Entrevista a Carlos Marentes, coordinador de La Vía Campesina
Traducción del artículo de Berta Vidal y Bart Grugeon, La Directa (en catalán)
Carlos Marentes, coordinador de La Vía Campesina de América del Norte, argumenta por qué no se puede entender Estados Unidos sin la migración agrícola. Explica que Donald Trump ha instaurado un clima represivo hacia los trabajadores del campo.
Carlos Marentes lleva 30 años trabajando en el Centro de Trabajadores Agrícolas Fronterizos en El Paso-Ciudad Juárez, del lado mexicano. También es coordinador de La Vía Campesina de América del Norte, el movimiento internacional de los pequeños productores agrícolas. Ha vivido la dura realidad de los trabajadores de campo en Estados Unidos. Analiza en una entrevista con La Directa cómo los inmigrantes son absorbidos por la misma industria alimentaria que les ha expulsado de sus tierras y les ha obligado a emigrar.
Carlos Marentes / Foto: Roser Gamonal (La Directa)
Usted coordina el Centro de Trabajadores Agrícolas Fronterizos en El Paso. ¿Qué es exactamente?
Es un espacio de apoyo y organización para los migrantes que llegan a esta frontera en busca de trabajo en los campos del sur de Nuevo México y el oeste de Texas. Es el punto de entrada de mano de obra agrícola de Estados Unidos. Dependiendo del mes del año se quedan de 100 a 200 trabajadores. Algunos se quedan toda la temporada, porque en verano es cuando hay más trabajo. Por la tarde, duermen sobre unas cobijas desgastadas en el suelo de la sala grande del centro para descansar, y a medianoche se levantan para tratar de ir a trabajar a los campos. En nuestro centro, además de facilitar la búsqueda de trabajo y garantizar servicios médicos mínimos, organizamos talleres de apoyo y de concienciación.
¿Qué importancia tienen los inmigrantes para la agricultura industrial de Estados Unidos?
La agricultura americana está basada en la fuerza de los migrantes, y genera una producción valorada en más de 990.000 millones de dólares. Según el gobierno de Estados Unidos, hay entre 1,5 y 3 millones de trabajadores agrícolas, dependiendo de la temporada del año. El 80 por ciento proviene de México, y el otro 20 por ciento de Centro América y el Caribe. Se calcula que la mitad de ellos no tiene documentos. Trabajan en unas condiciones deplorables sin derechos.
¿Cómo son las condiciones de trabajo en el campo estadounidense?
Son las historias de siempre: largas jornadas de trabajo por un sueldo muy bajo y con un trato humillante. Los inmigrantes latinos son principalmente individuos, no familias, y las que más sufren son las mujeres. Nos llegan muchos casos de hostigamiento sexual. Otro problema generalizado es la ausencia de agua potable y de baños portátiles en los campos, aunque legalmente es obligatorio. Las mujeres entonces se aguantan todo el día, y esto resulta en problemas de riñones. En nuestro centro tenemos una clínica donde vienen doctores y estudiantes, y se asombran de los niveles de presión y de las enfermedades que salen como consecuencia. Los últimos años los partos son muy complicados, y ha habido niños que se mueren después del parto, cosa que no pasaba antes. No sabemos qué hacer… no tenemos datos y no está siendo investigado, pero intuimos que va vinculado a las condiciones de trabajo.
¿La sociedad norteamericana no valora su aportación?
La mayoría de norteamericanos cree que un migrante vino anoche cruzando el río y desierto de Arizona, pero la migración ha sido parte del desarrollo de la agricultura industrial de su país. Esto empezó ya durante la Segunda Guerra Mundial. Hubo un abandono de 4 millones de mujeres de la América rural para irse a las ciudades para trabajar en la industria bélica. Este vacío se llenó principalmente con jóvenes procedentes del campo mexicano, a raíz de un programa negociado. Durante los 20 años siguientes, entraron casi 5 millones de mexicanos. La migración actual es un flujo natural, resultado de una dependencia estructural mutua.
¿Los trabajadores mexicanos dependen de los ingresos del trabajo estacional?
Sí. A finales de los años sesenta, México era autosuficiente en la producción de alimentos, pero la revolución verde, dirigida por el Banco Mundial, acabó con esto. Se empezaron a cultivar otros productos como soja y granos, y entró de lleno el monocultivo como el algodón. Se eliminó todo lo que formaba parte de la nutrición de los pueblos y arrasaron los bosques... Una consecuencia fue la migración masiva. No fue voluntaria, sino inducida, porque ya no había producción agrícola que ocupaba toda la población. Muchos campesinos arruinados que, una vez se sintieron orgullosos de pertenecer a una comunidad, entraron en la agricultura comercial e industrial de los países del primer mundo. Esta mano de obra de los migrantes, barata y explotable, produce productos más baratos, y estos productos se exportan al sur para seguir destrozando más familias campesinas...
¿Usted defiende una visión más estructural sobre la migración y critica la mirada compasiva que hoy domina en Occidente?
Hay una deuda social y política hacia las comunidades del sur, más que una obligación moral de dar cobijo. Pero esto significa aceptar que la razón por la que vivimos bien en occidente, es que se ha cometido un despojo que ha causado esa migración. Este reconocimiento lo rehúye la sociedad. Desde una perspectiva de una relación colonial, la migración es un acto de resistencia. El migrante se niega aceptar el destino que le ha condenado el sistema de desaparecer como campesino o campesina, como hombre o mujer indígena. Como acto de resistencia, hace el sacrificio máximo de abandonar sus tierras, la gente que quiere y todo lo que le representa…, pero hace falta que los migrantes se identifiquen con esta historia colectiva y se vean como una clase dentro del sistema de producción, no como individuos.
La visión del actual presidente americano está muy alejada de asumir alguna responsabilidad en el problema...
Donald Trump prometió deportar a todos los mexicanos indocumentados, que según él son 11 millones, por ser violadores, delincuentes, y narcotraficantes. El inmigrante es el chivo expiatorio, se ha convertido en un terrorista en potencia. Pero la represión de estado no es nueva. En la época Obama ya se deportó a 2,7 millones de indocumentados; el famoso muro ya lo empezó George Bush, y Obama lo continuó. Esta hipocresía siempre ha sido la política de los Estados Unidos: los inmigrantes son una amenaza, pero son los que cuidan a los niños, cocinan, trabajan en los jardines de los americanos... La diferencia con Trump es que quitó el manto que había de diversidad y respeto. Le ha enseñado al mundo lo que son los Estados Unidos...
¿Qué ha cambiado con la llegada de Trump?
Trump ha soltado los perros, sin ningún recato. Garantiza impunidad total a los cuerpos policiacos locales, que se sienten por encima de las leyes. La constitución de Estados Unidos prohíbe, por ejemplo, el cateo domiciliario sin orden judicial, pero cada día recibimos llamadas de casos en que la policía entra en casas sin orden del juez en búsqueda de personas indocumentadas. Sabemos de situaciones en que la policía ha roto las ventanas y ha utilizado gases lacrimógenos antes de entrar, con el argumento de que "son la ley". Ahora hay una total indiferencia, un clima de miedo generalizado. Existe una actitud de autoritarismo muy fuerte, una intimidación en el contacto entre las personas de origen extranjero y las fuerzas del estado, un lenguaje de poder... tratan a todos como posibles delincuentes. Antes había por lo menos una apariencia de respeto a los derechos básicos.
¿Cree que Trump cumplirá su promesa electoral de deportación?
Hay presiones entre la industria agrícola, que necesita la mano de obra migrante, y el gobierno Trump, que no quiere quedar mal con sus electores. Es probable que incrementen las deportaciones, estableciendo a la vez programas de contratación temporal. Una migración con trabajo temporal es la forma de dividir a la clase obrera, para evitar que haya vínculos de solidaridad entre trabajadores de la misma clase, que haya reconocimiento… Cuando ciertos grupos de trabajadores son utilizados para aumentar la rentabilidad de un sector económico, significa que se contraponen a los intereses de los trabajadores de la nación. Es una realidad, aunque la maneje la derecha... la migración sirve para deteriorar salarios y condiciones de trabajadores locales. Por eso es tan importante que los trabajadores vean al migrante como hermano en el mismo barco.
¿Ve algunos elementos de esperanza en este panorama tan desolador?
En este momento de neoliberalismo, los sectores más vulnerables de la sociedad empiezan a sentir que las organizaciones establecidas, como los sindicatos, no los defienden, y empieza a haber intentos de crear organizaciones distintas, independientes del estado. Un ejemplo dentro de Estados Unidos es la Detroit Black Community Food Security Network, donde la comunidad afroamericana se autoorganiza para garantizar su soberanía alimentaria, sin depender de la producción industrial. A través de La Vía Campesina organizamos formación en agricultura ecológica, y fomentamos proyectos de soberanía alimentaria, para reconstruir las comunidades locales, para que los jóvenes construyan un futuro local y no necesiten emigrar. Son pequeños proyectos incipientes que quieren rescatar la sabiduría tradicional y el trabajo colectivo que nos han quitado las sociedades del norte… tengo esperanza de que sean los indicios del cambio de sistema de producción agrícola hacia un modelo más local y sostenible, que es tan necesario.