Patricia Dopazo Gallego

Article disponible en valencià en El Salto

Si preguntamos a la gente que se dedica al sector primario sobre sus problemas, probablemente no mencionarán la pérdida de biodiversidad cultivada. Pero quizás, si recuperamos esa biodiversidad asociada a las variedades tradicionales y todo lo que supone, podremos revertir la crisis de la agricultura.

 

 

Estamos a plena luz del día en el centro de la ciudad de Castelló de la Plana y un grupo de jubiladas sentadas en una terraza miran con sorpresa a una joven con sombrero de paja que empieza a recoger olivas de los árboles que bordean la calle. Lleva un rastrillo con el que peina las ramas, con cuidado, y va llenando una caja de plástico azul. Después, va al olivo centenario de la glorieta, extiende una borrassa en el suelo y usa un vareador eléctrico para hacer caer los frutos.

La joven es Laura Palau, artista originaria del pueblo de Benlloc, y la acción formó parte de una instalación en la que reivindica el árbol frutal como productor frente al trato decorativo que recibe en las zonas urbanas y que, mediante la provocación, invita a repensar otras formas de habitar la ciudad.

En la instalación de Laura está presente con fotografías el conocido expolio de olivos centenarios que durante décadas sufrieron las comarcas del norte de Castelló y el sur de Catalunya, destinadas a adornar espacios públicos o mansiones privadas. Ahogar la agricultura tradicional ha impulsado negocios millonarios. En el siglo xxi un árbol monumental en plena producción vale más en el mercado como decoración que como fuente de alimento básico.

 
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Diferentes momentos de las jornadas Rebrots d’arrel, Castelló de la Plana. Fotos: Iris Verge Ferre

Dos formas de entender la alimentación

Laura explicó su trabajo en las jornadas Rebrots d’Arrel («Rebrotes de raíz»), celebradas el pasado mes de febrero en Castelló y organizadas por la asociación Connecta Natura. Un encuentro con personas expertas y proyectos de procedencia estatal e internacional vinculados con la biodiversidad cultivada para «debatir sobre las oportunidades y los retos que plantea la recuperación de cultivos leñosos tradicionales y cómo estos pueden ayudar a revertir la crisis económica y climática que atraviesa la agricultura mediterránea», según decía el programa. Connecta Natura, liderada por gente muy joven, trabaja desde 2014 en las comarcas de Castelló para impulsar la transición del sistema agroalimentario hacia la agroecología y por un mundo rural vivo y activo.

El foco principal de las jornadas estuvo en la conservación de las variedades locales de frutales, una herencia cultural de gran importancia y que está en riesgo en todo el mundo debido a las condiciones que impone el mercado globalizado y la agricultura industrial. Las variedades locales tradicionales, tanto de frutales como de hortalizas, son las plantas que se han cultivado durante siglos en cada territorio, adaptándose a las condiciones particulares de cada lugar en coevolución con las comunidades humanas. De este modo se desarrolló una enorme diversidad gestionada por el campesinado que se ha ido perdiendo con la llegada de las variedades comerciales, en manos de grandes empresas y con características como por ejemplo la homogeneidad, la productividad y la resistencia al transporte, condiciones importantes para el mercado globalizado. Las variedades tradicionales están en el extremo opuesto, como también lo está el modelo productivo en el que se desarrollaron. Trabajos de investigación han demostrado que la amplia diversidad genética, la rusticidad y la adaptación de estas variedades a las condiciones particulares de cada territorio las hacen más resilientes y adecuadas para un modelo de producción con menos dependencia de plaguicidas y fertilizantes y ante un escenario de incertidumbre por la crisis climática. Dos formas totalmente diferentes de entender la alimentación y la relación con el territorio.

Pero además de los beneficios ambientales, las variedades locales tienen un componente social y cultural muy importante porque representan un trabajo y unos conocimientos que han pasado de generación en generación durante siglos y que han sido la clave de la alimentación de cada territorio. Están vinculadas a varias esferas de la vida cotidiana, como por ejemplo la gastronomía, la conservación de alimentos, la participación y creación de vínculos o el paisaje, por eso para Connecta Natura son clave en la identidad rural, incluso en nuestra identidad en general. No tenemos que olvidar que el control de la alimentación por parte de corporaciones es muy reciente. La historia habla de una alimentación autónoma que ha estado fundamentalmente en manos de la gente del campo que, también hasta hace muy poco, era la población mayoritaria.

El frente normativo

La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) calcula que ha desaparecido el 75 % de la biodiversidad cultivada. La conciencia de lo que supondría la pérdida de este patrimonio hace que las experiencias de rescate, promoción y conservación de variedades locales se hayan reproducido por todo el mundo, sumándose a los pueblos campesinos y originarios, que no han dejado nunca de utilizarlas, especialmente para autoconsumo o comercialización a pequeña escala. Este es un trabajo de resistencia, hecho desde bajo, desde cada territorio y a partir de iniciativas populares que se enfrentan a legislaciones adversas que impiden comercializar, intercambiar e incluso regalar semillas y planteles que no estén registrados y certificados. Cómo hemos dicho antes, ahogar la pequeña agricultura ha permitido negocios millonarios y uno de los principales es el de los recursos fitogenéticos.

 
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Voluntariado por las variedades tradicionales en Ballestar (Castelló)

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Reparto de plantel en Sant Mateu (Castelló). Fotos: Iris Verge Ferre

La normativa, aquí tenemos otra pieza del entramado de dificultades que tiene la agricultura tradicional y la agroecología para abrirse camino. Las administraciones han cedido a los intereses empresariales y han dejado la producción y comercialización de semillas y planteles en manos de las grandes corporaciones. «No tiene lógica. A efectos legales, nos tratan igual a una pequeña red de semillas o asociación que a una gran empresa y no tenemos la misma capacidad ni presupuesto para registrar variedades, que es un proceso complejo. Necesitamos flexibilidad en la normativa en función de ciertos baremos, es lo que reclaman los pequeños productores», dice Joseba Ibargurengoitia, de la Red de Semillas de Euskadi-Euskal Herriko Hazien Sarea, presente en las jornadas. Este experto, que lleva 14 años trabajando en la recuperación de variedades locales, es consciente que la dificultad de interpretación de las normativas es lo que hace que sea más complicado unirse para luchar contra esta situación. Esto hace que las organizaciones que trabajan para la conservación de la biodiversidad cultivada se vean forzadas a trabajar en la precariedad. A pesar de todo, siguen avanzando y buscando fórmulas para superar estos obstáculos de forma local. «Así nunca podremos hacer el salto hacia un modelo agrario justo y sostenible. Necesitamos la colaboración de diferentes disciplinas y la abogacía es clave en este caso, como demuestran las luchas en defensa de las semillas en América Latina, que son una inspiración y que cuestionan abiertamente la propiedad intelectual de los conocimientos y de las variedades tradicionales. Crear criterios de flexibilidad para la normativa de utilización de los recursos fitogenéticos para la realidad de los pequeños productores es un punto clave para dejar de depender tanto de la industria y poder ser más autónomos», afirma Joseba.

Entonces hace falta organización y movilización social para presionar a las administraciones, un trabajo que desde hace más de 20 años hace la Red Estatal de Semillas, de la que forman parte tanto Connecta Natura como la Red de Semillas de Euskadi, junto con decenas de colectivos más de todo el estado. Alianzas con universidades, campañas de defensa de las variedades tradicionales, educación y divulgación o alegaciones a diferentes leyes forman parte de este importante trabajo. Joseba nos cuenta que «durante los años de la pandemia hemos sido poco activos en los trabajos de articulación de todos los actores que trabajamos esta temática y ahora hay que retomarlos porque estamos en un momento de alarma, de ofensiva completa contra todo aquello que no sea para el beneficio de la industria». En ese sentido, agradece y valora mucho estas jornadas para reactivar este trabajo en común de presión social e institucional.

El trabajo de rescate

Pero hasta que llegue el momento en el que las normativas favorezcan el equilibrio de poder y no su concentración, hay que seguir trabajando desde los márgenes en la urgente tarea de rescatar y conservar las variedades tradicionales y todos los conocimientos asociados a ellas.

Las iniciativas de recuperación de variedades tradicionales de frutales son muy pocas comparadas con las que recuperan variedades hortícolas. La reproducción de los árboles es más complicada ―normalmente se hace mediante el injerto― y no se pueden almacenar como las semillas, tienen que estar en el campo de forma permanente, por eso es especialmente necesaria la existencia de las «redes de guardianas de variedades y conocimientos tradicionales», que involucran a fincas colaboradoras. La red que impulsa Connecta Natura es quizás la más reciente y empezaron inspiradas en el trabajo referente de la misma red de semillas vasca o de la asociación La Troje, en la Sierra Norte de Madrid. Lo describen como «un proyecto colectivo, un punto de encuentro y apoyo mutuo de todas las personas y entidades del territorio que quieran actuar para recuperar, conservar y promocionar las variedades tradicionales de cultivo, la cultura campesina y los agroecosistemas rurales que han existido tradicionalmente en las comarcas de Castelló». Las personas socias firman un convenio y se comprometen a plantar y cuidar los árboles distribuidos por las asociaciones, que los reproducen en un vivero. También recogen todo tipo de información sobre su comportamiento para caracterizar la variedad. Es un proceso colectivo de recuperación de conocimiento que incluso ha conseguido centralizarse en una Wikipedia especializada, la web Conect-e.

Estas redes, en todo caso, hacen mucho más que buscar, rescatar y recuperar variedades antiguas. La revalorización de todo lo que supone esto está vinculada al empoderamiento de las comunidades rurales, a la reflexión sobre los modelos de producción y a la defensa del territorio. La parte de prospección, de búsqueda de árboles antiguos, implica la construcción y socialización de un relato que rompe con los esquemas de la idea de progreso que se impusieron en el campo, empezando por situar la biodiversidad frente al monocultivo, el procomún (aquello que es de todos y a la vez de nadie) frente a la propiedad privada, la autonomía frente a la dependencia, los conocimientos populares frente a los oficiales y los trabajos de cuidados y reproductivos frente al afán de lucro económico.

Como el mismo nombre indica, estas redes conectan personas y proyectos con una preocupación en común, pero que a menudo tienen perfiles diversos. En ellas participan tanto profesionales de la agricultura como aficionadas con finca de autoconsumo, pero también ayuntamientos, institutos o escuelas. Son estructuras horizontales y abiertas que organizan actividades de promoción de las variedades (charlas, degustaciones, formaciones, ferias…) y que, finalmente, regeneran el tejido social vinculado al sector primario, un tejido que estas décadas se había perdido, y lo hacen a partir de una actividad ilusionante y en positivo.

La defensa del territorio

Al principio hemos hablado de lo que simboliza arrancar un olivo centenario de su entorno para llevarlo a una tierra extraña como elemento decorativo. Hemos visto también el abismo que separa el mundo de una variedad comercial y el de una tradicional. Para completar este cuadro del sector primario contemporáneo, tenemos que acabar con el ataque más brutal: el de la transición energética capitalista.

«Ya no es solo lo duro que es el sector, que es duro, pero nos gusta, sino que es también defender los olivos de la amenaza de que se los lleven a los viveros y ahora, macroproyectos de este estilo. Es muy bestia. Miras el mapa de cómo quedaría todo y… ¿quién querrá vivir aquí?», esta es la pregunta que se hace Alba Cebrián, del proyecto Malaerba, productora de cultivos de secano con su compañero. Jóvenes que se han quedado en el mundo rural para vivir de la tierra.

La comarca de la Plana Alta de Castelló, como tantas otras por todo el estado, se enfrenta a intereses energéticos que cambiarían radicalmente el uso de la tierra, el paisaje, las vidas de la gente y que no dejarán beneficios en el territorio. Uno de ellos es el macroproyecto de plantas fotovoltaicas conocido como Magda, de 472 ha, que atacaría directamente a más de 60.000 árboles en secano tradicional. Alba explica que se están movilizando junto con plataformas de otras comarcas, convocando al vecindario, reuniéndose con políticos, con la prensa, con las universidades. «Siempre hemos pensado que no había mucho interés en esta comarca porque no tenemos atractivos turísticos, pero los últimos años hemos aprendido a darle valor al secano, a la arquitectura de piedra seca, a lo que comemos y hacemos, que es la almendra, la algarroba y la oliva. Nuestro mensaje es cuidar la tierra, resignificarla. Por eso duele tanto vivir de repente con la sensación de que todo lo que estamos trabajando y recuperando es insignificante porque te lo quitarán», explica. La plataforma No al Magda estaba también presente en las jornadas Rebrots d’Arrel, porque el rescate de variedades y conocimientos tradicionales y la defensa del territorio están íntimamente ligados.

Hectáreas de placas y kilómetros de torres de muy alta tensión que arrasarán con cultivos y masías para llevar la energía a las ciudades. Laura Palau, recogiendo las olivas que caían encima del asfalto, se preguntaba si acercar la lógica del campo al urbanita con su obra serviría de provocación para repensar nuestras maneras de habitar un mundo urbanocéntrico. Pensaba en todo lo que hace que algunos de los propietarios de los olivos centenarios se decidan a venderlos. En sus palabras, «este es un ejemplo de la presión que se ejerce sobre el individuo, que no debería tener que elegir tantas veces entre sus valores morales y el sentido de supervivencia».

Como ese dilema interno del campesino, ahora mismo tenemos dos mundos en lucha que podrían llamarse biodiversidad y monocultivo. Ya sabemos de qué parte están las normativas y como nos limitan, por eso tenemos que luchar para cambiarlas, para rehacer el hilo roto y que la agricultura vuelva a generar biodiversidad, como siempre ha hecho.

 

Proyecto Radiant

La agricultura mediterránea hace años que está en una dinámica de crisis, inducida por el cambio climático (sequías, temperaturas extremas, incremento de plagas y enfermedades), la crisis socioeconómica y la tendencia especulativa del mercado agroalimentario.

Varios estudios (FAO, 2010) indican que una de las soluciones a esta situación pasa por la diversificación de la producción mediante la recuperación de especies y variedades que se han cultivado tradicionalmente en el territorio y que, por lo tanto, están más adaptadas a las condiciones locales y son más resilientes frente a los cambios del clima. Aplicando los conocimientos y los recursos técnicos actuales a estos cultivos, se puede mejorar su productividad, respecto a los estándares tradicionales, y lograr modelos de cultivo más sostenibles gracias a su rusticidad, en comparación con la agricultura convencional. Además, la transformación y la elaboración de subproductos permitiría ampliar el consumo y las vías de comercialización. Por último, son cultivos con un valor añadido, porque están vinculados a un paisaje y una cultura determinados.

Por otro lado, hay que hacer frente al carácter inestable y especulativo actual del sistema agroalimentario, en el que los precios de compra al agricultor o agricultora van a la baja. Se debe actuar de forma transversal en los diferentes peldaños de la cadena de valor de cada alimento (productoras, elaboradoras, distribuidoras y puntos de venta, entre otros) para añadir, progresivamente, valor al producto y cuidar la relación con las consumidoras. Hay que avanzar hacia cadenas de valor dinámicas, con una vinculación más estrecha entre las consumidoras y el resto de personas implicadas en la cadena de valor, compartiendo información sobre las necesidades y las posibilidades de cada una de las partes.

Además, el Informe de Perspectivas Agrícolas de la Unión Europea, publicado recientemente, concluyó que el incremento de la preocupación de las consumidoras y los consumidores por su salud, el bienestar animal y el medio ambiente conducirán a las agricultoras y agricultores de la UE a producir una mayor diversidad de cultivos y establecer vínculos más directos con las consumidoras y consumidores. Se debe avanzar hacia modelos de producción y consumo más agrodiversos, sostenibles y justos, que incorporan tanto el cuidado del territorio como el de sus habitantes.

El proyecto Radiant integra las dos perspectivas mencionadas anteriormente para desarrollar una investigación participativa dirigida a cogenerar conocimiento y herramientas que favorezcan la transición hacia una producción y un consumo más vinculados y más agrobiodiversos. Para favorecer este cambio, estudia los cultivos tradicionales desde la perspectiva agronómica, ambiental, económica y social, poniendo a prueba diferentes modelos de producción, transformación y distribución que sean innovadores y fáciles de llevar a la práctica.

 

 

 Patricia Dopazo Gallego

Revista SABC

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