Pol Dunyó-Ruhí
Artículo publicado originalmente en La Conca 5.1 (català)
Foto: Pol Dunyó
Estos últimos años, más por necesidad que por azar, hemos oído mencionar una palabra que, si bien no es nueva, lo es en lo que plantea: ruralismo.
No es casualidad que aparezca en un momento en que la crisis climática amenaza de forma más evidente que nunca y cuando la separación entre los espacios rural y urbano es cada vez más acentuada. Esta dicotomía genera unos contrapesos desproporcionados que llevan a una falta de relación y respeto claros entre las dos partes (sobre todo desde los sectores urbanos hacia los rurales, muy probablemente porque son mayoría). Y supone una pérdida de los espacios agrarios y la biodiversidad, el abandono de los bosques, el aumento del riesgo de incendios, la desaparición del pequeño campesinado, el despoblamiento o la falta de capacitación en espacios rurales, en contraposición a la saturación que ofrecen las ciudades desde el punto de vista económico, ecológico, político y social.
El presente nos propone una vida acelerada y siempre dependiente de los mercados y las grandes empresas, el «crecimiento económico» y la progresiva pérdida de resiliencia que tenemos como sociedades. Los problemas en todos los ámbitos, no solo en los sectores rurales, crecen a marchas forzadas y son cada vez más evidentes (calentamiento global y contaminación, globalización, sistemas de producción de alimentos nocivos para la salud y el medio ambiente, desigualdad social y económica, dificultad de acceso a la tierra y a la vivienda digna…); pero las soluciones no van más allá de promesas políticas vacías o con muy poca capacidad de éxito, acciones puramente simbólicas o los ridículos lavados de cara (greenwashing) que hacen las grandes empresas para convencer a sus compradores que aquel producto está comprometido con la actualidad.
En ninguna parte se oye hablar en plata sobre esto, nadie expone propuestas drásticas ni eficientes en las políticas y las necesidades urgentes que la situación requiere, y se va dilatando el problema hasta que nos estalle en la cara, como tantas otras veces. El ruralismo, si bien no es la solución a todos los problemas, propone un cambio en la mentalidad y el devenir de nuestro desarrollo, desde una perspectiva no rural, sino horizontal, pero con voluntad de potenciar aquello que la ruralidad tiene para ofrecer y que se ha abandonado más por interés que por falta de funcionalidad.
La utilización del término en catalán aparece en diferentes espacios como, por ejemplo, en el lema «Ruralisme o barbàrie» de una campaña de micromecenazgo del documental El no al ós? Crònica d'un conflicte. El lema aparece simultáneamente en la publicación de Ruralidad o barbarie, de Adrián Almazán Gómez, donde se plantea tener en cuenta la realidad del mundo campesino como una buena oportunidad para la construcción de una salida civilizada y emancipadora para la vida humana en el planeta Tierra. Posteriormente (5/10/2019) el Ateneu Cooperatiu de la Catalunya Central, con la colaboración del Konvent de Cal Rosal, en el Berguedà, organiza la jornada «Ruralisme i emergència climàtica», un encuentro que pretendía presentar varias experiencias para facilitar el cambio de paradigma en las relaciones humanas y económicas, poniendo el foco en todo aquello que se pueda construir desde el territorio, rehuyendo las dinámicas capitalistas, competitivas y agresivas y a partir de los principios de la economía solidaria, la transformación social, cultural y personal. También la publicación de un artículo de Gustavo Duch en el diario Ara, hace referencia a este concepto.
Mi aportación, en este caso, más allá de intentar aplicar la praxis en mi día a día, pasa por haber «sintetizado» el concepto con el deseo de que crezca con las aportaciones que se puedan sugerir, con la clara voluntad de solidificar el concepto y que pueda pasar a formar parte del ideario colectivo. Así pues, procedamos:
El término ruralismo lo componen el adjetivo rural (del latín posclásico ruralis, que se refiere a lo relativo al campo, las sociedades humanas vinculadas, más o menos estrechamente, a la naturaleza o a los trabajos agrícolas y ganaderos) y el sufijo -ismo (del latín -ismus, que significa teoría, doctrina o corriente artística). Es importante no confundirlo con el agrarismo pues, a pesar de tener similitudes, este último hace referencia a un conjunto de ideologías y movimientos sociales rurales presentes en la Europa de los siglos xix y principios del xx, pero con continuidad ininterrumpida hasta la actualidad. Su objetivo general era la defensa de los intereses agrarios y de las poblaciones rurales.
Todavía de forma incipiente y sin consenso formal, podríamos sintetizar el concepto de ruralismo como «una exaltación de lo “rural” en la sociedad general, desde la perspectiva de sus atributos positivos, en lo referente al trato directo con la naturaleza, el respeto por el medio, la economía social, la ecología y el comercio de proximidad, y como cuestionamiento directo del sistema capitalista. Capacidades que históricamente se dan más en espacios rurales por su necesidad y posibilidad de desarrollarse». Desglosando la síntesis, podríamos extraer las ideas principales:
Ruralismo es:
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- Una actitud, no normativa ni estandarizada, que propone los beneficios de la ruralidad como una necesidad social, económica y ecológica, en el marco de la crisis climática y el desarrollo futuro de las sociedades humanas. Hace referencia a una idea o perspectiva, más que a un método o disciplina.
- Ecología: la comprensión del papel del ser humano como un animal social que habita espacios naturales de los cuales depende y que debe respetar para asegurar su desarrollo así como el del resto de seres que lo habiten. Vivir del entorno más inmediato y de manera sostenible, manteniendo el ecosistema.
- Soberanía alimentaria y energética en lo posible. Recuperación de los espacios agrarios y ganaderos para la obtención de alimentos sanos y frescos sin dependencia y con gestión energética ecológica del paisaje. Recuperación de los oficios y habilidades artesanas que han desaparecido o están en peligro de extinción.
- Una idea que no implica el espacio que se habita, sino la perspectiva desde la cual se habita. No es, pues, un concepto atribuible a las sociedades rurales, o viceversa, sino a la predisposición que los habitantes de una determinada zona tienen para “ruralizarla”.
- Sobriedad y austeridad, en los usos y la toma de decisiones. El abandono de las necesidades materiales superfluas y de la lógica abusiva del crecimiento económico indefinido.
- Interdependencia: comprensión de las sociedades humanas como sistemas complejos que dependen unos de los otros, con horizontalidad, equilibrio, justicia social y feminismo.
- Descongestión: propiciar la forestación rural y la actividad económica y cultural en espacios rurales, así como descongestionar a la vez los centros urbanos para evitar el desgaste energético y ecológico que estos suponen, y favorecer las decisiones políticas desde una perspectiva no urbanocéntrica.
- Reivindicación y reclamo de las raíces, la apertura, la diversidad, la radicalidad (en el sentido explícito de la palabra), la esencia y la espiritualidad.
Pol Dunyó-Ruhí