Una entrevista a Fran G. Quiroga
Gustavo Duch
Con tantísimos eucaliptos, los campanarios de los pueblos, entre ellos, ya no se ven. Toda Galicia es un monocultivo de eucaliptos. Casas metidas en los montes y montes metidos en las casas.
Este es uno de los factores clave que, a juicio de Fran G. Quiroga, «investigador del monte», están detrás de la repetición y gravedad de tantos incendios en su tierra. Pero hay otros —me explica en una reciente comida en Barcelona— y tienen que ver con el cambio climático, con el despoblamiento y con los conflictos por los diferentes usos de la tierra, bien para pastos y ganadería, bien para uso forestal. Pero lo que está claro —insiste Fran— es que «lo de los pirómanos o el terrorismo incendiario es una fantasía de los gobiernos del Partido Popular». Mientras tanto, como si hubiera meigas, que las hay, en el restaurante suena de fondo el «Todo es mentira» de Manu Chao.
Los incendios han sido provocados por la pérdida del sentimiento de lo común y del apego al monte.
Para Fran hay una única realidad central que engloba todos los factores anteriores: «Los incendios han sido provocados por la pérdida del sentimiento de lo común y del apego al monte. De hecho, algunas de las medidas del actual gobierno han consistido en eliminar propuestas que venían a potenciar la gestión colectiva de los montes y poner todas las trabas posibles para su viabilidad».
Efectivamente, en los años del franquismo, ni tan lejanos ni tan pasados como pensábamos, se combinó un mantra televisivo-folclórico para desprestigiar lo rural y campesino junto a unas políticas forestales que permitieron al Estado apropiarse de los recursos naturales de los pueblos. Como recuerda Fran, se trata del concepto de «acumulación por desposesión», del geógrafo David Harvey. Se trataba de desprestigiar lo común como una fórmula para acabar con formas de vida emancipadas y autónomas.
En Galicia, las políticas forestales que lo facilitaron consistieron en reducir el monte a un espacio meramente productivista de pinos y eucaliptos. Como detalla Fran, «convertir el monte en un monocultivo afectó a toda una cosmovisión que orbita en torno a un espacio privado, la casa con su finca anexa, y un espacio amplio y colectivo básico para garantizar esa parcela privada. Es el común, donde se encuentra la madera, el alimento para el ganado, la cría del porco celta o el caballo salvaje, la recolección de frutos, setas, miel, etc. Al no querer entender estos vínculos casa-monte, o precisamente por entenderlos, lo que se provocó fue la pérdida de soberanía o autonomía que tenían estos pueblos y territorios, generando las conocidas oleadas de migrantes».
Aun así, el franquismo no pudo acabar con el monte vecinal y casi el 30 % del territorio gallego sigue estando en «mano común». Ana Cabana, autora de La Derrota de lo Épico —me ilustra Fran— explica muy bien cómo buena parte de estos montes se mantuvo gracias a procesos de microrresistencias silentes lideradas por mujeres que con falsa inocencia o pasividad consecuente supieron acogerse al discurso nacionalcatólico de «las virtudes de las mujeres» como estrategia para exigir el mantenimiento del comunal como sustento fundamental para las familias.
Fotos cedidas por Fran G. Quiroga, de Montenoso
La mayoría de nosotros no sabemos dónde tenemos el monte.
Pero, en la actualidad, la realidad de estos montes vecinales se ve muy afectada por el despoblamiento del que hablábamos antes. Muchas comunidades no pueden gestionar el monte y prefieren firmar convenios con una empresa privada o consorcios con la propia administración pública a cambio de recibir un porcentaje económico de su aprovechamiento. Finalmente, lo que tenemos —explica Fran— es una desconexión entre sociedad y monte muy grave: «La mayoría de nosotros no sabemos dónde tenemos el monte. Hemos de asumir nuestra parte de corresponsabilidad, aunque esta, lógicamente, es desigual entre ciudadanía y administración».
En esta situación hay que poner en valor la existencia de muchas iniciativas para recuperar la gestión comunal de los montes. Fran participa en el colectivo Montenoso, un proyecto colaborativo que visibiliza y dinamiza las comunidades de montes vecinales en mano común y fomenta la (re)apropiación de estos montes por parte de los vecinos. De las muchas iniciativas que han surgido para recuperar la gestión autónoma y multifuncional del monte, nos destaca el caso de Monte do Carvallo, en Friol: «Tienen para setas, recogen miel, tienen un sistema para el porco celta, pero además de la parte productiva, han sabido recuperar y dar valor también a la parte reproductiva, recuperando las relaciones comunitarias».
En ausencia del Estado se están articulando procesos muy interesantes en defensa de los comunales.
Porque si los incendios se propagan por la falta de gente apegada y conocedora de los montes, los aprendizajes de volver a vivir en común son los que, a juicio de Fran, permitieron apagar los incendios, en un ejercicio de autoorganización: «Los incendios los apagó la gente. En ausencia del Estado se están articulando procesos muy interesantes en defensa de los comunales: redes de información, autoorganización de las catástrofes o formas de vida en relación con el monte; procesos necesarios para entender nuestra interdependencia con el monte».
Al final, es matemático, cuando el monte está cuidado no hay incendios.
Ya casi a punto de despedirnos, mientras bajamos por la Vía Laietana e instintivamente aceleramos el paso al mostrarle la ahora famosa comisaria de policía, Fran sintetiza sobre las tareas pendientes: «Al final, es matemático, cuando el monte está cuidado no hay incendios». Fran apela a las administraciones para que se centren en desarrollar políticas en defensa de los montes comunales y de su gestión vecinal. El monte debe recuperar su capacidad multifuncional y, respecto asus funciones forestales, debe articularse en torno a muchos usos, pero también ampliando el número de empresas y cooperativas partícipes en este sector, acabando con el actual monopolio de Ence.
De hecho, si no es así, Fran lanza una advertencia: «La visión ‘extractivista’ de este capitalismo neoliberal no tiene fin. Además de la celulosa, la nueva tentación son los recursos minerales, lo cual abre otro foco en cuanto a las causas de los fuegos. Un territorio después de los incendios ha perdido parte de sus recursos paisajísticos y agroforestales y es un terreno donde se podrán justificar inversiones para las prácticas mineras».
Espero que no sea así porque en mi imaginación he visto a un abuelo asomado a la ventana de su casa. Primero recordaba que se le mostraba enfrente un mosaico de parcelas de colores, luego todo tenía un monótono color verde eucalipto y ahora el retrato es un gran agujero en blanco y negro.