David GALLAR
La economía solidaria que deseamos, ¿se practica ya en las economías campesinas? ¿o bien las economías campesinas pueden modificarse para adaptarse a los nuevos tiempos?
EL PROCESO DE DESCAMPESINIZACIÓN
El campesinado ha existido en diferentes lugares del mundo desde la revolución neolítica que supuso la domesticación de especies animales y vegetales, y la sedentarización de los seres humanos. Desde entonces ha habido comunidades humanas dedicadas a la agricultura y la ganadería, a la gestión productiva de los recursos naturales para su reproducción, mediante una transformación de la naturaleza que no comprometía, en la mayoría de los casos, la renovación de esos mismos recursos.
Estas comunidades han convivido, o más bien sobrevivido, a diferentes formas de sociedad que les han ido imponiendo en cada momento diferentes presiones sociales, económicas y políticas, sufriendo relaciones de explotación de sus recursos naturales y de su población para beneficio de las comunidades urbanas y la reproducción de las estructuras de poder. Una simple mirada histórica, desde las revoluciones políticas y tecnológicas europeas del siglo XVIII-XIX hasta la revolución verde y los transgénicos, demuestra que existe una voluntad de eliminación de la clase campesina y su forma de vida.
Se ha provocado la desaparición de la cultura, de las lógicas y las prácticas, y, en definitiva, de las comunidades campesinas. No hay espacio para el campesinado y las personas campesinas han pasado a transformarse en empresario agrario (a costa, en muchos casos, del “canibalismo campesino” provocado por la competencia asociada al sistema agroalimentario dominante); en agricultores a tiempo parcial; transformadas en obreras agrarias; expulsadas hacia actividades no agrarias en el medio rural; o no les queda otra vía de escape que la huída hacia la ciudad como mano de obra en la industria o en los servicios cuando hay demanda o, en el peor de los casos condenados a formar parte del “ejército de reserva de mano de obra” que sobrevive en chabolas, villas miseria, favelas, etc. ,
Es decir, las comunidades campesinas se desestructuran y con ellas se pierden las lógicas de manejo ecológico de los recursos naturales desde prácticas más o menos comunitarias, orientadas a la satisfacción de las necesidades básicas individuales y colectivas: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad.
Al campesinado se le han achacado comportamientos atrasados, irracionales culturalmente, económicamente ilógicos, y pautas de comportamiento egoísta en las que primaban las relaciones familiares frente al resto de la comunidad; la explotación intensiva y cortoplacista de recursos locales en competencia con el resto de la comunidad; la incompetencia en la gestión de los bienes comunes y la sobreexplotación de los recursos. Todas estas son acusaciones que parten de una concepción que sólo reconoce las lógicas modernizadoras como racionales, y que no analiza realmente el contexto socioeconómico, político y cultural de las acciones campesinas: son en realidad interpretaciones que confirman sus propias predicciones antes que explicar por qué se producen dichos comportamientos.
Es cierto que tampoco se puede describir una economía y una comunidad campesina idílica, ecológicamente inocente y socialmente justa en todas las ocasiones. Las desigualdades y las lógicas de poder dentro de las comunidades campesinas también existen y reproducen a su vez los mismos vicios y problemas que la sociedad mayor, puesto que ambas comparten y están influidas por la cultura hegemónica. Especialmente hay críticas acerca de las relaciones desiguales de poder por género y por edad.
Sin embargo, el campesinado, frente a las lógicas del proyecto civilizatorio de la modernidad, constituye un referente como organización de comunidades orientadas a la satisfacción de las necesidades básicas individuales y colectivas manteniendo una relación sustentable con su territorio.
El modo campesino de uso de los recursos (como parte del metabolismo agrario) se encuadra en una praxis que responde a la noción de oikos-nomía. Entendiendo que dicho concepto se refiere a la gestión del oikos, la casa, y no a la parte crematística de la economía, que es el concepto dominante en la actualidad. Una oikosnomía que se ha construido y mantenido mediante un proceso de coevolución social y natural, capaz de perpetuar un metabolismo social sustentable: metabolismos agrarios en los que los procesos de apropiación, transformación, distribución, consumo y excreción se mantienen dentro de los límites biofísicos del ecosistema con formas de acción social y cosmovisiones (interpretaciones culturales) que vigilan la reproducción social de sus habitantes y la satisfacción de sus necesidades básicas, aunque sometidos a las estructuras de poder y el statu quo que generan la desigualdad de las lógicas de explotación ecológica y social propias de cada momento y territorio.
DIEZ PRINCIPIOS DE LA ECONOMÍA CAMPESINA, MÁS NECESARIOS QUE NUNCA
En cualquier caso, podemos plantear una serie de principios que pueden caracterizar a la economía campesina como una cultura de sustentabilidad, de la que extraer aprendizajes y tendencias para la construcción de procesos en otros espacios y contextos sociales, así como reconocer formas de resistencia y contrahegemonía. Veamos:
1. Frente al monocultivo industrial para el mercado, la economía campesina ha tenido como principio la diversificación productiva para asegurar al máximo sus necesidades básicas de autoabastecimiento: alimento diverso y nutritivo, abrigo, vivienda, leña, fuerza de trabajo animal, etc. A la vez ha complementado sus actividades con otras no agrarias para completar sus necesidades materiales básicas (a través de la artesanía), y el intercambio con otras partes de la sociedad para productos transformados.
El objetivo de la economía campesina es, prioritariamente, la reproducción simple de sus unidades familiares y de sus comunidades, en vez de la generación de excedentes que convertir en beneficios monetarios primando el valor de cambio y no el valor de uso.
2. Históricamente la economía campesina ha sido definida por el equilibrio entre la utilización de su mano de obra familiar y el esfuerzo realizado, no para el crecimiento y la acumulación, sino para la reproducción simple (no ampliada). Así, se prima la ocupación de la mano de obra familiar y comunitaria frente a la racionalidad capitalista de maximización de los beneficios.
3. La economía campesina se mantiene dentro de los límites biofísicos de sus agroecosistemas, investigando y aplicando “tecnologías blandas” con el medio ambiente, es decir, con poco impacto en la capacidad de autorregulación y la resiliencia de los agroecosistemas; y utiliza tecnologías apropiadas, que pueden ser fabricadas, controladas, entendidas, desarrolladas y mejoradas en el ámbito comunitario sin necesidad de grandes inversiones ni dependientes de conocimientos externos.
4. La experimentación campesina y los intercambios controlados con otros conocimientos son parte de la cultura de la innovación tecnológica campesina.
5. Las economías campesinas, además, se mueven en unos ámbitos de escala locales que eliminan los altos costes energéticos en transporte de materiales y energía, apoyando además procesos sociales de empoderamiento y autonomía.
6. En la economía campesina la generación de excedentes ha sido una forma de asegurarse contra los imprevistos naturales que afectan puntualmente a la capacidad productiva de sus recursos.
7. Aun cuando el campesinado participa de los intercambios monetarios con el resto de la sociedad y el mercado, su lógica interna tiende a usar el mercado como una forma no competitiva de asignación de recursos y no dirigida a la obtención de beneficios. La aceptación del mercado como mecanismo competitivo es tolerado por el campesinado como parte de la imposición de la sociedad mayor. E incluso así, el mercado no puede superar ciertos límites que son los que marca la “economía moral” campesina por la que en situaciones de escasez se suspende de facto el mercado y se evita la especulación a través de la apropiación directa de los recursos, si es necesario, para satisfacer las necesidades básicas de la comunidad campesina.
La economía campesina defiende una economía que apunta hacia la necesidad de una brújula moral que guíe al mercado como sistema de asignación de recursos, por encima de la especulación monetaria.
8. La cooperación social es otro de los elementos clave de la economía campesina, generando instituciones sociales de intercambio de trabajo, productos y servicios dentro de la comunidad. Estas instituciones sociales están reguladas y poseen mecanismos de control formal e informal que aseguran la gestión correcta.
9. La propiedad comunal de los recursos y la autonomía política son, en este caso, las condiciones previas y sine qua non para que las comunidades campesinas puedan ejercer dicho control con criterios sustentables. Ni el capitalismo ni el socialismo real han permitido ninguna de las dos condiciones, acumulando la propiedad de los recursos en pocas manos (privadas o estatales) y arrebatando la capacidad de gestión de dichos recursos por parte de la población local a través de sus instituciones.
10. La economía campesina, pues, está regulada por y subordinada a un sistema cultural, que posee sus propias instituciones sociales y políticas de autogestión de los recursos locales. Es decir, se enmarca en dinámicas de desarrollo endógeno y sustentable. En otros casos o de manera complementaria, frente a las imposiciones políticas, a las intromisiones culturales y a la explotación ecológica y económica por parte de la sociedad mayor, el campesinado ha tratado de mantener sus instituciones, y una de las herramientas más utilizadas ha sido la infrapolítica, la resistencia práctica y cotidiana ante las dinámicas modernizadoras que provocan el desmantelamiento de esas lógicas autónomas de cultura de sustentabilidad.
Se ha provocado la desaparición de la cultura, de las lógicas y las prácticas, y, en definitiva, de las comunidades campesinas.
Podemos caracterizar la economía campesina como un modelo que tiene como bases el atributo de la autonomía en las dimensiones ecológica, económica y cultural; que tiende a la equidad en el acceso y aprovechamiento de los recursos locales; que posee altos niveles de producción, suficientes para la satisfacción de las necesidades básicas de sus miembros; es una economía no monetaria y no orientada al beneficio, sino a la reproducción; y es una economía no depredadora y no explotadora de recursos y personas. Es decir, atributos que nos hacen entender que el desarrollo de la economía solidaria en el medio rural asume muchas de las características propias de la economía campesina. O viceversa, la economía campesina se ajusta casi perfectamente a los nuevos paradigmas de la economía social y solidaria.
LA NECESARIA RECAMPESINIZACIÓN DE LA SOCIEDAD
No se trata en ningún caso de mitificar al campesinado y sus formas socioeconómicas, sino de descubrir una serie de principios que, desde la práctica cultural del campesinado, pueden aportar elementos de construcción de nuevas formas de gestión colectiva y de desarrollo de procesos endógenos para la satisfacción de las necesidades básicas de las comunidades locales. En este sentido se habla de la necesidad de procesos de recampesinización, y de recreación de las propias formas campesinas y neocampesinas para construir procesos de desarrollo local sustentable desde los principios campesinos.
Esta caracterización pretende evitar la idealización del campesinado, entendiendo que estos principios se encuentran de manera gradual y parcial en las comunidades campesinas, en un proceso dialéctico con la sociedad mayor. De manera parcial porque no siempre se encuentran todos los rasgos en la misma comunidad, y de manera gradual porque no siempre están plenamente desarrollados. Sin embargo, entendemos que existen innumerables ejemplos de estas prácticas, y que estos principios son defendidos o reivindicados por parte de innumerables comunidades campesinas.
De ellas obtenemos lecciones que pueden ser combinadas con los nuevos procesos de recampesinización y resignificación política en clave de sustentabilidad y autonomía frente a la agricultura industrial y los modelos de desarrollo que están generando la actual crisis civilizatoria. Estas nuevas formas de economía y de generación de procesos de desarrollo endógeno y sustentable pueden dar las claves para una transición hacia mayores cuotas de equidad y autonomía social y ecológica.
PARA SABER MÁS
Cuéllar, Mamen; Calle, Ángel y Gallar, David (ed.) (2013), Procesos hacia la soberanía alimentaria. Perspectivas y prácticas desde la agroecología política, Barcelona, Icaria.
Pérez-Vitoria, Silvia (2010), El retorno de los campesinos. Una oportunidad para nuestra supervivencia, Barcelona, Icaria.
Ploeg, Jan Douwe van der (2010), Nuevos campesinos. Campesinos e imperios alimentarios, Barclona, Icaria.