Ester Fayos | La Directa
Traducción del artículo originalmente publicado en La Directa (en català)
La población de las comarcas de Els Ports, el Matarranya, l’Alt Maestrat, el Baix Maestrat y la Terra Alta mantiene un ritmo descendente pese al incremento de los alojamientos turísticos.
Un rebaño bovino en la Tinença de Benifassà, una de las principales fuentes de subsistencia en la zona | Foto: Lucas Guerra
Jordi Benages pastorea su ganado de ovejas en Xert, municipio de 701 habitantes de la comarca del Baix Maestrat. Hace siete años que empezó a trabajar en la ganadería extensiva, venciendo los obstáculos de un sector caracterizado por una precariedad y una vulnerabilidad crónicas. Produce leche y queso, que después comercializa en las tiendas y entre el vecindario de las comarcas del Alt y el Baix Maestrat y Els Ports, así como de la capital de la Plana. «Para mí, trabajar en contacto con la naturaleza es tener una visión del día a día más real», expresa emocionado. Benages se ha arraigado a una manera de hacer y de vivir tradicional; un estilo de vida, característico de la zona, que cada día es más escaso a raíz del despoblamiento progresivo de las zonas de interior.
Esta tendencia, tal como prevén algunas vecinas, se puede agravar con la implantación del macroproyecto Maestrazgo-Els Ports. Teniendo como referentes mundiales en turismo Botsuana, Ruanda, Namibia o Costa Rica, con este proyecto, según se explica en el documento promocional, se pretende generar una oportunidad «para decenas de pueblos que se están quedando despoblados» gracias a la creación «de un gran destino de ámbito internacional que haga que los visitantes se queden durante varios días o semanas». Una vez más, se plantea la industria del turismo como sinónimo de generación de riqueza y de recuperación de población, a pesar de que, tras décadas de políticas turísticas rurales, las localidades del interior de los Països Catalans se encuentran más despobladas y envejecidas.
En Catalunya, según datos del Instituto Nacional de Estadística español (INE), en 2019, 1.250.303 turistas pernoctaron en alojamientos de turismo rural —un 42 % más que en 2005. En el País Valencià, pernoctaron 468.797 visitantes —un 15 % más que en 2005—, mientras que en Aragón hicieron noche 582.977 turistas, lo que representa un 42 % más que catorce años atrás. Estas cifras contrastan con los datos sobre la evolución del número de habitantes en el mundo rural. Por ejemplo, en la comarca de Els Ports, en 2010 había 5216 personas censadas, diez años después, son un 16 % menos; en la comarca de la Terra Alta, hace diez años, habitaban 12.931 personas, un 11 % más que en 2020, o en el Matarranya, con 8196 en la actualidad, un 8 % menos que hace diez años.
Según Luis del Romero, doctor en Geografía especializado en despoblamiento y activista por el mundo rural, el aumento del gusto por la naturaleza es debido a los problemas de salud, como la ansiedad, que comporta vivir en las ciudades, así como al incremento de la contaminación atmosférica y a las dinámicas capitalistas globales que convierten el turismo en una «actividad fácil de poner en marcha para convertir el territorio en una mercancía, pero no para solucionar la despoblación». En el caso concreto de los proyectos de renaturalización, Romero todavía se muestra más crítico y se pregunta: «¿Qué quieren? ¿Convertir la zona en un parque temático para turistas con dinero? ¿Un safari? No conozco ningún lugar donde este modelo turístico haya revertido el despoblamiento, sino todo lo contrario», concluye con rotundidad.
Réplica de los efectos del monocultivo turístico urbano
«Intentamos buscar vivienda en Morella y nos dijeron que podíamos quedarnos todo el año, pero que teníamos que dejar la casa libre durante los meses de verano». Quien habla es Josep Beltrán, vecino de Vallibona, uno de los miembros del albergue La Pastora, una cooperativa sin ánimo de lucro que centra su actividad en la educación ambiental y el ecoturismo. Siguiendo el ejemplo de otros pueblos, el vecindario de Vallibona, municipio de Els Ports con setenta habitantes, se ha organizado para crear cooperativas de vivienda y aumentar el parque de vivienda fija, una buena parte del cual ha pasado a manos del negocio turístico o se utiliza como segunda residencia. «En el caso de la vivienda, en los núcleos turísticos rurales hace años que hay una carencia de casas, puesto que muchas se han reformado para el turismo», lamenta Beltrán.
Otra de las reivindicaciones es generar economías alternativas aprovechando los recursos naturales, fomentar el teletrabajo o profesionalizar los cuidados. Las asambleas rurales también trabajan para recuperar los servicios básicos, como comercios, centros de salud y farmacias, así como para mejorar las infraestructuras. «Estamos hablando de un territorio aislado. Se necesitan carreteras, favorecer la apertura de negocios locales…, cosas sencillas que no se hacen», incide Anna Gomar, miembro del colectivo l’Esquella, que trabaja en la dinamización de proyectos de ganadería ecológica.
Pepe Prades, pastor de Castell de Cabres (Els Ports), donde apenas viven diez personas durante todo el año, reconoce que el turismo rural se ha convertido en un complemento indispensable. Sin embargo, a causa de su temporalidad y de la falta de inversiones en otros sectores, también supone una amenaza para aquellos municipios que han supeditado su economía a la industria turística, puesto que tras las temporadas turísticas altas, la gente va a otros lugares donde puede disponer de los recursos básicos. «El turismo tiene cierto peso económico, pero el sector primario es muy importante», defiende Padres. Y añade Benages: «Con el turismo viven cuatro casas rurales y dos restaurantes, pero lo que necesitamos es trabajo estable. Si se hace este proyecto, acabaremos trabajando para los grandes capitales».
«En qué medida los beneficios que genere este proyecto se quedarán en el territorio?», se pregunta Gomar. Uno de los grandes problemas del turismo masivo es que el beneficio para la población local es muy bajo. Por ejemplo, las islas Baleares han visto crecer el número de turistas; pero, junto con Alicante, Almería y las islas Canarias, es uno de los territorios donde más ha caído la renta per cápita, entre el 10 % y el 16 %, durante los últimos años. «El sector que más se ha potenciado es el turismo, y los pueblos no mejoran. Y es que el turismo es una actividad de bajo valor añadido, el beneficio local es muy bajo», concluye Romero.
Fauna salvaje versus agrobiodiversidad
Más del 75 % de la superficie terrestre se encuentra alterada por la actividad humana, un porcentaje que se podría elevar hasta el 95 % en 2050, según datos de la Plataforma Intergubernamental en Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES). La misma entidad, en 2019, cifraba en un 47 % la media de disminución de los ecosistemas respecto a sus estados originales, así como en un 25% —alrededor de un millón— las especies que se pueden encontrar en peligro de extinción en las próximas décadas si no se aprueban políticas urgentes para frenar la pérdida de biodiversidad causada por la sobreexplotación urbanística del territorio, la sobreexplotación agraria y pesquera, el cambio climático o la contaminación.
Frente a esta realidad, los impulsores del proyecto Maestrazgo-Els Ports, además de generar oportunidades laborales a las zonas rurales, tienen como objetivo «promover los espacios protegidos, la restauración ecológica y la conservación de la biodiversidad» a través de la renaturalización, explica el promotor y biólogo Ignacio Jiménez. Aun así, desde la ecología política y la soberanía alimentaria, surgen varias dudas sobre este modelo de recuperación de biodiversidad que solo se centra en recuperar la fauna salvaje más atractiva. «Los proyectos rewilding miran la biodiversidad desde el punto de vista de la espectacularización de la naturaleza, pero la biodiversidad también son las plantas, los insectos...», expone Elisa Oteros, bióloga y miembro de Ecologistas en Acción, de Ganaderas en Red y del colectivo de mujeres investigadoras Fractal.
Según explica Oteros, uno de los efectos de la renaturalización es el aumento de la vulnerabilidad de los ecosistemas frente al cambio climático: «El rewilding aumenta la superficie forestal y, en un contexto en que las temperaturas son cada vez más altas, es el cóctel ideal porque se generan megaincendios, como ya pasó en el Yellowstone de los Estados Unidos». Asimismo, recuerda que el aumento de la frecuencia y la intensidad de los incendios está relacionado con el abandono de la ganadería extensiva, la cual, asegura, contribuye a la prevención de incendios y a la erosión, y que se vería amenazada con la reintroducción de fauna salvaje que no tiene depredadores.
Los colectivos que trabajan en la restauración de los ecosistemas desde una perspectiva agroecológica tampoco ven con buenos ojos la propuesta de «producir naturaleza» para fomentar la biodiversidad, puesto que se trata «la naturaleza como si fuera un producto más que el ser humano tiene la capacidad de alterar, visión que choca con el ecofeminismo», afirma Pau Agost, biólogo y miembro de Connecta Natura. Como alternativa, Agost trabaja para revertir la pérdida de biodiversidad a través de la recuperación de especies frutales o la creación de bancos de semillas.
Las voces críticas advierten que el intento de rentabilizar la naturaleza a base de turismo se convierte en un caldo de cultivo perfecto para la desaparición del sector primario y la pérdida de población que cuida y defiende el territorio. «Sin población rural, se podrá dar luz verde a otro tipo de proyectos, como la minería, el fracking, las macrogranjas...», prevé Oteros. Por eso, reivindican proteger la biodiversidad a través del fomento de la producción agroalimentaria y de un turismo sostenible; las decisiones que se tomen ahora permitirán transformar el futuro.
Ester Fayos
La Directa
Un reportaje de investigación de Lluís Pascual y Ester Fayos, publicado originalmente en el número 503 de la Directa.
El reportaje se completa con la pieza central que puedes leer en castellano en AraInfo: Territorio vivo contra postales de naturaleza