Una crónica sobre el 8M en Loureiro
Carla SOUTO
8M en Loureiro | Foto: Carla Souto
El pasado 8 de marzo ocurrió un hecho destacable en Loureiro (Nogueira de Ramuín), en Ourense: la primera manifestación de su historia, una manifestación feminista. Y no será la última.
En la década de los cincuenta, cuando se estaba construyendo la presa de Santo Estevo do Sil, Loureiro era un pueblo que tenía mucha actividad: había un cine, escuelas, varios bares y muchas fiestas locales. Poco a poco, su población se fue mudando de este lugar por la emigración que tanto caracterizaba y caracteriza a Galicia. Actualmente viven unas sesenta personas y no hay mucha actividad social o cultural. Tampoco hay lugares de reunión ni zonas comunes como un parque infantil o un centro cívico reformado y cuidado. Podemos decir que los lugares de reunión son la parada del bus en el cruce de las dos carreteras que moldean el pueblo y el único bar activo.
En verano, el pueblo se llena con las visitas de quienes han emigrado y la descendencia de antiguos habitantes. En pleno entorno natural de la Ribeira Sacra, la vida en este lugar es muy tranquila: la gente se desplaza a la ciudad para trabajar o estudiar y se alimentan de lo que plantan en su huerta según los alimentos apropiados para cada estación del año. Este tipo de fincas privadas que rodean el pueblo son muy pequeñas, rondando el microfundismo, lo que determina la alimentación de subsistencia de las familias y el carácter intimista de sus habitantes a la hora de relacionarse. Aunque se encuentra situado a solo 26 km de Ourense, la ciudad más cercana, el transporte público es muy reducido. Solo hay un bus a las siete de la mañana y otro de vuelta a las seis de la tarde durante los días laborales. Esto quiere decir que sin un vehículo propio, la conexión con la vida urbana está muy limitada. Este tipo de horarios de transporte, la ordenación del territorio, la agricultura de subsistencia y la emigración marcan el modelo de vida que tienen sus gentes.
Loureiro es un lugar con el que siempre tuve relación vacacional. Durante mi infancia, acudía algunos fines de semana y en vacaciones de Semana Santa o en verano; por eso no me consideran completamente de allí, aunque toda mi familia materna haya crecido en este pueblo. Esto puede deberse a que yo no he formado parte de su día a día o a la falta de costumbre de pensar que se puede volver al rural y no se tiene por qué permanecer en la ciudad. Sin embargo, los primeros meses de 2019, estuve viviendo allí para diseñar un proyecto artístico sobre las fincas que voy a heredar por parte de mi madre y de mi abuela. Dado que casi el 70 % del monte gallego es privado, me di cuenta de que tenía que tomar consciencia de lo que en un futuro me pertenecería, conocerlo y comenzar a cuidarlo. No había duda de que tenía que vivir allí para conocer el entorno de estos terrenos, lo que es vecino, y trabajar desde allí. De lo que no era consciente en aquel momento era de que también iba a formar parte de su vida, de los ritmos y tiempos del ámbito rural. Mi posición comenzó a ser clara: mirar desde para que no hubiese contemplación, sino vivencia, conocimiento y participación.
La víspera del Día Internacional de la Mujer, éramos conscientes de que no podíamos acudir a la manifestación oficial más cercana, en este caso la de Ourense, por los horarios del coche de línea. Así que hicimos carteles anunciando una marcha en el pueblo y los colocamos en los lugares más estratégicos para que el mayor número de personas lo pudiese ver: el centro del pueblo, la fuente, la parada del bus, el bar, el poblado de al lado y el centro cívico (actualmente en desuso), conocido como Teleclub. Para llegar a más gente, fue muy importante el método de comunicación más tradicional y efectivo en el pueblo: el boca a boca, con una mezcla de las redes sociales actuales. De esta forma, conseguimos poner a las personas del lugar en pie, que saliesen de sus casas y luchasen por la igualdad y nuestros derechos.
Nos encontramos a las 19 h en el cruce de Loureiro. Como se ha mencionado, este es un punto de referencia, de transición entre caminos y casas, un lugar de reuniones y de encuentros. Participó más de un 40 % de la población y podíamos ver a mujeres de diferentes generaciones acompañadas de varios hombres, también de diferentes rangos de edad, que apoyaban la causa con numerosas pancartas que hacían referencia a situaciones cotidianas de desigualdad. Ya solo la creación de estas pancartas, concebidas por ellas, dio pie a situaciones en las que las mujeres dejaban de hacer sus tareas cotidianas de cuidados o de la casa para invertir un poco de tiempo en lo suyo. De este modo, podíamos leer «Manolo, hoxe fas a cena solo» (Manolo, hoy haces la cena solo) o «En Loureiro e en Pombeiro a cea que a faga o panadeiro» (En Loureiro y en Pombeiro, la cena que la haga el panadero), entre otras frases que aludían al día a día de esta localidad y a los personajes que la habitan, pero que sin duda pueden extrapolarse a cualquier situación de la relación hombre-mujer sea cual sea el lugar.
Fue una ruta sencilla, en la que caminamos por en medio del vecindario y sus alrededores, al mismo tiempo que gritábamos lo que estaba escrito en las pancartas y alguna rima inventada en el momento, hablábamos entre nosotras y llamábamos a la puerta de las casas para que se uniese más gente a la causa.
De los carteles, el que más se gritó en el momento y posteriormente se convirtió en la descripción de este acontecimiento fue el que decía «As mulleres do rural tamén poden ir ao bar» (Las mujeres del rural también pueden ir al bar). Parece algo obvio que las mujeres puedan ir al bar, pero este bar es un territorio regentado y habitado principalmente por hombres que toman su consumición y gritan. Después de hacer varias veces la ruta alrededor del pueblo, que nosotras mismas marcamos en el momento, acabamos todas juntas allí, en el bar. En este caso no participamos en la huelga de consumo pero juntamos cuatro mesas y nos sentamos a hablar y compartir las impresiones de esta nueva experiencia y de otras tantas que hemos vivido en Loureiro. Probablemente, este diálogo y este momento de convivencia entre nosotras en el bar no se habrían dado si no hubiésemos organizado esta manifestación entre todas.
Las mujeres de Loureiro fuimos las que gritamos ese día en el bar. Tuvimos voz y hablamos muy alto y muy claro.
El 8 de marzo de 2019 tuvo lugar la primera manifestación de la historia en esta comarca y fue feminista. Este día tomamos una posición política de la que no éramos tan conscientes en el momento, como tampoco lo éramos de la dimensión que más tarde tomaría. A partir de este día hemos dado una oportunidad al diálogo y al trabajo colectivo en el pueblo, y hemos abierto caminos para que otras localidades en el entorno rural dejen de mirar hacia las urbes y vean que hay posibilidades de acción y movilización social.
Carla Souto