Martintxo Mantxo
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Desde el 26 de noviembre de 2020, la India vive grandes movilizaciones agrarias que se oponen a tres leyes aprobadas en septiembre, aunque son consecuencia de años de hartazgo por las políticas neoliberales contra el sector. Estas leyes favorecerían a las grandes empresas transnacionales en detrimento del pequeño campesinado. Nada más aprobarse, los sindicatos organizaron protestas locales y en noviembre iniciaron el movimiento Dilli Chalo ('Vamos a Delhi'). Cientos de miles de personas marcharon a la capital de la nación y fueron fuertemente reprimidas para impedir su acceso.
Si el Gobierno nos echa, será su caída. Foto: Shivangi Bhasin
Manifestante sij en la marcha a Delhi. Foto: Shivangi Bhasin
En la huelga general del 26 de noviembre participaron unos 250 millones de personas. El 4 de diciembre el Gobierno y los agricultores mantuvieron negociaciones, pero el Gobierno no aceptó las demandas por lo que, cuatro días después, la huelga se extendió por toda la India. Los transportistas se unieron, amenazaron con no abastecer los mercados y a partir del 12 de diciembre, los agricultores tomaron los peajes. El Gobierno ofreció algunas enmiendas a las leyes, pero los sindicatos exigían su derogación total. Desde entonces hasta el día de hoy (12 de enero), se mantienen las protestas fuera de Delhi. El saldo de las movilizaciones, de momento, es de al menos 30 agricultores muertos (incluyendo 1 por suicidio, 4 muertes por accidentes, 10 muertes por ataque cardíaco y 1 por frío) y cientos de heridos.
Más poder para las corporaciones
Las nuevas leyes se presentaron cuando el confinamiento por COVID-19 todavía estaba en vigor, como parte del paquete de estímulo financiero, cuando lo que el sector agrícola y los demás necesitaban eran medidas de alivio para superar el período de restricciones.
Las propuestas de ley rechazadas son:
- Ley de Anulación del APMC (Comité del Mercado de Productos Agrícolas): Permite por primera vez el comercio de productos agrícolas fuera de los mandis (mercados) regulados por el APMC, y posibilita la proliferación de mandis privados en todo el país, que podrían controlar los precios y luego el mercado.
- Ley de Agricultura por Contrato: Es un marco legislativo que favorece un acuerdo entre el agricultor y el comprador antes de la siembra a un precio predeterminado. La experiencia muestra que esta práctica incrementa el endeudamiento y, por tanto, afianza pautas de desigualdad como la pérdida de tierras y la concentración de la propiedad.
- Ley de Acaparamiento de Alimentos (libertad para las empresas): Busca eliminar los límites arbitrarios y periódicos de existencias de productos agrícolas que el Gobierno impone a los comerciantes. La nueva ley introduce disparadores de precios que se emplearán solo en circunstancias excepcionales. Hasta ahora, los límites de existencias pueden imponerse solo cuando los precios de los productos perecederos aumenten en más del 100 % y los de los no perecederos en más del 50 %. Estos límites fueron violados 69 veces en los últimos diez años.
Los proyectos de ley agraria otorgan a las grandes corporaciones un mayor control del mercado laboral y agrícola que tendrá consecuencias de gran alcance en los precios de los productos básicos, la estructura financiera, los salarios, la salud pública y el medio ambiente. El poder total se concentrará en manos de pocas empresas y dejará a la mayoría de las personas del campo y trabajadoras en general en una situación de desamparo inimaginable.
Un tema que no se trata directamente en las leyes y que para el campesinado es fundamental es el Precio Mínimo de Apoyo (MSP, por sus siglas en inglés), que se anuncia para 23 cultivos; pero que, en realidad, solo se aplica al trigo y al arroz en los estados del Punyab y Haryana. Esta demanda se remonta a las protestas de 2018, cuando se presentó al parlamento una ley a tal efecto, redactada por el Comité de Coordinación de los Kisan Sangharsh ('lucha campesina') de toda la India (All India Kisan Sangharsh Coordination Committee, AIKSCC), sindicato que agrupa a varios cientos de organizaciones de agricultores de todo el país.
Otra ley polémica es la de Enmienda de la electricidad, todavía en discusión. Las familias agricultoras de varios estados se benefician actualmente de tarifas de electricidad subvencionadas que sus gobiernos pagan a los DISCOM, las empresas de distribución de electricidad. Sin embargo, los balances de pago están retrasados. Con la nueva ley, las familias pagarán la totalidad y será el Gobierno estatal quien les transferirá el subsidio. Se teme que este método no funcione y aumente el endeudamiento del campo.
Por último, una de las promesas del actual presidente, Narendra Modi, fue reconocer a más de 400 millones de trabajadores informales y ha incumplido su palabra en los cuatro códigos laborales aprobados recientemente.
El peso de la agricultura en la economía india
India forma parte del BRIC, el bloque de países emergentes que tras la debacle financiera de EE. UU. en 2008 se presentaban como nuevas potencias económicas a escala mundial: Brasil, Rusia, India, China, y a las que se añadió Sudáfrica (BRICS). En 2018 India se convirtió en la quinta economía del planeta por delante del Reino Unido. Sin embargo, ateniéndonos al PIB per cápita, se encuentra en 124.ª posición, lo que dice mucho del reparto de su riqueza.
Como todo país en el mundo, ha continuado siendo blanco del neoliberalismo. Aquella capacidad de llegar a ser una potencia que proyectaron los economistas dio como resultado esta ambición por privatizar, industrializar y venderse aún más al mercado transnacional. Pese a su patrimonio espiritual, India es un territorio de conflicto estructural, con un modelo más desigual y procapitalista, continuación de la colonización y de ese sistema de castas que impera en su sociedad. Algunas publicaciones recientes muestran que el imperio británico extrajo de India riquezas equivalentes a casi 37 millones de billones de euros (3.329 billones de rupias).
El expolio continúa en manos del Bharatiya Janata (BJP), o Partido Popular Indio, nacionalista y de derechas, que actualmente regenta Narendra Modi. Modi representa el hinduismo fundamentalista y el neoliberalismo en términos de privatización, favoritismo de la élite, concentración económica y desigualdad. También defiende un fuerte militarismo y la represión de la oposición y las minorías; en especial, contra la población dalit, la casta más baja, conocida como los intocables. Utiliza la descalificación de antinacional para deslegitimar y justificar la represión contra organizaciones de derechos humanos y ambientales.
Como todo gran nacionalismo, máxime siendo de derechas, evoca a la nación en su totalidad, pero prioriza a su élite y utiliza al pueblo para su beneficio. En la India ha emergido una élite en los últimos años que guarda una conexión estrecha con el actual gobierno de Modi, ya que todos sus miembros son del estado de Gujarat. En su cúspide se sitúan Mukesh Ambani y Gautam Adani, la primera y segunda personas más ricas de la India, respectivamente. Adani, que ha aumentado su patrimonio en un 230 % (más de 26.000 millones de dólares) desde que Modi está en el gobierno, es propietario de empresas de minería, gas, puertos, aeropuertos... Además de las combatidas térmicas de carbón, una de sus líneas de mayor beneficio es su empresa de renovables, Adani Green Energy, que proyecta centrales solares de 8 GW. Cuando Modi ganó las elecciones voló de Gujarat a Nueva Delhi, en el jet privado de Adani.
Los logros de Modi en materia económica y social en la anterior legislatura explican también la actual situación de revuelta agraria, con un alza del desempleo y una deuda superior en un 50 % a la del anterior gobierno. En su tercer año de mandato (2016), llevó a cabo una desmonetarización que provocó pérdidas de 29.000 millones de euros y golpeó especialmente al sector agrícola. Supuso el impago para 150 millones de jornaleros, ocasionó la muerte a un centenar de personas y provocó numerosas protestas y huelgas.
Una lucha constante contra el extractivismo
En la India, y en especial en Punyab, las protestas agrarias se remontan a hace 120 años, cuando fueron centrales en la oposición al dominio británico; igualmente lo han sido durante estos años de gobierno de Modi. En junio 2017 hubo protestas durante varios días por el incumplimiento de su promesa de la campaña de 2014 de obtener un beneficio del 50 % sobre los costos de producción. Meses más tarde, en diciembre, los precios agrícolas se derrumbaron por segundo año consecutivo y las protestas se exacerbaron tras la muerte de 6 agricultores y un cómputo de más de 20 heridos por balas de la policía. En 2018, se extendieron por todo el país para reclamar precios remuneradores para sus productos y la exención de la deuda. Como ahora, 50.000 personas se unieron a la larga marcha de Kisan a Mumbai (180 km), el 12 de octubre. En diciembre, otra marcha llegó al parlamento en Delhi, consiguió el acuerdo con el gobierno de Maharashtra, pero, al no materializarse, dio lugar a la larga marcha de Kisan del 27 de febrero de 2019.
Sí, la India es escenario de grandes luchas contra el modelo extractivista, contra el modelo exportador vendepatrias, contra grandes proyectos mineros, energéticos o de producción agroforestal y contra el expolio pesquero de las transnacionales; también contra los grandes monocultivos que se imponen en el sur para ser exportados y consumidos en el norte, y que pasan como un rodillo por tierras campesinas y ecosistemas. La India es el sexto importador mundial de alimentos. Las grandes instituciones financieras imponen sus políticas y los gobiernos nacionales e instituciones locales las asumen como forma rápida de ingresar dinero. A la larga, estas apuestas son nefastas porque suponen perder soberanía alimentaria, patrimonio ecológico, calidad de alimentos y una cultura milenaria. Pero, sobre todo, contradicen los planteamientos actuales de cambio relacionados con la emergencia climática: producir y consumir local y de forma ecológica para así evitar emisiones. El extractivismo impone un modelo industrializado en el que la mano de obra sobra y todo se puede hacer con más máquinas, energía y tecnología. El campesinado se convierte en algo desechable.
Igualmente, la crisis del coronavirus ha tenido un impacto enorme. Todavía recordamos las imágenes de la represión al principio del confinamiento en la India, porque, como en tantos otros lugares, un gran porcentaje de la población vive fuera de la economía regulada (unos 450 millones de personas). Se estima que hay 800 millones de personas pobres y es en la India donde se encuentra un tercio de la población infantil desnutrida del mundo. El gobierno de Modi, después del confinamiento, optó por retirar la intervención del Estado y desregularizar el mercado en la agricultura para dejar a la gente en completo abandono.
Los marchistas conversan. Foto: Shivangi Bhasin
Pancarta pidiendo libertad para los presos. Foto: Shivangi Bhasin
Las mujeres en las protestas
Pese a que han participado muchas mujeres (en ocasiones de forma exclusiva), las manifestaciones han sido protagonizadas sobre todo por hombres. El motivo es de sobra conocido: ellas se encargan de cuidar a la familia, un trabajo aún más importante en una situación de movilización. Su papel está siendo reconocido y esto hace que esta movilización sirva también para empoderarlas. El Samyunkta Kisan Morcha, organismo que agrupa a los sindicatos de agricultores, publicó una nota de prensa en enero en la que se decía: «Durante la audiencia de la Corte Suprema se dijo: “¿Por qué las mujeres están en esta huelga? ¿Por qué se mantiene a las mujeres y a los ancianos en esta huelga? Hay que pedirles que se vayan a casa”. El Samyukta Kisan Morcha condena tales declaraciones. La contribución de las mujeres a la agricultura es incomparable y este movimiento es también un movimiento de mujeres».
El Consejo Nacional de Investigación Económica Aplicada destacó la brecha de género en la propiedad de la tierra en 2018: «Las mujeres representan más del 42 % de la mano de obra agrícola del país, lo que significa una creciente feminización de la agricultura y, sin embargo, son propietarias de menos del 2 % de las tierras». Otras fuentes, como el Archivo Popular de la India Rural (PARI), determinan que casi dos tercios de la fuerza de trabajo femenina se dedican a la agricultura. Durante la gran marcha de agricultores desde Nasik hasta Mumbai en 2018, el PARI recogió una historia sobre las agricultoras, titulada «Ellas dirigen la granja, ellas hicieron la marcha».
El pasado 4 de enero se organizó una jornada de capacitación en conducción de tractores para las jóvenes campesinas, ya que planean una nueva demostración de fuerza para el 26 de enero, con motivo de la celebración del Día de la República. El objetivo es manifestar que todas y todos están contra esas leyes, que las mujeres también se ven afectadas y se oponen a ellas.
Un pueblo campesino
La India es el país del mundo con mayor superficie agrícola y ganadera, seguido de China y los EE. UU. Su agricultura se divide en 3 apartados: cultivos alimentarios, comerciales y de plantación. En el primero, se incluyen todos los cultivos de la gastronomía india: trigo, arroz, maíz, mijo, legumbres..., que difieren de una región a otra, porque el país alberga una gran variedad de climas.[1] La mayoría de los cultivos comerciales y de plantación van destinados a la exportación y desempeñan un papel muy importante tanto en la alimentación como en la economía mundial. Entre los comerciales, se incluye la caña de azúcar (empleada en gran parte para bioetanol, como combustible), el tabaco, el algodón y las semillas de aceite, como el cacahuete, la colza o la mostaza. Y en los de plantación, destacan el té, el café, el coco o el caucho.
En el sistema laboral indio se debe tener en cuenta el fenómeno de las cooperativas agrícolas, impulsadas en el marco de la reforma agraria, un punto en el que coincidían Gandhi, Nerhu, los socialistas y los comunistas. Algunas crecieron convirtiéndose en lo que se denominan falsas cooperativas, que funcionan bajo el control de una o pocas personas, o incluso de otras empresas. Otras son subvencionadas por el Estado, y en muchas ocasiones, son contrarias al interés social y ambiental. En algunos casos, prácticamente han adquirido tamaño de monopolios, como la cooperativa Amul, que es propiedad de 3,6 millones de productores de leche. Debido a su peso económico, sus lazos con el mundo político son también muy fuertes. En la mayor zona de producción de azúcar, el estado de Maharashtra, se crearon más de 25.000 cooperativas agrícolas en la década de 1990.
Otra característica relevante de la India es su multiculturalidad (se hablan 22 idiomas). La mayoría de los agricultores que encabezan las protestas son de religión sij, porque la fuerza de la protesta se concentra en el Punyab, su hogar tradicional, aunque ahora también se ha extendido a Haryana, Uttar Pradesh y Rajastán. El Punyab es una zona próspera, puesto que produce la mayoría del trigo del país, por lo que es conocido como «el granero de la India». Debido a esa prosperidad, la comunidad sij es, a su vez, una de las más informadas del país y de las más avanzadas social y políticamente. El sijismo es un importante movimiento de reforma del hinduismo en el que los principios y la moralidad son de extrema importancia. El Estado de Punyab limita con Nueva Delhi, la capital, por lo que es imprescindible para su abastecimiento, pero también está relativamente cerca para sostener protestas a largo plazo. Los huelguistas pueden proveerse de alimentos, combustible y personas o incluso tractores para bloquear las carreteras, y hasta pueden volver a casa para refrescarse.
El pasado 12 de enero, Dilli Chalo cumplió su día 48, por lo que puede considerarse una de las mayores protestas de la reciente historia india. Una participante se refería a ella como «la segunda batalla de la Independencia». La protesta se enfrenta al coronavirus, pero también al frío (16 °C de día, 5 °C de noche), que ya ha causado la muerte de algunos manifestantes. La marcha es remarcable también por su compromiso demostrado y fue aplaudida por la Coalición Popular por la Soberanía Alimentaria (PCFS) en su mensaje solidario emitido el 11 de enero de 2021: «Delhi Chalo es un testimonio del poder de los pueblos rurales para afirmar la soberanía alimentaria y resistir las políticas estatales antipopulares. Es la energía que necesitamos para afrontar los numerosos desafíos de este año, con el agravamiento de la crisis debido a la pandemia en curso, así como la próxima Cumbre de las Naciones Unidas sobre los sistemas alimentarios». Quizá esta «determinación inquebrantable de los manifestantes y la amplia unidad que se ha generado» puedan ser fuente de inspiración para todos los pueblos campesinos que sufren y resisten políticas similares.
Agricultura industrial, agricultura suicida
En la década de 1960, tras la independencia, en la India se implantó la llamada 'revolución verde', que supuso una devoción desmesurada por el productivismo hacia el modelo exportador que conocemos. Estas prácticas no sostenibles acarrearon la pérdida de las variedades autóctonas y los nutrientes del suelo, que se volvió improductivo, así como el aumento de residuos químicos en los alimentos y el medio ambiente, y graves problemas sociales como la concentración de la propiedad de la tierra y de la producción. La mayoría de las familias campesinas debían industrializarse para competir, pero ante la falta de medios económicos solo les quedaba endeudarse y vender sus fincas a agricultores mayores que iban concentrando tierra, producción y poder. La inflación de los alimentos, la crisis económica y los grandes proyectos e infraestructuras provocaron, y provocan constantemente, la expulsión de familias del campo, que van a parar a las ciudades y terminan incorporándose a los sectores de pobreza. El suicidio de campesinos es un fenómeno triste y desgraciadamente muy extendido en la India. En 2019, por lo menos 10.281 personas que trabajaban en el sector agrícola terminaron con sus vidas, unas 28 al día, lo que supone un aumento del 3,4 % con respecto a 2018. De ellas, el 86% corresponde a los agricultores con tierra. Este fenómeno es un indicador de las dificultades por las que pasa este sector en India. Cuando el país se independizó en 1947, el 90 % de su población vivía de la agricultura. Actualmente, según la FAO, el 70 % depende de la agricultura para su subsistencia, la gran mayoría son agricultores pequeños y marginales.
[1] De acuerdo con el clima y la época, en India los cultivos se dividen en kharif, rabi y zaid. La cosecha kharif es la de verano o la cosecha del monzón, sembrada con las primeras lluvias en julio: mijo, algodón, soja, caña de azúcar, cúrcuma, arroz, maíz, legumbres, cacahuete, chiles, etc. Los cultivos rabi se siembran en invierno y se cosechan en primavera: trigo, cebada, mostaza, sésamo, guisantes, etc. El cultivo zaid son las verduras como sandías, calabazas, pepino, etc.
Martintxo Mantxo
Gracias a Jai Sen, administrador de la lista WSM Discuss (World Social Forum), por sus contribuciones y comentarios a los borradores anteriores de este artículo.
Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo