Raquel Andrés
Artículo publicado originalmente en La Veu (en valencià)
Aunque la zona está catalogada de riesgo muy alto de despoblamiento, cuatro jóvenes que recuperaron un poblado en ruinas ahora se enfrentan a multas y desalojos.
Casas de Barchel. Foto: Agustí Hernàndez. Del libro 'Pobles valencians abandonats’
Barchel actualmente
Benagéber es un pequeño pueblo con un censo de 192 habitantes y con un aire un tanto artificial; es de nueva construcción, puesto que el viejo quedó hundido bajo uno de los pantanos que inauguró el dictador Franco. Aunque no está considerado como municipio en riesgo de despoblación, sí que recibe parte de los Fondos de Cooperación Municipal por la Lucha contra el Despoblamiento de los Municipios del País Valenciano de 2020 que otorga la Generalitat; además, está rodeado por muchos municipios en riesgo alto (Sinarcas, Tuéjar) y muy alto (Chelva, Calles, Camporrobles, Alpuente, Titaguas, Aras de los Olmos). Hablamos de la comarca dels Serrans, la más despoblada de la provincia de Valencia y de las más ‘vaciadas’ de todo el País Valencià.
Este contexto es importante para comprender qué pasa a escasos kilómetros. Nos dirigimos a Casas de Barchel, un pueblo que, siguiendo la tendencia comentada, quedó completamente abandonado hace más de cuarenta años; aunque casi toda su superficie pertenece a Chelva, es más fácil ir desde Benagéber. El libro Pueblos valencianos abandonados. La memoria del silencio, del periodista Agustí Hernàndez, expone que nos lo encontraremos en el siguiente estado: «casas en ruinas alternadas con alguna casa reformada». La guía muestra las fotografías de un entorno sin cuidar y lleno de zarzas, con casas con los tejados hundidos y la maleza ocultando las edificaciones y comiéndose los frutales de los alrededores.
Llegamos tras andar unos veinte minutos (hay un camino directo para ir a pie o una pista un poco más larga para ir en coche) y nos sorprende una imagen muy diferente de la del libro: las casas están en pie y lucen bonitas y dignas; los caminos están rehechos con cuidado y estilo, y dejan ver setas (estos días hay mucha seta de cardo); el huerto está a rebosar de cultivos de temporada (habas, guindillas, lechugas, tomatillos verdes mexicanos...); un pequeño corral alberga gallinas, gallos y cabras; los olivos y los almendros están podados... En definitiva, vuelve a brotar la vida.
La recuperación de un pueblo abandonado con el visto bueno oral de los propietarios
Nos recibe un grupo de jóvenes. Aterrizaron aquí en 2014, después de una de las típicas conversaciones entre amigos para cambiar el mundo, una noche en Ontinyent. Con la diferencia de que, mientras a casi todas se les olvida entre lo que dicen que es tener los pies en el suelo (estudios, trabajo, familia, alquiler, hipoteca, etc.), ellos sí que se lo tomaron en serio. Dicho y hecho, cogieron el libro de Hernàndez y buscaron un lugar donde poner en marcha un modo de vida diferente, autosuficiente y más comprometido con la revitalización de las zonas rurales. La primera parada fue Casas de Barchel. Llovía mucho y se empaparon completamente. Al pisar el poblado abandonado, recuerdan con un brillo en los ojos que salió el arcoíris. «¡Fue una señal!», exclaman. Se acabaron de convencer admirando el precioso entorno, estudiando las casas y comprobando que tenían agua muy cerca. Empezaron unas cinco personas y ahora la aldea está habitada por catorce; una de ellas, la primera bebé barcheliana.
Hace seis años de esto, y desde entonces no han parado de trabajar por el pueblo que ahora han rebautizado, simplemente, como Barchel. Han reformado las casas y ahora tienen ocho dormitorios, una biblioteca común, una ducha, dos baños, un taller, una cocina, un cuarto de estar muy muy aislado, una bodega, un horno moruno, un corral, una zona para fregar los platos, huerto a pleno rendimiento, almendros y olivos recuperados y mejorando la producción... Lo primero que hicieron fue averiguar quiénes eran los propietarios (cinco familias) y pedirles permiso para su proyecto colectivo. Dieron el visto bueno de palabra «sin ningún problema», satisfechos de que volviera la vida al antiguo pueblo. Solo una casa, reformada, era intocable porque es una segunda residencia. Hay que recordar que un acuerdo oral es legalmente vinculante, aunque difícilmente demostrable.
Así fueron pasando los meses y después los años. Uno de los dueños, que hacía de intermediario con una de las familias, les visitaba con frecuencia y compartían comidas y cenas. La relación con el vecindario del pueblo más próximo, Benagéber, es correcta; unos les tienen afecto, otros sienten indiferencia y otras chismorrean, nada fuera de lo normal, como pasa con cualquier recién llegado. «Algunos nos conocen, con cariño, como los hippies con estudios», ríen, y es que todos tienen titulación universitaria.
Los pobladores se organizan en grupos de trabajo que cuentan con sus asambleas, una general a la semana, donde el objetivo es tomar las decisiones por consenso; se debaten desde cuestiones técnicas hasta los cuidados, para garantizar la buena convivencia. Viven de diferentes trabajos: alguien ha montado una cooperativa de instalación de placas eléctricas, otros hacen la vendimia en Francia y en pueblos de los alrededores, ayudan a hacer podas, trabajan en una granja de caracoles, ofrecen servicios de distribución de fruta y verdura en València... Toda persona que trabaja fuera del pueblo tiene que devolver a la colectividad un mínimo del 20% de los ingresos, aunque, como conviven en el mismo espacio, lógicamente la mayor parte la invierten en el espacio. Desde hace un tiempo, también asisten a ferias donde venden productos propios, como panes caseros, cerveza, vino, cremas naturales, pendientes y otros productos.
«Vinimos con la idea de crear y llevar a cabo una forma de vida alternativa a la que nos ofrece el sistema capitalista, huyendo del consumismo feroz, el individualismo y la depredación de los recursos que el planeta nos ofrece. Llegamos cargadas de ilusiones y esperanzas de vivir siendo coherentes con nuestros principios, deseosas de demostrar que se puede hacer realidad lo que muchas veces habíamos considerado una utopía... Y aquí seguimos, seis años más tarde», exponen en su manifiesto.
Repobladoras cultivando la huerta en Barchel
Vista actual de la plaza de Barchel
¿Cuándo cambió todo?
El entendimiento fluía sin obstáculos hasta que un día les dijeron que se tenían que ir. El problema es que el consentimiento inicial fue de palabra y, como intuyeron tiempo después, la propiedad era compartida por una familia grande que no acababa de entenderse y la repoblación fue el punto que los unió. «Si tienes un enemigo común, es más fácil volver a juntarse. Es lo que hicieron con nosotros», suspiran. Y creen que su intermediario no quiso ponerse en contra de toda la familia.
La Veu dialogó, in situ, con el yerno de la familia que los denunció, pero no quiso hacer declaraciones para el reportaje y descartó el contacto con los propietarios porque no quieren hablar con la prensa. Según explican desde Barchel, hace tiempo que él se pasa por allí en su tiempo libre para ocuparse de los frutales ahora que se han recuperado. Sin su versión de los hechos, nos queda la de las repobladoras. Una de ellas, nos relata cronológicamente lo que pasó: hace dos años, les llegó a los propietarios una denuncia de la Confederació Hidrogràfica del Xúquer por utilizar agua del río para regar el huerto. Las repobladoras los tranquilizaron y les dijeron que asumían el compromiso de pagar las multas que se impusieron.
Inicialmente la causa se archivó, pero se retomó con una sanción de 5000 euros. Los dueños se asustaron y se reunieron durante una comida en abril del 2019. Reiteraron que «no querían tener problemas de ningún tipo», pero ya no les servía la promesa de las habitantes de pagar la multa y espetaron: «No, realmente lo que queremos es que os vayáis». Recurrieron la denuncia alegando que el caudal «no altera el curso del río y que la cantidad empleada es mínima», y finalmente tendrán que pagar 500 euros. Aun así, esto marcó el inicio de las tensiones con dos de las familias propietarias.
En esa comida de sábado, las repobladoras respondieron que no querían irse y les propusieron una oferta de compra; los propietarios aceptaron esperar. La sorpresa llegó dos días después, cuando el lunes siguiente se presentó en Barchel la Guardia Civil anunciando que la familia había interpuesto una denuncia «por ocupación, allanamiento de morada, construcción y riego ilegal». «Es decir, cuando vinieron a hablar con nosotros ya nos habían denunciado y no fueron capaces de decírnoslo», lamentan. La acusación afecta a una pequeña casa que había sido un almacén de herramientas y ahora se aprovechaba como dormitorio de una de las pobladoras, una porción del aparcamiento, una parte del huerto y, además, a una segunda construcción que todavía no habían restaurado y que utilizaban como almacén.
De las cuatro familias propietarias, una denunció y una segunda les apoyó atestiguando en el juicio. La relación con las otras dos es «tranquila». Una de ellas es buena porque todavía vive un antiguo habitante de Barchel que les visita, y la segunda, también lo hacía hasta que murió el año pasado. «Realmente a quienes les va bien que estemos aquí es a las personas mayores que habitaron el poblado. Las últimas pobladoras ven todo el valor de lo que estamos haciendo y de vivir de este modo. Pero las familias que no lo han vivido, no lo ven», sostienen las actuales habitantes.
Desalojo, en cualquier momento
Tuvieron el juicio en septiembre de 2019 en el Juzgado de Instrucción n.º 2 de Llíria por delito leve de usurpación. En la sentencia, ratificada por la Audiencia Provincial de València, la jueza impone unos 300 euros de multa a cada una de las cuatro acusadas; es decir, un total de 1.200 euros y el desalojo de los inmuebles. Las repobladoras denuncian irregularidades e imprecisiones en el texto, por ejemplo, las acusan de haber roto candados, a pesar de que en las fotos de la propiedad reclamada se aprecia claramente que se trata de una construcción en ruinas.
Después de que el Tribunal Supremo haya desestimado el recurso de las repobladoras, ahora están a la espera de que se haga efectivo el desalojo de la casa habitada y de la que todavía estaba en ruinas. El abogado de las condenadas les ha comunicado que avisarán con diez días de antelación. Las repobladoras de Barchel tienen la intención de convocar, para ese día, una acción reivindicativa pacífica para visibilizar su lucha y la necesidad de recuperar espacios rurales abandonados, esos tan reivindicados por la clase política y de los cuales tanto se habla en los medios de comunicación, pero que, a la hora de la verdad, se topan con el muro de la propiedad privada.
«La propiedad privada está consumiendo los pueblos rurales, los dirige hacia su extinción histórica y cultural, y los transforma en urbanizaciones o pueblos fantasma de vacaciones. Pedimos y reivindicamos legitimar nuestra presencia en el poblado de Barchel desde una perspectiva de repoblación rural, sostenibilidad medioambiental, autogestión y recuperación y mantenimiento de la historia del entorno», reclaman las repobladoras.
Raquel Andrés
La Veu