Conversatorio sobre agroecología y canales cortos de comercialización
Patricia DOPAZO GALLEGO
Hemos quedado con cuatro personas que llevan adelante proyectos de producción agroecológica para hablar sobre sus experiencias con la comercialización. Pensamos que la publicación de este diálogo puede servir para reflexionar sobre nuestro consumo y tener en cuenta la realidad de las condiciones de producción a la hora de generar propuestas colectivas transformadoras (mercados, grupos de consumo, producción cooperativa...).
Maria y Nel·lo, Chema, Ieska y Rosa. Foto: Patricia Dopazo Gallego
ROSA, IESKA, MARIA Y CHEMA
Nos encontramos una tarde entre semana en Almudaina (El Comtat), el pueblo de Rosa. Ella volvió aquí en 2010 y, después de acabar ingeniería química en Valencia, «programada para trabajar de lo tuyo toda la vida» y de viajar por el mundo, se dio cuenta de que lo que quería era emprender en el medio rural. «Yo siempre había vivido que ser llaurador era una cosa inferior y estaba muy emocionada con dignificarlo y decir bien fuerte que yo era llauradora». Entonces empezó a trabajar con la familia en el bancal y después conoció a Jandro, su pareja y pusieron en marcha L’Olivateria, que contempla el trabajo de campo de secano y el encurtido de olivas. «Hacemos venta directa y, desde que nos certificamos, también vendemos a terceros».
Ieska, otro de los invitados, empezó hace años un proyecto de producción agroecológica con otros compañeros en Crevillent. «Veníamos del paro y de trabajos precarios y decidimos empezar a hacer cestas de hortalizas en unos terrenos que nos dejaron». Todavía tiene que compaginar algunos meses con trabajo en la fábrica para llegar a tener una economía suficiente, pero este año se han integrado en la Cooperativa La Camperola, que tiene dos tiendas en Santa Pola y Elx, y hay expectativas de mejora. «De momento la cooperativa es una red de apoyo, hacemos trabajos comunes y estamos pensando en comprar una cámara frigorífica».
Maria llega con Nel·lo, su bebé. Ella se incorporó al proyecto que Jordi, su pareja, inició hace unos seis años en su pueblo, la pedanía valenciana de Castellar-L’Oliveral, cultivando hortalizas en parcelas recuperadas. «Trabajamos dos hectáreas y media de horticultura en rotación con la ayuda de dos trabajadores y, poco a poco, nos planteamos incorporar frutales en otras zonas de la comarca de l'Horta». Empezaron también vendiendo cestas y ahora tienen puesto en dos mercados de calle semanales y están dando los pasos para abrir un puesto en uno de los mercados municipales de Valencia y servir a otros que venden verdura ecológica.
Chema es quien ha llegado desde más lejos, Benicarló, y también es quien lleva más tiempo en la agroecología. Su proyecto, La Sénia del Tio Lluís, incluye alrededor de 400 variedades de hortalizas y frutales y también burros, gallinas y otros animales para comer el excedente y cerrar el ciclo. «Hacemos cestas para unas 65 familias y a veces llevamos productos a una escuela infantil. Tengo un trabajador que me ayuda. En verano servimos a restaurantes porque baja mucho el consumo de las familias por las vacaciones».
Nos sentamos alrededor de una mesa con café y turrón y empezamos a conversar.
VIVIR FUERA DEL MERCADO CAPITALISTA
Para ser rentable, la producción agroecológica tiene que buscar canales de comercialización alternativos al mercado convencional (supermercados), que está invadido por productos procedentes del sistema agroindustrial que abaratan mucho los precios. Estos precios bajos son consecuencia, entre otras cosas, del aprovechamiento de las condiciones de producción en terceros países: impuestos y salarios bajos, menos protección ambiental, etc., junto con subvenciones y otras ventajas de las grandes empresas dentro del sistema capitalista globalizado. La soberanía alimentaria denuncia este sistema como responsable de injusticias como, por ejemplo, el acaparamiento de tierras, el hambre, el cambio climático o el abandono del mundo rural.
Frente a esta situación, la agroecología ofrece propuestas que relocalizan y humanizan la economía, como las que ponen en práctica las cuatro invitadas del conversatorio, los canales cortos de comercialización: mercados, grupos de consumo o venta directa. «Las cestas son de consumo semanal, quincenal o eventual y es muy importante que se paguen por adelantado, porque nos ayuda mucho. Pero el consumo es inestable, tiene forma de sierra, y la huerta es lineal, ¿cómo haces para equilibrar esto?», se pregunta Chema, que también tiene la dificultad de tener las familias consumidoras en Castelló, a 60 km de la huerta. Las cuatro están de acuerdo en que el consumo ecológico se concentra más en las ciudades y, en este sentido, Maria es quien lo tiene más fácil, aunque tiene que convivir con las dinámicas urbanas, algunas difícilmente compatibles con la agroecología. «La suerte es que tenemos los puntos de venta y consumo a 5 km, pero también sufrimos la contaminación y la presión urbanística. Cuesta mucho que te hagan un contrato de arrendamiento de 5 años porque puede llegar algún proyecto urbanístico y la oportunidad de vender la tierra».
Una de las características de usar los canales cortos es que a menudo «tú lo haces todo: cultivar, planificar ventas, el transporte...», y esto tiene un límite físico y personal. El problema más grande de la venta directa es la inestabilidad del consumo, y no solo en verano, sino en cualquier época del año. «La gente no está suficientemente concienciada como para responsabilizarse de su cesta todo el año», dice Chema, «esto produce un excedente muy grande, yo no tengo cámara frigorífica y llevarlo a un comedor social son horas de trabajo». Ieska ahora lleva el excedente a las tiendas de La Camperola y Maria admite que este fue el motivo para certificar sus parcelas en ecológico. En este punto se genera debate.
CERTIFICAR O NO CERTIFICAR
Cuando toda la producción se puede vender de forma directa, no hace falta el sello oficial ecológico porque hay la confianza del entorno, que te conoce. Por eso los proyectos agroecológicos de cada territorio han desarrollado la «certificación de confianza» (conocida como sistemas participativos de garantía, SPG), un conjunto de métodos para garantizar las buenas prácticas y el trabajo en red. El más conocido en el País Valencià es Ecollaures. Excepto Chema, que no tiene ningún SPG próximo, el resto forma parte de alguno de estos sistemas.
«Nosotros al principio éramos muy reticentes a la certificación oficial», dice Maria, «pero nos daba tanta lástima tirar producto simplemente por no tener canales de venta que hemos dado el paso de certificarnos para abrir nuevos espacios como, por ejemplo, los comedores escolares, que te exigen el sello». Chema y Ieska son escépticos: «Si hay veces que no puedes pagar el autónomo, ¿cómo puedes pagar la certificación? ¿Qué es más importante?». Maria explica que hay ayudas para darse de alta en ecológico y que, en todo caso, para ella la complicación ha sido otra. «Tienes que recoger y anotar cierta información y adaptar algunas de tus prácticas. Teníamos miedo de este cambio, porque habíamos llegado a un punto de trabajar muy a gusto, pero no nos arrepentimos de haber dado el paso, aunque somos muy críticos con cómo se hace la certificación».
El proyecto de Rosa, L’Olivateria, es principalmente de transformación, por lo tanto, no tienen problema de excedente de producto fresco. En cualquier caso, han vivido un proceso que ha hecho que lo tenga muy claro: «Mientras no hemos estado certificados, no hemos estado vendiendo para sobrevivir, sino para malvivir. Todo lo vendíamos en los mercados, pero ¿qué pasaba? Que si llovía o se cancelaba, ingresos, cero. Esto es inviable, ¡nos tenemos que espabilar! El hecho de certificarnos ha supuesto salir del armario». Cuenta que han hecho una inversión para ir a algunas ferias del sector ecológico y que ahora envían producto a grupos de consumo de muchos puntos del Estado. «Hay lugares donde el SPG es muy conocido y hace un buen papel, pero todavía es difícil que un proyecto como el nuestro pueda sobrevivir vendiendo solo en proximidad», explica Rosa. Según su opinión, si Chema certificara, podría vender todo el excedente, pero él no lo ve tan claro: «El mayorista que tengo más cerca está en Valencia, además, ¿cómo certificas una finca con 400 variedades agrícolas, gallinas, frutales…?». Rosa le recomienda contactar con personas que hayan vivido el mismo proceso para aprender de su experiencia.
DIFERENCIARSE: LA RELACIÓN CON LA GENTE
Ieska de momento tampoco quiere certificarse, pero admite que hay momentos donde chocan con las dinámicas de la agricultura convencional. «Nosotros queremos hacerlo todo con la máxima proximidad posible y cuando tenemos naranjas las llevamos al grupo de consumo, pero ¿qué pasa? Que la gente ya tiene naranjas de la familia o conocidos y lo mismo con las granadas. Los monocultivos han hecho que no sean posibles los canales cortos en estos productos y certificarse no es la solución, porque mucha gente lo ha hecho y han hecho bajar los precios». Parece evidente que la economía de proximidad tiene que ser diversificada. Maria señala que las «lógicas» del mercado convencional lo invaden todo y pone el ejemplo de los supermercados que ahora venden producto «de proximidad y ecológico».
Precisamente, la venta de alimentos ecológicos en las grandes superficies es un nuevo obstáculo a la pequeña producción. Ieska ha notado cómo han bajado sus ventas por este motivo: «Además, ponen los nombres de los productos en valenciano, como si fueran del pueblo». Maria admite que tratar de convencer a la gente que va a los supermercados es una lucha estéril y desgastante. «Yo creo que lo que hace falta es una campaña de concienciación sobre lo que es realmente ecológico y lo que no», dice Chema. «Ecológico es una palabra con dos partes: eco y lógico, pero ¿es lógico comprar calabacín ahora? No es lógico querer hacer un consumo ecológico y mantener la misma conciencia: además de buscar el sello, se tienen que cambiar las prácticas de consumo». Ieska no está del todo de acuerdo porque piensa que la palabra ecológico ya se la han apropiado las multinacionales, que pagan a empresas para pensar campañas, estrategias y hacer lobby, «nuestras campañas deberían centrarse más en trato digno, ética y precios justos y ahí necesitamos a los movimientos sociales».
Rosa está totalmente de acuerdo y piensa que la relación con la clientela es clave porque es donde se transmite el valor que los diferencia del producto ecológico a gran escala para hacer negocio, «porque es una diferencia abismal: la humanidad, la dignidad, la calidad del producto». Para Maria estar en un puesto del mercado es una tarea 100 % pedagógica, «es donde explico lo que hacemos, por qué las acelgas están agujereadas, enseño fotos del gusano, explico el cambio climático…». La gente prueba el producto y después va el boca a boca. «Lo más antiguo y lo que mejor funciona… Lo que pasa también es que va tan lento que nos morimos de hambre», dice Rosa riéndose. Pero las cuatro se ponen serias y admiten que llevan un ritmo de trabajo y unos márgenes de beneficio poco compatibles con la vida.
SOSTENIBILIDAD Y CALIDAD DE VIDA
Entonces, ¿cómo conseguimos que más gente consuma estos productos para mejorar la sostenibilidad de los proyectos? «Un compromiso de compra fijo, estable, nos daría mucha tranquilidad», dice Chema. Rosa piensa que la batalla más inmediata es «ponerlo fácil». «Cuando va a comprar, la gente quiere sencillez y claridad», explica. «Si haces los mercados mensuales, el segundo y el cuarto domingo..., la gente al final se marea y si necesita cosas, va y las compra en el supermercado. Si realmente queremos cambiar hábitos de consumo, el mercado ecológico tiene que ser semanal. La periodicidad es clave».
«A mí algo que me parece que se tendría que exigir a las administraciones es que los centros educativos, hospitales, residencias de gente mayor, etc., se abastecieran de productos agroecológicos. Para eso está la compra pública, para apoyar los aspectos que el mercado no valora», dice Maria. Ieska reconoce que sería una ayuda, pero generaría una dependencia y estarían sometidas a la incertidumbre de un cambio de gobierno. Maria está de acuerdo, pero reivindica los servicios ambientales de la agroecología y todo lo que ahorra a la administración en cuestiones de cuidado de la tierra, de salud o de gestión ambiental.
Las cuatro están cansadas de ir a ferias donde solo las utilizan para «decorar».
¿Cuál es el modelo de venta ideal? Ieska está contento con el sistema de cestas «porque hace que la gente compre más barato que en otros sitios y yo mismo puedo conseguir un precio justo por mi trabajo». Maria trata de diversificar la venta todo lo que puede: «así, cuando una venta te falla, la otra te ayuda a que el impacto no sea tan grande. También estamos buscando colaboraciones con productores para planificar los cultivos y optimizar esfuerzos, porque hay cosas que en nuestro terreno no se dan bien». A Chema le gustaría que la gente fuera a comprar a la finca para contactar con el campo y apreciar la biodiversidad. «En la provincia de Castelló no hay mercados agroecológicos estables y cuando me invitan a alguna feria puntual, no me sale muy rentable porque pierdo un día de trabajo», explica. Las cuatro están cansadas de ir a ferias donde solo las utilizan para «decorar».
Rosa cree que no hay recetas mágicas, pero tiene un rumbo claro para su proyecto: valorar el tiempo libre, estar con la familia y descansar. «Es verdad que cuando el negocio es tuyo y hay cosas que pagar, es difícil; pero yo quiero vivir con dignidad y ya que me he inventado mi puesto de trabajo, que menos que aspirar a esto». Cuenta que antes hacían mercados también los domingos y no tenían ningún día para estar tranquilos; han ido ganando calidad de vida.
Respecto al «tiempo libre», Maria dice que se debe tener claro que la agricultura no es un trabajo como cualquiera, es una forma de vida y, por tanto, no se pueden hacer comparaciones. Ahora bien, esto no significa no tener tiempo para hacer otras cosas o estar con la familia. «A mí me encantaría dejar unos días lo que hago para ponerme al día en todo lo nuevo que hay sobre prácticas de manejo ecológico», dice Chema. Ieska dice que él en el campo se encuentra feliz y el tiempo se le pasa volando.
RETOS Y APRENDIZAJES
Maria quiere explorar el tema de las conservas para el excedente y el producto «de segunda», porque ya lo hizo el verano pasado y funcionó muy bien, pero tiene claro que buscará alguien que lo haga. Rosa se ríe recordando cuando pensaba que una misma puede hacerlo todo: la semilla, el cultivo, el papeleo, la conserva… «He aprendido que hay gente que se dedica a ciertos trabajos y los hace muy bien mientras tú haces otra cosa», dice. Chema está de acuerdo, pero para él es difícil encontrar un vivero que haga bien los plantones de variedades locales.
Rosa saca un tema que todavía no había salido: los grupos de consumo. «Hay algunos superorganizados y superconcienciados, y otros que se llaman así, pero no son grupos de consumo. ¿No llegáis a un consumo mínimo? Pues organizaos mejor, porque al final las cantidades pequeñas son un mareo para nosotros y no compensa», dice. Para Maria, precisamente la logística es lo que hace que un proyecto sea viable o no, y es un aspecto que se debe pensar y mejorar constantemente.
Ieska habla de un reto de los mercados agroecológicos. «Mucha gente que está empezando no cumple los requisitos: estar de alta y certificado. Y creo que precisamente los mercados deberían apoyar a estas nuevas iniciativas y flexibilizar las normas. El apoyo mutuo entre productores es fundamental».
Tienes que estar arraigado en el territorio donde trabajas: saber cómo es la tierra, como son tus vecinos... Conocer toda esa realidad es imprescindible.
¿Qué consejos darían a quién quiera empezar un proyecto agroecológico? Para Rosa es fundamental estar segura de la decisión. Ella ve muy difícil que una persona recién llegada y que no tenga un vínculo agrario se incorpore. «Yo cuando empecé tenía ese romanticismo y esa energía de la juventud, pero no partía de cero; tenía unos conocimientos de mi familia, había ido al bancal toda la vida y tenía tierras».
Maria está de acuerdo: «Trabajar la tierra es sobre todo una relación social y con el territorio: la gestión común del agua, el vecindario y sus formas de apoyo mutuo, la forma de hablar y sus palabras propias, la historia local... Conocer toda esa realidad es imprescindible». Para ella también es básico aprender de otras experiencias. «Yo cada año aprendo una cosa nueva en mi proyecto y sé que el retorno de lo que estoy construyendo vendrá después porque en el campo hay otro tempo, otra velocidad. Cada vez que cometo un error en el campo, intento memorizarlo y racionalizarlo, para no volver a caer en él».
Ieska ha visto empezar muchos proyectos. «Creo que es importante escuchar a los demás, aunque no sean productores ecológicos. Nosotros, por ejemplo, en lugar de comprar un tractor se lo alquilamos a los vecinos, ahorramos un montón de trabajo y además nos cuentan historias, nos aconsejan cómo plantar e incluso el otro día nos ofrecieron un bancal y mencionaron que dejarían de fumigar los granados porque saben que nosotros cultivamos en ecológico». Él animaría a todo el mundo que quiera empezar: «¡Adelante, a lo mejor tienes más suerte que yo!».
En el proyecto de Chema reciben muchas visitas para ver cómo lo han hecho y copiar el tipo de proyecto. «Yo trato de ponerles los pies en la tierra haciéndoles muchas preguntas, porque vienen con mucha fantasía. Y mi consejo: planta lo que tengas vendido, si no, estarás más tiempo buscando mercado que en la finca y eso es un pez que se muerde la cola. Que miren la viabilidad. Hay que cuidar la energía que gastas al principio».
Antes de levantarnos de la mesa, Rosa quiere dejar una cosa clara: «No queremos quedarnos en la negatividad y el victimismo, que es muy habitual en el llaurador. Sí que se puede, si compartimos y batallamos, probando, probando, probando, al final lo conseguiremos...». Y con esto, salimos a ver la Torre de Almudaina y la puesta de sol.
Han participado:
José Escarabajal (Ieska). La Camperola, Crevillent (Alacant)
Rosa Gil. L’Olivateria, Almudaina (Alacant)
José María Bañeres López. La Sénia del Tio Lluis, Benicarló (Castelló)
Maria Viana Miedes. Castellar-L'Oliveral (València)