Ramiro GARCÍA
Dispoñible en galego (El Salto)
Esta es una crónica escrita en tiempos prepandémicos, justo antes de que todo diera la vuelta y cambiaran todas nuestras prioridades de manera repentina. Pero habla de un grave problema social, económico y medioambiental, que no deja de estar presente en el medio rural gallego durante este período tan excepcional y que, cuando todo esto termine, seguirá estando, incomodando, esperando, interpelando al conjunto de la sociedad para que le encontremos una solución.
En A Limia (Ourense, Galiza), uno de esos territorios rurales que hoy llamamos «vaciados», donde cierran paritorios como paradójica estrategia para hacer frente a la crisis demográfica, había una laguna enorme, la segunda más grande de la península ibérica. La laguna de Antela era un ecosistema acuático capaz de albergar una extraordinaria biodiversidad que, en estos tiempos de crisis climática, ambiental, económica y civilizatoria, podríamos empezar a valorar en su justa medida... Demasiado tarde, como tantas cosas.

Laguna de Antela según la Carta Geométrica de Galicia de Domingo Fontán (1834).

A su alrededor, las comunidades rurales y campesinas tenían un modo de vida absolutamente sostenible, que se fue perfeccionado durante generaciones, integrando agricultura y ganadería con el uso respetuoso de los recursos naturales y comunales. Esta gestión del territorio permitió sobrevivir a la población incluso en los tiempos más duros de la posguerra, haciendo posible resistir las mayores carencias y una extraordinaria represión. A mediados del siglo xx, se mantenían vivos los privilegios feudales, de manera que los mejores frutos de las cosechas —que con tanto esfuerzo y sacrificio obtenían nuestras abuelas y nuestros abuelos— eran expoliados por los poderes fácticos de la época (iglesia, Falange, etc.), sumiendo al campesinado en la más absoluta de las miserias y arrebatándole su soberanía económica y política mediante el terror más atroz.
Pero llegó la modernidad y el progreso. Las instituciones del Estado tenían un plan: vaciar la laguna para descubrir una extensa llanura, imponer una violenta y traumática concentración parcelaria para arrasar con el denostado minifundismo y convertir la región en una pequeña Castilla en el corazón de la impracticable orografía orensana, que tanto se resistía a los ideales de mecanización defendidos con entusiasmo por la ingeniería agronómica del momento.
La revolución verde. Industrialización y progreso en la Galiza rural
Eran los tiempos del éxodo agrario, que alimentaría las fábricas y las ciudades con una recién creada clase obrera y que, hoy en día, mantiene vivo aún ese flujo migratorio que causa un envejecimiento y una despoblación que ya parecen irreversibles.
El paquete tecnológico de la Revolución Verde ayudaría a transformar el lugar en el nuevo «granero de Galicia», especializado en la producción de trigo y patata. Una patata que más tarde habrían de proteger con una denominación de origen, pero que la población local, en su infinita sabiduría campesina, se niega obstinadamente a consumir debido al exceso de agrotóxicos con los que se produce, lo que la convierte en otro producto agrario destinado a la exportación, esa que tan magros beneficios le proporciona a nuestro maltratado sector agrario local.
La industrialización agraria gallega también trajo consigo una especialización en el sector lácteo y forestal, desestructurando todo el territorio para fomentar la producción intensiva de leche, madera y pasta de papel, transformando los usos de gran parte de la superficie agraria y abandonando el resto a su suerte; la suerte negra de producir de forma masiva la biomasa que alimenta cada año la terrible amenaza del fuego destructor. Es un ejemplo paradigmático del insensato desperdicio de recursos que implica este nuevo orden mundial, obsesionado con el productivismo y la acumulación del capital.
Eran los tiempos del éxodo agrario, que alimentaría las fábricas y las ciudades con una recién creada clase obrera y que, hoy en día, mantiene vivo aún ese flujo migratorio (ininterrumpido durante más de seis décadas), que causa un envejecimiento y una despoblación que ya parecen irreversibles. Eran los tiempos del progreso económico, que tan poquito nos duró y que ahora nos deja miles de granjas familiares cerradas y un desierto verde en forma de pinar y eucaliptal, creado para alimentar la industria papelera beneficiada por el decretazo de Rajoy, lo que le permitirá seguir contaminando la ría de Vigo al menos durante 40 años más.
Embalse de As Cunchas. Afloramiento de cianobacterias por la eutrofización que causa la acumulación de nitratos aguas abajo
La ganadería industrial. El camino sin salida del modelo neoliberal
Hablando en plata: o contaminas o te largas.
En Ourense, esta industria está en manos de la cooperativa agraria más grande del Estado, nacida hace más de 55 años, en el seno del sindicalismo vertical de la dictadura franquista. Pero ni la forma jurídica, ni su galleguidad, ni su discurso de sostenibilidad son razones que le impidan funcionar como cualquier otra de las integradoras de la industria cárnica, imponiendo un modelo productivo que no está permitido cuestionar. Un modelo protegido y apoyado activamente por las políticas agrarias de nuestra administración, que espera y desea que el rural se acabe de vaciar de una vez por todas, al tiempo que nos habla de su inmensa preocupación por el medio ambiente y la crisis demográfica, demostrando una extraordinaria capacidad para el ejercicio del cinismo, resultado de largas décadas de práctica y refinamiento.
De este modo, las personas que habitamos este territorio quedamos condenadas a una única alternativa posible para permanecer en este rincón de la geografía rural: integrarnos en la cooperativa o emigrar. Hablando en plata: o contaminas o te largas.
Ni hablar de otras posibilidades fuera de su marco rígido y prefijado, como la ganadería extensiva, la producción agraria a pequeña escala o cualquier otra opción creativa que nos permita escapar de las garras de la esclavitud neoliberal y su desastroso impacto ambiental. Ni hablar de agroecología o de soberanía alimentaria. Eso es pecado mortal.
Sin embargo, no todo está perdido. A la denuncia ejercida durante años por el Movimiento Ecologista de A Limia (MEL), y al análisis científico y riguroso, desarrollado voluntariamente por la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN), se sumó en el último año la iniciativa de un grupo vecinal del territorio afectado. Este grupo, con una inmensa preocupación por el desarrollo expansivo de esta industria, y ante el riesgo de que su actividad produzca daños irreversibles, decidió organizar y constituir la plataforma Auga Limpa Xa!
Esta plataforma reclama una gestión adecuada de los residuos contaminantes de la ganadería industrial y demanda una moratoria que evite aumentar aún más la carga ganadera que soporta la comarca, ya que la superficie agraria útil disponible en el territorio resulta claramente insuficiente para asimilar el volumen cada vez mayor de purines que produce esta actividad. Pero las propuestas de cambios y mejoras que podrían reducir el impacto ambiental generan numerosas resistencias, se aceptan de mala gana, por obligación de las leyes que llegan mal y tarde, cuando no queda otro remedio y, en definitiva, logrando desviar siempre todos los costes económicos hacia el eslabón más débil de la cadena, la gente que realmente trabaja a diario en la producción ganadera.
Polarización del conflicto. Empleo vs. medio ambiente
El debate está abierto y más candente que nunca. Hasta la Consellería do Medio Rural decidió establecer una mesa de negociación que incluyera al conjunto de actores, reconociendo la gravedad de esta problemática social, económica y medioambiental. Eso sí, aún sin resultados.
No obstante, las actividades de denuncia y sensibilización desarrolladas por cualquiera de estas tres organizaciones parecen afrontar una insistente campaña de acoso y persecución con la que se pretendería censurar sus mensajes más incómodos, los que cuestionan la legitimidad del business as usual, aquellos que representan una amenaza para el viejo statu quo, que desde hace tiempo protege a la oligarquía local, acomodada a la externalización de costes, y favorecida por este marco de total impunidad.
Parece que se trata de desviar siempre el debate, trasladando el conflicto hacia abajo, para enfrentar a quien más sufre las consecuencias de este sistema perverso
Incluso parece que se trata de desviar siempre el debate, trasladando el conflicto hacia abajo, para enfrentar a quien más sufre las consecuencias de este sistema perverso con una visión reduccionista que limita la discusión al ya clásico —y por otro lado, falso— dilema, que fuerza a elegir entre dos posibilidades excluyentes, incompatibles y absolutamente polarizadas: en un extremo, la defensa de un modelo productivo insostenible (como única opción para crear empleo) y en el otro, la protección del medio ambiente y de la salud de las personas, que está muy bien, sí, pero llevaría a la ruina económica e inevitable de nuestra comarca.
Evitamos así hablar de otras opciones y de los múltiples problemas asociados a esta cuestión, como el control de la cadena de valor de los productos agroalimentarios (que nunca está en manos de quien los produce), las condiciones laborales de las personas que trabajan en la industria cárnica, las dificultades para emprender y sostener una iniciativa de producción agraria que respete el medio ambiente, las regulaciones y normativas que siempre benefician al grande perjudicando al pequeño, la cantidad absurda de emisiones de CO2 que producimos cuando transportamos alimentos de una parte a otra del planeta, y un largo etcétera que nos permitiría abordar de una forma más útil y sensata la complejidad de todo este asunto.
El caso es que, apenas unos días antes de realizar una de las más importantes actividades previstas hasta el momento para informar de esta problemática a la ciudadanía de Ourense, la integradora que abastece al mercado global con la carne producida en A Limia decidió presentar una demanda contra un conocido activista ecologista, por los supuestos daños causados a su honor hace varios meses, durante su intervención en un programa de TVE. Con esta demanda, parecen lanzar un aviso a navegantes para que, a partir de ahora, quien quiera que trate este asunto públicamente se cuide muy mucho de mencionar su nombre, que de este modo debería quedar excluido de nuestro vocabulario.
Estos daños al honor fueron valorados por la misma cooperativa en nada más y nada menos que 1 millón de euros, ridícula cantidad para considerar algo tan etéreo y caduco como el honor de una persona jurídica. Exceptio veritatis, que dicen quienes dominan los términos legales.
Pese a todo, en este rincón del mundo globalizado, aún quedan gentes que seguirán luchando por la verdadera sostenibilidad de la vida…, incluso cuando para hablar públicamente del problema tengan que referirse a su causa y origen como: “la Innombrable”.
Ramiro García