¿Teorías de conspiración o realidad planificada?
Todavía lo recuerdo perfectamente. Fue hace bastante más de veinte años. Estaba en un debate público donde también estaba un representante de Monsanto —una empresa que entonces justo se empezaba a asomar al mundo de las semillas y los transgénicos. El tipo enumeraba toda la lista de promesas que iba a traer la biotecnología a los campesinos y a la alimentación: más producción, menos agroquímicos, más diversidad y menos hambre en el mundo. Y le pregunté: ¿por qué una empresa como Monsanto haría semillas que necesitan menos agroquímicos si es con los agroquímicos con los que más gana esa empresa ahora?
No me acuerdo ahora de su respuesta (lo más probable es que no fuera muy convincente), pero sí recuerdo que todo el rato me decía a mí mismo: "¡Henk, para aquí! No le acuses de que en el futuro vayan a producir semillas que necesitarán más agroquímicos! Déjate de teorías conspirativas. No tenemos los datos que muestran esto, y además ningún agricultor compraría estas semillas".
Pocos años más tarde pudimos publicar la primera lista de 69 proyectos de investigación, incluyendo varios de Monsanto, que intentaban lograr precisamente eso: producir semillas tolerantes a herbicidas para poder fumigar más. Y en 1994 el primer número de la revista Biodiversidad lucía un gráfico que mostraba ya que la mayoría de la investigación transgénica iba hacia allá. Ahora, veinte años más tarde, casi no existen semillas transgénicas que no tengan incorporada una tolerancia a herbicidas. Simplemente, era una oportunidad demasiado buena para que la industria la dejara escapar. A veces las teorías conspirativas resultan ciertas.
Que quiero decir con esto. Que algunas tecnologías en manos del capital son instrumentos perfectos para transformar el sistema alimentario en algo que la industria controla y le permita extraer más beneficios. Y para los que estamos preocupados por el futuro del campesinado, éste es el impacto más grave de los transgénicos. Es una tecnología que permite crear y controlar mega-fincas industriales que echan a la gente de sus campos y destruyen la agricultura campesina. La mitad de la tierra agrícola en Argentina está ahora sembrada con soja industrial fumigada desde avionetas; un avance que la industria no habría logrado sin esta tecnología.
A veces nos enfrascamos en debates "sí-no" sobre si los transgénicos son buenos o malos para la alimentación, si tienen potencial para crear innovaciones de "segunda generación" interesantes para los campesinos; si existe soja "sustentable", si es bueno que Syngenta done algunas de sus licencias exclusivas a países pobres. O si podemos crear sistemas de derechos 'sui generis' que suavicen en alguna manera el control férreo que han logrado los corporaciones con sus sistemas de patentes (que por cierto, sobre esto trataba otro de los artículos en el número uno de la revista Biodiversidad).
En el fondo son discusiones que a veces nos distraen (o nos han distraído) de lo que debería ser nuestra primer objetivo: detener el agronegocio y lograr que los campesinos y las campesinas pueden vivir dignamente de la tierra y alimentar al mundo.