Maties Lorente
Este reportaje se ha elaborado en colaboración con La Directa. Disponible en català
La soja transgénica cultivada masivamente en zonas deforestadas del Brasil llega a Catalunya por el puerto de Barcelona, para convertirse en pienso de la industria de la carne barata.
De izquierda a derecha: Deforestación en Brasil; plantación de soja en Brasil; Cargill en Martorell y granja de cerdos en Osona | Victor Moriyama, Sira Esclasans y Brais G. Rouco
Érase una vez un haba mágica capaz de convertir extensiones enormes de tierra en un monocultivo —casi un millón de kilómetros cuadrados de tierras de Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay— que viaja miles de kilómetros por mar hasta el resto del globo en grandes barcos, que alimenta 1100 millones de cerdos en todo el mundo y que enriquece astronómicamente las grandes multinacionales agroalimentarias. El nombre de esta haba es soja transgénica y su llegada ha alterado para siempre la forma en que comemos.
«La soja es una muestra de lo irracional del sistema alimentario globalizado», explica Larissa Packer, miembro del equipo de GRAIN en Brasil, una organización internacional que apoya al campesinado y los movimientos sociales en sus luchas por conseguir sistemas alimentarios más justos. El consumo humano solo representa el 6 % de las habas de soja cultivadas en todo el mundo y el 15 % de los aceites y harinas procesadas. Excepto el 3,6 % de aceite, empleado para usos industriales como el biodiésel, el resto de la producción mundial de soja se dedica solo a la alimentación de los animales de granja. Esta haba oleaginosa está presente en todos los piensos industriales en forma de harina. En mayor proporción en los de aves y cerdos respecto a los de vacas u ovejas, eso sí. «Se cultiva en monocultivos repartidos por los Estados Unidos y por todo el Cono Sur de América Latina, desde donde viaja en barco a lugares como el Estado español, donde sirve para producir pienso y engordar cerdos que acaban exportándose a China. Un negocio basado en sustituir proteína vegetal por proteína animal, que genera muchos problemas», añade.
El 80 % de la producción mundial de soja se dedica a la alimentación de los animales de las macrogranjas.
Las palabras de Packer se entienden mejor si se comparan con los datos de la industria porcina catalana, la principal productora de este tipo de carne en el Estado español (41 % del total), seguida por Aragón y Castilla y León, junto a las que conforma el triángulo del cerdo del nordeste de la península. Según datos del Observatori del Porcí de la Generalitat de Catalunya, en 2019 se sacrificaron 22,5 millones de cerdos en Catalunya, una media de 6100 al día. En términos industriales, se produjeron casi 1,9 millones de toneladas de carne. De ellas, se consumieron 828 745; un 43 % del total. El 57 % se exportó por todo el Estado español o a países como China, Corea o Japón. De acuerdo con estos datos, Catalunya es responsable de más de la mitad de las exportaciones de carne porcina del conjunto del Estado. En el ámbito mundial, el Estado español se sitúa como el cuarto productor de carne de cerdo, solo superado por China, EE. UU. y Alemania, en un mercado que no para de crecer, incluso en África. Catalunya exportó en 2019 carne de cerdo por valor de 3350 millones de euros.
Infografía de Hugo Cornelles y Maties Lorente
La cabaña porcina catalana ha crecido un 20 % en una década. En 2019 superó los 7,2 millones de animales. La ganadería industrial requiere una gran cantidad de materia prima para fabricar pienso que abastezca a las granjas. El gran aumento de la producción de carne, la opresión al modelo de campesinado tradicional en Europa, el precio bajo del transporte marítimo y los acuerdos de libre comercio con EE. UU. y América Latina —que abaratan enormemente las importaciones agroindustriales al suprimir los aranceles— han hecho que las industrias locales de carne se dirijan al mercado internacional para proveerse, sobre todo cuando se habla del «superalimento» para el ganado: la soja.
La cabaña porcina catalana ha crecido el 20 % en una década y en 2019 alcanzó los 7,2 millones de ejemplares.
«La soja y la harina de soja que importa Catalunya requieren una superficie cultivada anual de 1 250 000 hectáreas, que equivale a casi el 40 % de la superficie total del país y el 75 % de la superficie agraria de Catalunya (tierra agrícola y forestal)». Son datos del informe El papel de Catalunya y el Port de Barcelona en la construcción de un sistema alimentario (in)sostenible, elaborado por GRAIN, la revista Soberanía Alimentaría, Biodiversidad y Culturas y la organización La Vía Campesina, que pronto se hará público.
Barcelona, puerta de entrada de la soja
«El puerto de Barcelona ejerce un papel más que relevante tanto en las importaciones de soja como en su procesamiento y distribución para el uso en la industria ganadera catalana; esta última se considera uno de los motores de la economía local», como se puede leer en el informe. Cada año pasan por los muelles de la capital catalana más de 1,5 millones de toneladas de habas de soja sin procesar, el equivalente a 60 000 camiones. Según datos del Idescat, la gran mayoría proviene de Brasil (52 %), EE. UU. (22 %) y Paraguay (14 %).
«Hoy, en Brasil, se cultivan más de 38 millones de hectáreas de soja, un territorio diez veces más grande que toda Catalunya», explica Henk Hobbelink, coordinador internacional de GRAIN. Para plantar estos cultivos, hace décadas que en Brasil se deforestan enormes superficies de bosque y selva. Pese a la moratoria firmada en 2006 para proteger la Amazonia, durante el gobierno de Bolsonaro, la superficie deforestada ha aumentado un 83 % en la región y se ha llegado a los niveles de 2008. Desde hace unos años, la presión se ha trasladado a áreas más meridionales, como la del Cerrado. Se trata de una región de sabana con una superficie cuatro veces mayor que el Estado español, donde se calcula que habita una de cada veinte especies del planeta, y que ha visto aumentada más de un 40 % su tasa de deforestación desde el 2011. Uno de los pioneros en la reducción de los ecosistemas naturales del Cerrado es Blairo Maggi, ministro de Agricultura entre el 2016 y 2019, durante el mandato de Michel Temer, y premio Motosierra de oro de Greenpeace, por las talas ilegales de sus empresas. «España —concretamente Catalunya y Aragón—, que es junto con Alemania una de las grandes productoras de carne de cerdos estabulados, se ha convertido en un país con una demanda de soja muy alta y, por tanto, es responsable de los nuevos acaparamientos de tierra en el Cerrado», concluye Hobbelink.
El informe, en el que ha participado su organización, aporta estos datos: «La soja que entra en el puerto representa 500 000 hectáreas de tierra dedicada. Si la mitad llega de Brasil y la mayor parte se produce en tierras deforestadas de la región septentrional del Cerrado, podemos decir que anualmente la entrada de soja por el puerto de Barcelona supone el equivalente a unas 230 000 hectáreas de deforestación, esto es el 14 % de todos los bosques de Catalunya».
Las responsables de la entrada de la soja que llega a Catalunya para convertirse en pienso son, principalmente, dos empresas multinacionales: Cargill y Bunge. «En sus plantas se procesa la mitad de la harina de soja producida en el Estado español. Esta producción cubre la demanda actual de harina de soja de la industria catalana de piensos para la alimentación animal», explica el informe.
Un negocio anclado en nuestros puertos
Silos de grano de soja de la empresa Cargill en el puerto de Barcelona | Sira Esclasans
«Somos la harina de tu pan, el trigo de tu pasta, la sal de tus patatas fritas. Somos el maíz de tus tortitas, el chocolate en tus postres, el edulcorante de tu bebida refrescante. Somos el aceite de tu ensalada y la ternera, el cerdo o el pollo que comes para cenar. Somos el algodón en tu ropa, el forro de la alfombra y el fertilizante en tu campo». Para ser tantas cosas como presumía Cargill en un anuncio en EE. UU., en el Estado español es poco conocida, a pesar de facturar 1243 millones de euros en 2019 y ser la decimosexta empresa de la demarcación de Barcelona en volumen de facturación. Fundada el 1865 en los EE. UU. por William Wallace Cargill, la empresa se especializó en la compraventa de cereales y productos agroindustriales, como por ejemplo, semillas, fertilizantes o pesticidas. Con la llegada de la Revolución Verde entre los años sesenta y setenta del siglo xx, la compañía adquirió una dimensión global. Hoy en día es una de las pocas firmas multinacionales del mundo que todavía está controlada en un 88 % por la familia que la fundó. Catorce de sus miembros tienen fortunas que superan los mil millones de dólares.
Catorce miembros del clan familiar que controla Cargill tienen fortunas que superan los mil millones de dólares
Cargill y Bunge son dos de los gigantes de la industria agroalimentaria mundial. Bunge, actualmente con base legal en el paraíso fiscal de las Bermudas, fue fundada el 1818 por Johann Peter Gottlieb Bunge en Ámsterdam y en los primeros años del siglo xx empezó sus negocios en Argentina y Brasil. Estuvo bajo el control de 180 familias, entre ellas, los Hirsch, los Bunge, los Born, los Engels y los De La Tour, hasta que empezó a cotizar en bolsa en 2001. La rama ibérica facturó 3293 millones de euros en 2019.
«Cargill y Bunge dominan el mercado mundial de la soja y son las dos multinacionales que más poder tienen en el Estado español en el mercado de esta materia prima». Lo dice Mar Calvet, miembro de la Cátedra de Agroecología y Sistemas Alimentarios de la Universitat de Vic, que ha participado en la investigación Los rostros de la soja, impulsada por Ecologistas en Acción. Ambas empresas son las principales exportadoras de soja brasileña: Bunge en primer lugar y Cargill en segundo, con 15,4 y 12,4 millones de toneladas, respectivamente.
Estas compañías desarrollan, según Calvet, estructuras «parecidas a la de la integración ganadera, donde una sola empresa controla todo el ciclo productivo, suministra los elementos para el cultivo de la soja a los agricultores, compra el producto obtenido, lo procesa y lo comercializa ella misma, con el objetivo de acumular los máximos beneficios económicos sin hacerse cargo de las externalidades claramente negativas que comporta este ciclo (deforestación, vulneraciones a los derechos humanos y laborales, contaminación, etc.)».
Las dos multinacionales cultivan la soja por medio de sus empresas participadas en Brasil, la embarcan en sus muelles del Amazonas y la envían a diferentes puertos del mundo; uno de ellos, el de Barcelona. Ambas disponen de instalaciones tanto en el puerto de Barcelona como en el de Tarragona, para almacenar la soja y procesarla. También tienen vínculos dentro del puerto: Bunge participa la sociedad Ergransa SA, que se ocupa de la descarga de granel en puerto de Barcelona.
Cargill y Bunge han consolidado su presencia en Catalunya mediante la inversión en infraestructuras. En 2016, el contrato de concesión entre el puerto de Barcelona y Cargill se amplió veinte años a cambio de una inversión de 10,4 millones de euros que efectuó la multinacional para modernizar sus instalaciones. En 2018, Cargill realizó una nueva inversión de 18,2 millones de euros a cambio de una prórroga de dos años del contrato de concesión y de la elaboración de un estudio por parte del puerto de Barcelona que se centra en la viabilidad de la ampliación del muelle Álvarez de la Campa para recibir barcos de dimensiones superiores a los que operan en la actualidad. En paralelo, en octubre de 2020, el BOE recogía la ampliación por cinco años de la titularidad de Bunge en el muelle oeste del puerto de Barcelona, en compensación «por la ejecución de inversiones».
Una vez procesadas las habas de soja, la harina continúa su camino hacia las fábricas de pienso. Muchas veces, lo hace a bordo de trenes especiales. Bunge impulsó en 2020 el primer viaje de un convoy cargado con 850 toneladas de harina desde las instalaciones de Ergransa en Barcelona hasta el puerto seco de Zuera, en Aragón. El mismo año, el puerto de Tarragona y Lleida volvían a unirse mediante un tren de mercancías –después de veinte años–, para transportar la harina a Guissona, sede de bonÀrea Agrupa (antiguo Grupo Alimentario Guissona), una de las principales productoras de pienso de Catalunya y siguiente eslabón de la cadena global de la carne barata.
Modelo global, aplicación local
«Las fuentes de abastecimiento de soja del nordeste de España suelen venir de estas dos empresas, Cargill y Bunge». Lo explica M. Carmen Soler, directora de la Asociación de Fabricantes de Alimentos Compuestos de Catalunya (ASFAC), una entidad que aglutina a 91 productores de pienso catalanes. Según sus datos, en Catalunya en 2018 había 203 establecimientos donde se fabricaba pienso, que ocupaban a 3742 personas y que generaban unos ingresos de explotación de 4300 millones de euros. Al pedir a la ASFAC el listado de las empresas que la conforman, su respuesta es que «no lo pueden facilitar».
«La gran tecnificación de este tipo de producción desplaza a les pequeñas empresas», dice Mar Calvet, de la Universitat de Vic.
Del mismo modo que empresas como Cargill o Bunge han integrado la producción y procesamiento de la soja, en el Estado español y en Catalunya se han integrado en gran parte los procesos de producción de la carne, hasta el punto de que algunos grupos controlan toda la cadena, desde la fabricación del pienso hasta la distribución comercial, pasando por la cría y el engorde de los animales, los mataderos y las procesadoras. «La industria del pienso en el Estado español está dominada claramente por cada vez menos empresas que, a pesar de que pueden tener un origen nacional como negocios familiares o cooperativas agrarias, hoy en día se han convertido en muchos casos en multinacionales o han sido absorbidas por grandes grupos empresariales», explica Mar Calvet, de la Universitat de Vic.
Uno de los ejemplos claros de este modelo que recoge la investigación del grupo ecologista es el de bonÀrea Agrupa, de Guissona. El grupo empresarial, ubicado en el municipio de la Segarra, produce más de un millón de toneladas de pienso anuales. Controla toda la cadena de producción, desde el momento en que la harina de soja llega a sus instalaciones hasta que se distribuye la carne en las más de 500 tiendas de la marca. En la actualidad, más de 4600 agricultores y ganaderos trabajan para el grupo en un modelo de integración vertical que produce 800 000 cerdos al año, según los datos del informe de Ecologistas en Acción.
Costa Food Grupo es otro de los grandes de la ganadería integrada vertical, produce más de un millón de toneladas de pienso al año. Con sede en Fraga, cuenta con más de mil granjas de producción asociadas y es el segundo productor de cerdos del Estado español, con gran presencia en el mercado internacional. Distribuye por medio de marcas como Casademont o Villar.
Pero, sin duda, uno de los grandes de la ganadería integrada catalana es la poco conocida Vall Companys. Produce dos millones de toneladas de pienso al año, con el que alimenta cerdos, vacas y gallinas de 2100 granjas integradas. Seguramente, es más conocida una de las marcas que comercializa las 550 000 toneladas de carne anuales producidas por el grupo y que en los últimos tiempos ha invertido ingentes cantidades de dinero en campañas de publicidad: Campofrío. La sociedad Vall Companys se inició con la compra de la harinera La Meta de Lleida en los años cincuenta, pero acabó haciendo un proceso de integración ganadera a partir de los años setenta y ochenta hasta llegar a facturar 2188 millones de euros en la actualidad.
Para Mar Calvet, la gran tecnificación e industrialización que requiere este tipo de producción está desplazando a las pequeñas empresas y cooperativas que no cumplen los requisitos técnicos exigidos ni pueden competir en el mercado. «De este modo, la producción de pienso, de la mano de la ganadería industrial, está condenada a acabar en muy pocas manos, que a su vez son extremadamente dependientes del abastecimiento de soja por parte de todavía menos empresas con más poder», concluye.
Ganadería más sostenible
«Cuando nosotros empezamos, la granja era integrada y engordábamos unos 1800 cerdos al año; había 0,2 puestos de trabajo. Ahora, criamos y engordamos solo entre 550 y 600 cerdos al año de manera ecológica, generamos 1,5 puestos de trabajo directos, más uno o dos indirectos según la época». Pino Delàs es uno de los miembros de Llavora Agropecuària, una explotación ecológica de cerdos situada en Ventalló (l’Alt Empordà) que ha desafiado la lógica imperante en el mercado de la carne. «El objetivo de la industria no es mejorar la alimentación, sino incrementar la tasa de beneficios, como cualquier multinacional. Su interés no es satisfacer una necesidad humana, sino que prevalece el criterio económico; y esto en alimentación es peligroso», argumenta.
En Llavora entienden la ganadería ecológica como un conjunto de prácticas que intentan restar «las diversas contradicciones del modelo de producción industrial, ya no de ganado, sino de carne, porque llega un momento en que la industria no produce animales, sino directamente kilos de carne». Estas prácticas consisten, entre otras opciones, en tener en cuenta la huella ecológica de la crianza y el engorde de los animales, reducir el consumo de antibióticos u optar por materias primas de proximidad, «teniendo presentes las contradicciones», como el hecho de que el pienso ecológico también esté hecho de soja. «Lo que pasa es que la ecológica es marginal y la intensiva muy grande», asegura el campesino. Otra de las diferencias es que el pienso de la ganadería ecológica no emplea soja transgénica. «Es muy importante distinguir las grandes industrias alimentarias de los campesinos, que somos un eslabón de la cadena e intentamos sobrevivir como podemos».
«Es muy importante distinguir las grandes industrias alimentarias de los campesinos», afirma Pino Delàs, de Llavora Agropecuària
Otro de los factores que tienen en cuenta los productores de Ventalló es no malograr los recursos hídricos. «Estos recursos limitados son los que dan sentido a la ganadería ecológica: no malograr un recurso natural como es el agua. A pesar de que el porcino no es el culpable en exclusiva de los acuíferos contaminados por nitratos —en el Maresme también pasa y no hay cerdos—, es un contribuidor limpio». El pequeño productor señala a la gran industria: «Las multinacionales de la carne vienen y dan un poco de trabajo, pero dejan una gran cantidad de mierda».
«A veces se habla de la inacción de la administración, pero no es solo eso: es la culpable directa de que tengamos el 42 % de la masa de agua subterránea de Catalunya contaminada con nitratos». Ginesta Mary es la presidenta del Grupo de Defensa del Ter (GDT), una entidad que lucha desde hace años por la defensa del medio ambiente en Osona y el Lluçanès, dos de las comarcas que concentran una parte importante de la producción de cerdo en Catalunya. La contaminación por nitratos de las aguas superficiales, los acuíferos y la atmósfera es uno de los impactos más habituales de la industria del porcino. Esto se debe a que se vierte al medio natural una gran cantidad de purines —excrementos de cerdo mezclados con agua y otros restos, como medicamentos— para usarlos como abono. El problema es que el ritmo de producción de la industria satura el entorno y contamina los acuíferos.
Según explica Mary, en Osona, en 1982, en cada explotación había unos cincuenta cerdos. En el año 2010 ya había 1100. «Una explotación pequeña no puede competir con el modelo que representan las macrogranjas y tiene que pasar a formar parte de la integradora», explica la presidenta del GDT. En este proceso, el campesino acaba siendo un trabajador más de la cadena. «Aquí, en Osona, el 52 % del PIB depende directa o indirectamente del sector porcino. Es una locura». A pesar de que se centra en la lucha medioambiental, el GDT también cuestiona el modelo de trabajo precario que fija la ganadería integrada. Las condiciones laborales en mataderos como Le Porc Gourmet o Esfosa han sido denunciadas en numerosas ocasiones por colectivos como Càrnies en Lluita, una plataforma que reúne a una parte de las plantillas de las instalaciones, en su mayoría personas migradas o en situación de vulnerabilidad, de la Plana de Vic.
La representante de la plataforma ecologista califica a la industria como «gigante con pies de barro», puesto que basa su beneficio en el precio bajo del comercio marítimo internacional a la hora de abastecerse de materias primas. Según datos del Observatori del Porcí de la Generalitat de Catalunya, el precio medio de una tonelada de soja en el puerto de Barcelona en 2019 era de 323,4 euros. «El 70 % del coste de producción del cerdo es el pienso; en este caso, el coste de la producción y el transporte de la soja», explica Mary. «El transporte internacional depende mucho del petróleo. Solo con que suba un poco el precio del petróleo ya no sale a cuenta». En la misma línea, se pronuncia desde l’Alt Empordà Pino Delàs: «Las fragilidades del actual sistema de comercio mundial nos dejan en manos de unas pocas grandes empresas». Y, con tono premonitorio, añade: «Estamos a las puertas de una crisis nunca vista derivada de la finitud de los recursos, en particular del agotamiento de las energías baratas y superabundantes derivadas del petróleo, y el sector agroalimentario es muy dependiente de ellas». «Creemos que el porcino es una burbuja y cuando a las grandes empresas no les salga a cuenta producir la carne barata aquí, desaparecerán y nos encontraremos con el agua contaminada, la tierra saturada y sin campesinado», apostilla la presidenta del GDT.
Maties Lorente | @mtslorente
Reportaje en colaboración con La Directa
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