Andrés FIGUEROA CORNEJO
¿Cómo está viviendo el medio rural de Chile el gran estallido social del país? En su inmensa diversidad de territorios, el campo también reacciona, como se vio el pasado 11 de noviembre en el Cabildo Campesino celebrado en Santiago. Se trata en realidad de la continuación de la respuesta frente a una antigua crisis, acentuada en los últimos años de gobiernos neoliberales, que ha extendido los sistemas extractivistas para exportación, desde los cítricos y los aguacates hasta la reciente aparición del litio.
Foto: La Vía Campesina
Foto: La Vía Campesina
“Nuestra lucha es de vida o muerte”, dice el baqueano y criancero Luis Manzano, de la comuna de Putaendo. Habla de cómo el agua, la tierra y la naturaleza hacen frente al desierto ante la amenaza de la agroindustria. Chile, siempre al borde del despeñadero austral del fin del mundo, lleva un mes y medio de inédito levantamiento popular. En la V Región Cordillera, al norte de la Región Metropolitana de Santiago, en el territorio que comprende las localidades rurales y semirurales de La Ligua, Petorca, Cabildo, Chincolco y Putaendo, entre otras, hace años que escasea hasta el agua para beber mate y ofrecer líquido cocido a los bebés. Los ríos provenientes del agua cordillerana son controlados por los terratenientes advenidos en prominentes agroindustriales exportadores, en virtud de la fuerza y de un Código de Aguas impuesto durante la dictadura de Pinochet que continúa tan vigente como en su primer día.
La guerra del agua en esta zona se ha intensificado según las leyes de la química: mientras más se evapora el agua en el altar de la producción irrefrenable de aguacates y cítricos, más organización social se transforma en resistencia activa. Se organizan cortes de carretera y otras acciones directas contra el gobierno local, poniendo los cuerpos frente a la represión de la policía militar, en realidad, guardia privada del agronegocio.
El origen del mal
A más capitalismo, menos tierra cultivable.
Como es muy propio del barroquismo latinoamericano y del sincretismo que levanta modernos complejos comerciales sobre ruinas indígenas, el devenir en Chile es una superposición de épocas y relaciones sociales contradictorias donde las comunidades sobreviven con una habilidad adaptativa que jaquea los fundamentos gravitacionales.
Las ideas ambientalistas, ecofeministas o la soberanía alimentaria, no llegaron allende los mares y se aplicaron siguiendo las instrucciones de la etiqueta. Según la mixtura latinoamericana, de manera combinada y original, emergieron de las necesidades de la realidad misma. Igualmente, lo que hoy se llama extractivismo, y otros denominan capital originario o acumulación por desposesión, en Chile y en todo el continente se ha sufrido como saqueo (y sequía) desde hace medio milenio. Ingresada brutalmente al mercantilismo europeo, espadas y cruces mediante, América Latina desde su invasión bíblica fue destacada por las metrópolis del mundo a la transferencia de valor de lo que llaman materias primas, recursos naturales y trabajo barato. Sí, han variado las formas de la expoliación y explotación a través del tiempo, pero orgánicamente la región continúa siendo una trama dependiente y lejos de la libertad.
Ocurre que, en medio de crisis sucesivas, martirios conocidos y por conocer, trampas y masacres, de vez en cuando el pueblo chileno tiene que comer y reproducir sus condiciones de existencia. El país andino padece una centralización urbana pavorosa, intensificada por las migraciones internas ante la concentración de los servicios y el trabajo en un puñado de ciudades. La proporción poblacional campo-urbe es de 11 por ciento frente al 89 por ciento. Esta relación supera la media del resto de los países del continente debido a la violencia vertiginosa del liberalismo ortodoxo que usó a Chile como su laboratorio planetario. Donde se acaba el globo, a más capitalismo, menos tierra cultivable.
Asimismo, desde la dictadura militar en el país prácticamente no existen fábricas de mercancías manufacturadas y mientras toda la economía de la ganancia está volcada a la exportación, la economía del consumo se abastece de importaciones. Hace solo unos meses, cerró el último taller de zapatos fabricados en Chile. Las relaciones comerciales y financieras se dan básicamente con China, Estados Unidos, parte de la Unión Europea y, marginalmente, con otras economías de la región.
Sin embargo, de los 18 millones de habitantes, no todos colman verticalmente las ciudades. Existe un 11 por ciento de población campesina e indígena, buena parte de la cual, con la nueva oleada extractivista ocurrida desde fines de los 80, fue subsumida en clase trabajadora asalariada en las industrias de los salmones saturados de antibióticos, de la harina de pescado para engordar los salmones y los cerdos, en la industria forestal y, cómo no, en la agroindustria y en los minerales como el cobre y últimamente el litio. La explotación cuprífera (privatizada en un 72 por ciento) continúa siendo una materia prima ‘estrella’ que cotiza en la Bolsa de Metales de Londres.
Y, por último, hay una parte del campesinado y de los pueblos indígenas que persiste en una economía de autosuficiencia, y otra parte que combina el trabajo asalariado en la planta extractivista más cercana con el cultivo de frutas y verduras para consumo propio en las mismas chacras donde viven.
El campo también despertó
En la ciudad brillan por su ausencia las exigencias de derechos como la reforma agraria, la soberanía alimentaria y la agroecología.
Respecto del estallido social que sacude al país desde hace más de 40 días, en el movimiento, mayoritariamente citadino conviven varias demandas y luchas por derechos sociales, unos más visibles que otros de acuerdo a la fuerza de los grupos que coexisten en la protesta.
Pese a que la lucha ambientalista de los últimos años nació en las provincias, en comunidades pequeñas golpeadas por las hidroeléctricas, termoeléctricas y la polución venenosa de la industria extractivista, la resistencia ecológica en los polos urbanos parece haber olvidado sus orígenes. En la ciudad brillan por su ausencia las exigencias de derechos como la reforma agraria, la soberanía alimentaria y la agroecología.
“Cuando un santiaguino abra el grifo de la cocina y no salga una pizca de agua, se acordarán de nosotros”, asegura Fabián Barreto, uno de los miembros de la Confederación Nacional de Asociaciones Gremiales y Organizaciones de Pequeños Productores Campesinos, Conaproch, miembro de La Vía Campesina.
Fabián cuenta sobre la experiencia piloto que realiza la Escuela Agroecológica Germinar en Petorca, zona de la V Región Cordillera trágicamente famosa por la mortandad de ganado bovino y caprino y de especies vegetales nativas debido a la crisis hídrica por acaparamiento de agua. La Escuela se concentra en el cultivo de lechuga, tomate, maíz, haba y hierbas medicinales. “Nos organizamos según las fórmulas del cooperativismo. Ello no solo nos permite la promesa en el corto plazo de autoabastecernos alimenticiamente, sino que además contenemos parte de la migración juvenil. Luchamos mientras sembramos, y cosechamos la convicción de un futuro basado en el bienestar comunitario”, explica Fabián.
No solo las grandes ciudades de Chile despertaron como reza la consigna actual. El campo también despertó.
Únicamente germina lo que amorosamente se cultiva. “No solo las grandes ciudades de Chile despertaron como reza la consigna actual. El campo también despertó. Con la diferencia que el campo es el porvenir y la ciudad un territorio cada vez más cuestionado socialmente”, termina Fabián.
Andrés Figueroa Cornejo
Periodista y activista chileno
Este artículo cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo