Traducción del artículo publicado en el número 456 de la Directa
David BOU
Tres proyectos integrados exclusivamente por mujeres trabajan para dinamizar los valles pirenaicos del Pallars Sobirà a partir de actividades como la recuperación del oficio de pastor y el aprovechamiento de la lana.
Foto: Pepe Camps
El campanario de la iglesia de Llessui ya ha dado las seis de la tarde y Antonio Peiró espera nervioso en la plaza de este pueblo del valle de Àssua, a 1400 metros de altitud y con una sesentena de habitantes. Apenas le saludamos y ya arranca el todoterreno para subir montaña arriba hasta uno de los lugares donde se guardan las ovejas, ahora que este largo invierno parece que toca a su fin. Peiró, que se jubiló después de toda una vida apacentando el rebaño que había heredado de su padre, afirma con sinceridad: «Me colgué la mochila a los hombros y ya han pasado 40 años, pero puedo decir que todavía no lo sé todo, cada día aprendes algo». Actualmente, además de la pasión por el oficio y el vínculo emocional que lo une a su tierra, tiene un motivo más para continuar persiguiendo los balidos de las ovejas xisquetes, raza autóctona de la comarca que llegó a estar en peligro de extinción.
Unos kilómetros más arriba encontramos a Maria Jiménez, a medio camino de unas pistas de esquí abandonadas que no trajeron al pueblo el maná prometido por el empresariado y la clase política. Con un grito y la ayuda de los perros, esta joven de 29 años originaria de Molins de Rei (Baix Llobregat) guía a casi 400 corderos hacia el cercado donde pasarán la noche hasta el día siguiente, cuando volverá a buscarlas para segar de nuevo los verdes prados pirenaicos. «Yo quería probar qué era ser pastora», nos explica con timidez antes de confesar que su amor por la naturaleza es un legado de su abuelo, con quien recogía fruta en los campos de cultivo del delta. Hará dos años que Jiménez trabaja como asalariada de otra pastora seis días a la semana, llueva, nieve o haga sol: «Si una persona no puede aguantar un día con los pies mojados, que no se haga pastora», nos dice sonriente, sabiendo que cuenta con la complicidad del mejor maestro de la zona.
Llovizna y Peiró enseña a Jiménez cómo suministrar la medicación a una oveja enferma, mientras la noche cae sobre las carenas todavía nevadas y nos indica la hora de buscar resguardo. El bar del pueblo nos acoge con hospitalidad para ayudarnos a descubrir el vínculo entre dos personas de generaciones alejadas pero sentimientos conectados. Nuestra mentalidad urbanita intenta procesar toneladas de conocimiento adquirido al compás de las estaciones del año. Peiró trata de tranquilizarnos: «No sufras, los políticos están allí abajo sentados en una silla y tomando decisiones sobre nosotros y tampoco saben qué pasa aquí arriba». Jiménez intenta concienciarnos: «Si comemos carne, que sea muy cuidada. Piensa que las ovejas son madres a las que les quitamos sus hijos para comérnoslos; al menos tengamos respeto máximo por sus vidas».
Jiménez empezó el curso 2015-2016 en la Escuela de Pastores de Catalunya, una asociación sin ánimo de lucro que desde hace una década forma a quien quiera dedicarse a la ganadería. Tras el periodo de formación teórica, tomó el primer contacto con pequeñas explotaciones ganaderas durante los cuatro meses de prácticas, dos en el municipio de Esterri d'Àneu y dos más en Isil. Para ella, como para tantas otras, «la escuela fue una puerta de entrada al oficio». A Peiró le cuesta desprenderse de su escepticismo, a pesar de reconocer que la Escuela ha servido, principalmente y según su opinión, para hacer eco de esta actividad del sector primario, tantas veces menospreciada e invisible a ojos de las consumidoras. «Durante la entrevista dije que lo probaría igualmente, me cogieran o no», explica Jiménez, que con cada palabra arranca una mirada de orgullo de su padrino, el mismo que se esconde para deshacerse en elogios hacia una joven que le ha hecho recuperar la esperanza en el futuro de los pastos que lo vieron crecer.
Foto: Pepe Camps
Maria Jiménez, pastora de Llessui | Foto: Ivet Eroles
RESCATAR EL OVILLO PERDIDO
En el fondo del valle, en uno de los márgenes del río Noguera Pallaresa, se sitúa el municipio de Sort, capital del Pallars Sobirà que cuenta con poco más de 2000 habitantes. Allí nos espera Vanessa Freixa, encargada de la Escuela de Pastores hasta principios de 2017, cuando dejó esta responsabilidad para dedicarse a la ilustración, una de sus pasiones.
En 2003, ella y otras personas de la comarca que se habían mudado a Barcelona y alrededores decidieron poner en marcha un plan de participación pionero. Querían consensuar entre los diferentes actores y habitantes de estas comarcas del Pirineo cómo sacar adelante su propio proyecto. Freixa, natural de Rialp, vivía con preocupación el avance de la especulación inmobiliaria y estaba convencida que había otras maneras de dinamizar el territorio más allá de la construcción y el turismo.
La lana la llevan a Palencia o a León, porque Catalunya ya no dispone de industria de transformación de esta materia prima.
A partir de estos debates y de la generación de diferentes propuestas, crearon una asociación llamada Rurbans, que pretendía utilizar todo el potencial recogido durante este proceso para dar valor a los recursos locales y generar propuestas transformadoras. «En las zonas rurales se pierde potencial porque la gente tiene un sentimiento de inferioridad», nos explica Freixa, que decidió volver a vivir en el Pallars.
Corría el año 2006 y se animaron a abrir un nuevo frente. «Un día fui al Museo del Pastor de Llessui y en una charla nos explicaron el enorme valor que tenía la lana antes de la llegada de las fibras de síntesis química y los acrílicos», continúa Freixa, «en aquel momento era más bien un residuo difícil de destruir por los pastores y no un beneficio».
Esta constatación bastó para que se lanzaran a crear una asociación que compra la lana por un precio justo a quien la produce, la transforma y vende directamente el producto resultante: «Querían revalorizar la lana y de paso el oficio de pastor». Eligieron el nombre de Obrador Xisqueta en homenaje a las ovejas que generan este recurso natural y se pusieron manos a la obra. «En aquel momento no había artesanas y organizamos formaciones para encontrar gente que aprendiera a trabajar la lana y no perder las técnicas tradicionales», recuerda Mariona Llobet, actual gestora de la asociación donde trabaja junto con tres compañeras más.
Hoy tienen vínculo con doce pastores de ambos Pallars, de los cuales obtienen la lana, y cuentan con cinco artesanas con diferentes niveles de implicación a la hora de hacer talleres y crear prendas de ropa propias que venden en una tienda en línea. Llobet reconoce que Xisqueta no ha podido sustentar a las artesanas que empezaron, «el mundo textil está muy globalizado y es duro, resulta difícil producir beneficios para sostenerlo y los ingresos se generan más por los talleres que por la venta de artesanía».
La mayor parte de la lana que compran va destinada a la colchonería y una pequeña proporción sirve para hacer fieltro e hilar las piezas de su colección. La lana seleccionada la llevan a Palencia o a León, porque Catalunya ya no dispone de industria de transformación de esta materia prima. Todos estos factores encarecen el precio final del producto y aportan un margen de beneficio pequeño: «Es complicado situarlas en el mercado con la poca concienciación y sensibilización que en general tenemos como consumidoras», se lamenta Llobet antes de explicarnos que ahora producen una parte de sus jerséis en una industria de Sabadell, obteniendo así un producto más sencillo y rentable. Esta tarea la complementan con una oferta formativa de talleres, cursos y experiencias para todos los públicos relacionada con el mundo de la lana y la ganadería.
PROYECTO PRIVADO CON VOCACIÓN PÚBLICA
Tanto el Obrador Xisqueta como la Escuela de Pastores de Catalunya dan continuidad a dos de las cinco líneas de trabajo supervivientes del Proyecto Grípia, impulsado en los inicios de Rurbans. La Escuela nació en 2009, a raíz de unas jornadas organizadas por los pastores de la zona donde mostraron que su principal preocupación era el relevo generacional.
La filosofía con la que trabajan es favorecer al pequeño campesinado transformándolo hacia la agroecología; fomentando la reducción de las explotaciones, la soberanía alimentaria, el comercio de proximidad y que la gente joven se pueda dedicar dignamente a un trabajo estigmatizado por la plena dedicación que se le presupone. Laia Batalla es una de las dos trabajadoras de esta asociación sin ánimo de lucro que no genera actividad económica y, por lo tanto, depende de las subvenciones públicas. «Tenemos que presentarnos a concursos de ayudas cada año, con la inestabilidad que esto supone», y añade: «Nos hierve la sangre cuando nos dan premios, pero no hay dinero para nosotras en ninguna parte».
La formación que ofrecen consiste en dos meses de teoría y cuatro de prácticas. El primer mes de teoría lo imparten de manera intensiva con todo el alumnado reunido en un albergue, donde reciben cápsulas informativas de la mano de gente experta en temas como cultivos extensivos, acceso a la tierra, adiestramiento de perros para guiar los rebaños, sanidad, etc. El segundo mes de teoría se distribuye en cuatro semanas separadas entre los meses de mayo y septiembre, que se combinan con los meses de prácticas. Dedican este tiempo a temas capitales como la alimentación de los animales, su conducción y bienestar, la transformación del producto y la gestión y el plan de empresa.
Batalla nos explica que tienen convenios de prácticas con diferentes fincas agrarias –algunas de exalumnas– que acogen a las aprendices en régimen de intercambio: el alumnado ofrece esfuerzo y trabajo y a cambio recibe alojamiento, manutención y formación. Siempre han ofertado veinte plazas por promoción: «Tenemos más solicitudes que plazas, pero no las ampliamos porque no podríamos atenderlas bien y no habría bastante fincas para las prácticas», aclara.
El perfil de alumnado es de jóvenes de 30 años; con estudios de grado medio, superior o universitario; provenientes de Barcelona.
Por eso llevan a cabo el proceso de selección que Jiménez –pastora en Llessui– superó en 2015. El perfil de alumnado es de jóvenes de 30 años de media; con estudios de grado medio, superior o universitario; provenientes de la provincia o el área metropolitana de Barcelona y sin formación en la materia. Según Batalla: «Desde dentistas hasta arquitectos, pero todo el mundo con un vínculo con el campo, normalmente familiar, que los trae hasta aquí». Un 66 % de las más de 170 personas que se han formado en la Escuela durante la última década trabaja actualmente dentro del sector primario, por su cuenta o para terceros.
Vanessa Freixa asegura que los proyectos están vivos porque «hemos hecho grandes esfuerzos en lo personal y hemos sacrificado mucho tiempo», pero se lamenta de que la precariedad haya provocado que algunos proyectos murieran por falta de financiación. «Estamos lejos de los centros de poder y no se valoran pequeñas propuestas vertebradoras que hacen que la gente se quede en un lugar. En las consellerias de Barcelona se habla del territorio y existe una frontera, porque es su lugar de vacaciones y lo que no pasa en su entorno no existe». Aun así, nada hace pensar que estas mujeres se planteen rendirse y abandonar su simbiosis con los valles que las rodean.
Foto: Pepe Camps
Fira del Parc Natural de l’Alt Pirineu | Foto: Ivet Eroles
ROMPER TECHOS DE CRISTAL PARA TRANSFORMAR EL TERRITORIO
La tercera pata de la actividad que desarrolla este grupo de mujeres y la primera que nació en 2006 es el proyecto Montanyanes, una sociedad limitada laboral que desarrolla estrategias creativas para la dinamización local en clave rural. Actualmente, cinco asalariadas forman el equipo de trabajo, que, a pesar de tener como principal área de influencia el Pallars Sobirà, ha hecho el salto a otras comarcas como l’Alt Urgell, la Vall d’Aran, el Pallars Jussà e incluso la Ribera d’Ebre.
Principalmente, se centran en apoyar a ayuntamientos y consejos comarcales que por sus dimensiones no disponen de personal específico en cada departamento para desarrollar proyectos detallados. Sandra Lobón y Sílvia Rodríguez, trabajadoras de Montanyanes, nos explican que «normalmente hay dos canales: se presenta convocatoria abierta para un determinado proyecto y, si nos interesa, optamos a él; o hay trabajos menores con presupuestos pequeños que se pueden adjudicar con contratación directa». De hecho, son ellas mismas las que muchas veces idean sus propios planes de trabajo y posteriormente se lanzan a la busca de financiación para hacerlos realidad.
Desde su fundación, han salido adelante todo tipo de tareas relacionadas, entre otros, con el consumo y la promoción de producto local, la recuperación de la memoria histórica, la participación ciudadana, planes de igualdad y de desarrollo local sostenible o ferias como la del hierro pirenaico, la de la oveja xisqueta y la de los productos del Parque Natural del Alto Pirineo y la oveja aranesa.
Rodríguez, que se ha incorporado recientemente a la oficina que comparten los tres proyectos en Rialp, destaca el vínculo con sus compañeras de Montanyanes, pero también de la Xisqueta y la Escuela de Pastores: «A pesar de que cada una trae sus proyectos, trabajamos juntas y nos entendemos en todo momento como aliadas». Han tenido que hacer piña, puesto que en un ámbito laboral copado por grandes asesorías y consultorías normalmente ubicadas en grandes ciudades, además de romper este patrón y establecer un vínculo personal con el territorio, han topado con techos de cristal y limitaciones en clave de género. «Es un sector masculinizado, de camisa y corbata. El hecho de ser chicas jóvenes con una estética normal hace que se pongan en entredicho tu capacidad y profesionalidad», asegura Lobón.
Tienen claro cuál es su principal valor, por eso nada ni nadie las para. «Vivimos en un entorno rural, tenemos este marco mental y amamos el territorio, por eso planteamos los proyectos con mucho esmero, a pesar de que abordamos líneas que pueden ser tan peligrosas como el fomento del turismo. Lo hacemos todo desde la empatía y el respeto, porque al final quien hay detrás es la gente que habita las montañas», concluyen.
David Bou