Martina Marcet
Artículo publicado originalmente en La Conca 5.1 (en català)
Hace tiempo que en la Conca 5.1 me pedían que escribiera sobre la situación del sector; pero el trabajo, las urgencias, la crianza y tantas otras cosas eran prioritarias. Y, ahora, tras haber decidido parar la producción avícola, nos pidieron que contáramos qué nos había pasado.
Lo que explicaré no dista mucho de lo que Àgueda Victòria describía hace poco en este mismo medio. El agotamiento, las dificultades, la burocracia, la vida que se nos va, sufriendo por pagar facturas de pienso imposibles y poder tener un poco de sueldo a final de mes. Las ventas y los clientes en que confiabas, pero que también acaban pinchando porque se ven impotentes mientras los sueldos dan cada día para menos y la mayor parte se va a pagar alquileres imposibles, y la luz, y la calefacción… La tormenta perfecta.
Pero, primero, quizás, conviene que cuente un poco nuestra historia. En 2012, después de vivir unos ocho años en Barcelona, estudiando y trabajando, volví a casa. Casa es La Nou de Berguedà, en una finca no muy grande que mis padres compraron hace 45 años y donde construyeron una casa. Habíamos tenido cabras de leche y una quesería. Y después, un rebañito de vacas de carne.
En ese tiempo, a mí ya nada me unía especialmente a la ciudad, y creía que debía plantearme otra cosa. En aquel momento, mi padre estaba considerando la idea de poner unos cuantos pollos y buscar alternativas para complementar el trabajo de albañil que había estado haciendo prácticamente desde siempre. La edad y la crisis del 2008 eran la causa principal.
Así que volví y nos fuimos animando hasta que decidimos poner en marcha un proyecto nuevo. Renovar el rebaño de vacas, pasarlo a producción ecológica, y tener pollos, sí, pero también ecológicos. Desde el principio el planteamiento fue la venta directa, aprovechando los conocimientos y contactos que había hecho los años anteriores.
Y, dicho y hecho, en diciembre de 2012 ya estábamos repartiendo los primeros pollos y cajas de ternera con una furgoneta rotulada. Mi hermano, que justo había acabado un ciclo de grado superior, también se incorporó.
Hemos estado diez años saliendo adelante. Durante este tiempo hemos pasado de una capacidad de 1000 pollos a una de 3000. También hemos construido un obrador y hemos conseguido una buena cartera de clientes, a base de mucho esfuerzo.
Igualmente, hemos pasado temporadas sin cotizar, sin cobrar, hemos sufrido inspecciones y controles, averías con la furgoneta completamente cargada, hemos troceado y despiezado pollos sin cesar. He pasado mil horas en la carretera entregando paquetes, hemos intentado esquivar las colas del domingo en la C16 para bajar al matadero, nos hemos deslomado fregando gallineros y dándonos prisa para entrar los lotes de pollos siguientes.
Hemos sufrido por no tener suficientes pollos para servir, o porque se han puesto enfermos, o porque no engordaban bastante. Hemos aprendido de todo: a hacer infusiones para los animales, a detectar síntomas antes de que fueran un problema, a trocear pollos de todas las maneras posibles, a conducir maquinaria, a estibar novillos, a negociar con clientes de todo tipo, a facturar, a reclamar impagos, a presentar impuestos y, al final, a pasar nóminas y liquidar la seguridad social.
Estos diez años también han cambiado algunas cosas. Mi padre se jubiló, aunque ha seguido trabajando incansablemente. Pero todos nos hacemos mayores y el último año sufrió un problema de salud grave que ha hecho que no pueda seguir el ritmo que llevaba.
Mi madre también se jubiló, ¡y menos mal!, porque hacía la comida los días de más trabajo, iba a buscar pollitos a Manresa, repartía pedidos por la comarca, e incluso hizo de conductora de apoyo en alguna ruta. Todos aquellos trabajos a los que ya no llegábamos. Mi hermano ingresó en el cuerpo de Bomberos de la Generalitat y dejó de trabajar en el día a día. Y yo tuve una hija.
En este proceso hemos ido contratando personal para sustituir la “mano de obra familiar”, pero nunca se puede del todo. Aun así, habíamos llegado a un equilibrio bastante bueno.
Sin embargo, como muchas ya sabréis, desde septiembre del 2021 el precio del cereal, principal alimento de los pollos (supone el 40 % del precio del pollo de manera directa), subió un 20 %. En aquel momento decidimos subir los precios tras un ejercicio importante de comunicación. Pudimos mantener más o menos las ventas.
Al mismo tiempo, hicimos el último aumento de capacidad. Esta ampliación nos tenía que permitir reforzar un poco la economía de escala, optimizar los recursos, estabilizar puestos de trabajo, desfamiliarizar más los trabajos y tener un poco de margen de beneficio para imprevistos. Decidimos hacer esta inversión porque los dos años anteriores no habíamos podido cubrir la demanda.
Durante estos diez años, los pocos beneficios que hemos conseguido han sido a fuerza de una enorme contención y precarización de los sueldos, y hemos ido reinvirtiéndolos en pequeñas mejoras necesarias.
El mes de diciembre del 2021 las ventas se retrasaron ligeramente. Esta tendencia se fue notando el primer trimestre del 2022, pero fue sobre todo en abril cuando las ventas se desplomaron.
Además, ese mismo mes hubo una nueva subida del precio del cereal de un 20 %. Evidentemente, ante la situación, no repercutimos la subida a los precios, por miedo a quedarnos sin vender los pollos.
En este contexto, paramos la entrada de pollitos. La ralentización de las ventas hacía que se nos acumularan pollos en los gallineros. Estuvimos alimentándolos durante un tiempo solo con trigo para poder contener tanto su crecimiento como los gastos.
La primera decisión fue prescindir de mi sueldo, de forma que yo estuve unos meses trabajando a la vez en Cal Roio y en otro trabajo, para poderme mantener. No era la primera vez que lo hacía, pero sí que era la primera vez en una situación tan delicada.
A mediados de mayo, el volumen de pollos en stock era de gestión difícil, así que optamos por hacer ofertas. Con esta estrategia pudimos vaciar gallineros, pero vendimos por debajo del coste de producción.
Dada la situación, la opción para mantener la actividad pasaba por reducir gastos, disminuir el número de animales y redimensionar el volumen. Pero la principal forma de reducir gasto era prescindiendo del personal y volviendo a familiarizar los trabajos. Básicamente, se trataba de llevar todo el proyecto solo con mi mano de obra y con ayuda familiar.
Pero esta opción no ha sido viable. Porque todos nos hemos hecho mayores y porque yo estoy embarazada, una decisión pensada y muy deseada. Por lo tanto, estaba claro que después del verano no podría continuar el trabajo. Incluso contando con un permiso por riesgo en el embarazo y el posterior de maternidad, estos ingresos no compensan la mano de obra que habría que contratar para hacer todo el trabajo.
En mi caso, como en tantos otros del sector, y como os puede explicar cualquier persona que se dedique a ello, se trabaja mucho más de ocho horas al día y cinco días a la semana, con sueldos muy reducidos. Para cubrir todo el trabajo hace falta jornada y media, con fines de semana incluidos. Y con el contexto existente no era viable.
Esta autoexplotación, que algunos consideran inherente al trabajo de campesino, no deja de ser autoexplotación, y a la vez un problema para conciliar con las tareas de cuidados y de crianza. Y, guste o no, esto siempre nos afecta más a las mujeres. Si tenemos que gestar, tenemos que parir y tenemos que amamantar, no podemos estar hasta el último día cargando ganado, trabajando en un obrador o repartiendo.
Así que con un margen de dos meses escasos tuvimos que decidir qué hacer. Generamos una primera bola de deuda no muy grande, pero que cubrimos con ayudas familiares. Pero teníamos claro que no podíamos continuar aumentándola.
Por eso hemos decidido el cierre de la actividad avícola, que no sabemos si será temporal o definitivo, pero que seguro que supondrá un replanteamiento de lo que hacíamos hasta ahora. En el mes de septiembre acabamos todos los pollos que quedaban y también los novillos que teníamos engordando.
No podemos saber, a estas alturas, qué camino tomaremos. Lo más probable es que dejemos de ser campesinos “profesionales”. No dejaremos la finca, ni las vacas y los novillos, pero esto no permite vivir. Quizás de vez en cuando criemos pollos, aunque ya no nos alcanzará para 40 cooperativas de consumo y un total de 150-200 personas/familias.
Las decisiones dependerán de factores que no están en nuestras manos, como la situación global y especulativa del precio del cereal, la inflación y la crisis económica, energética y climática.
Sobre todo, es importante remarcar que Cal Roio no es una excepción. La gran mayoría del sector primario está en una situación muy delicada, por no decir crítica. Y esto incluye muchos proyectos del pequeño campesinado y una gran cantidad de proyectos agroecológicos. Y en muchos casos no tienen posibilidad ni alternativas que no sean aguantar a toda costa, a menudo precarizándose de manera extrema.
No somos ejemplo de nada ni para nadie. Hemos hecho lo que hemos creído y podido estos diez años. Seguramente hay cosas que podíamos haber hecho mejor; pero hemos intentado alimentar a las personas, cuidar el territorio y mejorar la finca. Hemos querido construir alternativas y futuro.
Sin embargo, ahora seguir con la misma dinámica solo supondría sufrimiento, incertidumbre y endeudamiento. También quiero recalcar algo fundamental: hemos tomado esta decisión porque podemos hacerlo. Y no todo el mundo puede.
Y esto se debe a tres factores:
- El engorde de pollos, al no ser un ciclo cerrado con madres reproductoras, se puede «cortar» de manera fácil, dejando de incorporar animales. No es el caso de quien tiene animales reproductores, sean ovejas, cabras, vacas, o el caso de quien tiene cerdos y realiza todo el ciclo de cría. El cierre en el caso de las gallinas ponedoras tampoco puede ser tanto rápido.
- Tenemos una deuda considerable, que deriva de la última ampliación, gestionada a través de Coop57. La tranquilidad que nos proporciona poder tramitar con ellos el retorno de esta deuda, pactando condiciones, plazos y fórmulas, no tiene nada que ver con tener un préstamo en la banca convencional.
- Personalmente, yo tengo otras opciones para ganarme la vida. He podido disfrutar de una formación que ahora me permite tener las puertas abiertas en otros ámbitos. También hay que decir que antes de poner en marcha Cal Roio tuve una vida profesional vinculada a la economía solidaria, de la cual tampoco me he acabado de desvincular nunca.
Veremos cuál será el camino que iremos tomando, pero hay que tener claro que la situación global del campesinado, y en general de la soberanía alimentaria de los pueblos y del derecho a la alimentación, es gravísima, aquí y en todo el mundo. No me extenderé en el análisis, porque creo que ya se está haciendo en muchos lugares. Pero el resumen es, claramente, que en un futuro quizás no haya comida en la mesa. O peor, que la comida que habrá ya no dependerá del campesinado (al menos en parte, como ahora), sino de grandes empresas de la industria alimentaria.
Martina Marcet
La Conca 5.1