«Es más habitual encontrar autocrítica y reflexiones sobre el modelo productivo en voces femeninas»
Miquel ANDREU
Artículo original publicado en catalán en Nació Digital
En la manifestación payesa de hace 15 días en Lleida para reivindicar precios justos en la fruta dulce no habló ninguna mujer. Habló un alcalde, habló un representante de la Federació de Cooperatives Agràries, habló el presidente de la patronal Afrucat, hablaron representantes de Asaja, JARC (Joves Agricultors i Ramaders de Catalunya) y Unió de Pagesos, y habló un joven de la Plataforma en defensa de la fruta dulce, pero no subió ninguna mujer al atril, a pesar de que había bastantes entre las personas asistentes.
No es extraño, la ocupación (que no dedicación) en el sector agrario es de un 20 % de mujeres y un 80 % de hombres, un desequilibrio difícil de revertir si tenemos en cuenta que solo una cuarta parte de las personas jóvenes que se incorporan al campo son mujeres. De los siete miembros de la Comisión Permanente de Unió de Pagesos, renovada el pasado mes de febrero, seis son hombres. De los 18 responsables nacionales por sectores del mismo sindicato, 16 son hombres, y de los 33 coordinadores comarcales, los 33 son hombres. En JARC, los seis miembros del Consejo Nacional son hombres, así como 17 de los 23 jefes sectoriales y 30 de las 37 personas de las juntas territoriales. En Asaja Lleida, 10 de los 10 dirigentes son hombres y 9 de los 10 representantes sectoriales también (la única mujer se encarga de la sectorial de la mujer). En el caso de los comités ejecutivos de las tres entidades estatales, ASAJA, UPA y COAG sumaríamos un total de 31 hombres y 9 mujeres, es decir, una representación inferior al 23 %.*
Todo esto, evidentemente, condiciona la manera de entender la actividad agraria y ganadera, las maneras de hacer, las propuestas de salida de la crisis e incluso la misma puesta en escena de las movilizaciones. No sé si también tiene que ver, intuyo que sí, pero echo de menos que la situación no esté sirviendo para reflexionar a fondo sobre el modelo de producción y, en cambio, se hable solo de ayudas, de créditos, de planes de arranque, de medidas fiscales o de exenciones de IBI, propuestas que seguramente ayudarían a paliar algunas situaciones de emergencia y pasar un par de años a trompicones, pero que no cuestionan el modelo, sino que pretenden ganar tiempo.
No hemos llegado hasta aquí por culpa de una helada o de una plaga, sino por las consecuencias de un determinado sistema. Las soluciones, por tanto, tendrían que ser estructurales, y esto no lo oigo decir a los portavoces, no lo percibí en el atril de la manifestación de Lleida. Quizás por eso también se sintieron cómodos sectores tan amplios, políticos de derechas y de izquierdas, la pequeña pagesia y los grandes empresarios, incluso la patronal, como si la pagesia fuera un bloque homogéneo, sin distinciones ni clases, que se mueve en un terreno desideologizado. Visto así, siempre es más fácil cargar a otros toda la responsabilidad.
En cambio, es más habitual encontrar autocrítica y reflexiones sobre el modelo en entidades como la Associació de Dones del Món Rural o el colectivo Ramaderes de Catalunya, ambas creadas el año pasado. Es interesante, por ejemplo, la entrevista que Antoni Bassas hacía el otro día a representantes de las primeras, Dolors Català y Raquel Serrat (esta, precisamente, la única mujer de la nueva Comisión Permanente de la Unió de Pagesos), donde se lamentaba la gran dependencia de la industria, se hablaba de calidad como valor añadido, de venta directa, de relevo generacional, de pedagogía, de espíritu de equipo, de despoblamiento o de la necesidad de distinguir maneras de hacer dentro de la ganadería.
Poco se hablaba de crecer y exportar, dos apuestas que han acabado siendo estrangulamiento de muchos y beneficio de pocos. Como tampoco lo conciben como solución las pastoras de Ramaderes de Catalunya, que incluso afirman, en relación con el nuevo récord histórico de exportaciones agroalimentarias, que este modelo no las representa.
Son voces, las femeninas, que creo que deben tener más peso en el discurso del mundo rural; no solo por una simple cuestión numérica, sino por todo aquello que aportan de transformador. Y de esto vamos escasos. Una de las consecuencias del despoblamiento es, precisamente, la diferencia creciente entre el número de hombres y de mujeres en el mundo rural. Ellas, sobre todo en franjas de edad jóvenes y de plenitud laboral, se marchan más y las comarcas rurales se van masculinizando, con todo lo que esto representa, tanto en la agricultura como en general.
* Información complementaria añadida por la Revista SABC
Miquel Andreu