Patricia Dopazo Gallego
Columna de opinión publicada en La Directa el 11/04/23
Fotos: Patricia Dopazo Gallego
Llegué sobre las nueve de la mañana y las encontré a todas fuera, en el jardín del albergue rural, de pie y en círculo. Unas cincuenta mujeres y personas no binarias empezaban la tercera sesión de una semana de trabajo que les parecería un mes entero por la intensidad de los debates y las emociones. Dos de ellas eran facilitadoras y cuatro, intérpretes, porque la pluralidad de perfiles y procedencias incluía la riqueza de lenguas. El tema: agroecología feminista.
Para mí es fascinante lo que pasa cuando añadimos «feminista» detrás de cualquier cosa. Se hace de día y salen los colores. Se abre un abanico infinito de posibilidades. Atrae, ilusiona, acoge, pasad, pasad. Por eso creo que vivimos un momento excepcional en el que en muchos ámbitos se revisa en profundidad hasta lo irrevisable. La justicia, los juguetes, la música, la sexualidad, el urbanismo. ¿Qué pasa con la agroecología?
Hagamos una parada rápida. Agroecología es una palabra muy evocadora y esta es una de sus virtudes. Dentro de esa libertad para que cada quien la haga propia, es importante tener en cuenta que la agroecología es política (transforma), es popular (del pueblo) y es diversa (mestiza, bastarda). Agroecología es mucho más que una práctica de relación con la tierra, es una forma de mirar, un enfoque holístico que rompe con formas sesgadas y cuadriculadas de ver el mundo. Encuentra la forma de hermanarnos en el tiempo y en el espacio alrededor de la relación con los otros seres vivos, de la alimentación, de la reproducción de la vida.
Teniendo presente la particular relación que tiene la agroecología con las opresiones, la agroecología será feminista o no será.
Retomamos. ¿Cómo es la «agroecología feminista»? Teniendo presente la particular relación que tiene la agroecología con las opresiones ―empezando por la que ejerce el modelo alimentario capitalista―, la agroecología será feminista o no será. Pero el otro día, a las faldas de la sierra de Mariola, vimos una buena muestra de lo que esto quiere decir y de todo lo que aporta.
Había compañeras de organizaciones agrarias de toda Europa, todas integrantes del movimiento global La Vía Campesina; todas con un camino particular para conseguir convertirse en organizaciones feministas, más largo o más corto, desde dentro o desde fuera de las conformaciones previas, pero con un compromiso claro y firme. Este era el objetivo principal de este encuentro, impulsar estos procesos, consolidarlos, compartirlos. Y una organización feminista no encaja dentro de las estructuras de una no feminista, se tiene que diseñar de nuevo porque son otras las formas de participación, de liderazgo, de compartir la información. Son otras también las prioridades, las áreas de trabajo, los ritmos y los lenguajes. El modelo jerárquico pasa a ser una red horizontal, que permite la apertura, la incorporación de personas nuevas, la participación de todo el mundo. Esa seguridad que hasta ahora ha supuesto el control centralizado pasa a responsabilidades colectivas, asumiendo los riesgos y con la confianza como apuesta. Todo esto se refleja también en los espacios y por supuesto en los horarios, porque las personas con responsabilidad o voluntad de cuidar tienen que poder participar en una organización política.
Las nuevas formas de trabajo y de vida hacen que sea dentro del modelo agroecológico donde más personas jóvenes se están incorporando al sector agrario, la mayoría de ellas, mujeres.
En el encuentro tuvieron especial protagonismo las entidades a la vanguardia de la visibilidad y defensa de los derechos de las personas LGTBIQ en el mundo rural, porque también es fundamental la participación de las diversidades sexuales y de identidad de género en las organizaciones agrarias del futuro. La experiencia del Movimento Sem Tierra (MST) de Brasil y de la Rock Steady Farm de Estados Unidos, hicieron que estuvieran muy presentes los nuevos modelos de familia y de relaciones afectivas, junto con la convivencia intercultural, el antirracismo y la lucha contra la extrema derecha.
Este cambio de valores no queda solo dentro de los colectivos, sino que se traslada a sus demandas de políticas agrarias, de ruralidad, de modelo de sociedad. Se traslada también a sus proyectos productivos y de dinamización social y económica, con todas las dificultades que esto supone. «Yo no concibo nada sin tener una red», dijo una de las campesinas. Estas nuevas formas de trabajo y de vida hacen que sea dentro del modelo agroecológico donde más personas jóvenes se están incorporando al sector agrario, la mayoría de ellas, mujeres. Lo tenemos, la agroecología feminista está gestando una nueva ruralidad.
Pero en Agres no solo estaban estas cincuenta campesinas, ganaderas, técnicas e investigadoras. Estaban también sus madres, abuelas y bisabuelas. Estaba el reconocimiento de sus trayectorias, de sus saberes y sus trabajos, y también de sus sufrimientos y angustias. Expulsadas de los espacios de decisión, despreciadas por mujeres y por rurales. Su memoria es el pilar central de la agroecología feminista, y el mundo que tenemos por delante, el que estamos construyendo, también será el que todas ellas hubieran deseado, en el que todas ellas hubieran disfrutado.
Patricia Dopazo Gallego
Revista SABC