Estel·la Marcos y Erik Hobbelink
Artículo publicado originalmente en La Directa (en català)
La recuperación del mosaico agroforestal en la sierra metropolitana de Barcelona mejora el sistema alimentario local y la calidad de los ecosistemas y es un elemento vital en la prevención de incendios.
Miembros del proyecto La Rural cosechan espinacas este abril | Foto: Claudia Perini
Circular en bicicleta, pasear con el perro, entrenar para una carrera, visitar el Tibidabo, compartir una comida en medio del bosque o disfrutar de las vistas desde un mirador. Cada año, una media de cinco millones de personas se mueven por caminos y veredas de la sierra de Collserola atraídas por su entorno natural, una cifra que ha aumentado los últimos años a causa de la pandemia. En 2020, por ejemplo, se contaron 6 millones y medio de visitantes. Más allá del uso recreativo actual, a lo largo de la historia, la agricultura y la ganadería han sido las principales actividades humanas en esta sierra metropolitana de Barcelona.
Entre los años 1956 y 2018 se perdió un 72 % de la superficie agrícola de la sierra de Collserola.
Amenazado por la presión urbanística, por la especulación de la tierra, por la pérdida de la cultura agraria y la falta de relevo generacional, el sector primario de Collserola hace tiempo que se autoorganiza, que cuenta con la implicación de otros actores del circuito alimentario local y que se va profesionalizando. La actividad agroganadera en Collserola arraiga en los desniveles de la montaña desde donde brotan cultivos de variedades locales, se generan bancales que rompen con la homogeneidad de la masa boscosa, favorecen la biodiversidad y suponen una pieza vital en la prevención de incendios.
Con una superficie de 11.000 hectáreas y una longitud de diecisiete kilómetros, la sierra se encuentra en medio del área metropolitana de Barcelona. Un oasis verde rodeado de municipios intensamente poblados y urbanizados, que cada vez reclaman más terreno de la sierra para aumentar su parque habitacional: Montcada i Reixac, Cerdanyola del Vallès, Sant Cugat del Vallès, el Papiol, Molins de Rei, Sant Feliu de Llobregat, Sant Just Desvern, Esplugues de Llobregat y Barcelona. Los nueve municipios suman 1,95 millones de personas, lo que representa casi el 26 % de la población de Catalunya. Para proteger el área natural, en 2010 la Generalitat de Cataluña declaró la montaña Parque Natural de la Sierra de Collserola (PNSC). Desde entonces, un consorcio formado por la Diputación de Barcelona, la Generalitat de Catalunya y los ayuntamientos de los nueve municipios contiguos es su órgano gestor.
Una época en retroceso
En las últimas décadas, en un contexto general de crisis estructural del sector primario, la situación de la actividad agropecuaria del espacio natural se ha ido haciendo cada vez más precaria y ha sufrido un retroceso significativo. Entre los años 1956 y 2018 se perdió un 72 % de la superficie agrícola. Una parte del bosque continuo que vemos hoy en Collserola ocupa una tierra que históricamente había sido pastoreada y cultivada y que había aportado uva, fruta, almendras y olivas. La pérdida de superficie cultivada es un fenómeno que se inició a finales del siglo XIX, con la llegada de la plaga de la filoxera, que afectó a las viñas, y se acentuó a partir de la segunda mitad del siglo XX a causa de los profundos cambios socioeconómicos, culturales y demográficos que se produjeron en todo el país y que aceleraron el éxodo rural. Hoy, la situación de la actividad agraria en la sierra de Collserola es crítica: hay pocas explotaciones en activo, que, además, cultivan superficies bastante reducidas.
Sin embargo, en los últimos años, agentes sociales vinculados a Collserola han empezado a unir esfuerzos para hacer frente a esta situación, tratar de cambiar la tendencia y promover la recuperación de la actividad agropecuaria en la sierra. Según el Catálogo del campesinado en Collserola hoy hay alrededor de 27 experiencias agroganaderas que cultivan una gran variedad de verduras, hortalizas y frutas, como el proyecto de La Rural, en Valldoreix, o la Ortiga, en Sant Cugat.
Can Calopa es una finca gestionada por la cooperativa de trabajo El Olivo, que ha apostado por la recuperación de las viñas en Collserola. También hay proyectos de producción de miel, como Melvida, y de pasto, como Can Puig. A su vez, se pueden encontrar iniciativas de elaboración y transformación de alimentos, así como de consumo local, como la cooperativa de consumo Can Pujades, que reparte alimentos además de sesenta familias.
Desde el 2016, estas iniciativas están conectadas por medio de Alimentem Collserola, un proyecto que nace de la mano de la cooperativa Arran de Terra y el Consorcio del Parque Natural de la Sierra de Collserola para promover la transición agroecológica en la sierra, articular los diferentes agentes implicados en el sistema agroalimentario y poner el foco principal en las necesidades del campesinado.
Hoy hay alrededor de 27 experiencias agroganaderas que se dedican a la producción en el sector primario.
«Generar espacios de encuentro y de trabajo ha facilitado que el campesinado se conozca y comparta sus problemas, contribuyendo a generar un grupo de apoyo y con voz propia», explica Annaïs Sastre, técnica de Alimentem Collserola y miembro de Arran de Terra. De esta coordinación nace la Associació Collserola Pagesa, un espacio autoorganizado formado actualmente por quince iniciativas productivas.
Alfred March es el presidente y uno de los once socios de la cooperativa La Rural, que se dedica sobre todo a la producción de hortalizas y plantas aromáticas que comercializan directamente a las consumidoras. Además de la parte productiva, las socias de La Rural tienen otras líneas de trabajo: han abierto una tienda desde donde se distribuyen sus productos, mantienen una línea de divulgación y formación y ahora empiezan a abrirse a la distribución a restaurantes. Según March, esta diversificación de actividades es la manera que han encontrado para hacer viable el proyecto. «Un campesino tendría que poder ser campesino y punto. Los campesinos que conozco en Collserola sobreviven trabajando en otros proyectos no productivos o haciendo dos jornadas laborales y cobrando una», explica.
Los retos para producir en la sierra son importantes. El tipo de agricultura que se da forma parte de lo que se llama «agricultura de montaña»: cultivos con mucho de desnivel, fincas rodeadas de bosque, tierras de difícil recuperación y con una dificultad añadida con el sistema de regadío. Estas características hacen que, en términos de productividad, no pueda competir con la agricultura de en otros territorios. Para Annaïs Sastre, ha habido un proceso de desagrarización social y de pérdida de la cultura campesina que ha hecho que muchos proyectos productivos en Collserola se abandonaran.
Un mosaico para prevenir incendios
Collserola tiene en la actualidad una densidad de bosque que representa más del 60 % de la extensión total del parque natural, según datos de la Diputación de Barcelona. El riesgo de incendio es elevado, sobre todo del que los bomberos califican de sexta generación. Son fuegos que generan una retroalimentación entre la energía del mismo incendio y la atmósfera, que actualmente se encuentra en unas condiciones de calentamiento más elevadas que hace unos años debido al cambio climático. La energía que acumulan estos fuegos descontrolados es tan grande que acaba produciendo nuevos focos de manera espontánea y hace que la propagación sea rápida e imprevisible y que los bomberos tengan menos capacidad de maniobra. «Ahora mismo, tú miras Collserola y es como una alfombra continúa. Cuanto más continúa es esta mancha de árboles, menos infraestructura tenemos para parar el avance del fuego», apunta Etel Arilla. Es miembro de Bomberos de Barcelona y técnica del Grup de Recolzament d’Actuacions Forestals (GRAFO).
Los pastos del ganado ayudan al mantenimiento del sotobosque y, por lo tanto, a la prevención de incendios.
Una de las funciones de la agricultura y la ganadería en Collserola es romper con esta homogeneidad de densidad boscosa y ser una herramienta de prevención y de freno de los incendios forestales. «Si el fuego entra en un campo cultivado o pastoreado, la intensidad baja y este puede convertirse en una zona segura donde situarnos y hacer maniobras, o simplemente puede reducir la intensidad del fuego y arrancar de otro modo», explica Arilla. Por eso, el GRAFO ha delimitado algunas zonas de Collserola idóneas para cultivos o zonas de pasto. «Proponemos unas áreas donde se puedan hacer actividades de extracción, que al mismo tiempo sean productivas, porque la clave de la prevención es no depender de subvenciones», afirma la técnica del GRAFO.
Esta discontinuidad del paisaje, además de ser una gran herramienta de prevención de incendios, también es una manera generar, como apunta Sastre, un ecosistema resiliente. «Si tienes una sierra en la que todo es bosque, tienes diversidad de ecosistemas, pero no muchos, porque al final todo es bosque. Si generas espacios abiertos, estás generando ecosistemas diferentes. Cuanto más diverso y complejo sea el ecosistema, más estable y resiliente es», apunta.
El pastoreo de animales representa un factor capital, puesto que contribuye a la diversificación del paisaje gracias al mantenimiento de áreas abiertas y el reemplazo de una parte significativa del uso de la maquinaria en la conservación de los espacios naturales y la custodia del territorio, ahorrando en recursos económicos y en dependencia del petróleo. Alimentem Collserola trabaja la viabilidad de este sector. Entre las estrategias que se plantean se halla la de conseguir complementar la actividad con una remuneración de las administraciones por el servicio que hacen los pastos de mantenimiento del sotobosque y, por lo tanto, de prevención de incendios.
Huir de la visión urbanocéntrica
La mayoría del campesinado de Collserola se dedica a la producción agroecológica o está en transición y, según explica Arran de Terra, no hay actores muy relevantes que muestren una resistencia fuerte a esta transición. «El escollo más grande es la burocracia y las estructuras sociales y económicas. Remamos contra un sistema económico que va en nuestra contra», apunta Sastre.
Uno de los referentes del desarrollo y el crecimiento del sector agroganadero en Collserola es la perspectiva urbanocéntrica que contempla el parque natural como espacio solo para el ocio, como pista deportiva con árboles y fauna, y no como parque natural. Como tal, se trata de un espacio cuya preservación hay que gestionar. «Existe la visión de que el bosque es una foto que yo encuentro cuando voy y que es inamovible. Si este árbol que veo hoy no está aquí el próximo domingo, cuando vuelvo, es una catástrofe. El ecosistema y el medio forestal no son una foto fija, están vivos», aclara la bombera Etel Arilla.
Un ejemplo de esto es el debate de la gestión del jabalí, una de las principales dificultades para la consolidación de proyectos productivos y la recuperación de tierras, que a menudo genera polémica por el hecho de que parte de la opinión pública se opone a gestionarlo por medio de las batidas de caza, el principal método de control de la población de la especie. Para Anaïs Sastre, de Alimentem Collserola, «no es que estemos a favor o en contra de la caza del jabalí, sino que reclamamos que la superpoblación del jabalí se trate como un problema que debe gestionarse».
Estel·la Marcos y Erik Hobbelink
La Directa