Julia Álvarez, Eva Gil y Karina Rocha
¿Cómo afectan las violencias sobre el territorio a nuestra salud mental y a nuestra dimensión afectiva? En este texto os proponemos reflexionar sobre ello acercándonos a dos realidades donde proyectos de vida que cuidan la tierra y a sus gentes han tenido que enfrentarse a diferentes amenazas sobre su territorio.
Las violencias que se producen en nuestros territorios rurales se multiplican a una velocidad acorde con la cuantía de los dividendos que los oligopolios de todo tipo, energéticos, agroalimentarios, industriales, etc. esperan ingresar de las arcas públicas. Sin embargo, las instancias políticas de poder y las empresas privadas manejan un discurso completamente alejado de los hechos que se describen. Se habla de creación de empleo, de desarrollo sostenible, de proteger los proyectos de vida en los pueblos… Hoy en día, las nuevas «ocupaciones del capital» van acompañadas de justificaciones «verdes», un barniz que intenta legitimar estas acciones.
Pero lo cierto es que tras las agresiones al territorio hay personas afectadas, porque también quienes lo habitamos somos territorio. ¿Qué emociones se despiertan y cómo afectan a nuestros cuerpos?
Ganadería extensiva frente a parque eólico
Cristina, Fani y Olaia, naturales del occidente de Asturias, O Porriño y Compostela, se trasladaron a vivir a Corme, en la Costa da Morte, en Galicia. Estas tres compañeras con experiencia en el ámbito social se decidieron a poner en práctica aquello por lo que llevaban años luchando en un entorno más urbano aunque siempre con raíces en el medio rural. Juntas, iniciaron un proyecto vinculado a la tierra y a la ganadería caprina autóctona, con una alta dosis de educación e intervención comunitaria, al que le siguió un periplo lleno de incertidumbres y de aprendizajes.
La búsqueda del terreno propicio es fundamental. Después de entablar conversaciones con Sabino, el último cabrero de Roncudo, cerraron un contrato de compraventa de cabras. Alquilaron a Carmen de Carabel, la última pastora de Roncudo, una granja que en su día fue de cabras, en el lugar de Candelago, una joya patrimonial a los pies del parque eólico de Corme. Su proyecto fue evolucionando y un tiempo después constituyeron la Asociación para o Coidado da Terra Carabel das Cabras para hacer del rural un lugar vivo y sustentable; un proyecto de vida donde el respeto a la comunidad y los cuidados son cruciales. El proyecto consistía en la recuperación de un territorio abandonado en los años setenta a través del manejo de pequeños animales, principalmente de cabra galega, aderezado todo ello con propuestas de educación e intervención comunitaria cuyo objetivo era recuperar las prácticas tradicionales de manejo y gestión del territorio, entre otros. Fue entonces cuando se plantearon una serie de mejoras, una de ellas consistía en legalizar la propiedad y fue en ese momento cuando empezó su calvario.
Mientras Carabel das Cabras inicia los trámites de legalización y comienza a recibir requerimientos legales de cuanta administración hay en Galicia, el parque eólico cercano a Candelago se expande en un agresivo proceso de repotenciación, durante el confinamiento de 2020. La tierra se bombardea para abrir paso a la maquinaria a una velocidad que devora vida en un territorio ampliamente protegido (Red Natura, paisaje protegido, Zona ZEPA...). La consecuencia: se instalan nuevos molinos que triplican la altura de los ya existentes, todos ellos en nuevas ubicaciones.
Poco más de un año después, Carabel das Cabras cierra sus puertas. Las cabras pierden su espacio y este territorio, una posibilidad de ser devuelto a la vida con una perspectiva de sostenibilidad y cuidado.
Huerta histórica frente a carretera
Paula vive en Potries (comarca de La Safor, País Valencià), un pueblo de unos mil habitantes en una zona de huerta histórica, próxima a la costa. Busca fórmulas de vida en coherencia con el significado de «aquello que merece ser vivido» y está comprometida con su territorio. Estudió Comunicación, Publicidad y Relaciones Públicas, pero no trabaja en este sector porque suele ir unido a la presión por alcanzar máximos de ventas, algo que contradice su forma de pensar. A cambio, ha encontrado lo que le gusta: se ha formado en agroecología y lleva cuatro años dedicándose a ello, también en su huerta. Lo compatibiliza con tareas que selecciona en función de sus prioridades y que tienen que ver con apoyar en temas de comunicación y diseño gráfico a colectivos con los que siente que es necesario estar.
Y llegó el hachazo, el destrozo, la palpable violación de su territorio: el anuncio de la construcción de una autovía de cuatro carriles, «propia del siglo pasado» y sin razones obvias, pues para la función que, supuestamente, cumpliría la nueva carretera existen otras opciones que no suponen ni la mitad del impacto proyectado. Como reacción, rápidamente se constituyó la Plataforma Per l’Horta de la Safor, a la que Paula entrega su tiempo y su dedicación junto con más de 2000 personas afectadas por este trazado y diversos colectivos de toda la comarca. La web de la plataforma habla de un ataque al patrimonio social y cultural que «implicará una fragmentación territorial de la comarca debido a la destrucción de caminos y sendas que vertebran la huerta de La Safor. Supondrá la destrucción del sistema de regadío tradicional de acequias y partidores de agua y de los 614.109 m² de huerta (el equivalente a 100 campos de fútbol) con gran perjuicio para el cultivo citrícola, ya dañando actualmente».
El cuidado y la sanación como acto político
Hay lugares donde la defensa del territorio implica poner en riesgo la propia vida, como México y Centroamérica. Allí existen algunas experiencias de autoorganización basadas en el cuidado. Uno de los referentes es Casa La Serena (Oaxaca, México), un espacio para la recuperación, sanación, descanso y reflexión de defensoras de derechos humanos que atraviesan por situaciones de cansancio extremo, desgaste emocional o físico, crisis personales, duelos u otras circunstancias derivadas del contexto de violencia y cultura patriarcal. Funciona desde 2016 y centra su valor en el trabajo político colectivo, en el poder que se genera cuando las mujeres defensoras construyen diálogos, intercambios y aprendizajes conjuntos. La Casa La Serena se basa en la salud holística, las terapias alternativas y la medicina tradicional de los pueblos ancestrales e incorpora la creación y el arte, la literatura y la terapia narrativa como parte de los procesos de sanación. Se establece un plan de seguimiento personalizado con acompañamiento de una facilitadora y todo el proceso se concibe como una acción política.
Nuestras emociones y el entorno
La salud mental es un término que empleamos con demasiada frivolidad y que, en la mayoría de las ocasiones, nos remite únicamente a la unidad biológica, como si de una lotería genética se tratase. Este término se asocia, en consecuencia, al comportamiento y la responsabilidad individual sin el cruce de ninguna otra variable: económica, política o social.
En cambio, si analizamos la lógica que subyace, encontramos que muchos de los problemas de «salud mental» que esta sociedad capitalista y patriarcal engendra se relacionan directa o indirectamente con realidades económicas, sociales o políticas. En la medida en que los entramados socioeconómicos y políticos se expanden a velocidades vertiginosas, sin castigo ni penalizaciones, el malestar, el dolor y el sufrimiento se transmiten de manera directa hacia las personas objeto de estos abusos.
El psiquiatra Guillermo Rendueles tiene una famosa frase: «lo que necesitamos no es un psiquiatra, sino un sindicato». El autor de textos como Medicalización, psiquiatrización, ¿despsiquiatrización?, de alguna forma viene a defender el modelo biopsicosocial del que ya comenzó a hablar Wilhelm Reich a inicios del siglo xx. Sin entrar en matices, lo que nos viene a mostrar esta visión de las problemáticas que derivan en sufrimiento emocional es que nuestra biología ocupa un lugar, pero que este no es determinante, ya que nuestro cuerpo no es un ente aparte, sino que está conectado a nuestras emociones, que a su vez se relacionan continuamente con el entorno. Por lo tanto, si el entorno es violento y nos agrede, nuestro cuerpo y nuestra mente sufrirán las consecuencias.
De esta manera, sabemos que cuando nos roban nuestros medios de vida, los sueños, nuestro esfuerzo, nos roban también nuestra salud, una salud que debe ser entendida como comunitaria, con responsabilidad compartida.
Estructuras sociales, políticas y económicas que promuevan la salud
Los hechos que se describen son difíciles de digerir. Para Cristina, Fani y Olaia, ¿cómo entender que mientras unas máquinas arrasan a una velocidad imparable la zona protegida colindante a su proyecto, a ellas les deniegan una y otra vez la mejora de un camino de apenas 300 metros?
Paula mantiene la esperanza en el extenso argumentario que ha elaborado la plataforma. Considera que prevalecerá el sentido común, especialmente por el contexto de emergencia climática, en el que es difícilmente explicable que una zona que absorbe más de 7000 toneladas de CO2 cada 10 años se quiera eliminar para construir una carretera que emitiría más de 9000 toneladas solo durante el periodo de construcción.
Contradicciones, incoherencias, falsedades enredadas que revuelven y conmueven nuestros cuerpos en forma de estallidos, malestares que requieren algo más que un calmante o un hipnótico. Al agotamiento que producen las reiteradas reclamaciones, alegaciones y escritos de la población afectada sobre las faltas cometidas, se le unen el insomnio, la angustia frente al abuso o el miedo a la pérdida. ¿Cómo puede defenderse el territorio sin que nuestra salud se vea afectada?
De la misma forma que se necesitan agua y aire limpios, hacen falta estructuras sociales, políticas y económicas que promuevan la salud; por supuesto también la salud mental, porque igual que decidimos cuidar nuestros cuerpos con alimentos cultivados de modo responsable, es importante cuidar nuestras emociones, desde las raíces, reordenando y extendiendo los elementos que las motivan y eliminando sentimientos de culpa, mientras señalamos, acompañadas, a los verdaderos culpables. Pero la resistencia no basta, en palabras de Paula, «la resistencia tiene que unirse a la construcción».
Jerónimo Bellido, director del Instituto Wilhelm Reich Europa, habla de la importancia de que el trabajo en salud mental sea para la vida y en relación con el otro. No se trata, por tanto, de conseguir la «perfección emocional», sino de adquirir la capacidad de disfrutar de la vida y de integrar el sufrimiento inherente a ella. Al entrar en relación con el otro, reconocemos su valía, su sabiduría y su hacer, y nos obligamos a dudar de nuestras creencias para ampliarnos y aprender juntas. De esta forma, mirarnos a los ojos en situaciones en las que nos intentan desmembrar puede ser un acto revolucionario.
La respuesta de la comunidad cercana en cada uno de estos casos resulta determinante. Son necesarios el consuelo y la escucha por parte de las vecindades, los pueblos y los grupos de apoyo, pero no bastan; hace falta una acción social y política que nos defienda. La asociación Carabel das Cabras no ha podido contra el ataque, quizá porque no contaba con este apoyo activo necesario. La plataforma en la que participa Paula continúa ahí, con todo su entramado de saberes comunes y ampliando acciones que sigan articulando a la población para contener la construcción, para trabajar hacia un «horizonte común» y para transformar esta amenaza en fortaleza.
Cuando cada pedazo de tierra defendida se convierte en una revuelta colectiva, se previene la destrucción de la vida y el sufrimiento. La red, las estrategias, acciones, defensas y revueltas compartidas; la unión de energías vivas que mantiene nuestras luchas y evita el desánimo y el abismo... Sin ellas, difícilmente podríamos revivir.
Son muchas las redes y plataformas de personas que se juntan para defender el territorio y a raíz de las cuales aparecen nuevas relaciones y lazos de afecto. Sin menospreciar la importancia de estos lazos, consideramos que es necesario poner el foco también en el cuidado emocional. Dicho de otra forma: estamos acostumbradas a reaccionar ante las agresiones, pero también es necesario acometer un trabajo de fondo en nuestras comunidades, priorizando una buena salud emocional tanto en lo colectivo como en lo individual. Para ello debemos formarnos y sobre todo permitirnos buscar apoyos cuando los necesitamos.
Y esto nos incumbe a todas, porque la salud mental también es política.
Gracias, Paula y Carabel das Cabras, por contarnos vuestra historia, por permitirnos aprender con vosotras, por seguir luchando por una vida mejor.
Julia Álvarez, Eva Gil y Karina Rocha