El lucro de la energía eólica contra la vida
Revista SABC
Fotos: Acción Ecológica
El pasado 17 de noviembre varias organizaciones sociales convocaron en Quito a un tribunal internacional que trató el asunto de la creciente extracción de madera de balsa en Ecuador. El interés de esta madera, cuya explotación y tala está provocando enormes impactos en las poblaciones indígenas y campesinas, reside en ser un componente de las aspas de los molinos eólicos. El tribunal tuvo como presidente al economista Joan Martínez Alier (que un día después recibiría en Italia el prestigioso premio Balzan, considerado la antesala de los premios Nobel) y contó con las aportaciones de 12 testigos y 9 comisionadas.
«Estamos tratando dos aspectos centrales para el debate internacional: por un lado, los impactos de la extracción de esta madera sobre la biodiversidad y la vida de las personas y, por otro, si el impulso a las energías renovables es una excusa que hace más daño que bien a la ecología mundial, como sabemos que sucede con la explotación de otros materiales necesarios para ellas como el litio». Con estas palabras de Joan Martínez Alier, comenzaba el tribunal, organizado por la ONG Acción Ecológica. El fiscal, Alberto Acosta, economista y docente de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, comenzó aludiendo a la Constitución ecuatoriana, que menciona explícitamente en su artículo 71 los derechos de la naturaleza, y argumentó que la indispensable transición energética para liberarnos de los combustibles fósiles (carbón, gas, petróleo) «no puede ser posible a costa de las selvas y las comunidades y seres que las habitan. No solo se trata de buscar una transición energética diferente, sino de construir otro tipo de sociedad».
Resumimos a continuación el relato que se construyó durante más de tres horas de testimonios, acompañado de datos del informe La balsa se va, un estudio que cuenta la irrupción del extractivismo balsero en Ecuador en los últimos dos años, con detalles de todas las regiones.
Pilas de troncos y filas de camiones
Durante la última década, el mercado mundial de la energía eólica casi se ha cuadriplicado. China es el país con mayor capacidad instalada (seguida muy de lejos por EE. UU.) y su voluntad de alcanzar la neutralidad de emisiones de carbono antes de 2060, ha puesto en marcha una acelerada transición energética. La instalación de aerogeneradores es frenética, incluyendo parques eólicos marinos, y cada año aumentan su capacidad un 20-30 %.
Fotos: Acción Ecológica
Este despliegue viene acompañado de beneficios fiscales y reducción de aranceles para importar productos como la madera de balsa, un material más barato que el metal y más resistente que el plástico que se utiliza en las aspas de los molinos. Estas políticas comerciales explican que entre 2019 y 2020 haya aumentado exponencialmente la demanda de madera de balsa ecuatoriana. Ecuador exporta el 90 % de su madera de balsa y el 70 % de la misma va a China, cuya industria representa el 45 % de la fabricación de aerogeneradores en el mundo (algunos exportados a Europa). Aunque hay molinos de muchos tipos, se calcula que una turbina con aspas de hasta 20 metros necesita unos 450 metros cuadrados de madera de balsa en promedio. Si tenemos en cuenta que el tiempo de vida de los molinos es de 20-25 años, parece que la transición energética va a ser a costa de las selvas de Sudamérica.
Las fuentes de aprovisionamiento de esta madera, que Ecuador exporta desde la época colonial, son dos: su extracción directa de los bosques y las plantaciones forestales (monocultivos) que se establecieron a partir de mediados del siglo xx. Con el aumento de la demanda, las políticas públicas han promovido los cultivos y se ha producido la expansión de la frontera de la balsa, es decir, se han establecido nuevas plantaciones a costa del bosque primario y de las fincas campesinas de autoabastecimiento (chacras). Esto provoca la especulación con la tierra y su aumento de precio y, por tanto, el desplazamiento de la agricultura familiar e incluso de las propias personas que habitan los bosques tropicales amazónicos, las montañas boscosas de la costa, las selvas del Chocó y las estribaciones andinas.
Existen dos modelos de plantaciones. El primero es a pequeña escala, con fincas de hasta 40 hectáreas y donde la madera se vende a intermediarios. El segundo modelo es el de las grandes plantaciones, donde la misma empresa produce, procesa y exporta. Ambos tipos de cultivo hacen un uso muy elevado de fertilizantes, plaguicidas y herbicidas. No hay registros actualizados de la cantidad de superficie sembrada de balsa, pero las cifras oficiales muestran unas 20.000 hectáreas declaradas, 12.000 de las cuales pertenecerían a la empresa Plantabal S.A., operadora de 3A Composites, que a su vez es parte del grupo suizo Schweiter Technologies.
Uno de los aspectos que llama la atención es el discurso verde que subyace tras las plantaciones forestales. Según el subsecretario de producción forestal de Ecuador «por su naturaleza, el sector forestal es amigable con la naturaleza».
Lo que pasa en la selva
La balsa (Ochroma pyramidale) se ha usado en Ecuador desde la época prehispánica y crece en tierras tropicales de Sudamérica, tanto en zonas de costa como en las regiones amazónicas. Como su nombre indica, se usa para el transporte fluvial y además es ligera (también se conoce como boya), de crecimiento rápido, resistente y fácil de trabajar. Sin embargo, su empleo tradicional ha estado más relacionado con su capacidad medicinal: las hojas jóvenes se machacan y su jugo se da a las mujeres cuando dan a luz, para facilitar el parto; su corteza cocinada se utiliza contra las infecciones y la diarrea y mezclada con su resina es un remedio ancestral contra los tumores. Pero, más allá de usos prácticos, para varias comunidades el árbol de balsa es mucho más que una buena madera para la exportación, es protección de los espíritus y hábitat para miles de animales que migran o mueren cuando se tala.
La balsa genera también un sistema de infiltración de agua de lluvia que protege a las comunidades de inundaciones y deslaves.
La peculiaridad de Ecuador es que casi todos los biomas existentes tienen una enorme biodiversidad con un porcentaje muy alto de especies endémicas, lo que les confiere un elevado grado de vulnerabilidad a las intervenciones externas. Los árboles de balsa miden entre 20 y 40 metros de altura y, cuando se talan, además de destruirse la comunidad simbiótica que generan, se dañan irremediablemente otros árboles y plantas de alrededor y se altera el microclima. «Cuando ya sacan las balsas más grandes, las que tienen más edad, ya no hay sombra, y las plantas empiezan a morir, las balsas pequeñas también se mueren. ¿Cuántos años tienen que pasar para que podamos volver a tener balsa?», se pregunta un poblador de Villano (provincia de Pastaza).
La balsa genera también un sistema de infiltración de agua de lluvia que protege a las comunidades de inundaciones y deslaves. En marzo de este año, el interior de Pastaza ha sufrido una de las peores crisis sociales de las últimas décadas; tras las fuertes lluvias, la crecida de los ríos ha arrasado todo a su paso. La extracción de balsa de las riberas ha facilitado la erosión y aumentado la fuerza del agua.
Los aserraderos donde se procesa la balsa vierten a los ríos gasolina, restos de madera y grandes cantidades de serrín que alteran y dañan la fauna acuática, impidiendo la pesca de subsistencia, un pilar básico de las formas de vida originarias. Cuando la actividad del aserradero acaba, nadie limpia ni restaura el lugar, que queda seriamente afectado.
Según el director de la asociación de industriales de la madera de Ecuador, en 2020 más del 50 % de la madera exportada procedía de bosques nativos porque el aumento de la demanda sobrepasó la madera de plantaciones.
Impactos en el tejido comunitario
Los balseros, normalmente personas procedentes de otras regiones de Ecuador o del extranjero, llegan a las comunidades para negociar la extracción de madera de balsa y contratar a hombres para cortar y empaquetar los troncos que posteriormente los camiones llevarán hasta Guayaquil para su traslado a China. Algunas mujeres también trabajan de cocineras para los balseros. Los jornales asociados a la extracción de madera no llegan a satisfacer los estándares básicos y la explotación laboral está a la orden del día, ya que no existe ningún control ni regulación.
Fotos: Acción Ecológica
De esta forma, comunidades con estilos de vida al margen del mercado se ven afectadas por la llegada de industrias que alteran por completo los patrones cotidianos. Los hombres que pasan a dedicarse a la balsa a cambio de un salario dejan de lado la chacra, que se echa a perder, y pasan a adquirir los alimentos fuera y con intercambio monetario. Cuando el trabajo se acaba, las familias se quedan sin ingresos y sin tierra. Además, esta ocupación hace que los hombres dejen de asistir a las asambleas y de atender las labores de cuidado social comunitario y también que gasten mucho dinero en alcohol, lo que ha hecho que aumente la violencia doméstica y los abusos sexuales. Este cambio de hábitos tiene impactos de género muy marcados, pues las mujeres deben atender las tareas de cuidado y abastecimiento en un nuevo contexto y sin controlar los ingresos que entran a la unidad familiar. Además, muchas mujeres jóvenes en búsqueda de sustento acceden a prostituirse a los balseros.
Por otro lado, la extracción de balsa ha hecho que aumente la conflictividad como nunca en las comunidades. Los balseros ofrecen dinero por terrenos comunitarios y, a menudo, no hay una opinión consensuada de la comunidad sobre cómo actuar, lo que conlleva sobornos y peleas. En otras ocasiones, se han talado territorios enteros sin consultar previamente a las comunidades y sin pagar nada. La inseguridad ha aumentado y muchas zonas están militarizadas. Frecuentemente, los balseros y los camioneros van armados, ya que temen los asaltos, debido a los altos precios de la madera.
La extracción de madera de balsa tampoco respeta a los pueblos en aislamiento voluntario (tagaeri y taromenani) ni los espacios naturales protegidos, ni tan siquiera la Reserva de la Biosfera del Chocó Andino. En estas zonas, las comunidades llevan años desarrollando actividades económicas sostenibles como el cultivo y procesado de panela orgánica o el ecoturismo y fue precisamente en los meses más duros de la pandemia, con el acceso cerrado al turismo, cuando aumentó la extracción de balsa en muchos de estos territorios. «Por cuestiones de pandemia, saquen la balsa», dijo la administración de la Reserva Faunística Cuyabeno, en territorio de la nacionalidad siona, y se talaron más de 135.000 hectáreas. Desde comienzos de 2021 se ha empezado a sembrar más balsa para poder recuperar el sector turístico, cuyo principal atractivo son los animales que ahora mismo tienen su hábitat seriamente dañado.
Dictamen del tribunal
Frente a todos estos impactos, algunas poblaciones y comunidades han tomado la decisión autónoma de no extraer la balsa de sus tierras. Es el caso de la comunidad de Piwiri, ubicada en la cuenca del río Villano, que históricamente se ha opuesto también a la entrada de empresas petroleras o el del pueblo kichwa de Sarayaku y la nacionalidad sapara del Ecuador, cuya presidenta manifestó: «Hay codicia por los árboles gigantes de balsa, hacemos un llamado para que las autoridades nos ayuden a controlarla y capturen a las personas que hacen daño a nuestra selva».
En Teresa Mama, comunidad del pueblo kichwa de Pastaza, una líder histórica del movimiento indígena manifestó «nosotras como mujeres hemos dicho una y mil veces que no queremos que vengan personas de fuera a decirnos cómo tenemos que vivir, nosotras tenemos la capacidad de sobrevivir con nuestras chacras, con nuestras formas de vida tradicionales apegadas a nuestras costumbres, se hacen problemas grandes cuando vienen de fuera los madereros y los petroleros».
Hay codicia por los árboles gigantes de balsa, hacemos un llamado para que las autoridades nos ayuden a controlarla y capturen a las personas que hacen daño a nuestra selva.
El dictamen del tribunal de la balsa no se diferencia mucho de estas voces de la resistencia. Se reconocen «las graves violaciones a los derechos humanos de muchas comunidades y a los derechos de la naturaleza, que en su esencia se complementan y potencian» y se exhorta al gobierno del Ecuador, a China y a la industria maderera a tomar medidas urgentes al respecto.
Como se afirma en el prólogo de la investigación mencionada, el caso de la madera de balsa en Ecuador, el primer país que ha constitucionalizado los derechos de la naturaleza, nos sirve para desnudar la propaganda con que se promociona la transición energética corporativa y aquellas fracasadas respuestas mercantiles y tecnológicas con las que se quiere asegurar la alimentación de los seres humanos. No se plantea la superación del capitalismo, sino su reproducción en una sociedad en transición hacia la era pospetrolera, y se favorece la concentración de capital en perjuicio de la producción campesina. Así, el tribunal declara, finalmente, que «la tala masiva de balsa en Ecuador visibiliza cómo las energías renovables no representan una solución al cambio climático, sino que, al contrario, agudizan las causas subyacentes del colapso climático y exacerban los conflictos sociales en los territorios afectados».
Revista SABC
PARA SABER MÁS
Informe La balsa se va. Energías renovables, selvas vaciadas. Expansión de la energía eólica en China y la tala de balsa en Ecuador (septiembre 2021). Disponible en PDF
Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo