Alberto ACOSTA y John CAJAS-GUIJARRO
Ecuador
Enérgicamente condenamos la infame represión que el gobierno de Lenín Moreno aplica sobre quienes manifiestan su oposición a un paquete de medidas económicas que, más allá de los detalles, sigue cargando el peso de la crisis al pueblo.
La población “de a pie” sufre un estancamiento social de años, sufre el aumento de la pobreza, sin esperanzas de un mañana mejor, sin participar democráticamente en la toma de decisiones, mirando cómo grandes grupos económicos y financieros locales y transnacionales —junto con burocracias y élites doradas— lucran de millonarios beneficios (incluso derivados del robo y la corrupción), sin que se les cobre el costo de la crisis. A esa misma población, ahora se le pide “comprensión” mientras debe soportar más medidas económicas que asfixian sus posibilidades de vida. Como si esa población fuera la responsable y tuviera que pagar por acciones que nunca decidió.
Ante semejante injusticia, ante semejante indolencia de quienes manejan el poder económico y político del país, ¿qué le queda al pueblo aparte de la resistencia? Resistencia que, no olvidemos, es un derecho consagrado en la Constitución de la República, en su artículo 98.
La rebelión no significa desmanes ni crímenes, no significa violencia sin sentido. Significa levantarse contra poderes que, por años, han actuado en contra de los intereses populares. Un levantamiento que, en ninguna circunstancia, debería poner en riesgo la vida de inocentes pero que ya lo está haciendo sobre todo por la brutalidad de la represión...
Ya el correísmo intentó en su momento acallar las voces de resistencia. Dio duros golpes, pero no lo logró. Tampoco lo logrará el morenismo ni ningún otro gobierno. El pueblo ecuatoriano nuevamente se ha despertado. Las luchas populares son múltiples. Tienen una dimensión clasista y ambiental (trabajo y Naturaleza contra capital), una dimensión étnica (como la histórica reivindicación indígena), una dimensión feminista y antipatriarcal, una dimensión opuesta a la xenofobia y al racismo..., en definitiva, una lucha múltiple que busca un mañana más justo para todas y todos.
Por ello, saludamos con gran respeto y admiración y nos sumamos a todas las acciones de resistencia de los más diversos sectores, y les invitamos a actuar en un solo puño. Como diría Dolores Cacuango: “Nosotros somos como los granos de quinua, si estamos solos el viento lleva lejos. Pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento. Bamboleará, pero no nos hará caer”.
Lo que sí rechazamos es que esa comunión de esfuerzos sea cooptada por el correísmo y sus residuos o por algún otro grupo oportunista. Correa y Moreno, más allá de las formalidades, son la continuidad de algo más grave: el retorno de un proyecto neoliberal que, por años, ha estado latente y ahora quiere consolidarse definitivamente en el Ecuador. El desperdicio correísta de una década es imperdonable, como lo es también las semillas que este sembró para que ahora el morenismo acelere la marcha neoliberal y reprima al pueblo con autoritarismo y violencia estatal.
Aquel grito que otrora derrumbó a quien se hizo llamar “dictócrata” debe volver a las calles con más fuerza. Ese grito inconfundible de que... ¡se vayan todos! Todos, Correa, Moreno, Lasso, Nebot, toda la clase política, todas las élites económicas, todos quienes detentan el poder en nuestro país. Todos se han robado el futuro de la gente y lo seguirán haciendo si no hay una rebelión auténtica que, por fin, exija la real democratización de la economía, de la política y del convivir general de nuestra sociedad.
Si tildan de “zángano” al pueblo, si lo matan de hambre, si matan sus sueños y su futuro, si lo amenazan y le apuntan con armas..., no se asusten que ahora ese pueblo “zángano” se rebele.
Alberto Acosta y John Cajas-Guijarro
Ecuador