Laura Arroyo y Yolanda Sampedro
En el libro Dominación y (Neo-)extractivismo. 40 años de Extremadura Saqueada, M.ª Ángeles Fernández y J. Marcos señalan que cuando se escribe y revisa la historia, nadie se pregunta «quién preparaba el desayuno de todos esos colonos, jornaleros o campesinos, tampoco dónde estaban ellas». Para intentar contestar a esas preguntas, el último trabajo de la Fundación Entretantos analiza la visión actual y el papel histórico de las mujeres en el comunal.
Ilustración de Alejandro Morales (Trafikante de Colores) para el documento Género, gobernanza y comunales a través de la mirada de las mujeres (Fundación Entretantos, 2020)
Los comunales tradicionales o bienes comunales implican un modelo muy particular de relación de las comunidades con sus territorios y recursos que se manifiesta en su historia, la identidad social y cultural, y la espiritualidad. Implican una enorme confianza en que el entorno es capaz de garantizar el bienestar material e inmaterial del pueblo.
El Estado español es el que actualmente tiene más áreas bajo gobernanza comunal en Europa. Este modelo tiene su origen hace más de diez siglos en la ocupación de tierras conquistadas o abandonadas, cuando se concedían cartas pueblas y fueros especiales a las nuevas comunidades, aunque siempre tuvieron que enfrentarse a diversas amenazas, tanto de los intereses individualistas internos como de los gobiernos centrales, con sus desamortizaciones. Seguramente por estas agresiones continuas se trata de comunidades que se han constituido como fortalezas. «Si las comunidades subsisten como tales, si consiguen generar sistemas social y ambientalmente sostenibles, es porque su primer objetivo no es el beneficio común sino el bien común» (Rita Serra, III Seminario Permanente sobre Conservación comunal en España).
Estos sistemas se encuentran, en la mayoría de los casos, en espacios geográficamente despoblados, de donde emigraron más mujeres. Esta circunstancia ha ido alimentando un progresivo envejecimiento y masculinización del mundo rural y, por tanto, de las comunidades que gestionan muchos de los comunales tradicionales, exponiéndose más fácilmente a la presión de los intereses del sistema capitalista. Sin embargo, existen otras amenazas propias de su realidad actual, como el abandono de los aprovechamientos tradicionales, la desvinculación de la población comunera a su derecho histórico, las herencias múltiples que nunca parecen resolverse, el agotamiento de los órganos de decisión, la falta de cultura comunera de las nuevas generaciones y la desconfianza hacia las nuevas personas pobladoras.
Para poder defender y fortalecer el comunal, es imprescindible vencer el desprestigio asociado a su gestión, fruto de los discursos de corte capitalista que consideran la productividad como el principal elemento de medida o se obstinan en la dificultad, o incluso imposibilidad, de una gestión compartida, a base de mantras tipo «trabajo común, trabajo de ningún», obviando e invitando a olvidar el enorme legado de mecanismos exitosos diseñados por las comunidades.
Mujeres en la conservación y defensa de los comunales
Ellas miran el comunal de una manera integral, aportando ideas y propuestas que diversifican los usos más allá de lo productivo.
Ahora bien, ¿participan las mujeres en los espacios de gobernanza de los comunales tradicionales? ¿Su presencia podría implicar una gestión socialmente más justa y basada en criterios de sostenibilidad? Estas son las preguntas principales que motivaron nuestro estudio.
Los avances de la investigación de Beatriz Rodríguez-Morales en las Comunidades de Montes Vecinales de Mano Común en A Coruña, parecen señalar que ellas miran el comunal de una manera integral, aportando ideas y propuestas que diversifican los usos más allá de lo productivo, a pesar de que el 75 % de la participación en las asambleas es masculina.
Como afirman M.ª Ángeles Fernández y J. Marcos en el libro mencionado, en nuestro rural «la presencia en los espacios de gobernanza alcanzada durante la II República fue terriblemente desterrada de la voluntad de las mujeres por la dictadura, a base de castigos ejemplarizantes de violencia y humillación sobre las que tuvieron actividad política o fueron hijas de, hermanas de, o madres de…, imponiendo así la construcción de la identidad sanguínea y doméstica, y una identidad de género franquista» que, estimamos, aún puede suponer un freno para la presencia en espacios de gobernanza de los comunales.
Así, durante el 2019, en la primera fase de esta investigación, pudimos aproximarnos a la percepción de doce comuneras de Teruel, Navarra, A Coruña, Pontevedra y Tenerife, que gestionan los usos comunales de recursos como el marisco, pastos, leña, monte, agua, cultivos, huertas… La mayoría de ellas protagonizan la gestión del comunal en contextos bastante masculinizados. Algunas expresan haber necesitado mucho más esfuerzo que ellos para ganar autoridad, bien siendo tajantes con su asertividad y límites —«yo así no sigo manteniendo comunicación»— bien haciendo gala de sus habilidades comunitarias —«buscando que estemos a gusto, que todo el mundo sepa y conozca...»—, pero siempre con más obstáculos.
De esta primera aproximación, obtenemos una primera fotografía sobre el comunal, desde sus miradas, que son las que nos importan.
Crear comunidad
Crear comunidad es otra tarea reproductiva y de cuidados que está invisibilizada, silenciada y menospreciada.
En cuanto a la necesidad de vínculo y comunidad, las comuneras señalan que donde aún existe el derecho al comunal, pero no el aprovechamiento del recurso ni la vivencia comunitaria ni el vínculo emocional y espiritual, se abren grietas que aprovecha el mercado. ¿Qué se puede hacer en situaciones así?
La vecindad, lo que te conecta al derecho al comunal, no es tan accesible: en algunos lugares debe constar un empadronamiento de cuatro años. Cierta flexibilidad en esta norma facilitaría la vida del comunal; pero si se gestiona desde el interés particular y no desde el bien común, abusar de ello puede ser una tentación. Ellas saben que el vínculo emocional con la comunidad es fundamental y que, para que este se genere, es imprescindible abrir espacios donde sentir activamente que formas parte de ella, que aportas y que en ella puedes desarrollar habilidades y conocimientos para comprender y negociar, una y otra vez, las mejores maneras de estar, para estar bien todas. En algunos casos, se siguen celebrando tareas colectivas que fortalecen ese sentimiento, el que genera el vínculo deseable para la conservación del territorio. Las mujeres, desde los espacios de gobernanza en que participan, suelen impulsar este tipo de prácticas. Señalan también la dificultad de reunir a la población comunera por derecho, que a veces no es siquiera consciente de serlo: mantienen un vínculo emocional fuerte, casi inconsciente, por legado familiar, pero no tienen sentido de pertenencia a la comunidad ni las habilidades o el deseo de cogestionar o compartir con ella.
Crear comunidad es otra tarea reproductiva y de cuidados que está invisibilizada, silenciada y menospreciada. Se obvia a pesar de que, de forma objetiva, sin esas tareas comunales la vecindad no hubiera subsistido y se hubiera roto en conflictos. Han sido siempre las mujeres quienes, colectivamente, garantizaban la pervivencia de su comunidad; una muestra es su papel fundamental en eventos de refuerzo social (comidas comunitarias, etc.). Muchas sienten que, para que estas lógicas se puedan romper y el cuidado sea responsabilidad colectiva, deben llegar nuevos modelos de familia a los espacios rurales y muchas mujeres tendrán que dar un paso al frente en sus comunidades.
¿Qué pasa con la juventud local? ¿En qué medida viven el comunal como un recurso potencial para establecerse? La percepción es que la misma comunidad no acoge las innovaciones o los cambios que se puedan proponer, no es flexible. Sería necesario reforzar la comunicación intergeneracional.
Por último, respecto a la ruptura del sentimiento de comunidad, las comuneras señalan la importancia de las dinámicas establecidas durante los años de posguerra y dictadura, que sembraron en el mundo rural un modelo de gobernanza basado en el miedo y la desconfianza, a lo que se sumaron la industrialización, el modelo de vida consumista y la despoblación.
Gobernanza de los comunales
La falta de actualización de los sistemas de gobernanza, sumada a cierta tendencia a no renovar los liderazgos, hacen que las supuestas ejemplares células de gobernanza comunal no lo sean tanto. Parece que, en algunos casos, se olvidó la asamblea, el concejo, y el buen hacer de antaño, y algunos representantes toman decisiones técnicas y se aplican reglamentos antiguos, sin que nadie en el fondo sepa bien en qué medida es comunidad o solo es un escenario donde se reparten los beneficios cada tantos años. En ocasiones, es solo una persona quien se ocupa de toda la gestión, lo que conlleva acumular conocimiento y, a medio plazo, liderazgos que no se renuevan, generan dependencia y que, al desaparecer, ponen en riesgo a la comunidad.
La gestión de las administraciones públicas se percibe como positiva en aquellos casos en que ha servido para facilitar el empoderamiento de las mujeres, fortalecer sus derechos o emitir regulaciones que han marcado límites a la explotación de los bienes comunes. Por otro lado, nuestras interlocutoras sienten que solo con apoyo de estas administraciones se podrá impulsar el desarrollo y aprovechamiento sostenible de los comunales. Creen que para la conservación de los territorios es interesante unirse y crear red, y para ello es útil el apoyo de gobiernos locales y autonómicos. La peor amenaza percibida en esta relación es que la burocratización de la gestión aleja la gobernanza en comunidades debilitadas (en número y edad) y con carencias de recursos (internet o conocimientos técnicos). También señalan que en los casos en que la gobernanza recae en las administraciones locales su calidad varía: más participativa y fiel a su origen de reparto solidario en algunos municipios, y menos consultiva y accesible en otros donde, al perder calidad en la gobernanza, el sentido original de bien común queda diluido y reducido a su valor de mercado.
Tradicionalmente, el aprovechamiento común se regulaba con el fin de que nadie lo pasara mal, dando prioridad a quien menos recursos tenía. Esto ha degenerado en fórmulas en las que el derecho a participar en los órganos de gobernanza depende del recurso que, a su vez, está condicionado por la propiedad particular, que se hereda, se traspasa o se alquila, pero no está asociada a la vecindad.
La gestión de los conflictos es un tema delicado, por lo recurrente y porque suele ser difícil encontrar un «todas ganan». El establecimiento de medidas preventivas y criterios de reparto solidarios es fundamental. No obstante, en los lugares pequeños, la cercanía y el conocimiento mutuo hacen más sencillo que se mantenga el cumplimiento de la norma por cultura y presión social. En algunos lugares aún existen antiguas fórmulas de gobernanza rotativas que hacen que todas puedan comprender las dificultades y que se genere una responsabilidad compartida.
Históricamente, además de no permitir a las mujeres formar parte de los espacios de decisión, en muchos casos se les llegaba a minorar la aportación si no había un hombre en la familia. La participación inicial de las mujeres en parte fue ficticia y se hacía nominalmente para repartir la carga de impuestos y mantener cuotas de poder en las familias. Actualmente, se perciben avances en este sentido y cuando hay más presencia en los espacios de gobernanza también mejora el cuidado entre sus miembros y la conservación de los recursos.
Las mujeres sienten que hacen falta algunos cambios en la percepción del otro para trabajar la consolidación de la comunidad y que merece la pena dedicar tiempo y paciencia al entendimiento y la comprensión mutua. Muchas de ellas se esfuerzan para garantizar que todas las personas puedan participar: información previa y transparencia, horarios compatibles con el cuidado de otras vidas, dulces para la conversación, comisiones de trabajo, organización de debates con expertas previos a la toma de decisiones, grupos de WhatsApp… Perciben que hay comunidades que resisten e incluso retoman el crecimiento poblacional; y esto puede estar relacionado con una gobernanza más horizontal y asumida por ellas.
Laura Arroyo y Yolanda Sampedro
Fundación Entretantos
La diferencia entre beneficio común y bien común
La búsqueda del beneficio, aunque sea común, implica necesariamente interés y afectación en las decisiones de gobernanza centrados principalmente en la búsqueda del rendimiento, del desarrollismo, de la plusvalía. Si para ello el bienestar de algunas de las partes de la comunidad o el equilibrio necesario entre las especies que conforman el ecosistema tienen que quedar relegados, se relegarán y, a medio o largo plazo, el ecosistema y la comunidad dejarán de ser sanos y equilibrados. Solo la auténtica búsqueda del bien común, en que toda la comunidad y todas las vidas cuenten y decidan partiendo de un consenso amplio sobre el bienestar, permitirá que se sostengan los históricos sistemas comunales.
PARA SABER MÁS
III escuelaboratorio de participación: Poniendo en común los comunes, Beire 2016. Disponible en línea (entretantos.org)
Arroyo, L. y Sampedro, Y., Género, gobernanza y comunales a través de la mirada de las mujeres. Fundación Entretantos, 2020. Disponible en PDF (entretantos.org)
VV. AA., Dominación y (Neo-)extractivismo. 40 años de Extremadura saqueada (Madrid: Matadero, 2018). Disponible en línea
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