo modelo económico que rechace de plano el neoliberalismo vigente y que siente las bases de un sector primario alternativo, cuyos ejes conductores deberían ser las concepciones de economía social y los criterios de sostenibilidad, valores ambos históricamente existentes y abandonados después por los intereses vinculados a la agroindustria.
La publicación que ahora se nos ofrece nos resulta gratificante al poder constatar la actual existencia, todavía minoritaria, de propuestas de economía social que enlazan claramente con tradiciones campesinas, con pretéritas y actuales experiencias cooperativas y con sugerentes proyectos de vinculación directa entre producción y consumo.
Evidentemente todas estas aportaciones no deberían en absoluto desvincularse de los demás elementos de la economía solidaria. Aunque estrictamente hablando, no se puedan considerar novedosas, las ideas de consumo responsable, de comercio justo, de finanzas éticas, de tecnologías intermedias, de sindicalismo agrario, de distribución al por menor, de auto-abastecimiento, de protección del entorno y de las, en ocasiones, imprescindibles revueltas agrarias, configuran las bases de la supervivencia humana.
Las prioridades financieras derivadas de la voluntad de los gobiernos de salvar antes a las personas que especulan que a las que pasan hambre, nos certifican la urgente necesidad de un cambio de valores.
En una economía con recursos limitados, aunque suficientes, las actuales prácticas especulativas sobre los cereales, la distribución mediante grandes cadenas, el despilfarro y el desecho de las mercancías, las exageradas normas higiénico-sanitarias sobre la caducidad y presentación de los productos, acaban generando déficits de todo tipo que a gran escala llamaremos hambrunas en los países en desarrollo, pero que también aparecen puntualmente en los países industrializados cuando vemos que hace falta ir creando en muchos de ellos los llamados “bancos de alimentos”.
Estamos sin duda ante una vergüenza social cuando, en los inicios del siglo XXI, Naciones Unidas ha debido colocar como el primero de los objetivos del milenio “la reducción a nivel mundial del hambre a la mitad, en el período 2000-2015”, objetivo que a todas luces no será alcanzado habida cuenta que se camina en sentido contrario. Las prioridades financieras derivadas de la voluntad de los gobiernos de salvar antes a las personas que especulan que a las que pasan hambre, nos certifican la urgente necesidad de un cambio de valores. La economía social y solidaria puede ser uno de tales cambios.