Cristina Galiana Carballo, Guillermo Palau Salvador, Vicent Sales Martínez, Nacho Moncho Esteve
Séquia de Sant Llorenç (Parc Natural de l’Albufera). Foto: Vicenç Salvador Torres Guerola (CC BY-SA 3.0)
Dicen en las comunidades quechuas y aimaras en Los Andes que quien cosecha el agua sin haberla sembrado es un ladrón. Los «criadores de agua» de la cordillera excavan lagunados superficiales y plantan especies como la putacca (Rumex peruvianus) para que la montaña infiltre. Las zonas bajas, cultivadas y pobladas, ven dirigido el curso de agua a partir de estos trabajos comunales ancestrales, recientemente recuperados tras las graves sequías de los años noventa. Los careos de Sierra Nevada, a este lado del Atlántico, son también siembras de agua. El mantenimiento colectivo de las acequias de careo es responsabilidad de las comunidades de regantes, que, con su trabajo, suministran un caudal regular y disponible tanto para la vegetación natural como para la cultivada.
En los últimos años, los regadíos se han convertido en objeto de disputa política en distintos territorios del Estado español porque controlar el agua es controlar un bien escaso, asimétricamente disponible y esencial. Dentro de los movimientos ecologistas, la expansión de regadíos se asocia al proyecto industrial agrario. Movilizaciones contra trasvases, embalses, privatizaciones o concesiones han tenido lugar en prácticamente todo el territorio. Otros actores más mediáticos o con poder ejecutivo presentan los regadíos como solución a la problemática del bajo rendimiento de las tierras productivas y, consecuentemente, a la demanda de ampliación de regadíos en algunos territorios, tradicionalmente de secano. En el sur europeo, las políticas del agua son políticas de poder, por lo que la supervisión y asignación de recursos hídricos a las actividades agrarias, por parte de las confederaciones hidrográficas, no se sustrae de la presión de intereses privados, regionales y de partidos.
Los proyectos de modernización y expansión suelen olvidar que la disparidad geográfica, la abundancia del recurso y su estacionalidad, así como las necesidades y el desarrollo histórico del primer sector en cada territorio, son solo algunos de los factores que condicionan la promoción, la limitación o la protección de los regadíos, y no solo la curva de productividad o la dinámica de mercados de agroexportación. La importancia de garantizar el acceso al bien común y la satisfacción de las necesidades de abastecimiento hidrográficamente situado, junto con su preservación en cantidad y calidad, son el principio rector que debería guiar cualquier política hidrológica en nuestros territorios.
En algunas de estas regiones y localidades, se ha llegado a un punto crítico con respecto a la provisión a corto plazo de recurso hídrico, tanto por negligencia en las asignaciones como por prácticas de regadío ilegal, o simplemente por omisión de las realidades hidrológicas en distintas cuencas hidrográficas. No debemos olvidar que la proyección bajo la premisa de recurso ilimitado no es ajena tampoco a las previsiones de expansión de regadíos en la lógica del progreso.
Sin embargo, en otros lugares, los regadíos tradicionales constituyen la infraestructura física y social de la agricultura, el eje de vertebración territorial y el sistema de gestión distribuida para garantizar el acceso al agua sin arriesgar la sostenibilidad del bien común.
La complejidad de los regadíos tradicionales
Los regadíos tradicionales son sistemas complejos de adaptación a un entorno natural y a las necesidades de las comunidades locales. Se trata de adaptación porque consideran la particularidad geográfica, la existencia de agua disponible y las limitaciones derivadas de estas, junto con la importancia en su conservación a partir de la gobernanza local, equitativa y de gestión de conflictos. Estos sistemas disponen de infraestructura social y física dinámica y adaptativa, y llegan a resolver las situaciones de escasez de recurso con limitaciones equitativas y de práctica de manejo, a diferencia del ‘estatismo’ que rodea los proyectos de modernización.
Al contrario que los sistemas de irrigación moderna (aspersión, goteo, hidropónico, automotriz), los sistemas de regadío tradicional incorporan infraestructura social, además del patrimonio construido (acequias, azudes, norias, motores…), un uso energético diverso y mínimo, en ocasiones de coste cero (riego por gravedad, aprovechando diferencias de cota), y una restricción geográfica y limitada por la abundancia del recurso. Estos tres factores, gobernanza autónoma, intensidad energética, restricción geográfica y de recurso, implican la adaptación y la sostenibilidad de estas prácticas de manejo del agua, a diferencia de los modelos de expansión y modernización del regadío basados en tecnología ajena —y, por tanto, inadaptada— al territorio donde se implanta.
Debido a procesos históricos de migración rural, industrialización, abandono agrario o competencia por el uso del suelo, en algunas regiones tanto la actividad agraria como el regadío asociado se encuentra desaparecido, en vías de desaparición o amenazado por la continuidad y el agravamiento de los procesos históricos mencionados.
Las políticas de modernización y desarrollo agrario en el Estado español durante el siglo xx incluyeron como principales estrategias de aumento de la producción, la roturación de secanos y la expansión de regadíos a partir de la política hidráulica de construcción de embalses. La irrigación permitiría incrementar la productividad, aumentar las exportaciones y mejorar la balanza comercial doméstica. Las políticas actuales de modernización de estos regadíos se basan en cuatro hipótesis muy relacionadas con lo anterior: eficiencia en el consumo de agua para regadío, mejora el beneficio económico, generación de empleo en zonas rurales y freno del éxodo rural.
Desadaptación y contramitigación climática
Comparando los datos de la encuesta nacional [1] , en 2021, en el Estado español se encontraba irrigado un 22,85 % de la superficie total cultivada, frente al 13 % recogido en el Plan Nacional de Regadíos (PNR) en 1996. El dato actual sitúa al país como el primero en superficie de regadío de la Unión Europea y el primero a escala mundial en superficie de riego localizado (que supone casi un 53 % del total). En cuanto a fuentes del recurso hídrico, la principal es el agua superficial (74 %), la subterránea (24 %) y un uso muy limitado de aguas residuales (0,4 %) o desalinizadas (1,6 %). Es curioso que las mayores superficies de regadío, a su vez, se correspondan con cultivos tradicionalmente de secano (cereales: 24,2 % y olivar: 22,7 %). Se están regando estepas. Analizando la evolución de regadíos en el PNR[2], observamos que solo un tercio de estos —hace casi treinta años— se corresponde con regadíos tradicionales (anteriores a 1900) y que su origen se considera mayoritariamente de iniciativa privada. Es a partir del siglo xx cuando se promueven transformaciones en riego de 992.000 hectáreas, que se suman a las ejecutadas por comunidades autónomas (95.000 hectáreas) o particulares con y sin ayudas públicas (1.280.000 hectáreas). Solo entre 2008 y 2021 se han puesto en regadío 102.811 nuevas hectáreas. Para analizar por regiones el efecto sobre las hipótesis de partida, se requeriría un análisis más exhaustivo (movimientos de población, precios, costes, inversión y huella hídrica), pero las tendencias generales de los efectos de conversión y la modernización sí han sido en parte evaluadas.
La sustitución de capital natural y social por capital económico y energético en las expansiones y modernizaciones de regadío implica una pérdida de autonomía del primer sector —que debería invertir o endeudarse para acceder al recurso[3]— una ineficiencia energética[4] —derivada del uso intensivo de energía para canalizar, embalsar, regar y mantener los sistemas de riego—, impactos asociados a la puesta en regadío sobre las especies cultivadas —crecimiento radicular y vigor vegetal, especialmente negativos sobre cultivos arbóreos o sobre las comunidades locales—, pérdida de acceso al recurso —en el caso de trasvases[5]— coste de oportunidad de usos del suelo —en el caso de embalses—, decaimiento del recurso hídrico, derivado de la explotación tanto de recursos hídricos superficiales como subterráneos[6], e impactos de mayor escala y problemática como son la desertificación o salinización del suelo[7]. Podríamos considerar que las políticas de modernización de regadíos son de desadaptación y contramitigación climática, al aumentar además las emisiones para satisfacer la intensidad energética, la producción industrial de equipamientos y su mantenimiento.
La sustitución de regadío tradicional por irrigación de plástico y fósil está siendo alentada por instituciones públicas y privadas como solución a las problemáticas del primer sector, bajo una lógica de tecnificación para la eficiencia, a lo que se suma la posibilidad de automatización del riego y liberación de los agricultores del trabajo de mantener, sostener y adaptarse a las limitaciones de los regadíos tradicionales, como son la resolución de conflictos entre la comunidad regante, la intermitencia del recurso o el mantenimiento del sistema de acequias, que se externalizan mediante la intervención de nuevos agentes de gestión del agua, que pasa, de facto, de bien común a bien privado.
La perdurabilidad de los regadíos históricos hoy en día, aun a pesar de la industrialización agraria, se debe, muy posiblemente, a su doble naturaleza física y social, su exitosa capacidad adaptativa, su resiliencia. La prioridad de garantizar el acceso colectivo al recurso limita el abuso, que es justo la prioridad —y lo contrario a la política hidrológica actual— en un contexto de cambio climático, escasez hidrológica y superficies actuales en regadío. La interdependencia y ecodependencia entre quienes conforman las comunidades de regantes y entre estas y el recurso existente —no el proyectado— constituye el hecho diferencial y crítico cuando se compara con los sistemas de regadío actuales y las políticas de regadío promovidas.
El regadío de la comarca de l’Horta de València
Si analizamos la evolución de estos sistemas de regadío tradicional, encontramos que su desarrollo se relaciona con tres factores: la superficie regable, la cantidad de recurso y la frecuencia de necesidad de uso. Los tres, a su vez, se someten a una limitación física y a un suelo social, que enmarcan los volúmenes mínimos y máximos de extensión, uso y ampliación. Su resiliencia reside en su diseño (construcción, ubicación, prevención de riesgos) y en su infraestructura social y específica. En el caso del regadío histórico de l’Horta de València, la ubicación de los canales de riego y azudes se adapta a la morfología que modela el agua en el terreno, a la vez que la red de irrigación se diseña para garantizar la doble función de prevenir las inundaciones.[8] En este mismo sistema, las prácticas de riego y el reparto se adaptan a los caudales disponibles, lo que permite, aun en periodos de sequía, la gestión de conflictos y la conservación del recurso.
Con respecto a su infraestructura social, la conocida economista Ellinor Ostrom analizó los sistemas de gestión del común y los factores que garantizan la sostenibilidad de estos sistemas fuera del mercado. Parte de su trabajo, continuado por Thomas F. Glick y Vicent Sales, fue cartografiar uno de los regadíos de mayor antigüedad en funcionamiento, el sistema de acequias y azudes de riego de l’Horta de València, declarado SIPAM (Sistemas Importantes de Patrimonio Agrícola Mundial) por la FAO en 2019, y cuyo Tribunal de les Aigües fue declarado asimismo Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2009. En sus tesis Regadío y sociedad en la València medieval (1988) y Las ampliaciones modernas en los regadíos históricos. Jovedat y Extremal de la Real Acequia de Moncada (2015), los investigadores sostienen que este sistema de regadío, al aumentar la productividad agrícola, supuso el eje de vertebración del desarrollo territorial, que tuvo lugar bajo unas determinadas condiciones no solo ambientales, sino también sociales.
El desarrollo del regadío de l’Horta de València no estuvo ausente de conflictos; el acceso al agua, limitado por la ubicación de las parcelas, la propia cantidad del recurso y por la infraestructura de canalización disponible, se convirtió en un factor de desigualdad y originó disputas, sabotajes y tensiones entre comunidades de regantes, autoridades políticas y propietarios.[9] En este contexto, el Tribunal de las Aguas, institución actualmente en funcionamiento, vino a constituir la herramienta social para dirimir estos conflictos, como administrador de justicia sobre el recurso común, formado por representantes de las comunidades de regantes. Estas instituciones de gestión colectiva (de distribución y de solución de conflictos) demuestran la capacidad de autogobierno y de toma de decisiones conjuntas en beneficio de todos sus integrantes, permiten una distribución más equitativa y eficiente, evitan el sobreuso y garantizan la disponibilidad del recurso para todos los agricultores.[10]
En la actualidad, varios procesos superpuestos amenazan la extensión y el funcionamiento del sistema de regadío de l’Horta de València. El primero es el abandono agrícola y la falta de relevo generacional, como en gran parte de los territorios agrícolas en el norte global. La competencia por el uso del suelo en las expansiones urbanas y periurbanas del área de València ha supuesto el abandono de parte del entramado de canales y acequias en el ámbito, especialmente a partir de los años cincuenta del siglo xx. Esta expansión ha supuesto, a su vez, un empeoramiento de la calidad de las aguas, pues las residuales urbanas se vierten directamente a las acequias de riego, lo que ocasiona una situación problemática que en los últimos años se ha ido corrigiendo en los nuevos desarrollos y en la construcción de redes separativas.
Volviendo a la modernización de regadíos bajo criterios de aumento de la eficiencia en el uso del recurso, no solo cabe, entonces, recordar la paradoja de Jevons, ampliamente demostrada para los llamados recursos naturales, sino también señalar que estos tampoco garantizan la provisión de «agua ecosistémica», o agua en circulación con usos no agrarios, poblacionales o industriales. A pesar del reconocimiento internacional por la FAO como SIPAM o en la esfera académica,[11] este modelo no encuentra lugar en la Política Agraria Común de la UE, que solo recoge como beneficiarios a las inversiones sobre sistemas de irrigación con mejoras de ahorro hídrico.[12] Un «ahorro hídrico» que recuerda terriblemente al «tirar el agua al mar» que señalan algunos cuando hablan de ríos. Y es que el agua, en los sistemas de regadío tradicional, ni se tira, ni se roba, ni se malgasta.
Como recurso escaso y limitado, cuya provisión y estacionalidad se ve asimismo amenazada dentro de los escenarios climáticos en gran parte de la geografía estatal, el agua y los regadíos requieren aproximaciones técnicas y políticas del común. Aquí, los sistemas de regadío tradicional nos informan del legado de adaptación y resiliencia con el que toda infraestructura social y física debería contar.
Cristina Galiana Carballo, Guillermo Palau Salvador, Vicent Sales Martínez, Nacho Moncho Esteve
Fundació Assut
Referencias:
[1] Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. (27 de abril de 2002). Real Decreto 329/2002, de 5 de abril, por el que se aprueba el Plan Nacional de Regadíos. I. Disposiciones Generales (BOE-A-2002-8129). Boletín Oficial del Estado.
[2] Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. (2022). Encuesta de Superficies y Rendimientos de Cultivos. ESYRCE. Subdirección General de Análisis, Coordinación y Estadística.
[3] Lecina, S., Isidoro, D., Playán, E. y Aragües, R. (2010). Irrigation modernization and water conservation in Spain: the case of Riegos del Alto Aragón. Agricultural Water Management, 97(10), 1663-1675. https://doi.org/10.1016/j.agwat.2010.05.023
[4] Tarjuelo, J. M., Rodríguez-Díaz, J. A., Abadia, R., Poyato, E. C., Rocamora, C. y Moreno, M. A. (2015). Efficient water and energy use in irrigation modernization: lessons from Spanish case studies. Agricultural Water Management, 162, 67-77. https://doi.org/10.1016/j.agwat.2015.08.009
[5] Arrojo Agudo, P., Casajús Murillo, L. y Gómez Fuentes, A.C. (2010). La rebelión de la montaña, los conflictos del agua en Aragón. Ed. Bakeaz.
[6] Berbel, J., Expósito, A., Gutiérrez-Martín, C. y Mateos, L. (2019). Effects of the irrigation modernization in Spain 2002–2015. Water Resources Management, 33(5), 1835-1849. https://doi.org/10.1007/s11269-019-02215-w
[7] Devkota, K. P., Devkota, M., Rezaei, M. y Oosterbaan, R. (2022). Managing salinity for sustainable agricultural production in salt-affected soils of irrigated drylands. Agricultural Systems, 198, 103390. https://doi.org/10.1016/j.agsy.2022.103390
[8] Sales Martínez, V. (2015). Las ampliaciones modernas en los regadíos históricos. Jovedat y Extremal de la Real Acequia de Moncada (tesis doctoral, Universitat Politècnica de València). https://doi.org/10.4995/Thesis/10251/59407
[9] Glick, T. F. (1988). Regadío y sociedad en la Valencia medieval. Dialnet. https://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=237044
[10] Hoogesteger, J., Bolding, A., Ibor, C. S., Veldwisch, G. J., Venot, J., Vos, J. y Boelens, R. (2023). Communality in farmer managed irrigation systems: insights from Spain, Ecuador, Cambodia and Mozambique. Agricultural Systems, 204, 103552. https://doi.org/10.1016/j.agsy.2022.103552
[11] Europa Press. (2013, 13 enero). El Ayuntamiento de València insiste en que el corte del brazo de Alegret garantizará agua «limpia» y «de calidad». https://www.europapress.es/epagro/noticia-ayuntamiento-valencia-insiste-corte-brazo-alegret-garantizara-agua-limpia-calidad-20220113153359.html
[12] Oyonarte, N. A., Gómez-Macpherson, H., Martos-Rosillo, S., González-Ramón, A. y Mateos, L. (2022). Revisiting irrigation efficiency before restoring ancient irrigation canals in multi-functional, nature-based water systems. Agricultural Systems, 203, 103513. https://doi.org/10.1016/j.agsy.2022.103513