M.ª Ángeles FERNÁNDEZ y J. MARCOS
La lucha contra los grandes fuegos da pie a una lucha por controlar la gestión de los bosques. El creciente interés de nuevas empresas y capitales por la biomasa para producir energía pone en riesgo al mismo tiempo la biodiversidad de la península ibérica.
Desde la pasada primavera, la Fundación Felipe González tiene en su punto de mira los incendios forestales, a los que define como un «problema entre el caos y la oportunidad». En concreto, la gestión de los grandes fuegos es la ‘Palanca #38’ de esta especie de think tank; o, dicho de otra forma, uno de los campos estratégicos de la entidad presidida por el exmandatario socialista.
«El enfoque de las políticas de lucha contra incendios sigue centrándose en la extinción en lugar de hacerlo en la génesis del problema (…). Se hace verdaderamente urgente la necesidad de un cambio de paradigma en la gestión de incendios forestales y tanto la experiencia como el conocimiento científico apuntan a la gestión del paisaje como única alternativa con garantías», añade la Fundación en uno de sus documentos, fechado en mayo de 2019.
Solo en el territorio español, los incendios han calcinado 9005 hectáreas desde el 1 de enero hasta el 29 de septiembre de 2019. Esta cifra supone casi cuatro veces más superficie que en el mismo periodo de 2018, según los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Eso sí, la extensión es menor a la media de la década (81.092,72 hectáreas).
Y precisamente con el pretexto de las grandes quemas, la biomasa, definida ampliamente como la materia orgánica utilizada en forma de fuente energética, es clave. Se trata de la llave que puede abrir el paso a las grandes empresas y capitales a la gestión de los bosques. «Aprovechando el tema de la prevención de incendios, hay gente que se quiere apuntar a hacer lobby, como pasó con el tema de la extinción. A ver qué pasa...», explica un agricultor extremeño conocedor del sector forestal que prefiere mantenerse en el anonimato.
La recuperación de masas forestales heterogéneas
En el verano de 2015, un gran incendio asoló la comarca cacereña de Sierra de Gata, arrasando casi 8000 hectáreas, mayoritariamente de pinar y monte bajo. Aquello «hizo plantearse algunas cuestiones y la gente que trabajamos en la Universidad de Extremadura hicimos una propuesta a la Administración para desarrollar un proyecto piloto», apunta Fernando Pulido, profesor de Biología y de Conservación y Mejora Forestal. Desde hace más de dos años, el Proyecto Mosaico funciona con el objetivo de eliminar combustible del bosque, es decir, aquella vegetación que pueda arder con facilidad. Trabaja para ello con personas agricultoras, ganaderas, con gente que se dedica al aprovechamiento de la madera o de la resina y con cualquier tipo de agente relacionado con ese tipo de actividades.
«Buscamos intensificar esas actividades en los montes, y lo que se hace es recuperar unas masas forestales más heterogéneas, más diversas y más discontinuas, de manera que cuando se producen los incendios estos sean más pequeños. Esa es la filosofía básica que se resume en una frase: más gente en el monte, menos incendios», explica Pulido en conversación telefónica. Una de las premisas de esta iniciativa es la búsqueda de «aliados entre los agricultores, los ganaderos y la gente que explota los montes, para que vigilen y ayuden a retirar esa biomasa que pueda arder».
Más allá de estas acciones de quienes habitan el territorio, la Fundación Felipe González lo tiene claro y habla de «actuar sobre el combustible». Lo explican y cuantifican así: «La vegetación crece cada primavera a un ritmo anual de entre dos y cuatro toneladas de biomasa por hectárea, que al reducir su humedad por el calor es altamente inflamable. Si no la sacamos, se acumula, se seca y se quemará tarde o temprano. España cuenta con 27,7 millones de hectáreas de superficie forestal, de las que 18,4 millones son arboladas. Una superficie capaz de producir anualmente alrededor de 35 millones de toneladas de biomasa, el equivalente en términos energéticos a 100 millones de barriles de petróleo, el 20 por ciento del consumo anual de España».
Se trata de una puerta trasera recientemente abierta y que por lo tanto aún permanece en penumbra, por lo que apenas es posible poner nombre y apellidos a los nuevos inversores. Pero lo que está claro es que, donde antes se hablaba de bosques e incendios, ahora se subraya la parte energética. Y es aquí donde pueden comenzar los riesgos.
«La generación de energía por combustión de biomasa es una actividad depredadora de recursos naturales que resulta absurda en términos sistémicos. Es el último escalón del proceso de capitalismo industrial basado en la explotación de los bosques», escribe Eukene Pino en Hórdago. «Es un eufemismo que la energía procedente de biomasa se defina como ‘renovable’, pues los árboles, incluso los eucaliptos y los pinos, tardan años y décadas en crecer. Se plantan y mantienen bosques artificiales para talarlos y quemarlos, y así producir una mercancía de consumo tan inmediato como la electricidad», añade en el artículo, en el que explica el caso de la planta Glefaran, una termoeléctrica de biomasa en Güeñes (Bizkaia) que, desde 2016, ha producido episodios graves de emisiones contaminantes y que «pertenece a una familia vasca que ha florecido en el siglo pasado gracias a la industria maderera».
Desembarco de los fondos de inversión
Sucede que el Proyecto Mosaico, que sostiene que a más actividad agroganadera menos biomasa, es de momento una excepción que trata de abrirse camino en Extremadura, mientras los grandes capitales y los fondos de inversión están llegando a la región. Por ejemplo, el fondo de inversión Aleph Capital y la multinacional de la construcción y la energía Acciona están interesados en plantas de biomasa en la región, tal y como confirma el presidente de la Asociación Extremeña de Empresas Forestales y ex director general de Medio Ambiente de la Junta, Francisco Castañares, quien a su vez participó activamente en la presentación de la Fundación Felipe González.
Se da la casualidad de que Acciona firmó el año pasado con la Junta de Extremadura el 'Protocolo de Aprovechamiento Sostenible de los Montes Extremeños', con el objetivo de convertir la región en un «referente mundial» en el ámbito de la biomasa. «Si fuera dedicado a pellets para que la gente caliente su casa, lo puedo entender; pero el tema de extraer la biomasa del monte para quemarla y producir electricidad me huele peor. Y creo que por ahí van los tiros en cuanto a los temas y ahí puede haber eléctricas con el pretexto de la prevención», sostiene el agricultor extremeño.
La lucha contra los incendios abre así la puerta a los grandes capitales. Y a los nuevos usos del bosque. Cada vez más informaciones indican que este es el camino del futuro. «España es sin duda un país forestal, y nuestros montes demandan que se les gestione de manera sostenible consiguiendo valorizar el grandísimo stock acumulado de biomasa, contribuyendo de esta forma a evitar los enormes incendios forestales que cada año asolan nuestro país». Así lo declaró Patricia Gómez, gerente de la Confederación de Organizaciones de Selvicultores de España, en la presentación del informe Balance Socioeconómico de las Biomasas en España 2017-2021. Firmado por Unión por la Biomasa y realizado por Analistas Financieros Internacionales, el documento recomienda «una apuesta decidida» por este combustible y afirma que España lidera el ranking europeo en recursos de biomasa, pero está a la cola en uso de biomasa térmica en la Unión Europea.
Mientras llegan nuevos inversores y empresas, Ence, una compañía conocida principalmente por la fabricación de celulosa procedente de eucalipto y pública en sus inicios cuando estuvo ligada al Instituto Nacional de Industria, es líder en la generación de energía que tiene como origen la biomasa. Según reflejan en su portal electrónico, son la primera empresa estatal en producción de energía renovable con biomasa forestal y agrícola. Al mismo tiempo, continúa abriendo plantas de generación eléctrica.
El reciente estudio publicado por la revista Science «Are wood pellets a green fuel?» (¿Son los pellets de madera un combustible verde?) confirma que el uso de la madera como combustible puede poner en peligro la biodiversidad forestal y generar emisiones netas de dióxido de carbono, poniendo así en entredicho que sea una fuente energética que ayuda a enfrentar la crisis climática, como se dice habitualmente.
El informe de Amigos de la Tierra Quemando tierra: ¿Cuánto suelo es necesario para abastecer con bioenergía las necesidades de Europa? (2014), elaborado por personal de la Universidad de Viena, reconoce que «la demanda de suelo para producir bioenergía está provocando (…) acaparamiento de tierras, conflictos, deforestación, pérdida de biodiversidad, cambio climático y volatilidad y altos precios para la comida, amenazando la seguridad alimentaria global». El documento insiste en que «las políticas actuales de bioenergía no han tenido en cuenta el consumo de suelo requerido ni los impactos colaterales, como el acaparamiento de tierras o la pérdida de biodiversidad».
Necesidad de un amplio debate
La pérdida de biodiversidad es otro de los grandes problemas que viven los bosques peninsulares. A la extensión de las plagas en los pinos del País Vasco, que ya ha hecho saltar las alarmas mediáticas y del sector productivo, el colectivo vizcaíno Kolore Guztietako Basoak (Bosque de todos los colores) suma una preocupación más amplia, pues cuestiona la forma de gestión forestal del 54 por ciento del territorio en el País Vasco, una de las escalas más altas de Europa. «Hay una reducción drástica de la biodiversidad en todo el territorio; hay problemas en cuanto a erosión de suelo, en terrenos que habían sido productivos anteriormente», sitúa desde el interior del colectivo Keko Alonso. Realizado el análisis, Kolore Guztietako Basoak escoge su apuesta: el impulso del bosque autóctono.
El productor Paul Nicholson, también desde Bizkaia, apunta que es oportuno establecer un debate público «porque sabemos que hay enfermedades que están afectando claramente a nuestro bosque; especialmente en zonas con monocultivo y poca diversidad arbórea, están saliendo enfermedades devastadoras». La necesidad de una amplia variedad de especies de árboles y arbustos es el camino que marcan varias de las fuentes consultadas para lograr unos bosques más sanos y ricos desde el punto de vista de la biodiversidad, amenazada por el aumento de la apuesta por la biomasa.
«Que haya mosaico paraliza un incendio y también puede paralizar una plaga. A esta visión de mosaico se está tendiendo ahora; lo recomienda Europa: basta de concentración parcelaria y del abuso de fertilizantes, hay que volver a la estructura de mosaico», explica Laura Hernández Royo, ingeniera forestal que trabaja en Soria.
La propiedad también cuenta
El 66 por ciento de la superficie forestal del Estado español es privada. Ence también presume en uno de los apartados de su web de ser el primer gestor forestal privado del país. Las manos de quien controla la tierra, sin duda, también influyen en su gestión. Laura Hernández explica, por ejemplo, que la propiedad privada permite que cada quien pueda hacer lo que se le antoje: por ejemplo, «plantar especies alóctonas que empobrezcan el suelo, como ha pasado en el norte de la península con el eucalipto o con el pino radiata».
Por otro lado, la realidad de la propiedad de la tierra y del tamaño de las explotaciones es muy diferente según los territorios. Mientras en la cornisa cantábrica, sobre todo en el País Vasco, abundan las pequeñas fincas, en Extremadura o Andalucía pocas manos controlan mucho territorio. «La propiedad del monte siempre es un factor que hay que tener en cuenta. La política forestal es un debate que nos concierne a todos y que hasta ahora ha estado en manos de los intereses maderistas», apunta Paul Nicholson, vinculado al sindicato vasco Enhe. «Sin una política de reordenación y planificación del territorio, el dinero invertido en extinción nunca será suficiente», sostiene el colectivo ecologista WWF.
M.ª Ángeles Fernández y J. Marcos